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Poema La Última Esperanza de María Sanz



Todavía conservo
la última esperanza
como un bien heredado
de todas mis carencias,
porque el dolor la exige
más y más cada día,
porque tanto silencio
lejano, perdurable,
descubre su horizonte
de infinitas llanuras.
La última esperanza
que conservo detiene,
como el dolor, mi vida
a las puertas del tiempo.



Poema La Profecía de María Sanz



Aunque ahora estos versos vaticinen
tu vida en sus metáforas, tan sólo
serán la voz que clame en el destierro
al que fuiste a parar, después que nadie
reconociese el eco de tus pasos
sobre tantos adioses. Un poema
dirá de ti la última palabra.
Para entonces, tal vez hayas vivido.



Poema La Memoria de María Sanz



Si quieres olvidar, si no te basta
con ahuyentar heridas y desprecios,
acuérdate del día en que un poema
te liberó del mundo y sus engaños.



Poema La Estatua de María Sanz



A un paso de la vida te sitúas.
Tienes la pierna adelantada, el busto
semidesnudo, pero el tiempo impide
que cruces unos límites, que huyas
en su nombre. Tan sólo estás a un paso
de conocer tu territorio. Sientes
tu soledad de mármol enclaustrada
entre el viento y la lluvia. Ah, si el tiempo
pasara por ti misma, liberándote…



Poema La Vanidad De Los Placeres de María Rosa Gálvez



Oigo del mundo el eco lisonjero
sonar gozoso en torno de mi mente,
y la insensata gente
veo correr en vano
sin poder halagar ningún sentido:
¿será, que la fortuna a los mortales
jamás otorgue algún placer cumplido;
o que el fastidio siga a las pasiones,
que no pueden saciar sus corazones?

Genio, que inspiras sin cesar mi canto,
yo me abandono a ti; guía mi acento;
vuela en pos del contento
que el hombre te presenta en su grandeza,
cuando engañado su vivir fatiga,
y sus tesoros por gozar prodiga.

Jamás el espectáculo pomposo
vio del sol al nacer, ni sus oídos
el canto de las aves melodioso
gozaron, cuando el orbe se ilumina;
sumido en ocio, de velar cansado,
la noche se avecina
cuando el lecho dejando lentamente,
torna de los placeres al bullicio,
con que el mundo le encubre el precipicio.

Piensa que puede amar, y ser amado;
y los deleites del amor siguiendo,
un instante engañado
vivió de su ilusión encantadora;
pero nunca gozó: desconfianzas,
ingratitud, traiciones le atormentan;
celos devoradores
le acosan sin cesar con sus furores;
y si en la variedad busca delicias,
el interés le vende sus caricias.

El lujo le previene los banquetes
que la gula inventó; soberbio en ellos
adula su deseo caprichoso
con viandas exquisitas:
naturaleza de su seno hermoso,
los dones le presenta, que cultiva
bañado de sudor el desvalido,
allí desvanecido,
de falaces amigos rodeado,
con extraños licores lisonjea
su apetito estragado,
hasta que en el desorden ya beodo
pierde con la razón el placer todo.

Envilecido entonces, degradado
del nombre racional corre aturdido
del circo al espectáculo sangriento,
en él, igual a las sañudas fieras,
del hombre perseguidas,
tranquilo goza el bárbaro contento
de ver los inocentes animales
rabiando de perecer; y si la suerte
no protege los diestros lidiadores
también sin susto ve llegar su muerte.

Si asiste del teatro a las delicias,
sólo es por vanidad; su entendimiento
desconoce del arte los encantos:
el vano lucimiento
ocupa su atención; no las pasiones
que ve representar; no las desgracias,
ni el castigo, que alcanza el vicio impío,
su corazón movieron,
de sentimientos y virtud vacío.

Alguna vez de estruendo venatorio
seguido al campo sale;
y en el placer de muerte embebecido
las libres aves su rigor destruye;
que el privilegio de volar no vale
contra el ronco estallido
de la pólvora atroz; ni el manso ciervo,
ni la tímida liebre,
ni el veloz gamo su vivir libraron;
todos perecen: ¡ay!, cuando se aleja,
rastros de sangre por el valle deja.

Corre luego al festín; el atractivo
de la danza le ofrece sus deleites;
allí en tropel festivo
los mortales alegres se abandonan:
quien, en vueltas acá y allá girando,
en sus brazos conduce la doncella;
quien, rápido saltando,
del bello sexo la pasión excita;
quien, por danzar se agita,
y a los espectadores atropella:
los ojos se deleitan, los oídos;
y el tacto encanta los demás sentidos.

En vano este delirio pasajero
su languidez desvela,
mas poderoso objeto necesita,
para gozar placer; al juego vuela,
al juego destructor; en él consume
su tiempo y su riqueza:
en sus falaces suertes pierde el oro,
que socorrer pudiera cien familias,
y deja entre las manos de un malvado,
lo que aliviar debiera al desdichado.

Si honoríficos puestos solicita,
¡cuánto a su orgullo que sufrir le espera!
La brillante carrera
de los premios emprende,
sin merecer ninguno; en ella ansioso
teme desaires, humillado ruega,
lisonjea, importuna,
y si acaso concede la fortuna
a su anhelar la injusta recompensa,
llega la senectud, y en pos la muerte
se presenta, seguida
del atormentador remordimiento,
de dolencia y terror; en vano entonces
remedios busca, por alivio clama;
el sepulcro lo llama;
baja a su seno, y su memoria en tanto
de nadie logra compasión ni llanto.

¿Y qué placer gozó? Todos huyeron
fugaces, del destino a la inconstancia;
todos en aflicción se convirtieron
cuando llegó su fin. ¿Acaso existe
algún placer durable cual la vida?
¿Acaso el mundo los consuelos niega
de recordar la dicha, aunque perdida?
No, débiles mortales;
la sagrada virtud en nuestros males
brilla, como la luz en las tinieblas;
ella conforta el corazón humano
contra la adversidad; y el poderoso,
que al triste socorrió con larga mano,
consigue venturoso
el supremo placer de hacer felices:
este es solo el deleite duradero
hasta el instante de vivir postrero.



Poema La Esposa En La Ausencia De Su Amado de María Nicolasa De Helguero Y A



¡Infausta noche oscura
en que mi amable Esposo se ha ausentado!

Por gozar su hermosura
dejaré patria, casa y pueblo amado;
herida de su amor salgo a buscarle,
y no he de descansar hasta encontrarle.

Como divina esencia
estás presente; poderoso, en todo;
pero vuestra clemencia
suspendéis, ¡oh, Señor!, y de tal modo,
que celoso de mí, Dueño querido,
para probar mi fe te has escondido.

Cual el ligero ciervo
huiste de mi vista presuroso,
y del tormento acerbo
mi pecho siente el golpe riguroso.

Más me esfuerza el amor, Dueño Divino,
y no temo los riesgos del camino.

Este desierto triste,
donde faltan de flores las alfombras,
y solamente existe
el horror pavoroso de las sombras,
a los ayes que doy, ¡dolor terrible!,
parece se conmueve, aunque insensible.

No estorbes, alto monte,
los pasos de esta amante peregrina
que deja tu horizonte
y a buscar a su Esposo se encamina.

¿Y cuándo encontrará mi fiel afecto
a mi Bien, a mi Luz, a mi Dilecto?

¿Si oyendo los balidos
de sus ovejas, a quien tanto ama,
estará en los ejidos,
pisando de los campos verde grama?

¿O en las altas nevadas serranías
compadecido de las ansias mías?

¿Si en sencillas aldeas,
fuerza de las ciudades y bullicio,
donde en tantas tareas
el útil labrador cumple su oficio?

Allí podré encontrar mi Rey augusto,
que fija en la humildad su trono y gusto.

Zagalas que en apriscos
cuidadosas guardáis vuestro ganado:
pastores que estos riscos
tantas veces habéis atravesado,

¿habéis visto al más bello peregrino,
que siendo humano tiene ser divino?

Verde prado frondoso,
matizado con tanta margarita,
¿descansó en ti mi esposo,
cuyo inmenso poder no se limita,
del Padre resplandor puro, brillante,
que antes fue que el lucero, y es mi amante?

Fresca, agradecida fuente,
que aumentas de estos valles la hermosura,
detén a tu corriente
y de mi pecho templa la amargura;
formando el cristal brillante espejo
en el que de mi bien vea el bosquejo.

¡Oh memoria!, ¡oh memoria!,
no aumentes con recuerdos mi tristeza;
me falta aquella gloria
que el Amado me daba con fineza;
dichosa con su vista descansaba,
y su aliento divino me animaba.

Apreciable tesoro,
precioso, eterno, bello y exquisito,
al rendido adoro,
por ser prenda de Vos, Dios infinito:
mis ojos no te ven, te has ocultado,
mas en ti el corazón tengo fijado.

A la tórtola amante
que en rama seca triste está gimiendo,
pero fiel y constante
desvíos de su Amado padeciendo,
excedo en el dolor, estoy herida,
y ausente de mi bien, pierdo la vida.

Las bellísimas aves
que alegres cantan al rasgar la aurora,
dejen músicas suaves,
suspendan la armonía por ahora
que el increado sol que vi en Oriente
ha escondido su luz resplandeciente.

Vuele el céfiro blando,
llegue veloz a darme algún recreo,
y del que estoy buscando,
a quien amo, a quien sirvo, a quien deso,
toque con suavidad las tiernas huellas
que el Amado estampó con plantas bellas.

¿Adónde entre las flores
sosegará mi Bien la meridiana,
gozando sus amores
el candor puro de la azucena ufana?
Mi Dueño, ¿adónde estás, adónde moras?
De tu ausencia, Señor, cuento las horas.

Todas las criaturas,
a quien disteis el ser, Rey soberano,
y son diestras hechuras
de vuestra liberal divina mano,
aunque unidas concurran a aliviarme,
no es posible que puedan consolarme.

La tempestad terrible
acrecienta las sombras dominantes,
el rasgo más temible
amenaza a mi vida por instantes;
el iris aparezca de bonanza,
pues en él solo tengo mi esperanza.

¿Cuándo aquel verde ramo
la paloma traerá de sacra oliva,
y el Dueño a quien yo amo
aliento me dará para que viva?

Ven, mi Bien; ven, Señor, y sea luego,
y cesará el diluvio en que me anego.

Romperé las fronteras,
surcaré ansiosa procelosos mares;
con quejas lastimeras
penetraré las fuerzas militares:
circundaré la tierra, siempre estable,
que me esfuerza un amor que es admirable.

Llorosa doy las señas
del bien Amado, cuando así padezco;
en poblados y en breñas
pregunto por la luz de que carezco.

Como no me responden, se acrecienta
el poderoso amor que me atormenta.

Oí la voz del Dueño,
cuyos ecos mi pecho liquidaron.

Llamé y con gran ceño
los guardias me siguieron y ultrajaron;
las del muro, aumentando mis asombros,
el palio me quitaron de los hombros.

De Sión nobles hijas
que habitáis en su centro venturosas,
a mis penas prolijas
mitigad con noticias amorosas.

¿Habéis visto en Salen mi Esposo amado,
rubio, perfecto, blanco y encarnado?

Sus labios agraciados
derraman suavemente la dulzura;
son bienaventurados
los que dichosos gozan su hermosura:
camina vencedor, y va con palma,
llevando en pos de sí toda mi alma.

Penetró mi fiel pecho
tu saeta sutil, dueño adorable,
y habiendo el tiro hecho,
te alejaste de mí, bien inefable.

Desfallezco, Señor, muero de amores;
las manzanas me cerquen, y las flores.

Vuelve, vuelve a los lazos
que finamente fuertes aprisionan:
descansa entre mis brazos,
si deliquios amantes te enamoran:
cesen iras, aparta los enojos,
vuelve a mirarme, vuelve a mí tus ojos.



Poema La Ciudad Nómade de María Negroni



Como si de tanto ser abril, abril se esfumara. Y yo, esa mujer cansada, sin
saber qué hacer con tanta huida, dónde esconder las armas del exilio y
la astucia. Al entrar, primero a un corredor y luego a un patio cuadrado
y generoso, alcanzo a ver al hombre que tal vez me enseñe a amar. Por
un beso, recogería ese umbral, ese cielo más hondo donde sueñan sus
labios, abrazaría mis lágrimas futuras, esta penosa vida que me avanza.
Pero no me detengo, el patio hierve: unos jóvenes corren, un auto frena
en seco, rugen ametralladoras, la noche clandestina, hay un algo de nup-
cias con fantasmas, de cita cantada. De pronto, dice una voz a mi lado:
?Córrete para atrás que ahí viene la ciudad.
Veo que la ciudad se acerca y pasa por delante como si fuera un río.
Una novia clara. Transcurre, de izquierda a derecha, lentamente, con su
perfil de almenas y de lumbre. Alborozada, me pregunto por dónde he
de cruzarla.



Poema Lenta… de María José Flores



Lenta
abierta y dolorosa sobre mi pecho
rosa
sangrante rosa fría



Poema Las Quimeras de María Eugenia Vaz Ferreira



Sangre bullente de las bocas rojas,
sangre que brilla
y en recónditos vasos se retrae
cuando fervientes labios se avecinan…

Paladar calcinado,
lengua de fuego
que lleva el peregrino
bajo el sol meridiano del desierto
y cuya sed no aplacan
el límpido raudal de los oasis
y el dulce jugo de los cocoteros…

Collares desatados,
lacias guirnaldas de los brazos quietos,
ceñidores de amor nunca prendidos
para estrechar los cuellos ofrendarios
y los torsos solícitos…

Cuencas de las pupilas
curiosas de figuras,
ebrias de perspectivas deslumbrantes,
conturbadas por blondos espejismos
adonde fácilmente
se borran los mirajes
como en el mar la curva de las olas
y la fugaz estela de las naves…

Placa de oro para el son propicia,
fibras de acústica sonora
por donde ruedan todas las palabras
sin imprimir sus líricas rapsodias…

Campanas mudas de los corazones,
cosas rebeldes,
también como a vosotros
más de una vez las manos me tendieron
más de una vez riéronme los labios
y se deshizo en cálidos aromas
la brasa de sus rojos incensarios…..

También como a vosotros
miráronme gozosas las pupilas,
que rayaron en tórridos incendios
con brillo de fulgentes pedrerías…

Mas seguí torvamente y tristemente
porque también me ungieron en mal hora
con sedes y ambiciones sobrehumanas,
con deseos profundos e imposibles,
y voy como vosotros
también inaccesible e impotente,
cargando con la cruz de la quimera,
ajustada a la sien ardua corona,
sin poder claudicar
y sin tocar la carne de la vida
jamás, jamás, jamás.



Poema La Rima Vacua de María Eugenia Vaz Ferreira



Grito de sapo
llega hasta mí de las nocturnas charcas…
la tierra está borrosa y las estrellas
me han vuelto las espaldas.

Grito de sapo, mueca
de la armonía, sin tono, sin eco,
llega hasta mí de las nocturnas charcas…

La vaciedad de mi profundo hastío
rima con él el dúo de la nada.



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