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Poema Primera Juventud de Juan Sánchez Peláez



Qué fuerte esperanza, me decías. Y flotábamos en las nubes del recinto dichoso. A uno y otro lado, la cascada luminosa de mi amor. Elegí el flanco justo donde brilla el río. Por breve lapso salté hacia el destello no esquivo. Ahora es el otoño que horada mi casa solitaria, el espejismo de la visión a espaldas de nuestra reina madre el sol.

De» Lo huidizo y permanente» 1969



Poema Retrato De La Bella Desconocida de Juan Sánchez Peláez



En todos los sitios, en todas las playas, estaré esperándote.
Vendrás eternamente altiva
Vendrás, lo sé, sin nostalgia, sin el feroz desencanto de los años
Vendrá el eclipse, la noche polar
Vendrás, te inclinas sobre mis cenizas, sobre las cenizas del
tiempo perdido.
En todos los sitios, en todas las playas, eres la reina del universo.

¿Qué seré en el porvenir? Serás rico dice la noche irreal.
Bajo esa órbita de fuego caen las rosas manchadas del placer.
Sé que vendrás aunque no existas.
El porvenir: LOBO HELADO CON SU CORPIÑO DE DONCELLA
MARÍTIMA.
Me empeño en descifrar este enigma de la infancia.
Mis amigos salen del oscuro firmamento
Mis amigos recluidos en una antigua prisión me hablan
Quiero en vano el corcel del mar, el girasol de tu risa
El demonio me visita en esta madriguera, mis amigos son
puros e inermes.

Puedo detenerme como un fantasma, solicitar de mis
antepasados que vengan en mi ayuda.
Pregunto: ¿Qué será de ti?
Trabajaré bajo el látigo del oro.
Ocultaré la imagen de la noche polar.

¿Por qué no llegas, fábula insomne?

De «Elena y los elementos» 1951



Poema Menos Vulnerable de Juan Sánchez Peláez



Menos vulnerable y base de rigor.
Confinado a la palidez y el grito de tu
carne,
Llama ostensible.
Óleo grave y vellocino de nácar.
Fuerza que inhibe, que resiste,
Mujer que declina honores en el país solitario.
A tientas los flancos, ¡en la espesura de aquel rumor!
A la zaga nuestra sombra.
El aleteo de la espuma sube. La mujer es de agua
reflejada.
Vive en la memoria de la piel.
Su salto en los oquedales
rehúsa respirar por la herida en mi cuerpo.
Lo dicho, dímelo,
átenos con esta lengua de tierra
la fabla matinal.

Más firme aún el sueño en el regazo profundo.

De «Filiación oscura» 1966



Poema Si Vuelvo A La Mujer de Juan Sánchez Peláez



Si vuelvo a la mujer, y comienzo por el pezón que me trae
desde su valle profundo, y recupero así mi hogar en el
blanco desierto y en la fuente mágica.

Si alzando los brazos, corto la luna.
Si pregunto: ¿y nuestro amor?
Si ella y yo nos encontramos muy ufanos.

Si la mujer sensible se inclina de nuevo a la tierra, Estrella
cálida, azul y azur.

Si se detiene bajo la lluvia, inmóvil, más inmóvil que todos
los siglos reunidos en una cáscara vacía.

Si en la grey estamos de paso y vamos aprisa. si la
vida teje la trama ilusoria. si es difícil en las
condiciones en que trabajo, ser la compasión de nadie.

Sin fingir y sin apoyo en las varillas mágicas de la loba,
no olvidas comenzar por el pezón.

Si con el mismo ojo del precioso líquido que es la tarea
de las nubes.

Si son desenvueltas mis maneras me pesa el habla.
Si no nos pillan.
Si salgo en lugar de los pensamientos.
Si borro el brote difuso en mi desvelo.
Si hace frío, si la mañana es clara.
Si vuelvo a ti, si muero, si renazco en ti.

Sí, en el interior; es mi promesa. Si esta irisada raya,
relámpago súbito, oh Solo de sed.

De» Lo huidizo y permanente» 1969



Poema Yo No Seré de Juan Sánchez Peláez



Yo no seré explícito o enigmático o tú no serás la rosa
en fuga o la piedra dura qué locura
del hoy de mi ayer que en mi mañana a menudo hora tras
hora o sea esta noche
se apagan los miembros del diamante en los ojos de mi
amante
topo una gruta impenetrable
abro mi abecedario ovillo para que en mi ademán se
filtre la luz
y cual nos viéramos mi dama y yo yendo de paseo
buzos reclusos qué ebriedad qué risa
y la arena frágil del corazón
la redonda manzana en el agua de nuestros labios.

De «Rasgos comunes» 1975



Poema Trinidad de Juan Sánchez Peláez



Cuando todos cavilan, me arrulla
Me arrulla mi melodía pueril.

Luego, me voy de súbito a una isla,
Y allí las tiendas, la pesca de ranas, la obsequiosidad de
una muchacha negra,
Me hacen formular vigilias felices;

Soplo una gran bujía:

Es el adiós sollozando en mi corazón.

El ancla que pesa al fondo del fiar.

De «Animal de costumbre» 1959



Poema Sólo Al Fondo Del Furor de Juan Sánchez Peláez



I
Sólo al fondo del furor. A Ella, que burla mi carne, que
desvela mi hueso, que solloza en mi sombra.

A Ella, mi fuerza y mi forma, ante el paisaje.

Tú que no me conoces, apórtame el olvido.
Tú que resistes,
resplandor de un grito, piernas en éxtasis, yo te destruyo,
sangre amiga, enemiga mía, cruel lascivia.

Nuestras voces de bestias infieles trepando en una
habitación suntuosa sin puertas ni llaves.
Cuando me desgarra un soplo náutico de abejas, yo pierdo
tus óleos, tus imanes, una calesa de esteras en el vergel.

Mi Primera comunión es el hambre, las batallas.
¿Rueda mi frente en un aro,
saltan mis ojos sobre la nieve pacífica?
¿Florecen campanas melodiosas en un abismo de miedo?

Después, sin designio, el rocío extiende por el mundo su
gran nostalgia de húmedos halcones.

II
Arrastrado bajo yunques sin ruidos ni caricias
Otra vez otro instante
Sepárame las tablas de mi cuerpo, los despojos
Los despojos de mi alma
Hacia una bóveda de espanto, allí crece el caos.

Entonces se interpuso un revólver
Disparado al aire tres veces
Por los ebrios del amor.

Mi amiga íntima falleció hace tres años
Por tres balas lanzadas al aire.

Ella se vestía escandalosamente para asistir a un baile de
máscaras.
Ella jugaba una partida de póker en el momento fatal.

Recuerdo a mi amiga íntima.
Estoy seguro de haberla conocido hace trescientos años.
Y olvidarla ahora mismo.

Otra vez, otro instante,
Me inunda el halo de los espectros.

III
Al arrancarme de raíz a la nada
Mi madre vio, ¿qué?, no me acuerdo.
Yo salía del frío, de lo incomunicable.

Una mañana descubrí mi sexo, mis costados quemantes,
mis ráfagas de imposible primavera.
A la sombra del árbol
de mi gran nostalgia ya comenzarían a devorarme,
ya comenzarían.

Sabedlo tú, Ondina ondulante del mar y alga efímera
de la tierra.
Un hombre alto fue al cementerio
Espantó a un perro que ladraba
Su camisa de fuerza la estrangulaba
Cayó estrangulado.

Y yo he revelado su destino a todos mis amigos
A los que conozco sin saludar, a los que saludo
sin conocer.

Yo di muerte al estrangulado
A pesar de sus signos de indeleble fatiga.

Yo frisaba cinco años de vida
¿Me engendró una cigarra en el verano?

Era un día maldito.
Mi madre no logró reconocerme.

IV
Aún la perfección, las campanas trasquiladas.
Aún quien te subyuga, Oh tú, Huésped turbado, Tu máscara
desgarra, Tu dedo es un liviano ruiseñor.
Horada una llama oculta: Sobresale tu cuerpo,
tu pudor, tu vigilia.
Grandes herméticos antepasados míos levantan mi
corazón carnívoro de langosta.

Súbeme a la claridad. Soy un
simio abyecto que necesita perdón.
Un búfalo que desciende
en el huerto leproso
sobre la espalda encendida del arcoiris.

Súbeme a la claridad.

La noche es una isla perdida
en el viraje vertiginoso de tus
corpiños.

Cielo crispado del amanecer, Erizos
desplazados, altas cimas;
Tierra mía y rocío de los papagayos y follajes
fulminantes de las palomas siderales;
Extensos brazos
benevolentes;
y tú, rosa abierta, caída
contra el resplandor negro de mis deseos.

V
Yo atravesaba las negras colinas de un desconocido
país.
He aquí el espectáculo:
Yo era lúcido en la derrota. Mis antepasados me
entregaban las armas del combate.
Yo rehuí el universo por una gran injusticia.
Tú que me escoltas hacia una distante eternidad:
Oh ruego en el alba, cimas de luto, puertas que
franquean tajamares de niebla.
Salva mis huestes heridas, verifica un acto de
gracia en mis declives.
Pero, ¿qué veo yo, extenso en una maleza de tilos
imberbes? Un glaciar cae lánguido
en el césped.
El mármol se despide del hombre porque éste
es una estatua irreverente.

VI
Blandiendo un puñal de vidrio entre las sienes
Pasean los soldados, los herreros, las razas de color, las
mujeres melancólicas
Por los canales pardos del arcoiris, encallados a riberas
de bruma
A la aventura celeste de los cinematógrafos, al pequeño
monumento de las aves estelares.

Un sueño los hace distintos a la realidad
Un murciélago desconocido los hizo visibles a la vida.

Y después, ¿te acuerdas?
Yo me acuerdo
Tu madre subyugada por tu padre.
Y después, ¿te acuerdas?
Yo me acuerdo
Todas las madres del mundo subyugadas por todos los
padres del mundo.
Y después, ¿te acuerdas?
Yo me acuerdo
Todas las madres del mundo divorciadas de todos los
padres del mundo.

Y el primer día le daban palmaditas a tu hombro
Y el segundo día le daban palmaditas a tu vientre
Y el tercer día le daban palmaditas a tu frente
Y el cuarto día no tenías hombro
Y el quinto día no tenías vientre
Y el sexto día no tenías frente
Sino enigmas inválidos,
enigmas a flor de piel.

Tú seguías mi ruta: El diluvio de mis besos
a la deriva de la vía láctea
El ala colérica de mi sangre
Una bandada de rojos insectos roedores de tiniebla.

Tú me decías: «Encima del cielo hay una
encrucijada de bosques feéricos
Encima de la nieve está el cadáver taciturno de mi lengua
Y la magia del mundo en los brazos abiertos del amor».

Barcas bélicas de mis pies vegetales
Con una campana sumergida estrella del vino
Nombres extraños, ríos
glaciares, vertientes impalpables
caballos de franela con dos dedos de frente
Que una mujer desnude su alma
Su cuerpo y su alma
Al borde de los astros parpadeantes

Que construya a golpes martirizantes de olvido
Un fantástico jardín con salamandras ebrias.

Nada es tuyo, nada puede socavar tu sed terrestre
Nada es mío, sino perforación de muerte, sino escombros
indispensables para que negligentes, olvidadas fuerzas
orgánicas canten su iluminada redención.

Pan de leche de la luna, oscuro temblor de los cereales
Precipicios de nubes que ahogaron mi rostro dormido
entre las aguas

Declárame vacío en mi tregua, en mi locura
Declárame culpable.
El dedo perfumado del aire
Señala las orejas dementes del amor.

Tú frunces el ceño, tú eres honorable
tú escuchas música en los cañones de pólvora del
firmamento.

Cuando un navío silencioso corte en dos
el paisaje cruel de mis labios
Cuando se extingan mis vísceras
hallarán un grito perdido.
Las plumas perfumadas de un taciturno gavilán.
Un mundo hostil.
Un mundo desaparecido.
Encajes azules que flotaron a merced del lodo y la
lluvia
Un insecto en la mesa de los burgueses
Animales palurdos que arrastran sombríos catafalcos
Enigmas inválidos
Enigmas a flor de piel
Recuerdos de estrellas estériles
Negros túneles de dicha distraída
Perros domesticados
Perros de lujo, melancólicos y melifluos
Sobrevivientes sordas y difuntas melodías suspirando
un aire de tibia lavanda
Mientras mis sienes terrestres desconocen
Tu vestido de nácar
Donde no aparecen las llaves
Del Exterminio.

VII
¿Cuántas veces ahogado por tus brazaletes mágicos,
Las palmeras seniles de la lluvia me desatan?
Me extiendo sobre la fuente gris de un sollozo.
Las aguas en el sueño tienen otro ámbito más pleno.

¿Cuántas veces mi fidelidad es prisionera de tus ojos?

¿Hacia dónde su grito de mujer, Oh Noche, para
levantar en mí esta bóveda chorreante de sed, Mi
primitivo deseo?
Si su cuerpo es joven y tranquilo,
Ella se adelanta a mis párpados, con el salto de
un jaguar.
Pero Ella me conoce.
Y golpea con su sangre mis brazos;
La trompeta invisible de su luz: Lanzada en mi cenit.

Tú que huyes hacia un día de sol,
Escúchame.
Escúchame.
Este árbol no es un árbol.
Este muro no es un muro.

Entonces deslicé en mi boca, Los
pétalos dúctiles de tus senos.
Eso fue todo.
Como una antorcha que ardía y ardía bajo la
Hierba.

De «Elena y los elementos» 1951



Poema Transfiguración Del Amor de Juan Sánchez Peláez



Ella, la heroína de los infiernos
Desenvuelve en el hombre
Virajes de la cabeza
Como los reyes en una postal.

En un pie la esquila de los niños
En mi boca una punta de sol frenético
Como la mancha dorada
En la muerte,
Como el mensaje de los paraísos
En las túnicas dormidas con libertad
Transforma el bosque en guante de ruiseñor
En uvas de nieve,
En la conspiración
Que mencionan sus manos.

El que barniza la sombra allá está el más puro enigma
Para esconderla en el interior del Océano
Las sienes devueltas al aire feérico
Bajo una playa trazó señales en el desencanto
Esperando el vértigo que fluía de esa crisis nupcial
O cada extravío entre bahías florecientes
En las oleadas que gravitan al alba
O una copa llameante a la izquierda para alcanzar el
Misterio.

De «Elena y los elementos» 1951



Poema Profundidad Del Amor de Juan Sánchez Peláez



Las cartas de amor que escribí en mi infancia eran memorias
de un futuro paraíso perdido. El rumbo incierto de mi
esperanza estaba signado en las colinas musicales de mi
país natal. Lo que yo perseguía era la Corza frágil, el lebrel
efímero, la belleza de la piedra que se convierte en ángel.

Ya no desfallezco ante el mar ahogado de los besos.
Al encuentro de las ciudades:
Por guía los tobillos de una imaginada arquitectura
Por alimento la furia del hijo pródigo
Por antepasados, los parques que sueñan en la nieve, los
árboles que incitan a la más grande melancolía, las puertas
de oxígeno que estremece la bruma cálida del sur, la mujer
fatal cuya espalda se inclina dulcemente en las riberas
sombrías.

Yo amo la perla mágica que se esconde en los ojos de los
silenciosos, el puñal amargo de los taciturnos.
Mi corazón se hizo barca de la noche y custodia de los
oprimidos.
Mi frente es la arcilla trágica, el cirio mortal de los caídos,
la campana de las tardes de otoño, el velamen dirigido hacia
el puerto menos venturoso
o al más desposeído por las ráfagas de la tormenta.
Yo me veo cara al sol, frente a las bahías mediterráneas, voz
que fluye de un césped de pájaros.

Mis cartas de amor fueron secuestradas por los halcones
ultramarinos que atraviesan los espejos de la infancia.

Mis cartas de amor son ofrendas de un paraíso
de cortesanas.

¿Qué pasará más tarde, por no decir mañana? murmura el
viejo decrépito. Quizás la muerte silbe, ante sus ojos
encantados, la más bella balada de amor.

De «Elena y los elementos» 1951



Poema Posesión de Juan Sánchez Peláez



los témpanos engullen gaviotas en mis caricias.
El mundo pesa inicuo y solemne en mis raíces.
Acepto tus manos, tu dicha, mi delirio.
Si vuelves tú, si sueñas, tu imagen en la noche
me reconocerá.
Te encamino al talud campanular de mis venas.
Mi sangre de magia fluye hacia ti, bajo la
profecía del alba.

De «Elena y los elementos» 1951



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