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Poema El Ahogado de José Carlos Becerra



un gancho de hierro
y se jala,
su expansión lo desmiente al subir
el agua que lo chorrea
lo
mueve
de
los
hilos
de su salida al escenario

en el muelle los curiosos
miraban ese bulto
donde los ojos de todos esperaban
el pasadizo extraviado del cuerpo

gota a gota el cuerpo caía
en el charco de Dios,
alguien pidió un gancho de hierro
para subirlo,
cuidado ?dijo uno de los curiosos ?
la marea lo está metiendo debajo
del muelle,
un gancho de hierro
había que sujetarlo con un gancho
había que decirle algo con un gancho
mientras el sucio bulto
flotante
caía
gota
por
gota
desde la altura donde lo desaparecido
iba a despeñar una piedra sobre nosotros.



Poema Ejecuciones (iii) de José Carlos Becerra



Alguien dice algo que sólo puede escuchar a través de sí mismo.
Alguien apaga la luz de esa habitación vacía pero antes de cerrar la puerta vuelve a encenderla al alejarse por el pasillo,
mirando en el umbral de los días que vienen cama revuelta, papeles y libros sobre la mesa.

Alguien camina a tu lado,
como cuando el actor se vuelve al público, el actor que tiene que hacer la pregunta se vuelve para el entrelazamiento de lo oscuro avanzando paso a paso,
de un modo común sin dar importancia, mientras el ruido del viento en las ramas y el zumbido de los autos pasando y el peso de la sobra entre las manos de la luz crean y reviven
las antiguas señales, las máscaras para caminar por el escenario,
porque los actores tienden a manifestarse en aquello que no existe fuera de ellos, agujeros de lo monstruoso
donde el viento mueve la cola,
agujeros donde lo invisible y el ruido del follaje intercambiando presencia o redes para cazar mariposas o discursos
dirigidos a nadie, sumergidos en un nadie infinito o forma
en que el ruido expresa al silencio, o sea en la pregunta mientras vas caminando a mi lado y lo oscuro se anticipa
a formularnos el vacío como ramas moviéndose.

Habitación silenciosa y oscura siguiéndole la corriente a esa voz que el aire de la noche mueve como una rueda o rama, mientras
vas caminando a mi lado hablando
y hablando para conquistar tu derecho a roerte las uñas a la deriva de objetos que son el haz de tu cuerpo cuando la luz de neón de los arbotantes apetece lo inmóvil de su propio fantasma, al borde
de las hojas traslúcidas, mientras
alguno de los dos
llega a la cima
de la última frase
se detiene. ¿Tardaron
entonces en comprender lo que ya no se dirían?, ¿hablaron
asuntos tediosos, detalles triviales?
¿Qué gesto, astilla
nocturna, qué cama revuelta, oh sí,
no mencionaron?

En la cima, última frase, alguno
de os dos, nosotros dos, probó su escudo.
El otro, lanzo el golpe a ciegas.



Poema Ulises Regresa de José Carlos Becerra



La frase que no hemos dicho,
cierta respiración de la boca en el apetito del sueño,
el silencio que comienza como una bandada de pájaros;
yo he depositado esa frase en el plato donde nos sirven la
cabeza del Bautista.

Estoy aquí después de extraviar mi mejor ofrecimiento,
aquí la escondida aptitud del metal con que los dioses antiguos
desnudaban la desgarradura del mundo,
el crimen como un acto fallido de amor,
la cicatriz invencible de la muerte, la vieja destreza de los labios
colectivos,
el llamado del mar, las señales del pájaro sepultado en su vuelo.

Orden diurno no puedo darles de mí;
en mi esqueleto, en mi atrocidad lunar, lo que brilla es la escasa
sangría
que aún queda de mis astros:
el punto más pequeño y débil de mi frase es un vago movimiento del
agua después del naufragio,
cuando todo ha desaparecido de la superficie
y el propio ritmo del mar adquiere la soltura de ciertas ausencias.
Y este desafío verbal, este arranque del alma,
este cuerpo a cuerpo de la noche con la leyenda
mientras la oscuridad toma la forma de los árboles, de los rostros
entregados a la apariencia del beso,
aún este tiempo nos deja oír el mar,
el antiguo quejido de las playas como una humanidad tolerada por
el sueño de sus dioses
y por el golpe de puñal de sus mejores asesinos.

El sabio desconfía del sabor a selva del alma,
del cuerpo que se baña en la súplica de su propia carne espumando
congoja
de la mujer arrodillada ante lo abstracto del falo;
por ¿qué significado pedían ustedes a la noche?
¿Qué oscura razón de vivir aterraba nuestros labios
mientras la yerba nocturna crecía en vuestros ojos?

Y ese amanecer que alguien lleva en los brazos como un cacharro
que gime débilmente,
crecerá cuando el sol se tope con su propia sombra
y un cultivo de llagas sedientas establezca en los pechos la curva de
la Historia.

Todos sabemos de alguna manera que el terror es una pasión sagrada,
una puesta en escena de nuestra propia inocencia
y de nuestra propia revelación.
Todos sabemos de esta boca alucinante que también está en nuestros
labios silenciosos,
todos sabemos de esa mejilla pálida con que a menudo designamos
la actitud de la tarde.

Una música antigua se oye a lo lejos
y el silencio enciende el fuego de la vejez en el brasero de nuestras
casas.



Poema Temblorosa Avanza Siempre de José Carlos Becerra



Porque tú eres puente, porque tú eres el rumor de las aguas;
ansiada buscadora de aquello que el deseo avanza,
eres el refuerzo con que amanece,
eres la luz del mar entregada a su propia creación,
absorta en el eco de su belleza.

Abandonada a tu belleza, roída por el candor,
enternecida por el ocio de tus astros, llevada por la fuerza de tus apariencias,
eres el rumor de hojas
que el viento dice al oído del bosque.

En ti están todos los sitios del recuerdo, los túneles donde la memoria se debate atrapada,
el aleteo del crucificado y la otra cara del designio,
la verdad oblicua del alma y la jactancia y la vacilación,
y eres la playa donde el mar se hiere las manos
por asirse a la tierra.

En tu corazón un pájaro vuela hacia la noche.
Tú te miras en el espejo como en una adivinanza,
golpeas en tus muros, piensas que amas las flores,
escuchas el ladrido de tus perros en el jardín,
pero no es nadie aún.
Piensas en mí, alguien apresura el paso dentro de tu alma
y así en tu rostro el amor se confunde con la noche.



Poema Ritmo De Viaje de José Carlos Becerra



Este cuerpo que yo acaricio lentamente extendiendo la noche,
este cuerpo donde yo he penetrado en mi propia distancia,
en mi sofocamiento de sombra.

Este vientre donde el amor abarca a la noche,
estos senos donde la luz altera los signos,
este cuerpo al que ahora me entrelazo, este cuerpo al que ahora me solicito.

Este cuerpo conmigo se traspone, se vence,
se lleva consigo a la noche y sus altares,
sus caminos ardiendo por su propia señal,
su oleaje, sus costas encendidas…

Esta mujer donde la noche descifra sus juegos ocultos,
este amor al que no debemos llamar amor sino adentro de sus aguas.
Este amor, este amor,
este instante donde el infinito es la obra de los que se aman,
de aquellos que llegan al estanque de cada caricia como buzos sagrados.
Este ritmo, este ritmo de viaje,
esta navegación entre la bruma,
todo lleva consigo su bandera extraviada,
su aurora boreal…



Poema Relación De Los Hechos de José Carlos Becerra



Esta vez volvíamos de noche,
los horarios del mar habían guardado sus pájaros y sus anuncios de vidrio,
las estaciones cerradas por día libre o día de silencio,
los colores que aún pudimos llamar humanos oficiaban en el amanecer
como banderas borrosas.

Esta vez el barco navegaba en silencio,
las espumas parecían orillar a un corazón desgarrado por los hábitos de la noche.
Algo teníamos en el tumbo lejano de las olas,
en la vaga mención de la tierra que en la forma de un ave el cielo retuvo
un momento en la tarde contra su pecho,
algo teníamos en el empuje ahora sosegado, fresco y oscuro de las mareas.

Más allá del mensaje radiado por los cabellos de los ahogados,
de la bajamar que deja grises los labios como el dolor inexperto,
de las maderas podridas y la sal constituida por el crimen de las aglomeraciones solitarias,
del pecho marcado por el hierro del silencio; más allá,
el chillido del pájaro marino que demuele la tarde con un picotazo en el poniente,
la mujer que atraviesa la noche con una inscripción azul en los ojos,
el hombre que juega distraído con el amanecer como con un cuchillo filoso y deslumbrante.

Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas,
la respiración apaciguada de los dormidos como si no descansaran sobre el mar,
sino a la sombra del hogar terrestre.
Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas,
el ritmo latente del otoño que se acerca a la tierra para enumerarla.

Así nos tendíamos en el túnel secreto del amanecer,
alcobas que nos asumían fuera de horarios,
hoteles señalados para dormir bajo el ala del invierno,
en el recuerdo contradictorio que se establece en nuestro corazón como un depósito de estatuas.

Sólo hablábamos debajo de la sal,
en las últimas consideraciones de la estación lluviosa, en la espesa humedad de la madera.
Sólo hablábamos en la boca de la noche,
allí escuchábamos los nombres que las aguas deshacían olvidando.
Mi camisa estaba llena de huellas oscuras y diurnas,
y la Palabra, la misma, devorando mi boca,
comiendo como un animal hambriento en el corazón de aquel que la padece y la dice.

Yo miraba igual que los ríos,
verificaba las rotas murallas, los andrajos humanos que la eternidad retiraba de la muerte
igual que retiran el vendaje de la herida curada.
Yo descubría pasos en el amanecer
y me cegaba aquel silencio que como mano oscura
parecía cubrir la vida de todo lo dormido.

También el mar volvía, volvía el amanecer con su cabeza incendiada.
Y yo reconocía en el olor de la brisa la cercanía de las estaciones,
el lenguaje que despierta en la boca de los dormidos
como un enjambre de insectos húmedos y brillantes.

Y tú también volvías, volvías de alguna forma de mirar, de algún desenlace;
vana donde tu cuerpo carecía de espacio, en tu propio centro de navegación,
en ese espacio que tu tristeza concedía al rumor de las aguas.
Incorporabas tus ojos al desenlace nocturno,
meditabas tu sangre en todos los espejos penetrados por el animal de la niebla.

Y eras tú, de pie en tus ojos, como aquella que alimenta su desnudo con viento,
tú como la inminencia del amanecer que rodea con un corazón amarillo a los labios.
Tú escuchando tu nombre en mi voz como si un pájaro escapado de tus hombros
se sacudiera las plumas en mi garganta;
desenvuelta y solitaria, con entrecerrada melancolía, mirándome.

Y éramos los dos asiduos a las lluvias que desentierran en
esa pregunta que pesa tanto en los labios, el otoño al abismo,
que cae al fondo de nuestra voz sin remedio
o se agazapa en un rincón oscuro como un perro asustado
al que es inútil llamar dulcemente.

Y sin embargo, allí estábamos,
allí estábamos cuando las manos se enlazan y rozan al corazón soñoliento
como una suave advertencia,
en esa búsqueda, cuando el presentimiento de los cuerpos son los labios.

Cuerpo de viaje cuya mejor señal es una cicatriz de nube,
tú también habías escuchado en quién sabe qué momento del sosiego nocturno,
ese rumor de tela que va enlazando al océano cuando amanece,
esa primera tibieza destinada sólo para los cuerpos enlazados.

El primer rayo de sol ya ponía su adelfa en el agua,
y un roce de astros, de manos más pálidas que el esfuerzo de atardecer,
aún tocó el horizonte que el mar retiraba.

Esta vez volvíamos,
el amanecer te daba en la cara como la expresión más viva de ti misma,
tus cabellos llevaban la brisa,
el puerto era una flor cortada en nuestras manos.



Poema Por El Tiempo Pasas de José Carlos Becerra



Por el tiempo pasas, lo cruzas, sales de él,
rozas la superficie de la muerte
y distraída sigues hacia donde no sé si sigues.

Eres tú la que cruzas el tiempo,
la que aparta a la muerte como si se tratara de una cortina,
la que se destapa el espejo como si se tratara de una lata de cerveza que luego te bebes y la arrojas vacía sobre el asfalto.



Poema Movimientos Para Fijar El Escenario (i, Iii, V, Vii) de José Carlos Becerra



I

Para que el Paraíso Perdido pueda salir del sombrero,
y la Historia se desprenda como una máscara de los rostros de los muertos,
es necesario tomar este escenario por asalto.

Consideremos, por principio, la trama que nos rodea.
Más allá de la lluvia, los árboles del parque se buscan el verano en los bolsillos,
y el viento es el plumaje de un pájaro que cada vez que existe se marea,
aún a pesar de las ramas de todos esos árboles, que parecen ponerle un ?hasta aquí? al vacío,
más allá o más acá de esta lluvia que sirve de telón al escenario,
donde el mago se quitará el sombrero de copa para inventar que tiene un sombrero de copa,
para inventar que es el mago que toma por asalto el escenario,
donde los rostros de los muertos resbalan como una máscara de cera, que arrastra tras de sí
el curso derretido de la Historia.

Pero aún entonces el Paraíso Perdido bien puede quedarse dentro del sombrero, entre una paloma y un reloj.
La paloma debe salir a investigar si la lluvia ha cesado,
el reloj debe quedarse para marcar el tiempo que la paloma empleará en no regresar nunca.
Y el Paraíso Perdido entre la paloma y el reloj, se transfigura en el pañuelo de colores con el mago,
una vez terminado su número, se sonará las narices.

Delante de los árboles del parque el telón de la lluvia baja lentamente.
Entre el pasto las bestias cabecean embriagadas por la humedad desconocida que, junto con la ausencia de la paloma,
vuelven al interior del sombrero de copa del mago.

La Historia sopla el cuerno de caza,
y el mago nos saluda desde el escenario.

III

Lo que endurece al árbol es el aire quedado en las ramas,
los restos del movimiento de las alas del pájaro y el calor que consienten las nubes al mediodía,
la mano del verano metida entre las hojas como el cuerpo
de un animal que habita sedosamente en la copa del árbol.

No importa si la lluvia propone,
ablandar ese orden que la madurez de los frutos no intercepta, ya que caen al suelo a su rodado tiempo.
El árbol está inmóvil y sin embargo se mueve,
gira y es en su sombra donde encuentra su lecho, su estuche que la luz abre y cierra,
y el aire que se endurece entre sus ramas
bien puede despertar al contacto sedoso del animal parecido a la mano del verano.

Porque se hace sólido, se vuelve rama ese aire, combinación de altura con curva de tierra,
el fruto que es instado a madurar,
debe mostrar el tiempo con su peso en el viento que está inmóvil
dentro de la fragancia,
donde la muerte es breve rechazo ya absorbido.

V

Lo que no desordena, no bebe en sus riesgos.
Abierto está el silencio como una mano entre las hojas de los árboles
como una realidad perdida por el viento.
Quiebre o resurrección para esa rama donde el otoño ha hincado los dientes,
la luz inmóvil para ese Paraíso Perdido a destiempo donde la imaginación
o su imitador, el recuerdo,
se llena de burbujas como los pulmones de un ahogado que desciende.

Todo ha ganado allí sin embargo su obstinación de hueso,
su forma de mano que aun al negarse puede asir, dar molde de posesión a lo que toca.

Quien ya no ama está cuidando su ganado en silencio,
se está sirviendo en silencio su comida en el plato,
y en su recuerdo, al árbol ya no le crecen ramas,
y el aire hace que la transparencia salga a flote sin que la estatua pierda el equilibrio.

Hordas de transparencia pastan alrededor de ese silencio.
Así todo reposa sin que nadie atice la hoguera,
sin que nadie deje que en su interior el árbol tome la forma que el deseo hizo suya al convertirse en puente entre luz y ventana.

Así todo fondeado,
sin que nadie solicite furia mayor por lo que no ha de venir, por lo que no pide ocultamiento.

VII

No es esa luz que sube lo que abajo extrema la sombra,
no es esa luz como un escarceo inmóvil, como una filtración que escurre hacia arriba,
no vaticina, no adelanta, no tiene un pie aquí y otro
en el tiempo que le falta.

A través de esa luz que muy bien puede no estar encendida, la sombra da de sí hasta colmarlo todo,
a través de esa luz desconocida hay un rayo de sombra que sin tocar rechaza.

Romper la cerradura de ese tiempo donde luz y sombra no representan ni se excluyen,
es abrir una puerta que no es repetición ni espacio faltante.

Es sólo una mirada ante su espejo
un rostro que aparece porque puede empañar, borrar con vida todo aquello que no tiene raíz dentro del espejo.
Es sólo el sombrero de copa de un mago, que nos saluda desde el escenario.
Entonces esa sombra tiene su propia luz y como sombra tiene que iluminar,
entonces alguien enumera todo lo reunido, esperando soñarlo algún día.

Enero-diciembre. 1967



Poema Memoria de José Carlos Becerra



He vuelto al sitio señalado, a tu rastro de aguas amargas;
el atardecer ha caído al fondo del mar como un pecho muerto
y una campana da la hora cubriéndome de espuma.

Vuelvo a ti,
el otoño y el grillo se unen en la victoria del polvo.
Vuelvo a ti, vuelves a la caída, al primer acto.

Te levantaste de tus ojos con un golpe de amor en la frente,
con una piel de yerba que la mañana quería.
Te levantaste envuelta en tu tiempo,
todavía no arrollada por tu desnudez, por tu boca que se convierte
en una caída de hojas que el bosque padecerá oscureciéndose.

Te levantaste de lo que sabías,
de lo que olvidabas como se olvida la lanzada del mar
y un día nos despierta su ruido profético.
Te levantaste de tu frente
que era el horizonte elegido por la noche para su desembarco.

Yo esperaba, la noche se abría como un abanico de humo y conjuraciones
el rey muerto que llevamos dentro
se rió en el fondo de su ataúd de lodo.

Yo esperaba. Oía el retroceso, lo repentino del avance.
Nombraste mi pecho con un esguince nocturno,
la luz hacía en tus ojos su tarea oscura,
de pronto me miraste, ¿desde dónde?
¿Desde tus ojos que me veían o desde tus ojos que no me veían?
Y naciste bajo tu desnudez con un movimiento de agua y recuerdos.

A la hora del enlace de cuerpos, a la hora del brindis,
a la hora de la lágrima plantada en el jardín prohibido,
en la nada promiscua de las historias olvidadas,
en una brusca pregunta, en las conversaciones fatigadas,
en el modo como te quitaste los guantes:
?¿Te acuerdas?? dijiste avanzando.

Ese obsequioso silencio, esa pausa levanta polvo en tu corazón.
El tiempo reunido en una mano, en un guante que cae haciendo señas
por una ladera de palabras dormidas.

?¿Te acuerdas?? dijiste.
La palabra, el movimiento de la carne sobre el pecho de la tierra,
el idioma que la noche deja caer en los ojos como un puñado de piedras preciosas,
piedras que se convierten en guantes que caen.

Fruto prohibido y dieta recomendada por hábitos nuevos.
La mentira bosteza engordando,
el cansancio estira su lengua para cantarnos al oído.
La noche despierta en el muladar que los locos heredan,
la luz de mercurio petrifica en las calles gestos olvidados;
yo miro la ciudad desde la terraza,
la luz de los autos hundiéndose en el irremisible momento,
en el tiempo que aún sostengo con un vaso en la mano,
en el tiempo que despide tu rostro naciendo,
en el tiempo que hace del movimiento y la caída
el sólo momento.

?¿Te acuerdas?? dijiste.
Respiraste tendida, tus ojos se cerraron en la llegada del mundo.

La noche llegó en tu corazón, tú regresaste.
Rastro de alas dolorosas, de límites caídos al agua.

?¿Te acuerdas?? dijiste quitándote los guantes.

?¿Te acuerdas?? dijiste abriendo los ojos.



Poema Las Reglas Del Juego de José Carlos Becerra



Cada uno debe entrar en su propio degüello, cada uno retocando su respiración, cultivando sus excepciones a la regla, sus moluscos solares,
haciendo sus abstinencias más inclementes y más diáfanas
porque la luz debe romperse allí, la eternidad debe dejar caer un guijarro en ese gemido.

Recuerden la niñez de vuestra madre, la niñez de vuestra muerte;
solitarios del mundo y de todos los deseos,
inoculados por el lagarto y el pájaro que se enfrentan en todas las intenciones de la sangre.
Ustedes han sentido la máscara y la falsificación de la máscara: el rostro
en los invernaderos de las pequeñas, inútiles ceremonias que todavía nos conmueven.

Bajo la luz de una luna parecida a la desnudez de las antiguas palabras,
escuchen este ritmo, esta vacilación de las aguas,
la noche está moviendo sus ruedas oscuras, estas palabras llevan ese significado,
y yo me dejo arrastrar por aquello que quiero decir: aquello que ignoro,
y he aquí que la frase delibera su propio silencio.

Oh noche casual de estas palabras,
oh azar donde la frase regresa a su silencio y el silencio retorna a la primera frase,
en el lenguaje aparecen de nuevo los primeros caracoles, las primeras estrellas de mar,
y las bestias de la niebla ponen su vaho en los nuevos espejos.

Aquel que diga la primera palabra dejará caer el primer vaso,
aquel que golpee su asombro con violencia verá aparecer el fuego en sus cabellos,
aquel que ría en voz alta será el primero en guardar silencio,
aquel que despierte antes de tiempo sorprenderá a su esqueleto haciéndole señas extrañas a los árboles;
y el mar, como un síntoma interrumpido, vuelve de nuevo a oírse a los lejos
y en su respiración otra vez escuchamos el ruido de esa puerta
que bate azotada por el viento del infinito.

Nace la luna sobre el mar como una antigua mirada del hombre.

En el puerto se van encendiendo las primeras luces.



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