poemas vida obra jordi doce

Poema Blue Hotel de Jordi Doce



Al hilo de la siesta las callejas se adensan
en un silencio impenetrable; es entonces
cuando, en este verano solícito, la luz
ensaya su apariencia más palpable
y gravita tenaz sobre el asfalto,
confirma las virtudes del sosiego.
Crecen en esta hora extrañas formas
de la belleza: el fardo demudado del aire,
la quietud de metal de las ramas, la terca
grisalla de estos muros que la hierba puntea.
Miro el conjunto con desgana
desde el abrigo fiel de nuestro cuarto
y me miro igualmente a su través:
apenas una sombra en el cristal,
un súbito estremecimiento,
este molino en la cabeza
que me recuerda el tiempo transcurrido.
Tendida entre las sábanas, casi desnuda,
te desperezas vacilante,
con gestos tan fingidos que tú misma sonríes.
Tomo conciencia entonces de mi cuerpo
y me aguija esta rara semejanza
con las cosas que ahora nos rodean:
así las calles o mi cuerpo, tanto da,
la gris materia inerte
a manos de la luz o de tus manos,
lo que espera a vivir, y a vivir con violencia,
en el seguro pálpito que envuelve y enardece.



Poema Árbol de Jordi Doce



Abro la puerta, y el olor del agua
al horadar la tierra entra en la sala:
lento vapor que liga el aire y deja
una semilla de alegría
en la piel:
pasan las horas,
la lluvia no remite,
la semilla se ha vuelto tallo
y se enrosca en torno a mi cuerpo;
afuera llueve, pero un sol se alza
ante mis ojos, que ya olvidan
el gris vencido de la lluvia:

árbol que ofrece luz, no sombra,
bajo sus ramas
sonrío, sin saber por qué sonrío.



Poema Amanecer Con Tejo de Jordi Doce



En sombra, este ramaje
dispone celdas, redecillas,
calladas oquedades
de una penumbra
que la escarcha humedece apenas
con lengua terca y desprendida.
A espaldas de la luz
principiante,
mientras ladran los perros a lo lejos
y el íntimo rumor del aire
aviva los matojos de las lindes,
cuánta noche se anuda aún
en su corteza atenta
como una palabra no dicha,
como una sílaba prohibida
que el alba sólo atina a remedar
con voz y cuerpo largo
de calina.
Grávida, la mañana
desciende, se detiene junto al tronco
como enhebrada a su perfil
negro, fijo,
nocturno,
de dueño que reclama
sin prisa a su lebrel.

También sin prisa, yo los miro
absorto en la terraza, con palabras
que el silencio propone
como ciñe el ramaje
esa luz que despierta y, breve, se despereza
tras la primera nube fugitiva.



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