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Poema Historia En Versos de John Keats



Lo hermoso es alegría para siempre:
su encanto se acrecienta y nunca vuelve
a la nada, nos guarda un silencioso
refugio inexpugnable y un reposo
lleno de alientos, sueños, apetitos.
Por eso cada día nos ceñimos
guirnaldas que nos unan a la tierra,
pese a nuestro desánimo y la ausencia
de almas nobles, al día oscurecido,
a todos los impávidos caminos
que recorremos; cierto, pese a esto,
alguna forma hermosa quita el velo
de nuestro temple oscuro: talla luna,
el sol, los árboles que dan penumbra
al ganado, o tales los narcisos
con su universo húmedo o los ríos
que construyen su fresco entablamento
contra el ardiente estío; o el helecho
rociado con aroma de las rosas.
Y tales son también las pavorosas
formas que atribuimos a los muertos,
historias que escuchamos o leemos
como una fuente eterna cuyas aguas
del borde de los cielos nos llegaran.

Y no sentimos a estos seres sólo
por breve lapso; no, sino que como
los árboles de un templo pronto aúnan
su ser al templo mismo, así la luna,
la poesía y sus glorias infinitas
cual una luz alegre nos hechizan
el alma y nos seducen con tal fuerza
que, haya sombra o luz sobre la tierra,
si no nos acompañan somos muertos.
Así, con alegría, yo refiero
la historia de Endimión (…)

Versión de Gabriel Insuasti



Poema Feliz Es Inglaterra de John Keats



¡FELIZ es Inglaterra! Ya me contentaría
no viendo más verdores que los suyos,
no sintiendo más brisas que las que soplan entre
sus frondas confundidas con las leyendas grandes;
pero nostalgia siento, a veces; languidezco
por los cielos de Italia; íntimamente gimo
por no hallarme en el trono de los Alpes sentado,
para olvidar un poco lo mundano y el mundo.
Feliz es Ingtaterra y dulces son sus hijas,
sin artificio: bástame su encanto tan sencillo,
sus blanquísimos brazos, que ciñen en silencio;
pero en deseos ardo, a menudo, de ver
bellezas de mirada más honda, y de sus cantos,
y de vagar con ellas por aguas del estío.

Versión de Màrie Montand



Poema Escrito Antes De Releer «el Rey Lear» de John Keats



¡Romance de dorada lengua y laúd suave!
¡Oh sirena de bellas plumas, lejana Reina!
Tus melodías deja en este día crudo,
cierra tu libro añoso y quédate callada.
¡Adiós! Pues que, de nuevo, ya la enconada pugna
entre dolor de Infierno y apasionado limo,
ha de abrasarme todo; y probaré de nuevo
esa dulzura amarga del fruto shakespiriano.
¡Poeta Rey! Y nubes, vosotras, las de Albión,
creadores de nuestro profundo, eterno tema:
cuando cruzado hubiere el robledal antiguo,
no dejéis que divague por algún sueño inútil,
y, consumido ya del Fuego, dadme nuevas
alas de Fénix para mi vuelo deseado.

Versión de Màrie Montand



Poema De Puntillas Anduve de John Keats



(fragmento)

De puntillas anduve por un pequeño monte.
daba frescor el aire y corría tan leve,
que los dulces capullos, con orgullo modesto
y languidez, doblando, en una breve curva,
sus tallos, con las hojas escasas y abusados,
no perdieron aún la estrellada diadema
recogida del día en su primer sollozo.
Puras eran y blancas las nubes, como ovejas
trasquiladas, saliendo del arroyo. Dormían,
dulces, en los bancales del azul; deslizábase
un estremecimiento silencioso en las hojas,
nacido del suspiro que exhalaba el silencio,
pues no se hubiera visto ni un moverse menudo
entre todas las sombras de la hierba, inclinadas.
Al ojo más voraz, largo vagabundeo
ofrecíase en torno, entre las cosas varias:
reseguir el cristal del lejano horizonte
y descubrir las líneas de su borde, indecisas;
imaginarse raros, caprichosos meandros
del sendero del bosque, interminable y fresco;
en los fondos umbríos y en salientes hojosos,
adivinar por dónde frescores busca el río.
Miré un poco, y tan ágil y libre me sentía
como si, abanicándome, las alas de Mercurio
hubiesen en mis pies retozado: era leve
mi corazón, y muchas delicias de mis ojos
me estremecían. Púseme a hacer un ramillete
de esplendores brillantes y suaves: leche y rosa.
Una mata de flores de mayo, con abejas:
¡ah! no faltará, cierto, en los recodos dulces;
que el lozano laburno sobre ellas se vierta,
y, junto a sus raíces, altas hierbas las guarden
frescas, húmedas, verdes; y den sombra a violetas
para que al musgo prendan en la red de sus hojas.
Un seto de avellanos, que ciñen zarzarrosas
y espesa madreselva, recogiendo la brisa
en sus tronos de estío; y también se vería
el ajedrez frecuente de algún árbol muy tierno,
que, con hermanos leves y verdes, ha brotado
en caprichosos musgos, de las viejas raíces(…)

Versión de Màrie Montand



Poema Canción De La Margarita de John Keats



Con su gran ojo, el sol
no ve lo que yo veo.
La luna, toda plata, orgullosa, pudiera
ocultarse igualmente en una nube.

Y al llegar primavera -¡oh, primavera!-
es la de un rey mi vida.
Echada entre los brotes de la hierba,
acecho a las muchachas bonitas en su paso.

Miro por los lugares donde no osara nadie
y se fijan mis ojos donde nadie los fija,
y si la noche viene,
me cantan los corderos una canción de cuna.

Versión de Màrie Montand



Poema Canción De Folly de John Keats



¡Oh! Me asaltan los más terribles pensamientos.
Cual la de un ruiseñor su voz no sea, acaso,
y no sean sus dientes la perla más preciosa;
sus pestañas, tal vez, que yo sepa, no sean
más largas que la antena menuda de una mosca
de mayo, y en sus manos no tenga ni un hoyuelo,
pero sí muchas pecas. ¡Ah! Una nodriza loca,
porque anduviera pronto la pequeñuela, puede
haber curvado un par de piernas de Diana
y torcido el marfil de una nuca de Juno.

Versión de Màrie Montand



Poema Bien Venida Alegría, Bien Venido Pesar de John Keats



Bien venida alegría, bien venido pesar,
la hierba del Leteo y de Hermes la pluma:
vengan hoy y mañana,
que los quiero lo mismo.
Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro
y alguna alegre risa oír entre los truenos;
bello y feo me gustan:
dulces prados, con llamas ocultas en su verde,
y un reírse zumbón ante una maravilla;
ante una pantomima, un rostro grave;
doblar a muerto y alegre repique;
el juego de algún niño con una calavera;
mañana pura y barco naufragado;
las sombras de la noche besando a madreselvas;
sierpes silbando entre encarnadas rosas;
Cleopatra con regios atavíos
y el áspid en el seno;
la música de danza y la música triste,
juntas las dos, prudente y loca;
musas resplandecientes, musas pálidas;
el sombrío Saturno y el saludable Momo:
risa y suspiro y nueva risa…
¡Oh, qué dulzura, el sufrimiento!
Musas resplandecientes, musas pálidas,
de vuestro rostro alzad el velo,
que pueda veros y que escriba
sobre el día y la noche
a un tiempo; que se apague
mi sed de dulces penas;
ramas de tejo sean mi refugio,
entrelazadas con el mirto nuevo,
y pinos y limeros florecidos,
y mi lecho la hierba de una fosa.

Versión de Màrie Montand



Poema A Una Urna Griega de John Keats



Tú, todavía virgen esposa de la calma,
criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda
de dioses o mortales, o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?
¿Qué deidades son ésas, o qué hombres? ¿Qué doncellas rebeldes?
¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera? ¿Quién lucha por huir?
¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles, ese salvaje frenesí?

Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;
sonad por eso, tiernas zampoñas,
no para los sentidos, sino más exquisitas,
tocad para el espíritu canciones silenciosas.
Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!

¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes
que no despedirán jamás la primavera!
Y tú, dichoso músico, que infatigable
modulas incesantes tus cantos siempre nuevos.
¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aun más dichoso!
Por siempre ardiente y jamás saciado,
anhelante por siempre y para siempre joven;
cuán superior a la pasión del hombre
que en pena deja el corazón hastiado,
la garganta y la frente abrasadas de ardores.

¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que hacia los cielos muge,
los suaves flancos cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar,
alzada en la montaña su clama ciudadela
vacía está de gentes esta sacra mañana?
Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa
por qué estás desolado podrá nunca volver.

¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe
de hombres y de doncellas cincelada,
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»… Nada más
se sabe en esta tierra y no más hace falta.

Versión de Julio Cortázar



Poema A Reynolds 2 de John Keats



«Me inspiró estos pensamientos, mi Querido Reynolds, la belleza matinal, Que incitaba al ocio. No había leido ningún libro, y la mañana me daba razón. En nada pensaba sino en la mafiana, y el Tordo afirmaba mi acierto, pareciendo decir…» (Carta a Reynolds, febrero 1818)

¡Tú, a cuyo rostro el viento de invierno se ha acercado
y que has visto las nubes de nieve entre la bruma
y entre heladas estrellas, olmos de negras cimas!
Para ti, primavera será tiempo de mieses.
Tú, que por libro único has tenido la luz
de supremas tinieblas con que te alimentaste,
noche tras noche, cuando lejano estaba Febo:
te será primavera una triple mañana.
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno
tengo yo y mis canciones con el calor me brotan.
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno
tengo yo, mas la tarde me escucha. Quien se apene
pensando en la indolencia, nunca será un ocioso,
y muy despierto está quien se crea dormido.

Versión de Màrie Montand



Poema A Reynolds de John Keats



¿DÓNDE hallar al poeta? Nueve Musas,
mostrádmelo, que Pueda conocerlo.
Es aquel hombre que ante cualquier hombre
como un igual se siente, aunque fuere el monarca
o el más pobre de toda la tropa de mendigos;
o es tal vez una cosa de maravilla: un hombre
entre el simio y Platón;
es quien, a una con el pájaro,
reyezuelo o bien águila, el camino descubre
que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado
el rugir del león, y nos diría
lo que expresa aquella áspera garganta;
y el bramido del tigre
le llega articulado y se le adentra,
como lengua materna, en el oído.

Versión de Màrie Montand



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