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Poema Mediodía de Jaime Torres Bodet



Tener, al mediodía, abiertas las ventanas
del patio iluminado que mira al comedor.
Oler un olor tibio de sol y de manzanas.
Decir cosas sencillas: las que inspira el amor…

Beber un agua pura, y en el vaso profundo
ver coincidir los ángulos de la estancia cordial.
Palpar, en un durazno, la redondez del mundo.
Saber que todo cambia y que todo es igual.

Sentirse, ¡al fin!, maduro, para ver en las cosas
nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel…
Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas,
y graba, con la uña, un nombre en el mantel…



Poema Música de Jaime Torres Bodet



Amanecía tu voz
tan perezosa, tan blanda,
como si el día anterior
hubiera
llovido sobre tu alma…

Era, primero, un temblor
confuso del corazón,
una duda de poner
sobre los hielos del agua
el pie
desnudo de la palabra

Después,
iba quedando la flor
de la emoción, enredada
a los hilos de la voz
con esos garfios de escarcha
que el sol
desfleca en cintillos de agua.

Y se apagaba y se iba
poniendo blanca,
hasta dejar traslucir,
como la luna del alba,
la luz
tenue de la madrugada.

Y se apagaba y se iba,
¡ay!, haciendo tan delgada.



Poema Final de Jaime Torres Bodet



Vuelves de andar a solas por la orilla de un río.
Estás llena de música, como un árbol al viento.
Has dejado correr tu pensamiento
viendo en el agua el paso de una nube de estío…

Traes tejido al alma el olor de una rosa.
En lo blando del césped te prolonga tu huella…
Has vivido ¡has vivido!… Y vas, como la estrella,
a perderte en el mar de un alba silenciosa.



Poema Voz de Jaime Torres Bodet



Tú me llamaste al íntimo rebaño
-única voz que manda cuando implora-
mientras la burla despreciaba el daño
y florecía, en el cardal, la aurora.

Era la intacta juventud del año.
Principiaban el mes, el día, la hora…
Y el corazón, intrépido y huraño,
te oía sin creerte, como ahora.

¡Ay!, porque -desde entonces-, ya disperso
sobre la vanidad del universo,
a cada paso, infiel, te abandonaba

y con cada promesa te mentía
y con cada recuerdo te olvidaba
¡y con cada victoria te perdía!



Poema Regreso de Jaime Torres Bodet



1
Vuelvo sin mí; pero al partir llevaba
en mí no sólo cuanto entonces era
sino también, recóndita y ligera,
esa patria interior que en nadie acaba.

Oigo gemir la aurora que te alaba,
músico litoral, viento en palmera,
y me asedia la enjuta primavera
que la razón, no el tiempo, presagiaba.

Entre el capullo que dejé y la impura
corola que hoy en cada rama advierto
pasaron lustros sin que abrieran rosas.

Viví sin ser… Y sólo me asegura,
entre tanta abstención, de que no he muerto
la fatiga de mí que hallo en las cosas.

2
¿Quién habitó esta ausencia? ¿Qué suspiro
interrumpo al hablar? ¿A quién despojo
del recobrado cuerpo en que me alojo?
¿Quién mira con mis ojos lo que miro?

La luz que palpo, el aire que respiro,
el peso del silencio que recojo,
todo me opone un íntimo cerrojo
y me declara intruso en mi retiro.

En vano el pie que avanzo coincide
con la huella del pie que hundió en la arena
el invisible igual que substituyo;

pues lo que el alma, al regresar, me pide
no es duplicarse en cuanto me enajena
¡sin ser otra vez lo que destruyo!

3
¡Espejo, calla! y tú, que en el furtivo
recuerdo el filo de la voz bisela,
eco, responde sin palabra. Y vela
porque en tu ausencia al menos esté vivo…

Del mármol con que el ocio me encarcela
quiero en vano extraer un brazo esquivo
hacia ese blando mundo infinitivo
en que todo está aún y todo vuela.

Estatua soy donde caí torrente,
donde canto pasé, silencio duro
y donde llama ardí ceniza esparzo.

Nada me afirma y nada me desmiente.
Sólo tu golpe, corazón oscuro,
a fuerza de latir aprieta el cuarzo.

4
Por esa fina herida silenciosa
que siquiera da paso a la agonía,
¡ay!, entra, muerte, en mí, como la guía
de la hiedra que el sol prende en la losa.

Abre -¡aunque sea así!- la última rosa
en que tu fuerza adulta se extasía,
ansia de ya no ser, llama tan fría
que a su lado la luz parece umbrosa.

Rompe la plenitud, la simetría,
el basalto en que acaba toda cosa
que dura más de lo que tarda el día;

y, arrancándome al tedio que me acosa,
envuélveme en tu vértigo, alegría,
¡afirmación total, muerte dichosa!



Poema Orquídea de Jaime Torres Bodet



Flor que promete al tacto una caricia
más que el otoño de un perfume, suave
y que, pensada en flor, termina en ave
porque su muerte es vuelo que se inicia.

Párpado con que el trópico precave
de su luz interior la ardua delicia,
música inmóvil, flámula en primicia,
aurora vegetal, estrella grave.

Remordimiento de la primavera,
conciencia del color, pausa del clima,
gracia que en desmentirse persevera,

¿por qué te pido un alma verdadera
si la sola fragancia que te anima
es, orquídea, el temor de ser sincera?



Poema Octubre de Jaime Torres Bodet



Ya empiezas a dorar, octubre mío,
con las cimas del huerto, ésas -distantes-
del pensamiento a cuyas frondas fío
la sombra de mis últimos instantes.

Corazón y jardín tuvieron, antes,
cada cual a su modo, su albedrío;
pero deseos y hojas tan brillantes
necesitaban, para arder, tu frío.

Aterido el vergel, desierta el alma,
más luz entre los troncos que despojas
a cada instante, envejeciendo, veo.

Y en el cielo ulterior, de nuevo en calma,
cuando terminen de caer las hojas
miraré, al fin, desnudo, mi deseo.



Poema Nocturno de Jaime Torres Bodet



1
Cierra, punto final, única estrella
del firmamento claro todavía,
la estrofa de silencio de este día
en que tu voz, por tácita, descuella.

Desde el alba lo azul te prometía,
última gota en ignición tan bella
que sólo ardiendo -como el lacre- sella
y sólo sella al tiempo que se enfría.

Ser el adiós que un cielo sin querella
igual que tú mi espíritu quería
y que, como tu luz, la Poesía

cristalizara en mí, diáfana estrella,
más transparente cuanto más sombría
fuese la oscuridad en torno de ella.

2
Principia, pues, aquí, tu obra futura,
Noche, y con lengua libre de falacia
explícame la edad, el sol, la acacia,
el río, el viento, el musgo, la escultura…

De los colores adjetivos cura
esta instantánea flor, póstuma gracia
de un idioma que fue -con pertinacia-
retórica guirnalda a la hermosura.

Brújula sin piedad, tiniebla pura,
orienta, Noche, mis sentidos hacia
las torres de tu intrépida estructura

y deja que, en racimos de luz dura,
se apague esta inquietud que nada sacia
sino el error de ser tiempo figura.

3
Tiempo y figura fuí, mientras la esquiva
curiosidad de ser distinto en cada
minuto de la frívola jornada
arrojaba mi anhelo a la deriva.

Tiempo y figura: cólera pasiva,
impaciencia de luz en llamarada,
alma a todos los cauces derramada
y, aunque a ninguno fiel, siempre cautiva.

Pero de pronto, ¡ay!, conciencia armada,
coraza de amazona pensativa,
toco de nuevo, en bronce, tu alborada,

¡y descubro por fin que la hora ansiada
estaba en mí, pretérita y furtiva,
y, al oírla sonar, siento mi nada!

4
Hecho de nada soy, por nada aliento;
nada es mi ser y nada mi sentido
y, muerto, no seré más qúe al oído
un roce de hojas muertas en el viento…

A nada me negué. De nada exento
-pasión, fiebre o virtud- he persistido
y de esa misma nada envejecido
sombra de sombras es mi pensamiento.

Pero si nada di, nada he pedido
y, si de nada soy, a nada intento;
espectador no más de lo que he sido.

Como inventé el nacer, la muerte invento
y, sin otro epitafio que el olvido,
a la nada me erijo en monumento.



Poema Madrigal de Jaime Torres Bodet



Eres, como la luz, un breve pacto
que de colores fragua su blancura;
y en iris -como a ella- te figura
de la nieve menor el prisma abstracto.

Dejas, como la luz, un sordo impacto
de sombra en la retina y, por la oscura
huella que de su tránsito perdura,
recuerdo el esplendor de tu contacto.

El cristal te deshace, no el acero;
aunque, más que el cristal, la geometría,
pues transparencias sin aristas nunca

lograron traducir tu ser ligero.
Y, por eso tal vez, el alma mía
te descompone cuando no te trunca.



Poema Baño de Jaime Torres Bodet



Mujer mirada en el espejo umbrío
del baño que entre pausas te presenta,
con sólo detenerte una tormenta
de colores aplacas en el río…

Sales al fin, con el escalofrío
de una piel recobrada sin afrenta,
y gozas de sentirte menos lenta
que en el agua en el aire del estío.

Desde la sien hasta el talón de plata
-única línea de tu cuerpo, dura-
tu doncellez en lirios se desata.

Pero ¡con qué pudor de veste pura,
recoges del cristal que te retrata
-al salir de tu sombra- tu figura!



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