poemas vida obra j

Poema Jardín Escrito de Ulalume González De León



En el jardín que recuerdo
sopla un viento que mueve las hojas
del jardín donde ahora estoy escribiendo

En el jardín que imagino
sopla un viento que mueve las hojas
del jardín que recuerdo

Y en el jardín donde ahora
estoy escribiendo
sopla un viento que mueve las hojas
sin jardín:
armisticio
de fronda imaginaria y de fronda recordada

pero tabmién las hojas verdes
del jardín donde escribo

pero también las hojas blancas
en que estoy escribiendo

y nace otro jardín



Poema Juventud de Toni García Arias



Esta blanca noche de verano
se desvanece lentamente hacia la nada;
se desvanece y ya
no volverá a ser nunca.

Apenas el recuerdo podrá
derribar una puerta,
esculpir un espejo de sombras
sobre el que dibujar
-equivocadamente-
tu rostro y tus manos,
el acantilado aquel
donde nos hicimos mar,
el preciso instante en que,
jóvenes y nerviosos,
nos supimos,
pero no retornará con él
el aroma cálido de tu piel,
la quietud de tus huellas
sobre mis huellas,
el vértigo húmedo de tus labios sobre mi boca.

Ya no quedará nada;
el día de mañana
se alimentará de las cenizas de hoy.
Mudos quedarán los veranos venideros,
como un soplo de frío
estancado en mitad de mis sábanas.
Intentaré esculpir tus ojos
a golpe de recuerdos y fotografías,
intentaré recuperarte
desde esta lejana derrota de labios muertos,
de versos muertos,
de palabras y besos
sin retorno.



Poema Jorge Folch de Santiago Montobbio



(1926-1948)

Había suficientes parras en tus párpados
para dormir al sol, si así te parecía:
yo sé que sabías eso y también que yo recorro
las mismas calles que cruzaste intentando
convertirlas en múltiple escenario de ti mismo,
las noches que volviste mosaico de ocios o de sueños,
antiguas piezas únicas hechas de alcantarillas dominadas,
de cementerios asaltados, un solo desierto o arco
tensado para extremar, para extremar en lo posible
y hasta el fin la vida. Y yo sé, yo te acompaño
o te conozco sabiendo sobre todo que quisiste
ser hijo de un pretor de Tarragona,
llamarte Creso Libio, nacer de una uva azul
y ser el sátiro y el mago y varios faunos
y que a través de extraños poemas sólo tuyos
conseguiste serlo antes que el agua
a los veintiún años te negara
la vida y las palabras. (No sabes cuántas veces
he repasado tus ojos y tus manos mientras
inútilmente buscaban salir de la cisterna
ni cómo he maldecido el por qué no pensaste
que había llovido quizá demasiado).
Y aunque cuarenta años pasan como nada
cuarenta forma el estúpido espacio
que nos separa ?cuarenta de tu alumbramiento
al mío, casi cuarenta de tu muerte a ahora.
Pero mentirá quien diga que no nos hemos conocido.
Porque más allá de las ciudades y la sangre,
de verso en verso alguna vez
se anula el tiempo ?o quizá soy yo, que te recuerdo.



Poema Jau, 54 de Salvador García Ramírez



Estimado Hóspede:

Temos ao seu dispor
mesas antigas,
cuadros brumosos de pasado idílico,
alfombras
de anudado sopor
tras los visillos, calmas imprevistas
y para cada ofuscación una vidriera,
o algún pavo real entre los ficus.

Temos também
pontes que vuelan sobre el faro
estremecido de las cúpulas,
miradores al Tejo,
rejas, retratos, lámparas de seda,
rosados mármoles donde olvidar la suerte,
espejos que el reloj ya no arruina.

Sobretudo para os sentidos
hay además blandos salones
sustraídos
a la voracidad del viento;
contra el gris de diciembre
altas janelas, cálidas techumbres,
madera donde acompasar los pasos,
veladores, cojines, candelabros
con que mullir silencios,
rincones de licor para endulzar
o cheiro de las flores frescas,
cómodas en las que doblar recuerdos,
telas cuando se apaga la armonía.

Além do mais
temos en el jardín estatuas,
um pavilhão chinés
de un rojo acristalado
para los versos tibios,
Hermes solícitos,
planos verdes de sosegada vista,
caminhos curvos
donde olvidar naufragios,
tapias que aíslan,
frondas exóticas, bancos de sombra,
pajareras.

E caso necesite
la paz del cirio,
la luz redonda de las vírgenes,
temos também reclinatorios,
terciopelo y cristal
pintado en la capilla
donde rebosan las estrelas,
como era de bom tom
naqueles tempos.
Todo heredado para usted,

Boa estadía.



Poema Jardim Das Amoreiras de Salvador García Ramírez



A José Lemos
e Cristina Branco

Nada sabemos de su química,
de cómo se combinan
intimidade con penumbra,
la infancia en las moreras,
la altura con el agua;
de cómo sobreviene, protegido, el espacio,
envolvente el barullo;
de cómo se articula lo sensible.

Tuvo que manar de la anónima corriente,
al pie del acueducto,
pulida en su rectángulo
la fórmula impensable.

Debió de acontecer el privilegio,
tan secreta y voraz,
tan frágil la razón de lo evidente,
que apenas si supimos
lembrar as descobertas,
aos quatro ventos, ficar com o esquivo,
porque nada sabemos de la química
y el gusano de la seda siempre se aparece
del lado de lo incierto.



Poema Jornada De La Soltera de Rosario Castellanos



Da vergüenza estar sola. El día entero
arde un rubor terrible en su mejilla.
(Pero la otra mejilla está eclipsada.)

La soltera se afana en quehacer de ceniza,
en labores sin mérito y sin fruto;
y a la hora en que los deudos se congregan
alrededor del fuego, del relato,
se escucha el alarido
de una mujer que grita en un páramo inmenso
en el que cada peña, cada tronco
carcomido de incendios, cada rama
retorcida, es un juez
o es un testigo sin misericordia.

De noche la soltera
se tiende sobre el lecho de agonía.
Brota un sudor de angustia a humedecer las sábanas
y el vacío se puebla
de diálogos y hombres inventados.

Y la soltera aguarda, aguarda, aguarda.

y no puede nacer en su hijo, en sus entrañas,
y no puede morir

en su cuerpo remoto, inexplorado,
planeta que el astrónomo calcula,
que existe aunque no ha visto.

Asomada a un cristal opaco la soltera
-astro extinguido-pinta con un lápiz
en sus labios la sangre que no tiene

y sonríe ante un amanecer sin nadie.



Poema Juglar de Rolando Faget



el río
el juglar
avanza
bajo un cielo
macizo

sin miedo

con su martirio
luminoso
(amargas uvas)
lejos del corazón
y de los ojos

aquel juglar
avanza

duros dientes
la muerte
camina
(paisaje de la luna)
hacia este dulce poeta
secretamente

hoy



Poema Jorge Manrique. Mi Maestro… de Rogelio Guedea



jorge manrique. mi maestro. dice que querer hombre vivir
cuando dios quiere que muera es locura. jorge manrique.
mi maestro. amigo o fuego que releo en noches con fervor
dice que mi empeño o mi pasión. ese tocar tu rostro o escribir
es vano. malo para un alma cegada por la tristeza. cortada de
raíz como plantita. dice que no levante luchas. que muera de
una vez o tire mi alma. que ya no te recuerde. es malo recordar
a una mujer. dice mi maestro jorge. detrás de cada beso hay un
infierno. dice. jorge manrique. mi maestro. casa o techo donde
me guarezco ardió en mis manos la otra noche. quemó. mujer.
tu nombre después de haberlo repetido muchas veces.



Poema Jerezanas de Ramon Lopez Velarde



A María Enriqueta

Jerezanas, paisanas,
institutrices de mi corazón,
buenas mujeres y buenas cristianas…

Os retrató la señora que dijo:
«Cuando busque mi hijo
a su media naranja,
lo mandaré vendado hasta Jerez».
Porque jugando a la gallina ciega
con vosotras, el jugador
atrapa una alma linda y una púdica tez.

Jerezanas,
os debo mis virtudes católicas y humanas,
porque en el otro siglo, en vuestro hogar,
en los ceremoniosos estrados me eduqué,
velándome de amor, como las frentes
se velaban debajo del tupé.

Acababan de irse
la polisión y la crinolina,
pero alcancé las caudalosas colas
que alargan el imán del ave femenina
de las cinturas hasta las consolas.

Así se reveló, por las colas profusas,
mi cordial abundancia,
y también por los moños enormes que en mi infancia
trocaban a las plantas bizantinas
en rodel de palomas capuchinas.

Jerezanas,
genio y figura
del tiempo en que los ávidos pimpollos
teníamos, de pie,
la misma clementísima estatura
que tenía, sentada, nuestra Fe.

Jerezanas,
traslúcidas y beatas dentaduras
en que se filtra el sol, creando en cada boca
las atmósferas claroscuras
en que el Cielo y la Tierra se dan cita
y en que es visitada Bernardita.

Jerezanas,
de quien aprendí a ser generoso,
mirando que la mano anacoreta
era la propia que en la feria anual
aplaudía en el coso
y apostaba columnas de metal
en el escándalo de la ruleta.

Jerezanas,
grito y mueca de azoro
a las tres de la tarde, por el humor del toro
que en la sala se cuela babeando, y está
como un inofensivo calavera
ante la señorita tumbada en el sofá.

Jerezanas,
panes benditos,
por vosotras, el Miércoles de Ceniza, simula
el pueblo una gran frente llena de Jesusitos.

Jerezanas,
abísmase mi ser
en las aguas de la misericordia
al evocar la máquina de coser
que al impulso de vuestra zapatilla,
sobre mi vocación y vuestros linos
enhebraba una bastilla.
Dios quiera que esté salvada
la máquina de acústicos galopes,
por la cual fue mi ayer melódica jornada
y un sobresalto mi vida
ante los pulcros dedos hacendosos
resbalando a la aguja empedernida.

Jerezanas,
he visto el menoscabo
de los bucles que alabo,
de los undosos bucles
que enjugaron sin mofa mis pucheros,
de los bucles rielantes,
cabrilleo lunar, blanco de la llovizna
y trono de los lápices caseros;
he visto revolar la última brizna
de vuestras gracias proverbiales;
he visto deformada vuestra hermosura
por todas las dolencias y por todos los males;
he visto el manicomio en que murmura
vuestra cabeza rota sus delirios;
he visto que os ganáis
el pan con las agujas a la luz del quinqué;
he sido el centinela de vuestros cuatro cirios;
pero ninguna chanza del presente
logra desprestigiaros, porque sois el tupé,
los moños capuchinos y la gruta de Lourdes
de la boca indulgente.

*

Jerezanas,
colibríes de tápalo y quitasol,
que vagabundas en la gloria matutina
paraban junto a mis rejas,
por espiar la joyante canción de mi madrina
rememorando a Serafín Bemol:
«Si soy la causa de lo que escucho,
amigo mío, lo siento mucho…»

Jerezanas,
a cuyos rostros que nimbaba el denso
vapor estimulante de la sopa,
el comensal airado y desairado
disparaba el suspiro a quemarropa.

Jerezanas,
que al cumplir con la ley
de la anual comunión, miráis a la primera
golondrina de marzo en la Casa del Rey
de los Reyes; la párvula golondrina que entró
a enseñarnos su pecho de mamey.

Jerezanas,
cuyo heroico destino
desemboca en la iglesia y lucha con el vino,
vistiendo santos
o desvistiendo ebrios, con la misma
caridad de los cantos
que os hinchan las arterias en el cuello.

Jerezanas,
briosas cual el galope que me llenó de espantos
al veros devorar la llanura y el río
sobre el raudo señorío
del albardón de las abuelas;
erguidas como la araucaria,
y débiles como el futuro
de un huevecillo de canaria.

Jerezanas,
cuando el sol vespertino amorate
vuestros vidrios, y os heléis
en el diario silencio del inútil combate,
tomad las flechas de mi vida
como hilas del pañuelo de un hermano
para curar vuestra herida
según la vieja usanza,
y para abrigar el nido
del pájaro consentido.

Jerezanas,
yo aspiro a ser el casto reyezuelo
de los días en que os sentí
probadas por el Cielo

Marchitas, locas o muertas,
sois las ondas del manantial
que ondula arriba de lo temporal,
y en el eterno friso de mi alma
cada paisana mía se eslabona
como la letra de la Virgen:
encima de una nube y con una corona.



Poema Jardín de Rafael Morales



La tarde gris es un ensueño… Apenas
si se nota la brisa, si se siente
que llueve delicada, suavemente
sobre rosas, claveles y azucenas.

Qué tranquilo el ramaje, qué serenas
las nubes lentas, leves del poniente…
OH, caricia de Dios, tibia y silente,
derramada en el aire y en mis venas.

A ti te sueño, Concepción, te evoco
en esta tarde de templada calma,
donde faltan la luz y tu sonrisa,
y, en la dulzura de la tarde, toco
la pureza celeste de tu alma,
que llega con la lluvia y con la brisa.



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