Poema Intaglio de Jorge Esquinca
Oscurece,
la ciudad se hace profunda:
pozo, vientre.
Luego llega la lluvia
y la disuelve.
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Oscurece,
la ciudad se hace profunda:
pozo, vientre.
Luego llega la lluvia
y la disuelve.
A Roberto Márquez
No debes hablar con los hombres, sino con los ángeles
Santa Teresa de Ávila
Para dibujar el Ángel incida con violencia sobre su silueta en mo-
vimiento. Atáquelo en pleno vuelo, jamás cuando duerme; todo Ángel
duerme siempre con los ojos abiertos. Lance un delicado arpón, un
garfio sutil. Comience la búsqueda en todo sitio luminoso, descubra
en las paredes del aire la huella turbia de su sangre imposible. No
se anuncie, no entre por la puerta, no establezca benévolas alianzas:
podría sucumbir en el intento. Mantenga con lucidez una consigna:
Nunca enamorarse del Ángel. Recuerde que quien cede al hechizo
carga para siempre el fardo de esa lenta desdicha.
Proceda como un ladrón, trabaje en secreto, no confíe a otros ese
proyecto insensato. Familiarícese con la paciente labor de los alqui-
mistas: juegue con fuego, meta las manos en la llama de la vela;
quémese las ingles, el vientre, escáldese la lengua: acostúmbrese a
ser un incendio ambulante. No olvide los ojos, empiece con alfileres
calentados al rojo vivo: prepárese a mirar en la luz.
Frecuente la compañía de aciagos personajes: viejas rameras,
contrahechos, manipuladores de cadáveres; no excluya a los ciegos
ni a los santones callejeros: ellos saben, ellos han visto. Visite los
más sórdidos tugurios, revuélquese en el fango, consígase un alma
perversa. Recuerde constantemente la consigna, para dibujar al Ángel
es necesario resistirlo. No se entregue a la promesa de una plenitud
espuria.
Persiga cierta clase de silencios, en ellos ?se dice? habita por
un instante la quietud del Ángel. Pero desconfíe, dude siempre; esa
sombra que ahora cruza por la página podría ser sólo una mentira
del Ángel, una de las infinitas artimañas de las que se vale para
confundirlo. Siga, sin embargo, todas esas pistas falsas: la mayor de
todas es usted mismo. Usted mismo es el principal instrumento del
Ángel. Tema siempre, el temor le pudrirá el corazón y alimentará su
búsqueda.
Haga las cosas más inusitadas: converse con los muertos, re-
cuerde que el Ángel no distingue. Conserve en todo momento una
atención exacerbada, vigile, no duerma: el sueño es otra trampa, uno
más de los múltiples rostros del Ángel. (Si acaso soñara despierto,
si en ese agitado sueño se viera frente al lienzo convénzase de que
aquella imagen que su mano traza con habilidad es la de un Ángel
falso, un mero espejismo que le fragua el desierto en el que se ha
convertido su vida.)
En las tardes inútiles contemple largamente los espejos, cubra
con ellos un cuarto de su casa, construya las perspectivas más equí-
vocas, disuelva todo límite entre reflejo y objeto, coloque una lám-
para votiva en el centro de ese laberinto: observe, siga la trayectoria
inagotable de la flama, acostúmbrese a la fascinación del vértigo.
Está usted preparado para recibir al Ángel. Disponga
cuidadosamente las armas: el agudo escalpelo, los ganchos, las mor-
dazas: el látigo romano, los lápices, la tela inmaculada. No olvide
la consigna, proceda con temor, sólo ese temor lo salvará.
Abandónese. No mire: ábrase al tacto de ese cuerpo deslumbran-
te. Piérdase en la llaga de esa carne amadísima, como el barco se
precipita en el remolino del naufragio.
éste es tu cuerpo o nada
una nube o una rueda
un caballo o cinco dedos
qué alegría estoy vivo
o la lluvia
un ruido de tijeras
cuatro pasos un silbido
un grito una habitación
otro grito
un cometa en el cielo
un cuchillo en la boca
dos ojos abiertos una esfera
dos ojos más
siete brazos una mano
tres o cuatro tigres
una cabeza rubia
un beso de mamá
cuarenta espejos rotos
cuarenta tíos carlos
un teléfono sonando
un cadáver en el suelo
un señor aburrido
una historia cualquiera
un teléfono sonando
tres o cuatro tigres
qué tarde me acuesto
estoy solo
una palabra u otra
no importa qué cosa
un teléfono sonando
un cadáver en el suelo
una raza de perro
un perfume de francia
etcétera etcétera
De «Tema y variaciones» Ginebra, 1950
Con toda la esperanza yo te amo,
con todo mi entusiasmo te maldigo,
con todo el peso de mi amor te odio,
con toda mi ternura te abomino.
Me confortas lo mismo que un abrazo,
me dueles y me sangras como un tiro,
amigo destructor como la muerte,
desgarrador, amado, aborrecido,
carne de piedra, corazón de tigre,
alma de pus, osario apocalíptico,
agua de amor, aborto del demonio,
hijo de Dios, repartidor de trigo,
verdugo de la paz, creador de paz,
esperanza del justo y del mendigo,
hijo de la traición, perro de presa,
padre de libertad, hermano mío.
La nube donde palpita el vegetal futuro,
los pliegos en blanco que esparce el palomar,
el sol que cubre mi piel con sus hormigas de oro,
la oleografía de una calabaza pintada por los negros.
las fieras de los bosques del viento inexplorados,
las ostras con su lengua pegada al paladar,
el avión que deja caer sus hongos en el cielo,
los insectos como pequeñas guitarras volantes,
la mujer vista de pronto como un paisaje iluminado por un relámpago,
la vida privada de la langosta verde,
la rana, el tambor y el cántaro del estómago,
el pueblecito maniatado con los cordeles flojos de la lluvia,
la patrulla perdida de los pájaros
-esos grumetes blancos que reman en el cielo-,
la polilla costurera que se fabrica un traje,
la ventana -mi propiedad mayor-,
los arbustos que se esponjan como gallinas,
el gozo prismático del aire,
el frío que entra a las habitaciones con su gabán mojado,
la ola de mar que se hincha y enrosca como el capricho de un vidriero,
y ese maíz innumerable de los astros
que los gallos del alba picotean
hasta el último grano.
Está dormida, sueña, sus párpados esconden un
aplauso cerrado, un puñal de hojalata, un
castillo de mimbre.
Seguro que en su sueño alguien está soplando un
almohadón de plumas y ella viaja y visita.
Los 33 Billares o El Blanquita
(Hoy: Los Imperio, Ana Libia, Los Tres Ases,
Paco Miller y su muñeco don Roque),
y trae una botella en cada mano.
-Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo
sabes?
-Nadie lo sabe.
-Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería
de tí?
-No lo sé.
-Desaparecerías. Eres una figura de su sueño. Si
se despertara ese Rey te apagarías como
una vela.
Pero ella está borracha y lo que sueña es tan
vertiginoso que no puedo seguirla.
Habrá que adivinar, mis ojos fijos en su cuerpo
que se estremece,
se sacude,
que respinga,
que tiembla,
como una telaraña en la cuna vacía.
En el cuarto en penumbra, el cerco de la lámpara
arde sobre la página, en los dedos
que aferran el cuaderno, recogidos,
y trazan nuevos signos con serena mudez.
La calle es la moldura de otro silencio. Nadie
bajo los sauces, bajo la farola
tibiamente alumbrada, en el frescor
de esta noche de junio, de esta noche en que velas.
Deslumbra, más que el foco, el blanco de la página.
Tu mano absorta ha detenido el tiempo.
Y más allá del cuarto está la noche
que imanta cuanto escribes, cuanto vino a escribirte.
(Para Antonio Martínez Sarrión)
Yo, o lo que fuera entonces, navegaba
por el plácido mar materno,
cuando, un día de agosto,
doscientos antes de mi nacimiento,
y contando la misma
edad que ahora yo tengo,
del mester de la vida dimitiste.
Europa iba saliendo
de la última resaca de su historia
o acaso de la Historia. En el albergo,
la lámpara de mesa reunía
quince tubos vacíos en el cerco
de su luz mortecina y, desde la penumbra,
la tersa baquelita del teléfono
parecía usurpar las imposibles formas
de un noble buda de ébano.
No te preguntaría, aunque pudiese,
si abajo resplandece un alba de oro viejo,
pero saber quisiera
de quién eran los ojos con que salió a tu encuentro,
qué rostro de mujer te reclamaba
desde los tenebros ejidos del silencio.
Pavesa desprendida
de los rescoldos del reciente incendio
que ya se nos perdía, hacia la noche
profusa de los tiempos,
¿qué banderas contrarias tremolaron
delante del espejo?
¿Oíste una voz ronca en medio de las voces
del ronco griterío que precedió el descenso?
¿Puso el amor esquivo un poco de dulzura
en tu copa de sombra, olvido y desaliento?
Destartaladas ediciones
de tus libros de versos,
que me hicieron antaño menos ardua
la triste travesía de un tramo del infierno,
me acompañan también en esta hora,
bajo el rigor del trueno.
Releo en la alta noche las líneas de tu diario
que más me conmovieron,
y con ellas regresan imágenes soñadas
tantas veces: las flores de un almendro
en los bacanales de Brancaleone;
Santo Stefano Belbo,
escondido en el norte partisano,
y los ríos ligures que morirán muy lejos:
en otro mar, lejano camarda,
en otro mar, como la vida, ajeno.
I
De plomo
el cielo es el pecho de una momia
molida a manotazos
De plomo
el cielo colmado de puños que apagan el sol
en ojos de niños
II
Niño que destrozas la flor
con gestos que te abominan
en el vértigo de la luz
tu pasión se desvanece
Niño de manos cortadas
desde la azotea
donde ancianas y un muerto
juegan a los dados
los brazos de tu muñeco
son arrojados
Niño que oteas
nidos de golondrinas
esplendentes
tus ojos
vuelan
III
Niño
tú yaces junto a la laguna
tu torso en la penumbra
tus pies son mojarras amarillas
tú te quedas absorto
como aquel que escucha por última vez
el aullído de un perro
la tarde
vertiginosa
te invade
Con las manos juntas,
en la tarde clara,
vámonos al bosque
de la sien de plata.
Bajo los pinares,
junto a la cañada,
hay un agua limpia
que hace limpia el alma.
Bajaremos juntos,
juntos a mirarla
y a mirarnos juntos
en sus ondas rápidas…
Bajo el cielo de oro
hay en la montaña
una encina negra
que hace negra el alma:
Subiremos juntos
a tocar sus ramas
y oler el perfume
de sus mieles ásperas…
Otoño nos cita
con un son de flautas:
vamos a buscarlo
por la tarde clara.