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Poema Habitantes De Una Naranja de Basilio Fernández



Si observáis fijamente comprobaréis la
redondez de la tierra,
veréis una naranja por la que corren ríos,
gacelas, vientos frío y aureolas de héroe.
Pero veréis también cuerpos abandonados,
cumbres desconocidas para los hombres y las
aves,
besos de familia, afectos que una latente polilla
va carcomiendo todos los días un poco,
hasta dejar sólo su recuerdo.
Bajo esta superficie
cuántas raíces ahogan su felicidad,
cuántas aguas nómadas no sospechan
el regadío de los pechos sedientos,
cuántos árboles y hombres que emergen lo justo
para divisar ese cielo que todas las noches rutila
vuelven a caer en el abismo silencioso
sin pensar que todo pasa
y que lo único eterno es el cielo.
Días y noches, ardides del tiempo para los ojos,
y sin embargo construimos pirámides,
nos embriagamos de amor
aliado de otras mejillas
y hay algo que nos lleva a la olvidada niñez,
pero eso no basta.
Somos nosotros los que nos reflejamos en los
mares
habitantes de esta naranja desgajada del cielo,
que nos vemos vivir,
que nos vemos desaparecer
como humo evaporado
para nunca volver, inciertos personajes
nacidos al error para borrarse.



Poema Hábitos de Armando Rubio Huidobro



Esta vieja costumbre en consecuencia
de amanecer cansado cada día
con la cara de siempre, el mismo aspecto
-cordero estupefacto, ¡no hay derecho!-,
la liturgia congénita de mirarme al espejo:
descubrirme in fraganti con peineta y dentífrico
-no asienta esa conducta en mansa bestia-;
conciencia de estar vivo y respirando
-con qué objeto, qué sabes-, y otras cosas
que, por último, ahora no tolero:
la plena autonomía de mis gestos
y la fidelidad de mis zapatos.



Poema Historia Del Hombre de Antonio Porpetta



1

¿Y qué decir del hombre,
cómo cantar su llanto,
su tempestad callada que me ahoga?
Ese montón oscuro de temblores
que lanza desde el frío
su mirada de arbusto
dueño fue de un imperio de mañanas,
dominador de ventisqueros.
Nunca
pudo ponerse el sol en su oceanía
ni doblegó la lluvia
la altivez de su nombre.
A su paso
las selvas despertaban
con un clamor de musgo,
rendíanle los montes sus cinturas,
desplegaban los ríos
su larga mansedumbre,
y las gemas ocultas en la entraña
alzaban a su frente destellos lejanísimos.
¡Ah, el hombre inmenso, encerrando en sus brazos
una constelación de avispas y jilgueros,
bronco señor del trueno y de la aurora
ensordeciendo el mundo
con sus himnos de cíclope!
Bastaba un breve gesto de sus dedos
para que bronce y pluma se hermanaran,
y el volcán derruyera sus presagios,
y reclinara el templo sus ojivas,
y el corazón se abriera
en cárcavas profundas.
A su voz poderosa
un huracán de sangre
deslumbraba los cielos,
y el tigre más soberbio
besaba entre la hierba sus espuelas,
mientras trémulos astros entonaban
una coral doméstica
de tímidas cantatas.
¡Qué digno frente al mar
numerando sus islas en los ocasos rojos,
apretando en sus manos las galernas,
dormida entre sus dientes
la llave que amordaza
la libertad del viento y sus espumas!…

2

Pero el hombre tenía
vocación de alimaña.
Con sus uñas de jade iba cavando un fosco
entramado de sombras,
pozos interminables,
secretas galerías,
oquedades remotas
donde jamás la luz le descubriera
ni florecieran pájaros o espigas.
Lentamente
la noche fue dejando sus amargas raíces
en el pecho del hombre,
minando su memoria,
recubriendo su lengua de una cansada herrumbre.
Aquella hermosa imagen del héroe coronado
de luna y madreselvas
pulverizó su mármol
dispersando su gloria y su ceniza
sobre el yermo dominio de la ruina.
¡Ah, su lenta ceguera,
su diminuta voz
que ya no escucha nadie,
sus garras convertidas
en manos humildísimas!

Cayeron las columnas. Un verdín infamante
eclipsó los metales. Los topacios sirvieron
de pasto a las cornejas.
Tocaron los clarines
un larguísimo canto funerario.
Y una seda invisible
que tejieron arañas implacables
fue encadenando al dios en su guarida,
robándole sus alas,
cercenando su sed,
su nostálgica sed de viejos albedríos.

Desde aquí lo contemplo
en su terrible soledad,
indagando la vida con sus ojos de esparto,
defendiendo del tiempo sus horas oxidadas,
casi perdida huella,
polvo apenas.
Y un alacrán antiguo
se me posa en los párpados,
al ver esa intemperie derramada
en mis propios espejos.



Poema Hojas Secas de Antonio Plaza Llamas



Tú despertaste el alma descreída
Del pobre que tranquilo y sin ventura,
en el Gólgota horrible de la vida
agotaba su cáliz de amargura.
Indiferente a mi fatal castigo
me acercaba a la puerta de la parca
Más infeliz que el último mendigo,
más orgulloso que el primer monarca.
Pero te amé; que a tu capricho plugo
ennegrecer mi detestable historia…
quien nació con entrañas de verdugo
sólo dando tormento encuentra gloria.
Antes de que te amara con delirio
viví con mis pesares resignado;
hoy mi vida es de sombra y de martirio;
hoy sufro lo que sufre un condenado.

Perdió la fe mi vida pesarosa;
sólo hay abismos a mis pies abiertos…
quiero morir… ¡feliz el que reposa
en el húmedo lecho de los muertos!…
Nacer, crecer, morir. He aquí el destino
de cuanto el orbe desgraciado encierra;
¿qué importa si al fin de mi camino
voy a aumentar el polvo de la tierra?
¿Y qué la tempestad? ¿Qué la bonanza?
¿Ni qué importa mi futuro incierto,
si ha muerto el corazón, y la esperanza
dentro del corazón también ha muerto?…
¿Sabes por qué te amé?… Creí que el destino
te condenaba como a mí, al quebranto,
y ebrio de amor, inmaterial, divino.
quise mezclar mi llanto con tu llanto.
¡Ah!… ¡coqueta!… ¡coqueta!… yo veía
en ti de la virtud excelsa palma…
¿ignoras que la vil coquetería
es el infame lupanar del alma?
Di, ¡por piedad! ¿qué males te he causado?
¡Por qué me haces sufrir?… Alma de roble,
buscar el corazón de un desgraciado
para jugar con él, eso es… ¡innoble!
¿Me hiciste renacer al sentimiento
para burlarte de mi ardiente llama?…
Te amo hasta el odio, y, al odiarte siento
que más y más el corazón te ama.
Fuiste mi fe, mi redención, mi arcángel,
te idolatró mi corazón rendido.
con la natura mística del ángel,
con el vigor de Lucifer caído,
Que tengo un alma ardiente y desgraciada
alma que mucho por amar padece;
no sé si es miserable o elevada,
sólo sé que a ninguna se parece.
Alma infeliz, do siempre se encontraron
el bien y el mal en batallar eterno;
alma que Dios y Satanás forjaron
con luz de gloria y lumbre del infierno.
Esta alma es la mitad de un alma errante,
que en mis sueños febriles reproduzco,
y esa mitad que busco delirante,
nunca la encontraré: pero… ¡la busco!
Soy viejo ya, mi vida se derrumba
y sueño aún con plácidos amores,
que en vez del corazón llevo una tumba,
y los sepulcros necesitan flores.
Te creí la mitad de mi ser mismo;
pero eres la expiación, y me parece
ver en tu faz un atrayente abismo,
lleno de luz que ciega y desvanece.
No eres mujer, porque la mente loca
te ve como faceta de brillante
eres vapor que embriaga y que sofoca.
aérea visión, espíritu quemante.
Yo que lucho soberbio con la suerte;
y que luchar con el demonio puedo,
siento latir mi corazón al verte…
ya no quiero tu amor… me causas miedo.
Tú me dejas, mujer, eterno luto;
pero mi amor ardiente necesito
arrancar de raíz; porque su fruto
es fruto de dolor, fruto maldito.
Quiero a los ojos arrancar la venda,
quiero volver a mi perdida calma,
quiero arrancar mi amor, aunque comprenda
que al arrancar mi amor, me arranque el alma.



Poema Hablan Los Manantiales En La Noche de Antonio Gamoneda



en los imanes
del silencio.

Siento la suavidad de las palabras olvidadas.



Poema Hubo Un Tiempo de Antonio Gamoneda



y la lluvia.



Poema He Envejecido Dentro De Tus Ojos de Antonio Gamoneda



dulzura y el exterminio
y yo amé tu cuerpo en sus frutos nocturnos.

Tu inocencia es como un cuchillo delante de mi rostro,

pero tú pesas en mi corazón y, como una miel oscura, yo te
siento en mis labios al ir hacia la muerte.



Poema Ha Venido Tu Lengua; de Antonio Gamoneda



como una fruta en la melancolía.

Ten piedad en mi boca: liba, lame,

amor mío, la sombra.



Poema Homenaje A Tiziano de Antonio Colinas



He visto arder tus oros en los otoños de Murano,
en la cera aromada de los cirios de invierno;
tu verde en madrugadas adriáticas
y en los ciruelos de los jardines de Navagero;
tu azul en ciertas túnicas y vidrios
y en los cielos enamorados
de nuestra adolescencia
que nunca más veremos;
los ocres en los muros cancerosos
mordidos por la sal, en las fachadas
de granjas y herrerías;
tu rojo en cada teja de Venecia, en los clavos
de las Crucifixiones
o en los labios con vino de los músicos;
un poco de violeta
en los ojos maduros de las jóvenes;
tus negros
en las enredaderas funestas
sobrecargadas de Muerte.



Poema Hacia Las Cumbres Iba de Antonio Carvajal



Primer acorde. Alhambra

Hacia las cumbres iba,
hacia las verdes cumbres, su deseo.
Allí aprendió que la melancolía,
cuerpo lento del tiempo,
cuerpo del agua frágil detenida
en los vasos secretos,
a conformar empieza la memoria.

Lleno de suaves algas y de pétalos
sumergidos, de platas indecisas
y de leves luceros,
allí esperó que la frescura nítida
y los blandos oreos
condujesen su sed, su amor, su dicha
sin nombre hasta los cielos,
las visiones perfectas, la precisa
iniciación del vuelo
y supo allí que la belleza efímera
es de toda verdad fuente y espejo.



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