Mientras que William Faulkner
halla los agrios del lenguaje,
hoza en Yoknapatawpha
levantándola hirviéndola
cuida la construcción feroz
de una nueva novela y cuida
su innegable talento epilepsíaco;
mientras que William Faulkner
irrumpe en el conflicto negro
con un relincho ambiguo, ahíto
de tradición, desprecio al Norte,
discurso estéril e insensato orgullo,
los negros, muchos negros,
algunos negros, inflamados de
la horrible historia del Mississippi,
con la memoria chorreando
por el sudor del algodón
y varios siglos de negros abuelos
retumbando a sus pies bajo el tiempo y la tierra,
cantan, vense impelidos
a seguir componiendo
música entre paréntesis:
negro spirituals.
Mucho de lo que vimos
es vida entre paréntesis.
Blancos segando arroz en Tarragona
con el agua a los muslos,
las sanguijuelas de los arrozales
alimentándose de ellos.
Periódicos occidentales
informando de blancos muertos
en el frente, o de hambre,
o bajo un viejo caserón derruido.
Blancos en paro. Blancos en exilio.
Blancos dando betún
sobre sus cartucheras.
Blancos bebiendo el vino
de la derrota disfrazada.
Blancos buscando
la propia estimación en los burdeles.
Blancos meditativos, ingresando,
amargura sobre amargura,
en el cinismo, esa
sublimación para los faltos de recursos.
Del Sena al Plata,
del Támesis al Rin,
un rumor blanco busca desperdicios
y hurga en la realidad hostil
y en su razón, dispersa e inarmónica
de parietal a parietal.
Siglos también de abuelos blancos
entre jornadas de trabajo tensas,
fruta difícil, carne retorcida,
el barro insomne de las botas
de los soldados, el capote
de campaña, la emisora que menciona
el Mississippi blanco,
el blanco linchamiento con bala,
la actividad enfebrecida
del ginecólogo oficiando
sobre el mantel que el tirón de la guerra
arrojará en el suelo
quebrando su momentáneo contenido;
los tugurios en donde
blancos desconcertados
se pliegan y se venden, borrachos
de vino y blancura injuriada,
siglos también de abuelos blancos
con sus ingenuos hospitales,
su herencia pavorosa, sus bolsillos
llenos de migas o sus sienes
llameantes de lucidez o de torsión,
hacen pensar en una música
con paréntesis, con incisos,
con bárbaros interrogantes,
con desconcierto, con corcheas de ojos,
mordentes de sarcasmo,
calderones de confusión,
accelerados de vasto gruñido:
blanco spirituals
(Tú lo sabes, James Baldwin:
no es sólo tu color.
Esa es la lenta trampa
que quisieran hacer reinar.
Tú lo sabes, James Baldwin:
te necesitan negro para odiarte,
para sobrevivir bajo su miedo
mediante el odio. Pero,
tú lo sabes, James Baldwin:
también te necesitan
desclasado, desocupado, disponible
para usarte los brazos
a bajo precio. *Extiendes
tu mirada en los barrios de Europa,
oteas los indios sudamericanos,
te achicharras sobre la India,
te sumes en las periferias
de las ciudades industriales
y ves hermanos de otras razas
discriminados, repudiados
en la otra piel del hombre: el sueldo,
en la otra piel del hombre: la cultura,
en la otra piel del hombre:
la libertad.
Tienes hermanos de otras razas,
todo sudor es familiar,
toda miseria lleva
escupitajos en la piel.)
De Charlie Parker a Edith Piaf
un diluvio de negro spirituals
y de blanco spirituals llueve
sobre la civilización;
llueve piaf; llueve parker, llueven
Manolo Caracol, Louis Armstrong empapa
Discépolo, John Coltrane, Billie Holliday.
Es un agua que se introduce
por las fisuras de los Parlamentos,
por las rendijas de los programas,
por los agujeros de la ONU,
empapada la estrategia, moja
a la inmortalidad y la encoge,
hincha las oscuras maderas
de los ataúdes y congela
todo el grandioso fuego de vivir.
Llueve toda la tarde, llueve
toda la noche: y tras la ventana
en que repiquetea la lluvia
ese diluvio es observado
por un blanco o un negro
mientras que suena un saxofón
y llueve.
*( Entre 1915 y 1918 emigraron hacia las industrias del norte de los Estados
Unidos medio millón de negros del Sur de los Estados Unidos. Para evitar la
desbandada que tanto había jurado desear, el K.K.K. de los Estados Unidos
desencadenó una campaña de terror. Tan pintoresca fraternidad dio como
resultado setenta y siete negros linchados y catorce quemados en público
once de ellos, vivos. (Ver Los viajeros de la libertad, pág.10. Edit. Fontanella
Barcelona, 1963.)