Poema Factura Poética de Ariel Montoya
El Pez
muere
por su boca;
el poeta,
por su lengua.
Amor Amistad Familia Infantiles Fechas Especiales Cristianos
Oigo como un rotundo tronar de capiteles
¿Abrirá tras las lomas el mar grutas azules?
Crece el musgo en las uñas de los leones de piedra.
Las ballestas apuntan al vientre de los niños.
El pueblo es un gran árbol de piedra retorcida
y la lluvia no cesa de suavizar su lomo.
En el aire un aroma enfermo de eucaliptos.
Guardaré todo el sueño de esta noche en mi pecho
y volveré a pensar en las hortensias húmedas
del jardín, en la hierba medieval de los claustros.
Monstruos de las arcadas, abrid bien vuestros ojos
abultados, sabed que también yo soy duende
y sé de sortilegios y de milagrerías.
Fresquísima es la boca de la noche en las gárgolas.
Viene un ciervo de piedra a beber en la fuente.
Huele su piel a azufre, a aire marino, a yedra.
Se yergue suntuoso como un rosal, es ciego
y suenan sus pezuñas de plata en cada losa.
Mil veces lo han herido de muerte por los bosques
y otras tantas lo han visto desde las celosías
inclinar en la fuente su cabeza sonámbula.
Qué angustia recordarme sin balcón en la noche,
sin navío de piedra surcando las higueras,
el maíz primitivo, los paganos cipreses.
Guardaré todo el sueño, la belleza en huida
y seguirán las rosas de herrumbre tan lozanas
floreciendo en las verjas como negros halcones.
Sí, volverá el milagro de la lluvia otra noche
con el son enlutado, hondo, de la vihuela,
con las yeguas en celo piafando en las cuadras,
con el bello ajimez prieto de ruiseñores.
Guardaré, maga amiga de sienes de violeta,
el sabor de tus labios hechizados a muerte.
Esperar junto a este mar (en el que nacieron las ideas)
sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas).
Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,
el aroma del azahar, la noche de orquídeas
en las calas olvidadas.
Sólo permanecer viendo el ave que pasa
y no regresa; quedar
esperando a que el cielo amarillo
arda y se limpie de relámpagos
que llegarán saltando de una isla a otra isla.
O contemplar la nube blanca
que, no siendo nada, parece ser feliz.
Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá,
sobre las olas que pasan,
como un remo perdido.
O seguir, como los delfines,
la dirección de un tiempo sentenciado.
Ser como la hora de las barcas en las noches de enero,
que se adormecen entre narcisos y faros.
Dejadme, no con la luz del conocimiento
(que nació y se alzó de este mar),
sino simplemente con la luz de este mar.
O con sus muchas luces:
las de oro encendido y las de frío verdor.
o con la luz de todos los azules.
Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,
que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,
a los días tensos, a las ideas como cuchillos.
Ser como olivo o estanque.
Que alguien me tenga en su mano como a un puñado de sal.
O de luz.
Cerrar los ojos en el silencio del aroma
para que el corazón ?al fin? pueda ver.
Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.
Dejadme compartiendo el silencio
y la soledad de los porches,
la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de los ruiseñores de junio,
que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes.
Dejadme con la libertad que se pierde
en los labios de una mujer.
Fui luz, fui roca
ensangrentada
contra tus locas aguas.
Fui el aire
y las cosas cercanas.
De madera y de pan
para tus dedos insondables.
De aguda claridad
para tus ojos.
Fui todos los cuerpos
que besaste
a través de los siglos.
La piel de la memoria,
la estrella de tus sexos.
Fuimos los dos
la vida dividida
pero no separada.
Somos ahora
compañeros de viaje
y seguiremos siempre
en el polvo del tiempo.
Agua. Luna. Silencio.
Fui un loco enamorado,
pero un día atendí a razones
y ahora soy
la sombra airada
que recorre mi desconsuelo.
Partiré junto a ti.
Mis daños son las flores
de un pequeño cerezo
que crece con el alba.
Le lanzaré flechas, si declina,
a la tarde.
Pagaré los tributos de los ríos
con mil piedras preciosas
arrojadas al agua.
No volveré a mi tierra,
a la estancia de jade
de la noche.
Vendrá la lluvia de puntillas.
Iniciarán su vuelo
las aves que devora
esa melancolía
que estremece a los vivos.
Interpretaré
los sueños de los tigres
que gozan en la hierba.
Atizaré la hoguera de los astros
con mis dedos
de sándalo.
Mientras talo el dolor
del árbol de mi cuerpo,
rama a rama,
yo partiré contigo.
Sin armas, sin escudo,
sin otro ejército
que mi afligido corazón,
ribazo del estanque
de una tristeza sin regreso.
Fluye, fluye sin fin, oh tejido invasor, oh red que ciernes. Fluye secamente de toda ausencia oscura. Fluid, rayos extensos, sobre los arenales. Salid densamente de la ausencia, sed, ahí, llamas en el trono del ojo. Oigo como un murmullo en las dunas del fondom y aún no hay hojas ni pasos ni pensamientos en los pasajes del espacio sediento. Que venga rumor de fibras y de lacas en la hora altiva sobre los médanos. Ahí están los maderos, los corchos y las planchas de cobre bajo el cielo segmentado y rodante, y las olas, y el polvo; también ellos te aguardan. Da, luz, tu paso entero. Llégate hasta la lengua que jadea. Sé el agua de esta nada.
A veces todo es noche
Abismo
Oscuros círculos
Relojes desconcertantes
Noches sin más límites
Que las ventanas
Calles donde pasa la brisa
Crujiendo entre los brazos
A veces pasa el silencio
Con su acústica de vidrio
La oscuridad estática
Absoluta
Final
El cuerpo muriendo
Amontonando su cansancio
Abriendo el cuerpo de los grises
Evaporándose la luz
Disecando el sudor
En las alforjas de Dios
Para conquistar mendrugos
De sosiego
O decapitar recuerdos
Que al fin terminan
Siendo piedras
Cuchillos
Lanzas
O simples cerrojos
De semanas procreadas
Por el viento
A veces la vida se hace páramos
Grito descarnado en el azogue
De los astros
Un espacio sin párpados
Donde se cuela
El infinito
A veces la memoria calla
Como los mausoleos
Sin itinerario
Vela orugas y retablos
Abre polvo?
[acerca un tema de Roberto Fernández Retamar]
Felices los normales
Porque jamás han atravesado la nada
Como pájaros en el olvido
Los que nacieron con la luz
De madre y padre
Los que no han comido migajas
Y se esconden en la noche
Los que jamás han sentido la vida desgajada
Ni han sido perseguidos como torcazas
Felices los normales
Que tiran su cuerpo en buen lecho
Y no en el frío lunar de las piedras
Los que no escriben ni una tarjeta postal
Los que no escriben sobre muros
Aunque después los derriben
Los que no escriben sobre el caballo de sus emociones
Felices los normales que ignoran el exilio
Y la lluvia que cae sobre el lomo de los perros
Los que nunca han sido asediados por el silencio
Los que no han bebido pinos de luz
En pezones de trementina transparente
Felices los normales que no saben las palabras
Que se pierden en las alcantarillas
Y en las tumbas de los muertos
Los que navegan y navegan sin fatiga
Hasta desembarcar en ese viejo muelle de la muerte.
22012002
01:00 AM.
Yo te elegía nombres en mi devocionario.
No tuve otro maestro.
Sus páginas inmersas en tan terrible amor
acuciaban mi sed. Se abrían, dulcemente,
insólitos caminos en mi sangre
-obediente hasta entonces- extraviándola,
perturbando la blancura espectral
de mis sienes de niña cuando de los versículos,
las más bellas palabras, asentándose iban
en mi inocente lengua.
Mis primeras caricias fueron verbos,
mi amor sólo nombrarte
y el dolor una piedra preciosa
en el tierno clavel de tu costado herido.
Flotaba mi mirada en el menstruo continuo
del incensario ardiente y mis pulsos,
repitiendo incesantes arrobada noticia,
hasta el vitral translúcido, se elevaban.
La luz estremecíase con tu nombre,
como un corazón era saltando entre los nardos
y el misal fatigado de mis manos cayendo,
estampas vegetales desprendía
cual nacaradas fundas de lunarias.
Párvulas lentejuelas entre el tul,
refulgiendo, desde el comulgatorio
señalaban mi alivio.
Y anulada, enamorada yo
entreabría mi boca, mientras mi cuerpo todo
tu cuerpo recibía.
De «Devocionario» 1986