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Poema Palmera Brasileña de Evaristo Carriego



Palmera brasileña, que al caminante herido
ofrendaras tus dátiles de pasión y de olvido,
en el desierto único: tu eres la apoteosis
que, nimbando de incendios sus fecundas neurosis,

cruzas por los vaivenes de su hondos desvelos
como si fueras luna de sus noches de duelos.
Yo traigo a tu floresta la alondra moribunda
que, en el violín del bosque, preludió la errabunda

sinfonía terrena de aquel ardor eterno,
que ahuyenta suavemente las aves del invierno,
y en las horas tranquilas descubre su cabeza
como un símbolo vago de amor y de belleza.



Poema ¿no Te Veremos Más? de Evaristo Carriego



…¿Conque estás decidida? ¿No te detiene nada?
¿Ni siquiera el anuncio de este presentimiento?
¡No puedes negar que eres una desamorada:
te vas así, tranquila, sin un remordimiento!

¡Has sido tanto tiempo nuestra hermanita! Mira
si no te desearemos buen viaje y mejor suerte,
…tu decisión de anoche la creíamos mentira:
¡que tan acostumbrados estábamos a verte!

Nos quedaremos solos. ¡Y cómo quedaremos…!
De más fuera decirte cuánto te extrañaremos;
y tú, también, ¿es cierto que nos extrañarás ?

¡Pensar que entre nosotros ya no estarás mañana,
Caperucita roja que fuiste nuestra hermana,
Caperucita roja, ¿no te veremos más?



Poema Las Manos de Evaristo Carriego



A todas las evoco. Pensativas,
cual si tuvieran alma, yo las veo
pasar, como teorías que viniesen
en las estancias líricas de un verso.

Las buenas, las cordiales, generosas
madrecitas de olvidos en los duelos,
las buenas, las cordiales, que ya nunca
las volvimos a ver, ni en el recuerdo.

Las manos enigmáticas, las manos
con vagos exotismos de misterio,
que ocultan, como en libros invisibles,
las fórmulas vedadas del secreto.

Las manos que coronan los designios,
las manos vencedoras del silencio,
en las que sueña, a veces, derrotado,
un tardío laurel de luz el genio.

Las pálidas, con sangre de azucenas,
violadas por los duendes de los besos,
que vi una vez, nerviosas, deslizarse
sobre la gama azul de un florilegio.

Las manos graves de las novias muertas,
rígidas desposadas de los féretros,
leves hostias de ritos amatorios
que ya nunca jamás comulgaremos;

Esas manos inmóviles y extrañas,
que se petrificaron en el pecho
como una interrogante dolorosa
de la inmensa ansiedad del postrer gesto.

Las crüeles que saben el encanto
del fugaz abandono de un momento.
Las exangües, las castas como vírgenes,
severas domadoras del deseo.

Las santas, inefables, las ungidas
con mirras de perdón y de consuelo:
amadas melancólicas y breves
de los poetas y de los enfermos.

Las románticas manos de las tísicas,
que, en la voz moribunda de un arpegio,
como conjuro agónico angustiado,
llamaron a Chopin, desfalleciendo…

Las manos que derraman por la noche
los filtros germinales en el lecho:
las que escriben las cláusulas fecundas
sobre las carnes que violó el invierno.

Las manos sin amor de las amadas,
más frías y más blancas que el pañuelo
que se esfuma en las largas despedidas
como paloma del adiós supremo.

¡Las únicas, las fieles, las anónimas,
las manos que en los ojos de algún muerto
pusieron, al cerrarlos, la postrera
temblorosa caricia de sus dedos!

Las manos de bellezas irreales,
las manos como lirios de recuerdos,
de aquellas que se fueron a la luna,
en la piedad del éxtasis eterno.

Las místicas, fervientes como exvotos,
inmaterializadas en el rezo,
las manos que humanizan las imágenes
de los blondos y tristes nazarenos.

Y las manos que triunfan del olvido,
¡esas, blancas como el remordimiento
de no haberlas besado, ni siquiera
con el beso intangible del ensueño!



Poema La Vuelta De «caperucita» de Evaristo Carriego



Entra sin miedo, hermana: no te diremos nada.
¡Qué cambiado está todo, qué cambiado! ¿No es cierto?
¡Si supieras la vida que llevamos pasada!
Mamá ha caído enferma y el pobre viejo ha muerto…

Los menores te extrañan todavía, y los otros
verán en ti a la hermana perdida que regresa:
puedes quedarte, siempre tendrás entre nosotros,
con el cariño de antes, un lugar en la mesa.

Quédate con nosotros. Sufres y vienes pobre.
Ni un reproche te haremos: ni una palabra sobre
el oculto motivo de tu distanciamiento;

ya demasiado sabes cuánto te hemos querido:
aquel día, ¿recuerdas? tuve un presentimiento…
¡Si no te hubieras ido!



Poema La Que Hoy Pasó Muy Agitada de Evaristo Carriego



¡Qué tarde regresas!… ¿Serán las benditas
locuaces amigas que te han detenido?
Vas tan agitada!… ¿Te habrán sorprendido
dejando, hace un rato, las casas de citas?

¡Adiós, morochita!… Ya verás, muchacha,
cuando andes en todas las charlas caseras:
sospecho las risas de tus compañeras
diciendo que pronto mostraste la hilacha…

Y si esto ha ocurrido, que en verdad no es poco,
si diste el mal paso, si no me equivoco
y encontré el secreto de esa agitación…

¿Quién sabrá si llevas en este momento
una duda amarga sobre el pensamiento
y un ensueño muerto sobre el corazón?



Poema La Múslca Lejana Que Nos Llega de Evaristo Carriego



Accede, te lo ruego así… Dejemos
-mientras se enfría el té que has preparado-
de leer el capítulo empezado:
amada, cierra el libro y escuchemos…

Y calla, por favor…Guarda tus finas
burlas: ten la vergüenza, no imposible,
de que tu dulce voz halle insensible,
rebelde corazón que aún dominas.

¿Ves? Llega como un breve pensamiento
que pone en fuga el arrepentimiento…
Bebe toda la onda, hermana mía,

no dejes en la copa nada, nada…
Emborráchate, amada:
la música es el vino hecho armonía.



Poema La Muerte Del Cisne de Evaristo Carriego



En un largo alarido de tristeza
los heraldos, sombríos, la anunciaron,
y las faunas errantes se aprontaron
a dejar el amor de la aspereza.

Con el Genio del bosque a la cabeza,
una noche y un día galoparon,
y cual corceles épicos llegaron
en un tropel de bárbara grandeza.

Y ahí están. Ya salvajes emociones,
rugen coros de líricos leones
cuando allá en los remansos de lo Inerte,

como surgiendo de una pesadilla,
¡Grazna un ganso alejado de la orilla
la bondad provechosa de la Muerte!



Poema La Dulce Voz Que Oímos Todos Los Días de Evaristo Carriego



¡Tienes una voz tan dulce!…
Yo no sé por qué será,
te oímos y nos dan muchas
ganas de quererte más.
Tienes una voz tan dulce
y una manera de hablar,
que aunque a veces tú también
estés triste de verdad
haces reír a abuelita
cuando ella quiere llorar.
¡Y ninguno sabe en dónde
encuentras tanta bondad
para poder decir unas
cosas que nos gustan más¡…
¡Si vieras cómo nos gusta!
No te habrás de imaginar
lo mucho que sufriremos
si tú nos dejas… Mamá
dice que cuando te cases
nos tendrás que abandonar,
y eso es mentira: ¿no es cierto
que nunca te casarás?
Nunca nos dejarás solos,
porque eres buena, ¿verdad?
¿Alguna vez has pensado
qué haremos si te nos vas?
¿No lo has pensado? Nosotros
no lo queremos pensar.
Si tú te nos vas, ¿entonces
qué voz extraña vendrá
a decirnos esas cosas
que tú ya no nos dirás?
¿Nos hará olvidar tu voz
la voz que vendrá? ¿Lo hará?
¿Hará reír a abuelita
cuando ella quiera llorar?



Poema Invitación de Evaristo Carriego



Amada, estoy alegre: ya no siento
la angustiosa opresión de la tristeza:
el pájaro fatal del desaliento
graznando se alejó de mi cabeza.

Amada, amada: ya, de nuevo, el canto
vuelve a vibrar en mí, como otras veces;
¡y el canto es hombre, porque puede tanto,
que hasta sabe domar las altiveces!

Ven a oír: abandona la ventana…
Deja al mendigo en paz. ¡Son tus ternuras
para el dolor, como las de una hermana,
y sólo para mí suelen ser duras!

¡Manos de siempre compasiva y buena,
yo tengo todo un sol para que alumbres
ese olímpico rostro de azucena
hecho de palidez y pesadumbres!

Hoy soy así. Soy un poeta loco
que ve su dicha de tus tedios presa …
¡Ven y siéntate al piano: bebe un poco
de champaña en la música francesa!

No quiero verte triste. De tu cara
borra ese esguince de pesar cansino…
¡Hoy yo quiero vivir!… ¡Qué cosa rara,
hoy tengo el corazón lleno de vino!



Poema Has Vuelto de Evaristo Carriego



Has vuelto, organillo. En la acera
hay risas. Has vuelto llorón y cansado
como antes.
El ciego te espera
las más de las noches sentado
a la puerta. Calla y escucha. Borrosas
memorias de cosas lejanas
evoca en silencio, de cosas
de cuando sus ojos tenían mañanas,
de cuando era joven… la novia… ¡quién sabe
Alegrías, penas,
vividas en horas distantes. ¡Qué suave
se le pone el rostro cada vez que suenas
algún aire antiguo! ¡Recuerda y suspiro!
Has vuelto, organillo. La gente
modesta te mira
pasar, melancólicamente.
Pianito que cruzas la calle cansado
moliendo el eterno
familiar motivo que el año pasado
gemía a la luna de invierno:
con tu voz gangosa dirás en la esquina
la canción ingenua, la de siempre, acaso
esa preferida de nuestra vecina
la costurerita que dio aquel mal paso.
Y luego de un valse te irás como una
tristeza que cruza la calle desierta,
y habrá quien se quede mirando la luna
desde alguna puerta.

¡Adiós, alma nuestra! parece
que dicen las gentes en cuanto te alejas.
¡Pianito del dulce motivo que mece
memorias queridas y viejas!
Anoche, después que te fuiste,
cuando todo el barrio volvía al sosiego
-qué triste-
lloraban los ojos del ciego.



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