poemas vida obra e

Poema El Loco de Elina Wechsler



Me hablas desde el pasado extinguido y te escucho,
y al escucharte soy joven, benévola, incipiente.
Me hablas y en cada frase reconozco
mi locura de ayer, fuerte y desmesurada
como el azar y la suerte.
Escribir es volver sin volver,
indagar el desperfecto del espejo
Me hablas y hay otros hombres.
De murallas de piel de horizontes precisos.
Otros niños, crecen, nacen, ríen,
pero mi vientre ya no partirá otra luz
pidiéndome un nombre para cifrar un acto.
Solo hombre. Historias transmigrantes.
Hoy has hablado. Eras tú, el loco,
y a pesar del sensato y terráqueo curdo de las cosas,
una vez más, te he escuchado.



Poema El Minuto Cobarde de Ramon Lopez Velarde



A Saturnino Herrán

En estos hiperbólicos minutos
en que la vida sube por mi pecho
como una marea de tributos
onerosos, la plétora de vida
se resuelve en renuncia capital
y en miedo se liquida.

Mi sufrimiento es como un gravamen
de rencor, y mi dicha como cera
que se derrite siempre en jubileos,
y hasta mi mismo amor es como un tósigo
que en la raíz del corazón prospera.

Cobardemente clamo, desde el centro
de mis intensidades corrosivas,
a mi parroquia, el ave moderada,
a la flor quieta y a las aguas vivas.

Yo quisiera acogerme a la mesura,
a la estricta conciencia y al recato
de aquellas cosas que me hicieron bien…

Anticuados relojes del Curato
cuyas pesas de cobre
se retardaban, con intención pura,
por aplazarme indefinidamente
la primera amargura.

Obesidad de aquellas lunas que iban
rodando, dormilonas y coquetas,
por un absorto azul
sobre los árboles de las banquetas.

Fatiga incierta de un incierto piano
en que un tema llorón se decantaba,
con insomnio y desgano,
en favor del obtuso centinela
y contra la salud del hortelano.

Santos de piedra que en el atrio exponen
su casulla de piedra a la herejía
del recio temporal.

Garganta criolla de Carmen García
que mandaba su canto hasta las calles
envueltas en perfume vegetal.

Cromos bobalicones,
colgados por estímulo a la mesa,
y que muestran sandías y viandas
con exageraciones
pictóricas; exánimes gallinas,
y conejos en quienes no hizo sangre
lo comedido de los perdigones.

Canteras cuyo vértice poroso
destila el agua, con paciente escrúpulo,
en el monjil reposo
del comedor, a cada golpe neto
con que las gotas, simples y tardías,
acrecen el caudal noches y días.

Acudo a la justicia original
de todas estas cosas;
mas en mi pecho siguen germinando
las plantas venenosas,
y mi violento espíritu se halla
nostálgico de sus jaculatorias
y del pío metal de su medalla.



Poema En La Muerte De Don Rodrigo Calderón de Luis De Gongora



Sella el tronco sangriento, no lo oprime,
De aquel dichosamente desdichado,
Que de las inconstancias de su hado
Esta pizarra apenas le redime;

Piedad común, en vez de la sublime
Urna que el escarmiento le ha negado,
Padrón le erige en bronce imaginado,
Que en vano el tiempo las memorias lime.

Risueño con él, tanto como falso,
El tiempo, cuatro lustros en la risa,
El cuchillo quizá envainaba agudo.

Del sitial después al cadahalso
Precipitado, ¡oh cuánto nos avisa!,
¡Oh cuánta trompa es su ejemplo mudo!



Poema El Bello Secreto De La Memoria de Concha García



Dispensa mis terraplenes. Ya no pueden
con el agua embarrizarse, han agrietado
su forma y entre algunas franjas
yerba seca asoma. Las lluvias
y los otoños no pueden penetrarme,
mi forma irregular se ha hecho compacta
y quien anda sobre mí, se cansa.



Poema Epitafio Para La Foto Del Baile: de Aníbal Núñez



Un fotógrafo fue quien cogió, al vuelo
de los pasos del rock, como un espía
de convenios de amor, la simetría
reciente de tú y yo: baile en un cielo.

Ya frente a la inminencia del pañuelo
del adiós prometimos: sólo había
que esperar que picase en el anzuelo
la hora de recobrar la compañía.

Mas todo se ha quedado en el tintero:
nuestro común proyecto de alegría
y el concertado rumbo compañero.

Hoy yace nuestra fiel fotografía
en un cajón -yo fui el sepulturero-:
6 x 9 de muerte de aquel día.

Mayo, 1963



Poema El Dolor De La Noche de José María Eguren



Cuando tiembla la noche tardía
en los arenales y los campos negros,
se oyen voces dolientes, lejanas,
detrás de los cerros.
¡Es el canto del bosque perdido,
con la gama antigua de silvestres notas,
o el gemir del turbón ignorado,
por vegas y sombras!
¡O el distante clamor de las fieras
que en las pampas brunas
y en las lomas y campos eriales
envían al hombre sus iras nocturnas!
¡El coro que sube remoto a los cielos
será de la muerte la roja palabra
o el clamor de ciudad brilladora
que se hunde, se apaga!
¡El rondó que triste
las pendientes dormidas circunda:
el grito del odio será de los montes,
será de las tumbas!
Cuando se obscurecen las bromas erguidas
en los arenales y los campos negros,
cómo suena el dolor de la noche
¡detrás de los cerros!



Poema Elegía A Un Retrato de Dionisio Ridruejo



Muerta que mueve a amor, presente vida
con la sangre arrastrada por pinceles
y de nuevo en mis ojos concebida.

Muerta en muerte nublada por laureles,
con los últimos llantos enterrados,
en el descanso de tu carne, fieles.

Muerta de los minutos reposados,
lejana de tus siglos de ceniza
y de tus breves años animados.

Caliente juventud que se eterniza
en el único vuelo de mirada
que a una luz sin edades paraliza.

Vida por blandas rosas encauzada,
venas al tiempo del mejor latido
vertidas en la boca enamorada.

Seno en la nieve del suspiro erguido,
frente en el frágil pensamiento fría
bajo oro en seda sin rubor ceñido.

Peso de nube, grave de armonía,
en cándido vestido sin materia
que de ascua cede al hielo su porfía.

Oh, muerte dulce, tu presencia sería
posada, sin atmósfera en el lecho
hiela del tiempo la fluida arteria.

La voz que guarda tu lejano pecho
habla en la risa de tu nueva esencia
adolescente, del ayer deshecho.

Tus ojos me revelan la evidencia
de aquellos ojos que brotaron flores
en polvo de tu muerte sin ausencia.

Tu talle, apenas arco de temores,
libra sus flechas hacia el bosque yerto,
en el que fueron ramas tus temblores.

Sólo mi amor para la angustia abierto
sufre de no llegar a las entrañas
del dolor a mis venas descubierto.

Oh, forma que a amor mueves y que engañas
-viva sin existir, muerta sin piedra-
al fuego frío que sin llanto bañas.

Dime cuál árbol de tus huesos medra,
señálame el verdor que te levanta
y al tronco limpio juntaré mi hiedra.

Pero en la fiel mudez de tu garganta
vuelvo a verte tan cierta y renacida
velada por un aire que no canta,

que se torna la muerte la fingida.
Y tú, la trenzadora del anhelo
que asciende casi eterno por mi vida,
confuso si de tierra o si de cielo.



Poema En Llamas de Luis García Montero



A Jon Juaristi

Canciones que no pueden ser cantadas,
banderas que me manchan con su sangre las manos,
libros oscurecidos por el tiempo,
plazas que sólo existen en las fotografías.

Como el águila vivo
en un bosque incendiado.
El brillo de mis ojos es de llamas extrañas.
Me persiguen las ascuas de una luz enemiga.

Y vuelo, vuelo,
sin un lugar a salvo, sin poder detenerme.



Poema Estos Versos Que Ya Se Van de Ricardo Dávila Díaz Flores



«… Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós».
Pablo Neruda.

Sus labios eran como la espalda de la
muerte,
y su cuerpo
era fogata viva para mis manos de leña.
Ella nunca lo supo,
pero su espalda era mi luz,
y en sus piernas yo renunciaba a todo
cobardemente.
Ah, cuántas veces morimos ella y yo;
los cuerpos como dos tumbas,
y en ellas los besos, las olas, los suspiros.
Qué ternura sus ojos cerrados,
qué ternura sus ojos tranquilos.

Aún la recuerdo cuando cae la lluvia, cuando
pasa el viento, cuando llevo prisa.

Nosotros, los que rompimos tormentas con
las manos,
los que clavamos promesas en el aire,
los que siempre, malditamente siempre,
caíamos jurando sobre nuestras almas, tropezando con la misma huella,
ya no estamos vivos.

Ah, estos versos que ya se van.

La recuerdo aunque no la recuerde,
y sus labios eran la espalda de la muerte.

Afuera ladra un perro, y los grillos hacen su
canto,
y si presto atención, un tren se despide.

Yo atravesaba sombras para recuperarla,
juntaba los escombros para reconstruirlo
todo;
hoy sólo me quedo mirando al tiempo.

En estos versos van los días en que
creímos poderlo todo;
va su cabellera;
va el agua en la que tantas veces arroje mi
corazón para que no tocara la piedra,
el agua que erosionó la piedra.

Ya no recuerdo su voz. Ya no la recuerdo.

En medio de esta noche,
no puedo negar que una espina de nieve teje
miedo en mis venas
y que un escalofrío sube hasta mi voz.

Porque ahora sí,
estos versos se van,
y yo
les digo adiós.



Poema El Exilio De Minerva de Sonia Silva Rosas



A Minerva Margarita Villarreal

Serán estas cuatro paredes la hoja
que por años has buscado,
a la vuelta de tus días
escucharé de ellas las palabras
que tropezaron con el ápice de tu lengua
para quedar estancadas en tu mirada.
Exprimirás entonces tus pupilas
necesario es que lo hagas con tal fuerza
que te permita quedar ausente
de paisajes, imágenes y recuerdos
de nada servirán las fotografías
de nada servirá leer tu mano
para recorrer de nuevo el pasado.

Desamparada buscarás entre los telones
de la historia
algún motivo que ayude a descifrarte
algún motivo que te haya obligado a respirar
en esta nube de concreto
y no encontrarás ninguno
ninguno
sólo una bocanada de soledad
huyendo de tus pulmones
sólo la impotencia de saberte en la orilla
de ese otro lado.

¿Quién te pidió permiso para que existieras?
¿Quién demonios dijo
que deseabas el aliento en tu barro mal formado?

En este muro de arcilla
dibujarás los rostros que anhelabas
para tu rostro,
el vacío también lleva una máscara,
sólo es cuestión de mirarse fijamente
en el espejo
para encontrar el gesto preciso de su angustia
sólo necesitas cincel
y un grano de paciencia
para descubrir que te enviaron
sin rostro alguno:

No eres ni fantasma, ni sombra,
ni criatura, ni raíz, ni tiempo en la distancia,
simplemente no eres, nunca fuiste.

Llenarás de ti este otro muro.
De sus esquinas penderán tus sueños
ya coagulados,
y si aún por tus venas fluye algo de sangre,
teñirás con ella los pliegues
que siempre ocultaron la desesperanza,
el error y el exilio.
Tal vez en tu lecho busquen refugio
algunas gotas,
tal vez esas gotas se transformen en mareas
y se lleven entre olas el sordo lamento
de tus fantasmas,
no te preocupes por ellos
sabrán protegerse del olvido
escribiendo su nombre en el tercer muro,
por eso los marcos, las molduras y velas,
para invocar la pesadumbre
que sus huesos vistieron a través de los años.
Cada jueves bajarán los santos
a peinarles el abandono
y cuando la fatiga por estar colgados los abrume,
se dejarán llevar por el viento
y no habrá santo, ni dios ni diablo
que les haga cambiar de parecer.
No te angusties cuando esto suceda,
recuerda el agujero de la pared cuarta,
sólo a través de él contemplarás
cómo tropiezan con árboles, techos y ramas,
sólo por él sentirás cómo su mirada
se clava en tu mirada
y deberás exprimirte con más fuerza
para no dejar en ti palabra e imagen,
ni siquiera algo de aliento que amenace
con llenar de polvo el final de tu obra.

En estas cuatro paredes,
el acrílico de tu mirada

¿En cuál de sus esquinas
contemplaré derramada tu presencia?



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