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Poema El Viejo Grito de David Escobar Galindo



Sorpresa. Barro. Espíritu.
Llegas cayendo en mí, lluvia del tiempo,
con tus augustas sombras de fría limpidez,
y de repente estoy en otras épocas,
entre las piedras de otros horizontes,
libre de la conciencia que me amarra a una imagen voluble
como el polvo,
concluyendo en un ancho silencio de memorias.

¿Este -aquí- es mi dolor o en el pulso inventado?
Tú no calles, nostalgia de la esfinge.
Vuelvo de las tormentas, de los rostros,
de la miradas húmedas en alcohol o belleza,
de los niños que un día salieron de mis ojos,
de la remota luz que temblaba en las flores de una
música ajena,
y al recorrer mis pasos conocidos
ya no soy el primer habitante que gime,
el sol es como un ojo vacío a mis espaldas.
¡Tú no calles, nostalgia de la esfinge!
Algún día se llega de regreso a la sombra
y entonces es preciso llevar siquiera un rayo de certeza.

En las bodas del sol y de la tierra,
la edad perdió sus laberintos
al conjuro del tiempo destrozado…

En las bodas del sol y de la tierra,
fue el principio del rostro.
Fue la ferodidad un lirio de ternura.
El hallazgo vacío. El crecimiento
para poblar de llamas el recuerdo…

Bodas,
relucientes bodas que en verdad fueron bellas…



Poema El Reencuentro de David Escobar Galindo



No te encontraba, Dios, desde hace tanto.
Es cierto: te rezaba, te pedía;
pero eso es sólo la ansiedad que envía
sondas de luz desde el vital quebranto.

Hallarte es otra cosa. Es otro encanto,
otra necesidad. Y hasta diría
que es la más entrañable fantasía:
gozar de tu memoria el adelanto.

Y eso es lo que hago ahora: te disfruto,
sin la intimidación del absoluto;
ya puro corazón que te consume.

Sorbo tu voz y tu silencio, a una.
Y, sin pedirlo, tengo la fortuna
de respirar a ciegas tu perfume.

«Doy fe de la esperanza» 1985 – 1992



Poema El Episodio Terrorista 3 de David Escobar Galindo



Amor, pleno misterio,
sonido de algún bosque, pánica agua,
llavero del armario con papeles sagrados,
cabello de mujer mientras el día remonta sus chatarras,
podría así seguir, pulsando el laberinto fantasioso,
todo esto tiene una fugaz explicación mesiánica,
como en una asamblea de ídolos inocentes,
mitos de iridiscencia compulsiva,
también amores de sabor plural,
palmas de mitológica palmera,
collar iluminado de los mares del sur,
espejismo de aurora entre los chupamieles,
y callados remedios del zodíaco,
¿por qué digo estas sordas palabras entre el humo
que todo lo gobierna con su acre desatino?

Se acerca a pasos vivos la hora señalada,
la sombra de mi cuerpo es juez y parte;
por el barro, animales domésticos destrozan
una piltrafa -amor, pleno misterio-,
y el vendedor de diarios ya va de espaldas en su bicicleta
con el gran cargamento de odios universales,
de consumibles sueños -sonido de algún bosque,
dócil revelación-, mientras me acerco
a la ventana la rutina suena, cascabel de culebra escondida,
las señoras se asoman a las puertas moviendo sus escobas,
en una transparencia de pudor -agua pánica-,
qué espacio dulce borra el abandono,
se disipa un segundo el remolino de lo inexpugnable
-peligro de morir en luz de día-,
y es que en el riesgo adquiere cada cosa,
cada gesto, un color intenso, amable,
quisiera uno besar viejas paredes,
recordar cada uno de los jazmines ya vividos,
esto es un reto vivo a la intemperie,
un silencio de amor hacia cosas ajenas y sencillas,
quizás ya demasiado mentadas por escrito,
una luna encendiéndose sobre un techo oxidado,
risas de servidumbres en las casas vecinas,
agua de chorro para rostro en fiebre,
y ese olor a aserrín que recuerda
un suave amor total por lo cercano,
san Salvador espejo, rayo virgen,
ámbito desvelado con sólo que mis ojos ardan en la penumbra,
camino de palabras desde la piedra pómez
hasta el tubo de azul desodorante;
y de repente hay un fulgor inédito
por donde la ciudad tiene otra cara,
un amarillo que hace aparecer en las esquinas seres sospechosos,
un mirto en la tiniebla se destiñe,
siento quebrarse el pulso de la luna,
amor, pleno misterio, sonido de algún bosque,
valor frugal que envuelve lo viviente,
la flor ensimismada amanece con garras,
¿dónde está el almanaque con sus dulces mareas,
la eficiencia del aire que acaricia las malvas esas joyas antiguas?

Por las paredes cruzan las sombras a caballo,
¿qué realidad transita por mis sienes?

Como en una película, los niños
preguntan por la magia del recuerdo,
y la respuesta es una roja máscara
que sonríe sin fin, oigo y me callo,
late el polvo al cruzar las francas puertas,
olor a queso rancio despiden los papeles,
y alguna majestad de vigilante
mueve las secas brasas de la ira:

¡Cuidado, la verdad es un destello!

Sin embargo este día está apagándose,
queda un rescoldo verde debajo de mi lengua,
una licuada sal expectativa
que es la hermana menor del musgo mismo;
ahí, junto a la llama del revólver,
la almohada abre sus ojos transparentes,
y el grave amor al ámbito visible
pasa alzando pañuelos por los cuartos vacíos.

Contraste fervoroso, huella en ascuas.

De esa región perlada de alas vividas
se filtran estas públicas palabras.

«Discurso secreto» 1974



Poema El Episodio Terrorista 2 de David Escobar Galindo



Ando entre luz quebrada, oscurecida,
con una abeja dentro del cerebro,
pulso de amor abriéndose, cerrándose;
y las palabras cotidianas gimen
como puertas antiguas, sin retorno,
una taza de leche cumple el celo
de la época, pasan los ejércitos
mientras por la ventana ven mis ojos
una pequeña calle transversal
con suaves casas que no se imaginan
la vecindad del hombre desvelado
por la violencia -polvo irrestañable,
remolino de polvo que aparece
por un segundo, igual que los relámpagos.
Tiempo de meditar- silla furiosa.
¿Seré el cautivo o el apasionado?

Ambos -doble rumor de la estructura:
el sonido del arma en pie de vuelo,
la razón que estrujada se alimenta
de sus propias sustancias ofendidas;
y hoy levantarse con el santo y seña
desde la construcción ebria de clavos
hasta la densidad del sentimiento,
fértil como canela masticada,
es una soledad de doble filo,
un tener la remota valentía
de caminar con húmedos plumajes
entre las horas de crucial encuentro.

Después de todo el aire es una dádiva
llena de pasionales abundancias,
¿y qué enseña este tiempo sino el eco
de la conturbación racionalista,
bella en inútiles declaraciones,
la organizada sombra de las piedras
que en su esplendor de muros y de tumbas
tapia a muertos y a vivos, a opresores
y a oprimidos, a limpios y a envidiosos?

El sol entre los árboles ardiendo
me quema la mirada, me enternece,
porque respiro un fuego respirado
y amo este reino de respiraciones,
hoy más que nunca, ante el clamor secreto.

Y de esta funeral demografía,
de este ecológico derrumbamiento,
de esta presión impúdica, inodora,
de esta anillada criminalidad,
¿hacia qué callejones embocamos,
enardecidos entre dos cegueras?
Quizás nunca se extingue al fe última,
la luna clara al fondo de la sangre,
así como los ojos siempre vuelven
hacia un desnudo de mujer deseada.

Mi corazón olvida entre las sombras
sus tijeras sagradas: los recuerdos.

«Discurso secreto» 1974



Poema El Arraigado de David Escobar Galindo



¡Yo no me iré de esta casa
aunque el huracán arrecie!

Seguiré aspirando el moho
de sus ancianas paredes,
oyendo crujir maderas
en noches de viento fértil,
y contando entre las vigas
los murciélagos de siempre.

Yo no me iré de esta casa,
de sus tres tiempos clementes,
de su patio con begonias,
de su estrellita en la frente,
de su Virgen del Rosario
y de su Arcángel prudente.

Aunque el huracán desboque
sus espumosos jinetes,
esta casa es mi universo,
con abrigos e intemperies,
y su pequeña nostalgia
guardada en cofres que huelen.

Porque esta casa es tan triste
como un difunto en diciembre,
porque tiene tantas grietas
que el aire en ella es un duende,
porque en alambres nerviosos
sus viejas ropas se tienden,
porque en la noche hay un eco
de bisabuelas ausentes,
porque en un cuarto cerrado
alguien llama y nadie viene,
porque vivieron en ella
muertos que aún son vivientes,
porque hay un gran jazminero
a la par de un pozo verde,
porque es pobre como un niño
y como un anciano, inerme.

Por eso yo estoy aquí,
dibujándola en mi frente
con un lápiz de obsidiana
que no hay siglo que lo quiebre;
y aquí oigo pasos y pasos
-¡cómo trajina la gente!-,
con la vigilia remota
y con el sueño presente,
haciendo ruido a la vida
porque si no se nos duerme
y entonces baja el tigrillo
-que ya es fantasma- y la muerde…

¡Porque esta casa es tan triste
que les da miedo a los huéspedes,
y todos lloran al verla,
con llanto que el sol disuelve!
Sus ventanas, arrancadas;
sus puertas, crujir de dientes;
sus pisos, barro desnudo;
sus cielos, cielos que llueven…

Y es tan triste, pero tanto,
que a ratos parece alegre,
con alegrón de guitarras
que ilumina el aguardiente,
sacado en el alambique
que nunca hallan los agentes…

Yo no me iré de esta casa,
porque el invierno no quiere,

Porque el verano me llama,
porque los dos bien se entienden,
y ambos juegan con mi voz
hasta dejarla tan tenue
que ya es una telaraña
de cariñosas mercedes…

Y al fondo dice un espejo
la fantasía de siempre:
que es la casa una metáfora
erizada de alfileres
alborotada de encajes,
arrinconada de ayeres.
¡Pues si esta casa es la Patria,
tan firme que acaso tiemble,
tan dulce que acaso ahogue,
tan honda que acaso vuele!

Y yo nunca me iré de ella,
aunque el huracán arrecie…

«Doy fe de la esperanza» 1985 – 1992



Poema Deja Que El Aire Libre Se Libere de David Escobar Galindo



Deja que el aire libre se libere
más aún, oh Dolor, deja que afine
su transparente fuego Mnemosine
para cantar lo que viviendo muere.

Que así, en lo oscuro, mi estupor inquiere
y en mano abierta el eco se define
ante la espina que la mano hiere.

Deja pues, oh Dolor, que me encamine
hacia la lumbre que mi lumbre quiere,
lenta unidad de noche que termine.

Y así en el blanco oficio que me espere
la vida clara y corporal germine
como si el día sin fronteras fuere.

«El libro de Lillian» 1975



Poema Ars Dinámica de David Escobar Galindo



Usted es la sombra que amanece desnuda,
con un temblor de miedo en las espaldas.

Pero hay que estar despierto: a mediodía
sonará la trompeta.

Doy fe de la esperanza» 1985 – 1992



Poema Yo No Soy… de David Escobar Galindo



Yo no soy Pedro,
Juan,
ni Segismundo.

Yo no soy pura sangre,
ni mestizo,
ni natural del valle o de la estepa.

Mi pensamiento es un pequeño mundo.
Un mundo de orfandad de pura cepa.

Vine de no sé dónde,
un día en que unas manos
se estrecharon a medias.

Y tú ?poesía, viento?
ni lo haces más atroz,
ni lo remedias.

Yo no soy Gran Collar,
ni estoy triste,
ni creo en la derrota.

Admiro el rostro inmenso del océano,
pero prefiero el brillo
de una gota.

Me gusta la verdad de los que esperan,
y el amor
hecho vida.

Y creo en el retorno de los tiempos,
en otra dimensión
desconocida.

Recuerdo vagamente algunos signos,
algún destello de mitología,
alguna forma gris de echar la suerte.

Y no le tengo miedo a lo que venga:
ni al ojo solapado de la vida,
ni al párpado sincero de la muerte.

o no soy la bandera,
ni el perdón,
ni el cayado.

No soy el que descubre,
ni el que salva
o reclama ser salvado.

Yo no soy Pedro,
Juan,
ni Segismundo.

Yo soy un soplo de aire.
Un sonido que pasa.
El sonido fugaz de un milagro profundo.

pues soy más que la carne misteriosa
en que alguien ?una vez?
me trajo al mundo.



Poema Vi La Tierra Descalza de David Escobar Galindo



Vi la tierra descalza
y quise descalzarme yo también.
Oí el agua desnuda
y quise desnudarme yo también.
Sentí el aire indefenso
y quise estar inerme yo también.
Me habló el fuego en lo oscuro
y quise hallarme solo yo también.
Entonces escuché gemir al semejante
y busqué convertirme en los cuatro elementos
para la redención de ese gemido.



Poema Verdinegra Es La Piedra de David Escobar Galindo



Verdinegra es la piedra, como siempre.
Transparente es el agua, como nunca.
¿Podría imaginarse algún riachuelo
que se olvidara en la sed del día?
Entre el nunca y el siempre hay una alianza.
Entre el siempre y el nunca está el abismo.



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