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Poema Ruptura Y El Peso De La Hora de Christian Formoso Bavich



Y cuando la hora repentina
de la costumbre
y la desdicha
rompe como ola o muerto
la paz de la tarde,
y separa la vida
en antes y después de esta hora,
como sepulcro o testigo,
como arañando la espalda
o la tierra,
quisiera diluirme
en el suelo,
en la sombra,
en el río de las latitudes
plenas y apartadas
de esta hora que rompe;
y cuando sucede lo súbito;
y las vidas recuerdan
el peso de la hora
como invisible mundo
en el hombro,
en la interminable columna
o vértebra,
de los días postreros y anteriores,
algo se duerme
y algo se tumba,
y las vidas recuerdan
el peso de esta hora
como si hablaran,
como el graznido
o la muerte
de un condenado,
como sentencia.
Nada hay que borre
el temblor de esta hora,
ni el tiempo en su laguna
o arena,
ni agujas,
ni rezos.
Hay desazones y heridas
borbotando,
hay frases marinas,
y temporales.
Cada quien tras la hora
tiene su razón.
Y cuando la hora repentina,
irrumpe
hay desazones y heridas,
como sentencias, como religión, imborrable,
como fe,
diluyendo las luces
para enviarnos
el recuerdo imborrable
de esta hora.



Poema Fragmento de Christian Formoso Bavich



No hubo solución, no hubo,
la ciudad se reveló tantas veces
y las sábanas no fueron refugio,
ni amor, ni palacio,
las camas repletas de odio
no fueron lugares seguros,
aun nunca fueron lugares,
ni suficiente ahogo ni extremaunción,
nada se hizo necesario,
la ciudad contempló todo
y a todo tuvo respuesta
como respuesta de ciudad iluminada,
a todo hubo respuesta en la voz de la ciudad,
tuvo peso la resonancia de las leyes
y las leyes de la ciudad
fueron objeto de culto
y objeto de refugio, amor y palacio,
y ante cada erupción o palabra
de los conocidos o ignorados,
hubo sangre,
y sangre fue la respuesta tres veces
a cada uno de sus costados,
y las heridas nunca fueron sanando,
sangre fue la respuesta,
y manejamos el ojo en la sangre,
el hilo en la sangre,
ocultos a la vista de todos,
bien digo, no hubo solución,
pero hubo ritos para celebrar
la caída y la perpendicularidad de las leyes,
directo a las cabezas,
directo a las cabezas,
. ?»Esto es ley», la ciudad.
?»Esto es ley», y después del anuncio, relámpagos
y más sangre,
sangre de la que nunca
nadie pudo dejar de beber
porque los sorbos fueron largos y lentos,
y aun con los vómitos y los coágulos
de los sorbos lentos y largos,
la ley de la ciudad no concibió variantes,
ni recursos, ni excepciones,
la ley fue dura
y castigó duramente
a quienes vomitaban en público:
?»Todo ha de ser privado», la ley,
pero todos corrían a mirar
a quienes se atragantaban,
y la ciudad entera
fue un coro de «te lo dije»,
un coro de malditos «te lo dije»,
y los atragantados recibían patadas
que no dejaban de ser actos públicos,
entonces la ley era peor,
la ley partía la tierra gritando:
?»Yo te lo dije»
?»Yo te lo dije»
y los atragantados
con el dolor hasta el cuello
y subiendo más alto,
caían en los agujeros provocados
por los gritos de la ley en la tierra.
Así cayeron cientos,
y los que no se hundían
no era causa de concesiones,
era que lograban ponerse de pie
y vomitar hacia adentro,
entonces la ley los olvidaba
y ellos comenzaban a pudrirse,
o en el peor de los casos
a mantenerse de pie.

Con la llegada de las tardes
quisimos irnos,
pero nada nos detuvo.
Nos quedamos apretados en las tardes,
con nubes enfermas,
y esperábamos irnos sin algo preparado,
con frases,
con hilachas a medio cortar, queríamos,
pero llegaban otros
a decir algo sin paciencia,
hablando de la ley,
prefiriendo a la lluvia,
la amenaza constante del invierno.
Llovió entonces,
pasaron máquinas interminables,
no supe calcular,
no hubo cielo para las nubes
que en su abundancia bajaban a escupirnos,
llovía entonces, recuerdo,
esperábamos irnos,
nada fue preparado hasta la lluvia,
y los pies en el barro
apretamos los puños,
apretamos los dientes,
entonces sí,
llovía,
y la lluvia era algo incierto
y anfibio,
otra vez subíamos las manos
y nos dábamos patadas
mirando la mugre de nuestros zapatos,
la mugre o la sangre, no recuerdo.
La lluvia cayó de improviso,
es justo,
después fue la tierra
la que volvió a hablar,
y no entendimos por qué nos alejamos,
nos alejaron,
no entiendo si estoy o estamos tan lejos,
la tierra explicaba pero desde otro,
aquí no hubo lluvia
porque hubo un comienzo
para los deshielos,
aquí aprendí que no podía reconocer
cuántos éramos.
Y tuve miedo
y estuve solo.



Poema El Fuego De La Sombra (2) de Christian Formoso Bavich



Cantar a la medida de la muerte,
como en una boca negra y sin dientes,
cantar sobre los techos mugrientos del mundo.

Cantar,
estirar la lengua en medio del pueblo,
como una madeja ovillada en otro tiempo.

Cantar,
como si pudiera, como un niño angosto,
como un feto.

Cantar como vomitando por los campos
y las casas, como un durazno limpio,
como un estómago vacío.

Cantar,
cantar como la sarna canta en la carne
de las articulaciones,
como el musgo asomando en la lengua cantar.

Cantar los colores deformes,
los sonidos olorosos,
los sabores de las letras,
la temperatura de la memoria.

Cantar,
yo que siempre he encontrado mi dolor
en otro cuerpo, arrojado a este otro cuerpo
como un demonio desnudo.

Cantar como si pudiera,
los dolores del mundo
en los contornos del infierno.



Poema El Fuego De La Sombra (1) de Christian Formoso Bavich



La casa en cierta medida como un sepulcro,
y todos los muertos sentados a la mesa,
las cucharas lentas por el peso del mundo,
la comida antes de alimentar a la tierra.

Pronto vendrá la noche sin dejar que llegue la tarde,
y la violencia del viento me hará pensar
en canciones podridas que hablaban de Cristo.
La mesa vacía me revelará otro tiempo.

Tendré todo lo que amo para nombrarlo.





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