poemas vida obra carlos murciano

Poema En La Casa de Carlos Murciano



Iba abriendo las últimas estancias.
Nada turbaba el polvo gris del suelo.
Triste la luz, sobre los altos muros,
acuchillaba el tiempo.

Nadie pisaba. Nadie turbia. (¿Nadie
pisaba las orillas del silencio?)
En el cristal, sangrando, rebotaba
un pájaro de hielo.

Iba desempolvando los rincones.
«Ahora es verdad. Ahora. Esto fue un beso
dulce, aquello una palabra… ¡Oh, Dios!,
¿y esto? »

Se tocaba las manos. No sabía.
Acariciaba, roto, un pedazo de sueño.
¿Qué es…? ¿Qué es…? Temblaba. Torpe, había
olvidado el recuerdo.

«Aquí hubo alguien. Yo lo sé. Aquí
vivía alguien. ¿Quién, ¡oh Dios! , quién…?» Luego
lloró sobre las losas. ..Se buscaba
él mismo sin saberlo.



Poema Donde El Poeta Termina Venciéndose de Carlos Murciano



A SU AMADA

La soledad, mi mala consejera,
vuelve otra vez a hablarme en el oído:
Para habitar la bruma o el olvido
basta morirse de cualquier manera.

Lo mismo da morirse en primavera
de una corazonada, que mordido
por los perros del hambre, que aterido
en un invierno pálido y cualquiera.

La verdad es que igual me da sentirme
de silencio la voz, el pie de roca,
yerto para escaparme o evadirme.

Máteme a mí la muerte que me toca.
A mí tanto me da de qué morirme.
Pero es mejor morirme de tu boca.



Poema Donde El Poeta Pide A La Amada Que No Se Ruborice de Carlos Murciano



Aquí palomas pares y gemelas
una mañana se posaron. Mira
cómo mi mano torpe se retira
cuando con tu desdén las arcangelas.

Dije palomas. Pero no: gacelas
debí decir. ¡Qué bosque de mentira
crece ante mi mirada que delira
viendo que de mi mano ni recelas!

¿Gacelas? Pues acaso no acertara.
Mejor claras colinas donde asomas
la total granazón de tus veranos.

Quemaran y en su fuego me quemara.
Mátame amor, mas vengan tus palomas,
gacelas o colinas a mis manos.



Poema Donde El Poeta Juega Ajedrez Con Su Amada de Carlos Murciano



Y CUENTA CÓMO PIERDE LA PARTIDA

Las blancas para ti -luego tú sales-
y para mí las negras. Lo sabía.
Palabra, amor, palabra que tenía
negras la consonantes y vocales.

Hay un poco de luna en los cristales
y otro poco de luna en mi alegría…
Volveré al juego amor… Me distraía
y no sentí tus tiros verticales.

Alfil que ataca, torre que se entrega.
Caballo blanco… ( ¿Whisky? ) ¡No te digo
que no está mi horno, amor, para el combate!

Reina que avanza, Rey que se doblega…
Y de pronto me miras -dudo, ¿sigo?-
recto hacia el corazón… Y jaque mate.



Poema Donde El Poeta Habla A La Amada de Carlos Murciano



POR VEZ PRIMERA DE SUS DOS HIJAS

Llegaron juntas a la pena mía
como desde tu vientre hasta la cuna.
Te quise mucho en el dolor. Alguna
vez te podré decir lo que sentía.

Llegaron juntas hasta mi alegría
cuando crecía en soledad la luna
y otoño vareaba la aceituna
en los olivos de mi Andalucía.

Hubo una vez en ti tres corazones.
Mas como me los distes, no dispones
más que del mío en sombra y no te vale.

O sí te vale. Mírale la llama.
Bendita sea, Dios, la doble rama
que al tronco del amor más puro sale.



Poema Donde El Poeta Compone, De Otras Muchas, de Carlos Murciano



UNA ORACIÓN POR LA AMADA Y EL HIJO QUE ESPERAN

Dios te salve, ternura, que ahora me llevas a la
derecha de mi vida; adonde ella me crece,
ala mía derecha, ala de lo que tuve
o bien pude tener de ángel celeste o niño.
Dios te salve, muchacha que ya tengo por mía,
que en esto que me suena del lado izquierdo -¿ala
segunda, roja, fuerte, poderosa?- me anidas.
Dios te salve, Dios mismo, y Dios me salve el verso,
la oración que de escombros de oraciones levanto:
Padre nuestro que estás en los suelos del hombre.
hoy te pido por ella, porque es niña y no puede;
dulce Santa María, madre de Dios y nuestra,
hoy te pido por ella, porque es niña y no sabe;
vírgenes que por vírgenes alcanzasteis lo eterno.
bendecid este fruto primero de su vientre;
mártires cuya carne el amor desgarrara,
conservadme la suya de gacela temblando;
ángeles, serafines, levísimos arcángeles;
prestadle vuestro peso para que no se venga.
En el nombre del hijo que alberga, preservadla;
el nombre del hijo derramad la alegría.
Y si algo pudo haceros que merezca castigo
-y perdonad si dudo que tan niña pudiera-,
en el nombre del padre descargad vuestra furia,
en el nombre del padre -ya sabéis cuál es: Carlos
descargad vuestro justo latigazo de ira.



Poema Donde Le Poeta Comparte Su Lecho de Carlos Murciano



POR VEZ PRIMERA

Guardo la primavera
bajo mi blanca sábana.
Toco sus manos niñas,
su cintura perfecta,
sus senos como claras
palomas asustándose,
rozo sus hombros tersos,
redondos como frutos
y pronuncio en su boca
mi beso más liviano.

Guardo la primavera:
tengo el amor crecido,
tengo el amor creciendo
como luna en mi cuarto.

Decid, los amadores,
si cuando abril se cuelga
de las acacias vírgenes
hubiera algo más bello
que poseer sus brazos.
Pues yo los tengo ahora
conmigo, floreciéndose,
poblándose de pájaros
pequeños y piantes.
Decid, los amadores…
Mas no digáis, callad.
Callad, que hoy tengo el sueño
ligero y compartido
y no me atrevo ni
a despertar, no vaya
a ser que sólo sea
un sueño tanta dicha.

Afuera queda el mundo,
las estrellas rodando,
y el viento azul y leve
con que Dios se corona.
Pero la primavera
la tengo aquí, conmigo.
Callad. No levantéis
rumor. que yo, por vez
primera, en esta noche
con una rosa duermo.



Poema Muerte De Jesús de Carlos Murciano



Ya no va más. La voz ha enmudecido.
El envite final se ha consumado.
Varón mortalecido,
Cristo comienza su reinado.

Jugó y perdió. Ganó, sencillamente.
De la cruz pende el Hombre, de la pena
pende ya la alegría. Dulcemente,
se viene al suelo la cadena.

Libre es el hombre. Cae
un terrible silencio sobre la tierra oscura.
Crece la niebla y tras
de la mano la hiel y la amargura.

Crece el remordimiento. «Ciertamente,
era el Hijo de Dios». Erguido sobre el monte,
el Hijo de Dios vivo ha muerto. Enfrente,
tiembla de soledad la piel del horizonte.

Cruje el suelo, se rompe bajo el Crucificado.
La noche se desata en tempestades.
Derrama sangre y agua la fuente del costado.
Y el velo de los cielos se rasga en dos mitades.



Poema Hoy Has Venido de Carlos Murciano



Hoy has venido a compartir
mi soledad de estar contigo.
Partiste el pan, tomaste un sorbo
de vino nuevo, te llevaste
hasta los labios la manzana
y allí quedó tu mordedura,
la viva huella de tu sed.
Luego anduvimos de la mano
por los pasillos silenciosos,
como dos sombras o dos niños
desamparados de estar juntos,
ciegos de tanto conocer.
Por ti la casa fue poblándose
de luces altas, de rumores
en desolvido, de aleteos
de golondrinas zurcidoras
de tanto tiempo desgarrado,
de ese violín que un claro día
te hizo llorar, poner en punto
la aguja fiel del corazón.
Y cuando todo parecía
tan al alcance de la mano,
cuando estar cerca o estar lejos
eran la misma simple cosa
y la ventana se entreabría
para que huyese hasta su cielo
la soledad, el viento malo
de estar sin ti cerró de golpe
y todo fue desconocerte,
recuperar tu larga ausencia,
doblar silencios y penumbras
y contemplar en los espejos
tu larga lluvia de no ser.



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