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Poema La Dame A La Licorne de Carlos Barral



Estudio de ademanes

A una muchacha desnuda de medio cuerpo,
que, creyéndose sola, se quita los blue-jeans
junto a una bicicleta.

Oriente ensortijado,
rojo vellón flamante, con qué pausa
de sol en hebras nace entre dos ramas
aún nocturnas de azules indecisos

y crespa luz guardada
-venus naciendo nueva de la sarga-
a las puntas saladas y a los labios
incrustados de arena cristalina
promete otra figura
sobre la piel erguida y sobre el mismo
tostado de las dunas
-las sedas suntuosas de la piedra molida-
y el lienzo inquieto de la mar,
espejo
que te revela como tú te admiras.

El duro lomo y las costillas finas
del animal mecánico se aquietan,
se pliegan a la tierra que te empuña,
un instante increíble, cuando avanzas
los hombros
y doblas la rodilla levemente
y el cabello te ciega como una luz espesa
y vagan las dos manos
abriéndose…
… Desnudas
espléndida la gloria de este sitio,
los sueños solitarios -cada hombre,
repetido por siglos, que arribaba
a este arenal desierto- las miradas
turbias de sol, con sed, desde los párpados
de cada olivo centenario…

Oh pura, instantánea,
tanto
y tan llena de ti
que el silencio te observa y aún no suenan
por qué milagro alrededor los golpes
a intervalos detrás del tamarindo
ni el gemido del tren y nada sabes
de la mano crispada o del hierro invisible
ni escuchas el reseco zumbido de los cables
ni el rumor trepan ante de la excavadora.
El ruido de un motor
inútilmente acelerado
golpea como un látigo tu espalda,
oh sorda como el árbol, y ahora crece
como una zarza junto a ti y te acusa
y se encoge en tu cuerpo la hermosura
y un gran manto de ojos
transparente te cubre mientras dudas.

(Pero yo creo en ti, oh cuerpo
joven, fortaleza del alma,
y negaré en tu nombre, quiero
verte prevalecer.)

Oh rompe
con gesto descuidado las redes que te tienden
sacude el aire impuro,
oh rosa en lo secreto y ahora obscena
que los ojos golpean o las pausas del ruido,
oh poder, camina indiferente,
amante desarmada, porque es tu desafío
a las sucias aceras de tu ciudad horrible,
y a lo largo del aire sorprendido,
de espacio violado, te reflejas
en las anchas vitrinas de instrumentos calmantes.

(Desnuda frente a un muro de ataúdes eléctrico
recoges una concha seguramente rota.)

O renuncia y corrómpenos. Recoge
precipitada el pantalón crujiente
y póntelo y la blusa de colores
y toma por los cuernos al animal sumiso
y pisa el polvo de tu gloria.
Entonces
oscuros y dañinos, detrás de cada duna,
saldremos a mirarte
y el pico que no viste se detendrá un instante
y esa máquina negra que de nuevo
ronca.

Y alguno desde lejos, indeciso,
te saldrá al paso, amenazándote
como si nunca hubieras sido
nadie.



Poema La Cour Carrée de Carlos Barral



Oh rápida, te amo.
Oh zorra apresurada al borde del vestido
y límite afilado de la bota injuriante,
rodilla de Artemisa fugaz entre la piedra,
os amo,
sombra huidiza en la escalera noble,
espalda entre trompetas por el puente.
Oh vagas, os envidio,
imágenes parejas en los grises
vahos de las cristaleras entornadas,
impacientes
-que llegan a las citas con retraso-
nervios de los que habitan (el descuido
seguro y arrogante de la puerta entreabierta
y el gesto ordenador de las cosas que miran).
Lo quiero casi todo:
la puerta del palacio con armas y figuras,
el nombre de los reyes y el latón de República.
Quiero tus ojos de extranjera ingenua
y la facilidad sin alma del copista.
Quiero esta luz de ahora. Es mi deseo
estar abierto, atento, hasta que parta.
Y quisiera que alguien me dijera
adiós,
contenida, riendo entre lágrimas.

Extranjero en las puertas, no estás solo,
mi apurada tristeza te acompaña.



Poema Kvinorgarden* (predio De Las Mujeres ) de Carlos Barral



Bien, llévame si quieres al jardín de la Reina;
veré el verde maltrecho por las nieves tardías
y el furuoso brotar de las flores salvajes
y los tallos turgentes que quieren ser mordidos
y a Pomona en la cumbre carmín de una avenida,
con cuervos en los hombros, y una excedra sin nadie.

Mas dime si habrá gente, si habrá por los caminos
altos viejos sin sombra y niños relucientes,
si músicos ociosos con grandes volantines
y amantes de domingo, y si muchachas
tendidas en la yerba, discretamente a solas
con este sol extraño de dedos tan ligeros.

Porque ante todo vine para ver si los cuerpos
eran como los cuentan.
Si los pezones puros como puntas de pica
y los muslos morosos como fiesta
campestre desde el alba,
y la espalda de concha iridiscente
y altas las nalgas como en los sueños,
ríos
de piel resuelta, mansa vía
de gentes que no penan por sus formas
de animales enhiestos y lampiños,
y comparan su vello anaranjado
y aprecian lo distinto y que se ríen
del paisaje menudo de los pliegues
inguinales,
tan blando y tan exacto,
y se ungen la piel unos a otros
y se acarician con los abedules.

Dime si es cierto y di si podré verlo
y si podré ocultar mis gestos sin despacio
y no sospecharán que les espío
ni habrán de sentir miedo de mis ojos abiertos
llenos de blancas sombras y rincones obscuros

Y si me sonriesen, di, ¿qué haría?
con las manos tenaces, envaradas,
sin ni siquiera un libro en que enterrar los dedos.

Di si debo aceptar el trébol que me ofrezcan
vulgar y de tres hojas, como en los campos míos.

* Un imaginario parque estocolmés.



Poema Hombre En El Mar (fragmento) de Carlos Barral



II
Y tú, amor mío, ¿agradeces conmigo
las generosas ocasiones que la mar
nos deparaba de estar juntos? ¿Tú te acuerdas,
casi en el tacto, como yo,
de la caricia intranquila entre dos maniobras,
del temblor de tus pechos
en la camisa abierta cara al viento?

Y de las tardes sosegadas,
cuando la vela débil como un moribundo
nos devolvía a casa muy despacio…
Éramos como huéspedes de la libertad,
tal vez demasiado hermosa.

El azul de la tarde,
los húmedos violetas que oscurecían el aire
se abrían
y volvían a cerrarse tras nosotros
como la puerta de una habitación
por la que no nos hubiéramos
atrevido a preguntar.
Y casi
nos bastaba un ligero contacto,
un distraído cogerte por los hombros
y sentir tu cabeza abandonada,
mientras alrededor se hacía triste
y allá en tierra, en la penumbra
parpadeaban las primeras luces.



Poema Gato Ecuestre de Carlos Barral



¿Cuál de los dos, mi tigre, a quién celebran
las aristas de polvo, las lanzas habitadas
que destellan ventanas insurgentes
en la noche solemne de la proclamación?

¿A quién miran los ojos en la hierba peinada?
¿Para quién la sonrisa aduladora
en las sombras secretas del square
o la memoria hambrienta de los niños?

¿Cuál de los dos exhibe, cuál somete?
¿O acaso lo admirable es ser el bicho
extraordinario que muestra a quien lo doma
y esclaviza la zarpa civil que lo sujeta?

Pues por si acaso fuera en tu homenaje
baila.

Yérguete sobre los cuartos poderosos
la dorada testera propón a las estrellas,
enarca la ancha mano
y queda inmóvil.



Poema Fósiles de Carlos Barral



Sumérjase el alma un instante
en el árido mar del deseo
y surja falaz de su espuma
tu efigie de bronce

*

Agite la brisa a su soplo
tus negros y sueltos cabellos
y envuelta en su halago
la bruma de tu cuerpo.

*

Al blanco cuenco de tus blandas manos,
febril apoyo de mi ardiente frente,
al brillo rojo de tus labios finos
dulce caricia de mi boca torpe,
siempre soñada.

Tú que derramas sobre tu frente un bucle,
al inclinarse triste la cabeza,
tú, que amedrentas en tus ojos negros
la melancólica luz y el dulce brillo
la que en el cuello dilatas un sollozo,
y en los labios humedeces un suspiro.

*

Sincronía de suspiros blandos,
sabrosa de salobre, teñida de resol,
moldeada en la morena carne
de la virgen del arpegio dulce
y pastoral.

(1942)



Poema Baño En Cueros de Carlos Barral



Haberlo vivamente deseado y verlas
pisar el agua que la luna enturbia
y estarlas a mirar; los cuerpos blancos
romper la sombra del metal luciente
-desnudo universal, desnudo hasta la muerte-
y quedarse indeciso, en pie, en lo oscuro,
como un viejo marino sospechando un tiempo
súbitamente aventuroso, y, luego,
olvidando los restos de la cena triste
con guitarra y golletes salivosos,
entrar a carga de animal entero
llamado por el agua o por los cuerpos.

Corre hasta el filo castrador del frío,
agua como de espadas.
Las estatuas
se ablandan entre risas, en la espuma.



Poema Baño De Doméstica de Carlos Barral



Entonces arrojaba
piedrecillas al agua jabonosa,
veía disolverse
la violada rúbrica de espuma,
bogar las islas y juntarse, envueltas
en un olor cordial o como un tibio
recuerdo de su risa.

¿Cuántas veces pudo ocurrir
lo que parece ahora tan extraño?
Debió de ser en tardes señaladas,
a la hora del sol,
cuando sestea la disciplina.

En seguida volvía
crujiendo en su uniforme almidonado
y miraba muy seria al habitante
que aún le sonreía
del otro lado de la tela metálica.

Vaciaba el barreño
sobre la grava del jardín.
Burbujas
en la velluda piel de los geranios…

Su espléndido desnudo,
al que las ramas rendían homenaje,
admitiré que sea
nada más que un recuerdo esteticista.
Pero me gustaría ser más joven
para poder imaginar
(pensando en la inminencia de otra cosa)
que era el vigor del pueblo soberano.



Poema A Veces(carlos Barral) de Carlos Barral



A veces cuando era
temprano todavía para verte
o cuando la ventana
se abría a la distancia y al sonido
de tanto hierro puesto y tanta arena
que cruje a tierra extraña en los caminos
remoto a la esperanza
me volvía a aquel sitio en que dejamos
las soledades juntas y las voces.

Te hallaba limitada
de corazón disperso y de alegría
por todos los costados y flotando
en la noche segura y abundante
que nunca se consuma.

Sin embargo a lo lejos
tan pronto me acogías con los nombres
de las cosas comunes, en sigilo
sentía que tu isla no estaba ya a mi alcance.

Entonces por entero
reincorporado al límite del cuerpo
volvía a la certeza de la espera.



Poema Y Tú Amor Mío… de Carlos Barral



Y tú amor mío, ¿agradeces conmigo
las generosas ocasiones que la mar
nos deparaba de estar juntos? ¿Tú te acuerdas,
casi en el tacto, como yo,
de la caricia intranquila entre dos maniobras,
del temblor de tus pechos
en la camisa abierta cara al viento?

Y de las tardes sosegadas,
cuando la vela débil como un moribundo
nos devolvía a casa muy despacio…
Éramos como huéspedes de la libertad,
tal vez demasiado hermosa.

El azul de la tarde,
las húmedas violetas que oscurecían el aire
se abrían
y volvían a cerrarse tras nosotros
como la puerta de una habitación
por la que no nos hubiéramos
atrevido a preguntar.

Y casi
nos bastaba un ligero contacto,
un distraído cogerte por los hombros
y sentir tu cabeza abandonada,
mientras alrededor se hacía triste
y allá en tierra, en la penumbra
parpadeaban las primeras luces.



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