poemas vida obra c

Poema Cubrir Los Bellos Ojos de Gutierre De Cetina



Cubrir los bellos ojos
con la mano que ya me tiene muerto,
cautela fué por cierto,
que así doblar pensastes mis enojos.
Pero de tal cautela
harto mayor ha sido el bien que el daño;
que el resplandor extraño
del sol se puede ver mientras se cela.
Así que, aunque pensastes
cubrir vuestra beldad, única, inmensa,
yo os perdono la ofensa,
pues, cubiertos, mejor verlos dejastes.



Poema Como Garza Real de Gutierre De Cetina



Como garza real, alta en el cielo,
entre halcones puesta y rodeada,
que siendo de los unos remontada,
de los otros seguirse deja el vuelo,

viendo su muerte acá bajo en el suelo
por oculta virtud manifestada,
no tan presto será de él aquejada
que a voces mostrará su desconsuelo,

las pasadas locuras, los ardores
que por otras sentí, fueron, señora,
para me levantar remontadores;

pero viéndoos a vos, mi matadora,
el alma dio señal en sus temores
de la muerte que paso a cada hora.



Poema Cartel De La Alegría de Gustavo Pereira



La muerte debe ser vencida
La miseria echada
Que haya pájaros en cada pecho.



Poema Convocación A Ser de Gustavo Osorio



A semejanza de la espina
Lejos sobre el ser turbado
Como la espina exactamente
Fija sobre el ojo ausente
En atmósfera de ir
He aquí mi iluminado lirio
Muerte completa

Por la lengua pasa a veces
El nombre o su sonido
Solamente él casi creciendo
Para alcanzar a doler
Qué gran voz entonces
Adentro y alrededor del corazón
Y cómo una espada de ceniza
Rompe y abate mi encendida sed

Esperanza y materia
Se podría quizás oír todavía
Su calor tan diverso y tan lejano
Pero es mejor pasar
O crecer o salir lleno de negra memoria
De puertas para viajar
O una estrella casi terror
De un día cargado de vidrios ardientes
Para esperar la pluma o el espejo cerrado

Pasar con un último ser sobre la frente
Visible y ya siempre lejos
A celebrar el tranquilo vapor
Que sube consigo mismo del cabello
O entra en el pecho mientras vacilamos

He aquí pues
El arma libre
El espacio puro para resplandece



Poema Celebración Oculta de Gustavo Osorio



Las cosas que ignoro suenan como una sal en mis sentidos.
Y mi muerte ronda con nombre supuesto
Escuchando los rumores terrenales.
Veo cómo a mi alrededor se sostienen
Sin dedos, sin habla, las visiones,
Y los prodigios que mi alma desconoce
Por una obscura escalera ruedan entrechocándose.
Por eso comprendo la dura luz que pasa
Y me roza para hacerme amar su fruto.

Difundo la gloria que recubre mi piel como un manto
Y voy alejándome de mi huella
Que ya no es posible reconocer entre mil.
A través de ardiente estrago miro
Y los sucesos de la noche retumban inmóviles
Para sellar la puerta firme.

¿Dónde te hallo?
Llena de ondas lúcidas,
Tus pasos dan color a los deseos
Y en mi corazón se levanta una imagen que me mira
Y luego se va, sin oír que la llamo.

Yo no sé qué secretos inmensos
Taladran los sueños con tu nombre
Desde que giras apenas visible;
Pero quiero irme,
Irme con tus ojos removiendo las partes del amor
Para borrar los estigmas.

Cada día descubro palabras que te revelan
Y nuevas marcas en el cielo
Que nos convierte en emanaciones resplandecientes:
Ante mí tengo tu fe
Y la piedra inmortal de donde vienes,
Tu dulce noche y el aire que sale de tus cabellos
Tengo tu llave y una figura
Que sobrevive a la interrogación
Y se deleita bajo tus manos.

En mi casa entro
Y allí, entre plumas y hondas aguas
Te oigo de pronto, detenida en el aire,
Con una nube para mi libertad.
Eres breve indescifrable
Y tus labios remueven el origen de las confusiones.

¿Para qué voy,
Cautivo y ejercitado en el porvenir,
Si tú me arrebatas a las cosas malignas?

Hay en cada soledad una desesperada lengua que arde
Y nos presagia símbolos inútiles
Pero yo acojo lo inalterable de tu voz
Y con ello la arena para abatir el terror.
Te vas hasta el límite más trágico de lo obscuro
Y yo quedo en el recuerdo
Sólo identificado por tu señal de estampa diestra.
Te vas,
Pero una codicia que roe mi corazón te atrae
Y entonces me amas con impetuoso estupor
En el gastado abismo en que las sienes
Castigan al rayo por sus violencias.

Acaso nunca sepamos quién llora para abrasar nuestros sueños,
Acaso nunca lleguemos a encontrar nuestro árbol protector,
Ni veamos su doble copa acallando con su arpa
El habla enemiga que cambia los rostros.

Henos aquí en edad de amar.
Henos aquí soberanos del delirio
Para igualar las jornadas y la ruina sorda,
Libres de los pies que agobian con su falsa esperanza,
Libres de la sangre que desencanta,
Con nuestra luz sin juicio,
Con nuestros cuerpos aterrados por la contemplación.

He aquí nuestro círculo oculto,
Nuestra tierra y nuestra entraña.



Poema Cuando Los Veleros Anclaban En Valparaíso de Guillermo Quiñonez Alvear



(a Carlos Hermosilla Alvárez)

Yo habitaba las moradas silenciosas de tus ojos.
Cuando cerrabas los párpados, escribía tu nombre
o cerraba tus besos.

Tenías la frente alta y limpia de las primeras albas,
donde nacen las plumas con trinos y se recuerdan los sueños.
Blanca, como un aclarar con una estrella olvidada
o viento que se viene desde un bosque de alerces
y pasa tocando las campanas de los pueblos sin guitarras,
sin cantoras ni aguardiente,
y volteando naranjas, en los patios con charcas y ranas
y un escondido trébol de cuatro suertes.

Quizá, en color de marea en muerte y resurrección en sal.
Triste, como una rosa que se desnuda perezosamente
y pregunta, ¿no me ha escrito el junco narciso?
O los molinos del sur lejano, donde duermen las harinas
soñando con los buhos y las viejas lechuzas.
¿Por qué recordabas tanto -nunca una canción de infancia-
la mariposa de cinta amarilla, arrebatada por un escolar
de tus trenzas de niña?

Era todo melancolía cuando te encontré en el mundo.
Los árboles cansados de su traje antiguo, se vestían de oro,
imitando a los príncipes de los cuentos de Calleja,
cuando se iban a hechizar princesas, siempre rubias…

Tu vestido era un aromo recién florecido.
Y el sol, un perro cansado de vagar, se tendió a dormir
en el lago encantado de tu espejo con riberas doradas.

El llamado de un campanario hizo volar palomas
y apresurar el paso de algunas ancianas, con marchitos brevarios.
La calle quedó sola esperando la noche y a los primeros amantes.
Yo y la calle. Un sollozo, aventurero nocturno,
se escondió en mi garganta.

Una última golondrina se iba. La más emotiva hoja de un limonero
se quedó dormida para siempre. Un gorrión le cantó su llanto.

Un organillero tocaba, inútilmente, un vals de 1900,
con restos de crinolinas, polisones y encajes dorados. Y un poco de rapé,
todavía, para los caballeros. Música del maestro Lucero.
Hoy, el horizonte es una inmensa guillotina,
ha decapitado, antes del medio día, a un sol
con cara de emperador oriental.

Ahora el puerto es una gran usina
fundiendo metales de oculta alma y secreto rostro;
el cielo, plomo de bala.
El ambiente, en parámetro de zinc, en antojo de existir,
lleva a doblarse en tristeza al heliótropo. Esta noche,
no dormirá en sus brazos la cantuaria.

Baja la tierra frío de lápida
comentando la muerte de una doncella.
O la de un infante que ya jugaba con un oso de trapo.

Humedad de muelle podrido de amaneceres, ocasos y noches.
Gris de ceniza, astros y tiempos difuntos.
Gris de estatua a la que se le cayeron los dientes,
y se les rompieron los zapatos.
Gris de cuerda de horca jugando en el aire,
sin que éste se asuste.

Un niño a la puerta de su casa toca una armónica.
Las nubes iban hacia el sur. Fue su pastor y no lo supo.
Lombriz y alacrán ignoran los nombres que les hemos asignado.
En invierno todo objeto tiene algo de marítimo,
cansados de zarpar fondean.
Y los vinos en sus barcos duermen.
Acaso, en el sueño, aprenden a conocer un poco
cómo es la muerte.
El pasado enmohecido o sepultado, reaparece
como los fantasmas en los viejos castillos.
Qué hacer con lo de ayer, lo de ahora, lo del mañana del mañana?
Y, además es jueves.
No. No fue el mismo hombre que significó sábado a sábado,
domingo a domingo, miércoles a miércoles.
Tampoco aquél que denominó martes a martes,
viernes a viernes, lunes a lunes.
¿Quién fue? Quizá el judío errante,
disfrazado de deshornillador en tierras de Francia.
O de cervecero, en algún pueblo del norte de Alemania.

Sí. Tiene un nombre terrible,
de soldados que matan a todos los niños
y, después, a todas las granadas en sazón del mundo.
Y a la estrella pura con el sueño puro de una muchacha.
Sin embargo, lo mismo que garganta de pájaro
música y canto es también esta lluvia
para un auditorio enigmático, sin manos, sin oídos,
de postes telegráficos, muros, faroles y tejados solitarios,
como bolsillos rotos. Sometidos al rito de su magia
a veces, en las transiciones del sonido,
un algo del universo nos es revelado.

Por qué me atormento obligándome a decir estas cosas,
en obstinación análoga a la del aire en encender y apagar los astros.

Si yo fuera zapatero, aprendiz o maestro,
quizá, poco de esto me agobiaría.
Y los pies de mis vecinas sabrían de la ternura de mis manos.
Llegó la tarde, cansada, monótona,
parecida al cuarto de esa señorita que estudia piano
y noche y día: DO, RE, MI, FA.
Y yo me quedo esperando la suerte del Sol, el La, el Si,
desesperadamente, como en ocasiones nos han dejado parientes
que nos anunciaron su venida de villorrios lejanos. Y, pasado el tiempo,
nos escriben, en carta multada, por falta de dinero para el pasaje
no podremos ir hasta el próximo año

El mariscal celeste cambia el viento
y ordena a sus doncellas regresar, con sus cántaras vacías,
para que vistan a la luna y a las estrellas de esa noche.

Cuando los muebles se quedan dormidos,
recupero mis antiguos sueños amontonados desde la infancia,
hasta siempre.

Por las calles de mi conciencia transitan heroínas y héroes
de historias escuchadas o leídas: Caperucita, La Bella Durmiente,
El Nazareno y el Tiberíades

Cuando niño recé el Padre Nuestro,
de rodillas en mi lecho. Como mi padre
en su infancia campesina. Y mi madre, ciudadana,
por los muertos y los vivos.

¡Época, antigua!
Los barcos a viento y los a carbón arribaban a Valparaíso,
por el Cabo de Hornos. En ocasiones, desmantelados.
Como un hombre que sale de su casa con corbata nueva
y regresa sin cabeza.

Los capitanes desembarcaban con sus pipas sin combustible
a donde Tornquist. Y pasar el mal rato de una faena,
pedir noticias y relatar travesías al Bar Pacífico,
al Café de la Bolsa o al romántico Bunout. Las tripulaciones,
cantando canciones de amor, se internaban por la Cajilla,
o por la del Calve, adentro. O subían al Arrayán,
A las Glorias de Chile, casa con acordeón.
A donde Palomino, con guitarra. A Los Siete Espejos,
con piano y cantora en el arpa.

El jarro de lavatorio lleno de vino con limonada
valía cinco pesos. Y el amor, casi sólo amor. En ocasiones,
una puñalada.
En los vasos se quemaba la noche, toda.
Y en la caja de los instrumentos piaba el alba.

Ahora las prostitutas a misa y penitencias
a la idolatrada Matriz.

El cura Manero ya era huésped de la eternidad, ¡Torquemada del amor!
Dos alas transparentes, enloquecidas, vuelan alrededor de la lámpara.
Por ellas logro acercarme al dintel y antigüedad de la noche,
oídos de alambre y boca de caucho. En ella me interno,
en destino de tren sin maquinista, en un túnel.
Ahora comprendo el fervor de las mujeres
por los colores y formas ultra-marinos.

También algo más hondo: lo que no se explica ni con palabras ni cifras.
Mi corazón, se recoge en movimiento de cuerda que se corta.
Un graznar agorero en el tejado no es la peor compañía.

Tengo miedo, busco mi sombra y no la encuentro.
Tu recuerdo aparece detrás de mi angustia,
semejante a la distancia en el caminante. ¡Gracias!

Penitente de todas las lunas:
de las de plata,
que duermen en los amasijos de las panaderías.

De las pálidas
en los cementerios, en color y lágrimas
de bellas mujeres con ojos de aguas marinas,
que sólo reciben cartas de luto.

De las de oro,
sueño de los ladrones con novia.

De las de color azufre o yodo,
infernales, por las noches de San Juan
cuando florece la higuera
y las papas muestran la suerte de los seres desolados.

De las rosadas,
en doncellas sorprendidas jugando desnudas
por el relincho de un potro rojo,
galopando a la orilla de un río.

De las azules,
gorras colgadas en los cielos
por los primeros marineros ahogados,
en el primer mar desaparecido.

De las verdes,
descubiertas
por Cándido Portinari,
en las selvas de Amazonas,
entre alharaca de papagayos
y silencio de siringueros.

Quieto corazón. No te rebeles en tu jaula
como un joven león. Bien conoces a tu amo.
Ha sufrido. Ha amado. No te ha dado la peor comida.



Poema Canto Al Cartero de Guillermo Quiñonez Alvear



(a Esteban Santa Coloma)

Hombre que has cruzado todas las civilizaciones
como cualquier astro o insecto alrededor de la noria de la tierra.
Serviste al emperador de la China, entre dragones
de piel de alucinado verde, de un verde de minas de esmeraldas,
en las que hubiéranse derrumbado todas las estrellas.
Y todas las verdes hojas. Y todas las verdes frutas de todas las primaveras.
Y Budas nacidos entre las miasmas,
que alcanzaron su estirpe a la sombra de la flor del té,
del arroz y de la amapola.
Yo digo que el arroz es semejante a una muchacha desnuda
que diera de beber al viento.
Por el faraón, atravesaste el desierto,
Llevando en un jeróglifo al orfebre macabro, el mandato de su sarcófago.
Serviste al Inca, que tenía por trono al sol,
y al señor feudal, corazón y manos de hierro.
Jerusalén, dominada fue por el fierro. ¡Aleluya!
Pechos, espaldares, calaveras de lata:
algo de vosotros mismos, vuestras armaduras,
ahora, en los museos, en posición firme, para siempre.
También, al príncipe del Renacimiento, envuelto en capa de púrpura,
sangre de sus rivales, Calles de Roma, Milán, Sicilia. La espada,
produce armonías de violines de Cremona.
Canales de Venecia, arias magníficas,
la cabeza del gondolero cae al agua y canta su requiem.
Tú cruzaste los países del mundo,
antes que los caminos fueran trabajados por los esclavos,
orientado sólo por el canto primitivo de los aedas.
Y, entre aldea y montaña, llevaste las noticias
de la muerte y del nacimiento de los dioses.
Tú comunicaste los continentes
antes que Marco Polo, Colón, Magallanes,
con una vela rota y el timón de su corazón.
El vate, comentó lo inverosímil,
y tú lo rubricaste entre aldea, pueblo y ciudad.
Por vosotros la fantasía se hizo aventura,
y la aventura, empresa de insignes capitanes.
Oh mundo! epopeya de hombres.
Oh mundo! sacrificio de pueblos.
Lo canto y abarco todo el universo.
Por eso te canto y te exalto a tí
hombre humilde y leal.
Varón primitivo, antiguo y moderno.
Ciudadano, aún, de hoy, entre la riqueza y el suburbio.
Ciudadano también de mañana.
Cuando todo sea nuevo como el primer instante de Dios.
Hombre con algo de santo y algo peregrino.
Hombre rural y, también. ciudadano.
Tú llevaste a Tiberio la noticia de la crucifixión de Cristo.
Y a los amigos de Judas que se negaron sus amigos
y se pelearon las treinta monedas, su traición.
A los pueblos de Europa, la nueva de la caída de la Bastilla
y el fin de la esclavitud.
A los granaderos de Napoleón y a los soldades de Flandes,
la buena y la mala de los suyos.
En el Romancero, estás escondido, ausente.
Así en la garganta, la palabra,
o en el corazón, el sentimiento.
Pero tú disfrutaste de la belleza de humo de la ojiva.
Para tí sonrió el rostro de hostia consagrada
de las vírgenes medioevales
y tú gozaste el perfume de sus trenzas nocturnas.
Tú entregaste a don Quijote
el comentario más triste:
La muerte de Sancho, en una taberna de Castilla,
abrazado a una fregona.
Ahito de realidad, de andanzas, de miseria.
Ahito de muerte eterna.



Poema Canto A Los Muros De Piedra de Guillermo Quiñonez Alvear



La arquitectura salta toda al fondo de los ojos.
Así, la muerte, su caballo y su espada.
O un avión ubicado al irse el sol.
Ayuntando piedra con piedra acontece
en un juego de exacta llama sin tinieblas.
Alianza y pacto de ciudades distantes,
de hombres que adoran dioses obscenos y crueles
u obedecen a reyes o emperadores idiotas.
Y la sangre reconociéndose en milagro como en los mártires,
o el trópico en el color de la fruta.
Bajo el cielo de las islas Británicas, de Túnez, Odessa, Marsella, Callao,
las estrellas son las mismas
para los amantes y los marineros.
Uniendo con vena, deseo con deseo,
en un solo anhelo, en un solo destino.
Destino de raza, verificándose en permanencia de epopeya,
se sucede la estrofa de piedra.
La leyenda es siempre más fragante
que una rosa despierta en la noche.
Y mi corazón por ella sabe
del Inca Atahualpa. Y del católico capitán
don Francisco Pizarro, el de la sucia hoguera
y blanca golilla.
Y de Moisés, el libre soberbio conductor judío.
Continuado, seguro estilo de pueblo en vigilia,
porque hay mucho sueño adentro.
Así, el canto ha de ser duro y crecido en provenir
e invadido de sueño para que permanezca
en el diluvio trágico del tiempo.
Ahora, hay un paisaje que ofrece la piedra
y la línea sin cansancio del muro.
Y cuya sombra inédita, fresca y sin traición
comentarán regocijados los vagamundos,
a lo largo de sus flancos, donde el tiempo
se queda cansado de su tránsito,
y las gavillas de la lluvia se deshacen
en anchas caricias de manos enjoyadas de ternura.
Pero la piedra impone siempre su silencio,
recogido, milenario, profundo.
Entre los ángulos estrictos de las pirámides,
las momias de los faraones.
De piedra las manos autoritarias.
De piedra las frentes pensadores.
De piedra la angustia y las postreras palabras,
en las lenguas de piedra.
El Nilo, los camellos y las palmeras de piedra.
El desierto y el simún de piedra.
Los Ibis, las hetairas, los cortesanos
y los ídolos de piedra, en los ojos de piedra.



Poema Cómo Será El Mar de Guillermo Prieto



Tu nombre ¡o mar! en mi interior resuena;
despierta mi cansada fantasía:
conmueve, engrandece al alma mía,
de entusiasmo férvido la llena.

Nada de limitado me comprime,
cuando imagino contemplar tu seno;
aludo, melancólico y sereno,
o frente augusta; tu mugir sublime.

Serás ¡oh mar! magnifico y grandioso
cuando duermas risueño y sosegado;
cuando a tu seno quieto y dilatado
acaricie el ambiente delicioso?

¿Cuando soberbio, ardiente, enfurecido
gimiendo te abalances hasta el cielo:
cuando haga retemblar al ancho cielo
de tus inquietas aguas el bramido?

Dulce será la luz del claro día
si en tus diáfanas ondas reverbera;
grata el aura y la roca que altanera
tus impulsos vehementes desafía.

Creo ver en tu imperio turbulento
la excelsa eternidad en su palacio,
dominando en el mundo y el espacio,
midiendo la extensión del firmamento.

De la divinidad eres idea;
del mundo miserable poesía
la dulce admiración del alma mía;
con tu vista el Eterno se recrea.

La rama de la playa, que distante
en tu inquieta extensión vaga perdida,
como el recuerdo triste de la vida
en la mente del hombre agonizante.

De la luna fulgente la luz pura,
al través de la nube borrascosa,
cual memoria de madre cariñosa
en medio de una amarga desventura.

De embarcación el mísero deshecho
que gire por tu seno sosegado,
como presentimiento desgraciado
que hace agitar del navegante el pecho.

Todo, todo lo harás interesante:
¿no te habré de admirar? ¿Será vedado
a mis oídos tu mugir sagrado
Y siempre, siempre te tendré distante?

¿La mano del dolor que me comprime,
a perecer cautivo me destina
entre paredes de ciudad mezquina
sin venerar tu majestad sublime?

¿O a ti, me llevará la suerte impía,
cubierto de dolor, sin tener padre;
sin mi dulce adorada; sin mi madre,
lanzado, ay triste, de la patria mía?



Poema Casi Tango de Guillermo Pilía



Siempre fue viejo ?a mis ojos? mi padre
?no sé si por su innata pasión por el tango
que en mi infancia aborrecía, por el sencillo
hecho de ser mi progenitor o por otras
razones que ya no comprendo?. No obstante era
mi padre entonces muy joven, crecido
tal vez por tempranas responsabilidades.
Su reloj empezó a caminar algún día
más lento que el mío ?tan preocupado
por graduarme, por viajar y escribir,
por ser padre…
Ahora mi hijo dice
que él y yo sintonizamos la radio
en la misma frecuencia ?si el tango es tan sólo
una herida repetida en el tiempo?
y más que mi imagen el espejo refleja
la de mi padre, la de quien fue años atrás
mi padre: siempre viejo a mis ojos, cantando
Adiós muchachos, compañeros de mi vida

Casi al mismo compás ?y acaso sin dolor?
ahora vamos los dos envejeciendo.



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