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Poema Cantada de José Coronel Urtecho



Por ti me he vuelto sincero
como en la guerra el guerrero
y en la mar el marinero.

Porque en la ley de a tierra
cada cosa en su lugar
como el guerrero en la guerra
y el marinero en la mar.



Poema Canción De Amor Para El Otoño de José Coronel Urtecho



I

Cuando ya nada pido
Y casi nada espero
Y apenas puedo nada
Es cuanto más te quiero.

II

Te quiero
en Diciembre, en Enero.
Te quiero día a día, el año entero.

Te quiero
bajo el naranjo y bajo el limonero.



Poema Cuántas Veces Quedo de José Carlos Cataño



CUÁNTAS veces quedo
Cuando todo se levanta.

Y si arriba todo,
Aquí yacen las palabras.

Y si arriba yo,
Guijarros conmigo voy sumando.

Y tú y no yo o yo y no tú.

Abárcame en las estelas;
Entero créeme en la derrota.

(de Muerte sin ahí, 1986)



Poema Crisálidas de Jose Asuncion Silva



Cuando enferma la niña todavía
salió cierta mañana
y recorrió, con inseguro paso
la vecina montaña,
trajo, entre un ramo de silvestres flores
oculta una crisálida,
que en su aposento colocó, muy cerca
de la camita blanca…

Unos días después, en el momento
en que ella expiraba,
y todos la veían, con los ojos
nublados por las lágrimas,
en el instante en que murió, sentimos
leve rumor de älas
y vimos escapar, tender al vuelo
por la antigua ventana
que da sobre el jardín, una pequeña
mariposa dorada…

La prisión, ya vacía, del insecto
busqué con vista rápida;
al verla vi de la difunta niña
la frente mustia y pálida,
y pensé ¿si al dejar su cárcel triste
la mariposa alada,
la luz encuentra y el espacio inmenso,
y las campestres auras,
al dejar la prisión que las encierra
qué encontrarán las almas?



Poema Crepúsculo de Jose Asuncion Silva



En la tarde, en las horas del divino
crepúsculo sereno,
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños.

Sobre un fondo de tonos nacarados
la silueta del templo
las altas tapias del jardín antiguo
y los árboles negros,
cuyas ramas semejan un encaje
movidas por el viento
se destacan oscuras, melancólicas
como un extraño espectro!

En estas horas de solemne calma
vagan los pensamientos
y buscan a la sombra de lo ignoto
la quietud y el silencio.
Se recuerdan las caras adoradas
de los queridos muertos
que duermen para siempre en el sepulcro
y hace tanto no vemos.

Bajan sobre las cosas de la vida
las sombras de lo eterno
y las almas emprenden su viaje
al país del recuerdo.
También vamos cruzando lentamente
de la vida el desierto
también en el sepulcro helada sima
más tarde dormiremos.

Que en la tarde, en las horas del divino
crepúsculo sereno
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños!



Poema Cápsulas de Jose Asuncion Silva



El pobre Juan de Dios, tras de los éxtasis
del amor de Aniceta, fue infeliz.
Pasó tres meses de amarguras graves,
y, tras lento sufrir,
se curó con copaiba y con las cápsulas
de Sándalo Midy.

Enamorado luego de la histérica Luisa,
rubia sentimental,
se enflaqueció, se fue poniendo tísico
y al año y medio o más
se curó con bromuro y con las cápsulas
de éter de Clertán.

Luego, desencantado de la vida,
filósofo sutil,
a Leopardi leyó, y a Schopenhauer
y en un rato de spleen,
se curó para siempre con las cápsulas
de plomo de un fusil.



Poema Carnaval de José Antonio Ramos Sucre



Una mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible obsede mi pensamiento. Un pintor septentrional la habría situado en el curso de una escena familiar, para distraerse de su genio melancólico, asediado por figuras macabras.

Yo había llegado a la sala de la fiesta en compañía de amigos turbulentos, resueltos a desvanecer la sombra de mi tedio. Veníamos de un lance, donde ellos habían arriesgado la vida por mi causa.

Los enemigos travestidos nos rodearon súbitamente, después de cortarnos las avenidas. Admiramos el asalto bravo y obstinado, el puño firme de los espadachines. Multiplicaban, sin decir palabra, sus golpes mortales, evitando declararse por la voz. Se alejaron, rotos y mohínos, dejando el reguero de su sangre en la nieve del suelo.

Mis amigos, seducidos por el bullicio de la fiesta, me dejaron acostado sobre un diván. Pretendieron alentar mis fuerzas por medio de una poción estimulante. Ingerí una bebida malsana, un licor salobre y de verdes reflejos, el sedimento mismo de un mar gemebundo, frecuentado por los albatros.

Ellos se perdieron en el giro del baile.

Yo divisaba la misma figura de este momento. Sufría la pesadumbre del artista septentrional y notaba la presencia de la mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible en una tregua de la danza de los muertos.



Poema Cesaraugusta Dos de José Antonio Labordeta



Cuando el cierzo desciende y se alza la niebla,
toda la ciudad ?mi Zaragoza amada- se cubre de palabras
que surgen del silencio hacia la nada.

Es entonces ?el enorme Paseo
se hace suave y hermoso- cuando veo las cosas
como fueron: El niño, la explanada,
la vieja que vendía cacahuetes y almendras.
Pero cuando otra vez
el aire del Moncayo violentamente baja,
surgen los comerciantes
en paños y en alhajas
aupando a un tonto sabio
que viene a hablar del alma.

¡Ay mi ciudad
con tantos pedestales
cubiertos de anónimas palabras!:
¿A dónde te diriges?

Sólo tu espesa niebla
permite ver las cosas
igual que se veían en la infancia.



Poema Canfranc de José Antonio Labordeta



Es la piedra y el reino de la piedra
lo que sobre los hombres permanece ?de niño
escondí en esta tierra mi inocencia- después
de que la lluvia haya cesado. Aquí,
el águila no importa,
no importa la víbora ni el sarrio.
Sólo la roca aupada contra un cielo azulado
es lo que importa.

Preguntad por el río,
la nieve, por el hielo. Preguntad
por la vida ?yo la cogí por estos precipicios-
y nadie sabrá que responderos.

Es tan sólo la roca, lo repito,
lo que señala el valle y la vaguada.

El pueblo, monótono, se aburre,
se emborracha. No existe el horizonte. La roca,
esa mano de Dios petrificada, es la única señal
que al hombre aguarda.



Poema Cuando Me Vaya de José Antonio Davila



Cuando me vaya, escóndeme en tus ojos: tras esas silenciosas amplitudes de tus mirares hondos y trigueños; llévame en tus más solas solitudes hecho rubor en tus deseos rojos; guárdame en algún viejo relicario junto a los besos que jamás me diste, fundido a algún impulso temerario que aún te reprocha lo que nunca hiciste…

Cierra, sobre el recuerdo que te deje, tu cofre de Pandora: que cuanto más me aleje me sientas más de cerca a cada hora.

Cuando me vaya, guárdame en tu pecho, tras el portón que cierran tus pestañas: para ir, como yedra, trecho a trecho cubriendo la pared de tus entrañas.

Que en tu ansia oculta y siempre preterida me derrita al calor de tu tormento, para llenar cual savia derretida, todas las grietas de tu pensamiento y todos los recodos de tu vida…

Que cuando cierres tu mirar trigueño pueda quedarme en tus reconditeces, como el hombre-imposible, el hombre-sueño que la vida destroza tantas veces…

Que al través de los años y el olvido siempre logres tener, no el recuerdo del hombre que yo he sido, sino el del hombre que yo pude ser…



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