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Poema Canción Final de Jose Maria Hinojosa



A Rafael Alberti

Y qué se me importa a mí,
que la helada se deshiele.

Y qué se me importa a mí,
que los pájaros no vuelen.

Y que los barcos mas barcos,
solo por la mar naveguen.

Si tengo en ciernes un campo
de margaritas de nieve.



Poema Campo-estelas de Jose Maria Hinojosa



Almendros en flor.

La primavera
se acerca.

Cerezos en flor.

La primavera
está plena.

Granados en flor.

Ya se aleja
la primavera.



Poema Cuando Nos Miramos de Jose Maria Hinojosa



Mi cabeza inclinada sobre el aire
miraba su cabeza hecha amor por mis ojos
cuando de sus cabellos
saltaban las abejas para dejar su miel
en los labios resecos y sin esperanzas
en los labios hundidos bajo las palabras
llenas de amor y sangre.

Nuestras cabezas acaban por perderse
envueltas en las nubes
la mía inclinada sobre el aire
la suya hecha amor por mis ojos.



Poema Canción de Jose Maria Hinojosa



Bogaba por alta mar
un marinero en su barca,
velas eran sus deseos,
y su pensamiento, el viento.

Si yo fuera marinero
sólo tendría en mi pecho
una hélice y un remo.

Como marinero no soy,
cuando me embarque en el mar
sólo llevaré el recuerdo
del ritmo de los remeros.



Poema Canción De Los Aceituneros de Jose Maria Hinojosa



A José María Chacón

Aceituneros del pío-pío,
muertos de hambre
y muertos de frío.

El zagalejo encarnado,
ciñe tu cuerpo arrecido.

?¿Mocita, quieres bailar
en medio de los olivos?

Yo cogeré tu tarea
y tu bailarás conmigo.

¡Vente chiquilla hacia los olivos!

Hoy cuando demos de mano,
quisiera bailar contigo.

?¿Mocita, quieres cantar
debajo de los olivos?

Yo tocaré la guitarra
y tú cantarás bajito.

¡Vente chiquilla hacia los olivos!

Aceituneros del pío-pío,
muertos de hambre
y muertos de frío.



Poema Cañada de Jose Maria Hinojosa



A Federico G. Lorca

Ladera
cubierta de hierba.

Arroyo
sin fondo.

Un lentisco
extiende sus ramas
en círculo.

El mirlo
se deja caer
con un vuelo rítmico
y clava su flecha negra
en un plano
verde, liso.

Retamas
de filamentos grises
erguidos.

Piedras
con moho amarillo.

Una cabra
y sus dos cabritillos
transponen el viso.

El silencio gira
buscando un ruido.



Poema Calma de Jose Maria Hinojosa



A Luis Buñuel

¿Dónde se acaba el mar?
¿Dónde comienza el cielo?
Los barcos van flotando.
o remontan el vuelo?

Se perdió el horizonte,
en el juego mimético
del cielo y de las aguas.

Se fundió el movimiento,
en un solo color
azul, el azul quieto.

Se funden los colores;
se apaga el movimiento.

Un solo color queda;
no existe barlovento.

¿Dónde se acaba el mar?
¿Dónde comienza el cielo?



Poema Castellana de Jose Maria Gabriel Y Galan



¿Por qué estás triste, mujer?
¿Pues no te sé yo querer
con un amor singular
de aquellos que hacen llorar
de doloroso placer?

Crees que mi amor es menor
porque tan hondo se encierra,
y es que ignoras que el amor
de los hijos de esta tierra
no sabe ser hablador.

¿No está tu gozo cumplido
viendo desde esta colina
un pueblo a tus pies tendido,
un sol que ante ti declina
y un hombre a tu amor rendido?

¿Te place la patria mía?
No en sus hondas soledades
busques con vana porfía
la estrepitosa alegría
de las doradas ciudades.

El campo que está a tus pies
siempre es tan mudo, tan serio,
tan grave, como hoy lo ves.
No es mi patria un cementerio,
pero un templo sí lo es.

Busca en ella soledades,
serenas melancolías,
profundas tranquilidades,
perennes monotonías
y castizas realidades.

Si tú gozarlas supieras,
ahora mismo depusieras
tu adusto ceño sombrío.
¿Qué de mi patria quisieras
para alegrarte, bien mío?

¿Quieres que vaya a buscar
cuarzos blancos al repecho,
colorines al linar,
nidos de alondra al barbecho
y endrinas al espinar?

Para que tú te regales,
no dejaré una con vida
veloz liebre en los eriales,
ni esquiva perdiz hundida
del cerro en los matorrales,

ni conejillo bravío
dormido bajo el carrasco,
ni mirlo a orillas del río,
ni sisón en el peñasco,
ni alondras en el baldío.

¿Quieres que hiera en su vuelo
a ese milano que el cielo
raya con círculos anchos,
y de sus garras los ganchos
venga a clavar en el suelo,

y, atrás, la cabeza echada,
las plumas te enseñe y rice
de la pechuga alterada,
y ante tus pies agonice
con la pupila espantada?

Si buscas flores sencillas,
hay en el valle violetas,
y gamarzas amarillas,
y estrelladas tijeretas,
y olorosas campanillas.

Si quieres, rosa temprana,
ver los sudores y afanes
que cuesta el pan de mañana,
ven y verás mis gañanes
trajinando en la besana.

O vamos a mis sembrados
y allí verás emulados
de tus labios los carmines,
que parecen amasados
con pétalos de alvergines.

Verás mecerse, aireadas,
del mar de la mies las olas,
aquí y allá salpicadas
de encendidas amapolas
y de jaritas moradas.

Y mientras gozas del vago
rumor de aquel ancho lago
de móviles verdes tules,
yo una corona te hago
de clavelillos azules;

y con ella, nueva Ceres,
reina serás, si tú quieres,
de mis campos y labores,
que reina de mis amores
ya hace tiempo que lo eres.

¿Sientes ganas de llorar?
También las sé yo sufrir
cuando me pongo a pensar
que Dios te puede llevar
y hacerme sin ti vivir.

Más… ¡vamos al prado un rato,
que en él hay sombra de encinas,
murmullos de viento grato
y agua fresca de regato
rebosante de pamplinas!

¿Quieres que de esa ladera
te baje un haz de tomillo,
o que salte a esa pradera
y te traiga un manojillo
de oliente hierba triguera?

¿Lloras? Pues si es de ternura,
deja ese llanto correr,
que es un riego de dulzura,
hijo de la fresca hondura
del manantial del placer.

Mas si lloras desconsuelos
y torturas de los celos,
¡vive Dios, que lloras mal!
Testigos me son los cielos
de que mi amor es leal.

Y si piensas que es menor
porque tan hondo se encierra,
recuerda que el hondo amor
de los hijos de esta tierra
no sabe ser hablador.

Alégrate, pues, mujer,
porque te sé yo querer
con querer tan singular,
que a veces me hace llorar
de doloroso placer…



Poema Chatham Square de José María Fonollosa



He estado en muchos sitios. Todos ellos
guardaban algo malo para mí,
como guarda la nube su relámpago.

Pasé por las ciudades. Por los pueblos.
Por casas que crecían junto al trigo.
Ninguna voz sin daño me detuvo.

Así me acostumbré a caminar solo
y odiar a los que encuentro en torno mío.
El whisky únicamente ahora es mi amigo.



Poema Cuarto Creciente de José Manuel Caballero Bonald



Cuando Aljarifa recorrió la alfombrada penumbra de aquel burdel de Chauen,
todo el lujoso azogue de su cuerpo adquirió un grado de desnudez
deslumbradoramente irracional. Carne inconclusa donde anidaban todavía
las liendres del peregrinaje, se hizo de pronto insurgente y plenaria
como la de una virgen en la inminencia del degüello. Cerca de allí
se abrían las tiendas de los nómadas y una enfermiza música se iba dignificando
entre las hojalatas y los vellocinos. La habitación olía a almoraduj
y a papeles de Armenia, mientras un vaho de animales nacidos en cautividad
salía del mullido sopor de las almohadas. Y así hasta que el tiempo se detuvo
en un friso taraceado de estrellas de albayalde, entre cuyos emblemas
discurría una luz acrobática parecida al letargo. Pero ella,
la regidora del cuarto creciente, era una flor lasciva instalada en la noche.
Era la araña que copula sin dejar de bailar entre una algarabía de ajorcas y sonajas.
El esmaltado vientre vibraba en el diván como un espasmo de pandero
y un mundo de sacrales lujurias sincopaba de pronto la rítmica hegemonía de los pezones. Canon de la hermosura, su único error había consistido en rasurarse el pubis
cuando medio entendió que descendía por línea colateral de los Abencerrajes.



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