poemas vida obra c

Poema Contemplación de Serafina Núñez



Desde el balcón donde anochezco miro,
devorado por oros y por llamas
de suaves rojos, al poniente esclavo
del exacto vivir, que le sentencia
en preludio de vuelos fatigados,
al eterno escapar en lumbre y lumbre,
abriendo la mansión de la lechuza
de socrático elixir poseída,
cortejado de pinos y responsos.
Hacia donde la noche alza su trono
de profecía y rosas extasiadas
en perenne rocío, sombra en la sombra
de sus soledades.
Tomando cuerpo y liberando el alma.

abril 1994



Poema Canción Del Tenaz Alborozo de Serafina Núñez



Si, bien lo sé,
el tiempo de mi llanto es tan antiguo:
pero los ojos resisten como gemas el fuego
consumiendo la vasta llanura de la tristeza.
Islas de la esperanza se niegan al ardiente conjuro
sin embargo, a veces
ellas parecen aletear en mi sangre.
Sube desde las venas el alborozo de sus seguras selvas,
me inunda el verde de la palabra por nacer,
el tacto de las terrestres cosas
rinde entonces sus frutos de cielo sosegado,
y la orilla del olvido se me entrega
como un rostro distante que retornara dulcemente
a la sorda música de mis miradas.
Torbellino, vorágine,
tumulto de otoños y promesas
devorando los límites del alma.
Puedo en ese instante murmurar: Dios me entiende.
El amor abre sus cien puertas cada mañana
a los huracanes y a los testigos videntes;
el hombre es una ventana
que cada alba encuentra en el alféizar
su sonrisa y su gemido.
Entonces, humildemente ruego;
islas de la esperanza, sed sordas al sollozo
yo soy ahora la de enfrente,
la que pasea por aquella esquina
de pañuelos alegres.
Desde lejos me miran las viejas tinieblas,
mis labios, mis manos, presagios, palabras,
mis temores, las voraces mentiras…
Me miran desde lejos,
se insinúan, me llaman, y yo vuelvo la espalda.
(La de enfrente se pliega en su cifra remota.)
Islas de la esperanza… Las veletas sostienen
las ciudades del mundo,
y claros hombres encienden sus hogueras
en las fronteras de la noche
recuperando el territorio virginal de la canción.
El aire es un tatuaje de luces en mi frente
y el acordado rumor del arroyo y la yerba fina
humedece recónditas gargantas.
Elabora secreta lámpara tu llama para siempre,
apegada a mi pecho siento crecer la vida.



Poema Canción Para Tu Silencio de Antonio Murciano



¡Qué paz de noche plena,
amada mía!
Hago como que sueño. El agua suena
en mi melancolía.

Tú devanas despacio lana rosa.
Hago como que leo.
Por dentro de este verso vas, esposa.
En tu silencio creo.

Tu canción del Peer Gynt de Grieg, de fondo;
con mis palabras lucho.
La música te instala en lo más hondo
y hago como que escucho.

Sigue el son de la lluvia en los cristales
por tu silencio vivo.
Duermen los hijos. Lo compruebas. Sales.
Hago como que escribo.

Te sientas otra vez. Te siento junto.
Permaneces callada.
Hago como que aspiro y no pregunto…
Y tú eres el aire, amada.



Poema Canción Donde El Poeta Intenta Hacer El Retrato De Su Esposa de Antonio Murciano



UN hermoso cabello
que con mi mano aliso;

frente tras la que pienso,
mirada en que me miro;

boca de la que bebo
agua de gozos íntimos;

oído para el requiebro,
cuello hacia donde giro;

hombro sobre el que sueño
pecho con mi latido;

brazo en el que me enredo,
mano con que acaricio;

vientre donde me siembro
y renuevo y revivo;

urna de mi universo
manantial de mí mismo;

pierna en que me sostengo,
pie para mi camino.



Poema Cuando El Viento Abalanza Sus Mastines de Jesús Munárriz



Cuando el viento abalanza sus mastines
por las encrucijadas del olvido
y levanta las hojas del recuerdo
que cubrían las huellas del camino,
se ve un paisaje desolado y yerto,
la sombra de los días que se han ido,
borrando con su paso la esperanza
de algún inencontrable paraíso,
cuando el viento abalanza sus mastines
por las encrucijadas del olvido.

Cuando la noche trae su misterio
y se mira a los ojos al destino,
cuando la soledad se precipita
por nuestra confusión y sus abismos,
de no se sabe dónde, la tristeza
aparece de pronto con su frío
dejando un esqueleto de verdades
olvidado a la puerta del vacío,
cuando la noche trae su misterio
y se mira a los ojos al destino.

Cuando la nada crece en las macetas
y se esconde en el fondo del pasillo,
cuando nos despertamos con su cuerpo
pegado a nuestro nombre y apellido,
olas de sal golpean las paredes,
se arremolinan ante el precipicio
y nos va arrebatando su blancura
hasta el último sueño del sentido,
cuando la nada crece en las macetas
y se esconde en el fondo del pasillo.

«Esos tus ojos» 1981



Poema Canción de Enrique Morón



Ayer me fui y ayer vine
pero me vuelvo a marchar.

Dichoso el hombre que tiene
casa donde pernoctar
y abrigo para sus hombros
y, para sus labios, pan.

Dichoso el hombre que lleva
ventanas de colegial
y corazón de geranio
y perfumes de azafrán.

Dichoso quien es dichoso
sin poderse desdichar.
Quien tiene muros de piedra
y raíces de olivar.

Ayer me fui y ayer vine
pero me vuelvo a marchar.



Poema Cementerio De Narila de Enrique Morón



Sur les maisons des morts mon ombre passe
Paul Valery

Subimos la ladera
ungidos por la calma del verano
de aquella tarde. Era
nuestra emoción paloma que en la mano
su corazón golpea
clamando libertad. Como una tea

se puso el sol sonoro
sobre las lontananzas doloridas
por efluvios de oro.
Y eran las amapolas como heridas
abiertas a la brisa
de breves labios o espiral sonrisa.

Subimos lentamente,
que la amistad no es nunca presurosa,
y estrecha la serpiente
del sendero buscaba, jubilosa,
un olmo sosegado
en donde platicar con más cuidado.

Unidos por afanes
tan elocuentes como la poesía.
¡Oh locura! ¡Oh desmanes
que ignora el vulgo con su idolatría
al pérfido, ligero
resplandor de la fama o el dinero!

Silentes y gozosos.
Ensimismados de estival paisaje
libamos, generosos,
cárdenos vinos, que cual fino encaje
acariciaban labios
para fluir dialécticos y sabios.

¡Cuánta naturaleza!
¡Cuánto gozo se esconde y cuánta pena
bajo la cal aviesa,
o enmohecida penumbra de alacena!
Pueblo de los alcores;
espigas blondas y sangrantes flores.

Pueblo petrificado
en el alto silencio de las horas.
Indolente. Callado.
Expuesto al vértigo de las auroras.
¡Cuánta sabiduría
hay en los ojos de fulgente umbría!

Hombres como la tierra,
nacidos desde el grito de la arcilla.
Dólmenes de la sierra,
de busto azul y apuesta maravilla.
Manos para la espiga,
para la piel, la piedra y la fatiga.

Allá por las alturas
Venus exhibe su blancor de gala
y Apolo, sin premuras,
en los rescoldos de la tarde exhala
un amor verdadero
hacia la estela del primer lucero.

Cumplido el asueto,
porque es virtud de la amistad templanza,
dejamos con discreto
afán las arduas calles, la esperanza
tras florecidas rejas:
cárcel de amor, remedo de las quejas.

De nuevo en el camino,
sierpe escondida que a la luz esquiva;
promesa de un destino
donde yace la duda. Fugitiva
es la emoción del viento.
Senderos de la muerte. Y el tormento.

Pasadas la cancela
y las primeras lápidas albinas,
donde la luz flagela
su tierna claridad por las esquinas
marmóreas, me asemejo
a este ciprés escueto, pulcro y viejo.

Cesaron los coloquios,
pues todo parecer es amargura.
Íntimos soliloquios
brotaban en la tarde pulcra y pura.
Pequeño cementerio.
Cumbre de soledad. Breve misterio

que a sí mismo se sueña
por los oscuros campos de la nada.
Austeridad roqueña.
Desolación. Vacío de alborada.
Memoria del olvido.
Ausencia de la luz y el sentido.

Lápidas inclementes
al llanto de los hombres. Altaneros
valles de mármol. Fuentes
que desbordan dolores o luceros.
Heridas del amor.
Roja, sobre la nieve, está la flor.

Cipreses centenarios.
Lechetreznas bravías. Jaramagos.
Cruces y relicarios.
Oscuros bronces de pasión. Halagos
en breves epitafios
altisonantes, trascendentes, zafios.

Aquí todo es quietud.
Nada altera el silencio. Piedra rasa.
El tiempo en su prietud,
o nueva dimensión por donde pasa
la imagen de las horas
fundidas al fulgor de las auroras.

¡Qué serena fluidez!
¡Qué dichosa amargura! Por la brisa
brinca la ingravidez
de los cuerpos ausentes, la sonrisa
de sutiles quimeras.
¡Gestos marfiles y oquedades hueras!

Nacer o sucumbir
o naufragar. El hombre y el vacío
de su verdad. Fluir,
en agresivas aguas, por el río
que hacia la mar culmina.
Vivir, soñar, morir. Mi alma se obstina

en fijar el instante
con solidez de piedra, la memoria
con densidad brillante;
y en un segundo resumir la historia.
Del gesto su escultura
y del amor cenizas. Sepultura

que alberga unos huesos
gravedad o terneza, confundidos
con fresas o con besos
en la celebración de los sentidos.
El poder y el fracaso.
La miseria y el miedo. Y el ocaso.

La ambición y la ira.
La profunda soberbia. La osadía.
La virtud. La mentira.
La vanidad. La apuesta rebeldía.
Y la dúctil nevada
de una caricia en piel enamorada.

Todo yace en la sombra,
pues todo fue festín de los gusanos:
cuerpo gentil, alondra
de las verdes riberas. Bruscas manos.
Desvencijadas frentes.
Frágiles ríos. Sólidos torrentes

Hay cal en las paredes
que hieren a los ojos con destellos
bermejos. En sus redes
devoran las arañas a los bellos
insectos. Y la tarde
roja de nimbros o guadañas arde.

Arde la tarde y pasa
dejando cicatrices y mejillas
laceradas. ¡La casa
de los muertos! Avenas amarillas
en espigados haces.
Y el vuelo de los pájaros fugaces.

La hoguera de los montes
se va difuminando. Los levantes
se tornan horizontes
argentinos y en pálidos instantes
la noche ruiseñora
vuelve a plañir su canto y da su hora.

Sin pasos presurosos,
con el ceño fruncido por la pena
volvimos, cautelosos,
a la ronda estival, tras esta escena
de mármoles y cruces;
de esbeltos pinos y fulgentes luces.

De nuevo en la vereda,
con el desvelo de la blanca luna
estampada en la seda
del crespón de la noche de aceituna,
tornamos a la vida
y al olor de la sombra florecida.

Los astros surtidores.
Los grillos crepitantes y sus claves.
Los canes husmeadores.
Las alimañas y nocturnas aves.
Y los ocultos cauces
de los prados de pámpanos y sauces.

El pueblo parecía
un grito de luciérnagas. La brisa
acariciaba, hería.
¡Cuánta emoción! ¡Enhiesta la sonrisa!
Y fueron generosas
las celindas, las dalias y las rosas.



Poema Celindas de Enrique Morón



Entre celindas estabas aquella tarde de estío.
Por el cielo de tus ojos volaban los ruiseñores.
Y era el amor en tu frente sereno como el rocío;
y era la risa en tus labios como un manojo de flores.

Concreta como el guijarro te mirabas en el río
y el agua te iba meciendo con sus brazos interiores.
Era bello, incandescente y exacto tu cuerpo mío,
tu cuerpo para ser ave y junco de mis amores.

Entre celindas estabas, entre celindas vivías,
entre celindas nevadas, con el perfume prudente
de la celinda en la brisa rebelde de tu paisaje.

Y entre celindas murieron mis cálidas fantasías,
mis ilusiones de bronce, mi corazón exigente
y el sobrio sabor robusto y firme de mi coraje.



Poema Canción De Mis Veintiséis Años de Rafael Montesinos



Al ganado, ¿y para qué?
Anónimo, final del siglo XV

¡AY!, lo poco que me queda
al final lo perderé.
Y después de todo, ¿qué?
¡Con lo poco que me queda!

Dímelo tú, vida mía,
todo esto ¿para qué?
Mi tristeza, mi alegría,
mi incredulidad, mi fe,
mi pobre melancolía
por la que me salvaré.
Dímelo tú, niña mía,
que después te cambiaré
por otra niña más fría
para cambiarla después.

Me muero por que me quieran,
pero nunca lo diré.
y después de todo, ¿qué?
¿Morir para que me quieran?
¿Que me quieran? ¿Para qué?

Aquel gran amor de un día
volverá y yo no estaré,
sI es que vuelve todavía.
Y después de todo, ¿qué?
¡Aquel pobre amor de un día!



Poema Canción A Marisa Esperando La Maternidad de Rafael Montesinos



Dios te salve, amor mío
lleno de gracia…
(Mi sangre por tu sangre
sangabrielaba.)

-¿Dónde está la cintura
que te anillaba?

-Se me cayó el anillo
dentro del alma.

-¿Y dónde, la amargura
que te apenaba ?

-A tristeza que huye,
risa de plata.

En tu seno otra infancia
mi vida aguarda.
Bendito sea el fruto
de mi esperanza.



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