Poema Baño de María Victoria Atencia
Comienza a serme infiel
la piel de la garganta;
pero ahora que se pierden tras de mí las orillas,
tómame una vez más, mi desdeñoso amante,
mientras las algas ponen
un collar en mi cuello.
Amor Amistad Familia Infantiles Fechas Especiales Cristianos
Comienza a serme infiel
la piel de la garganta;
pero ahora que se pierden tras de mí las orillas,
tómame una vez más, mi desdeñoso amante,
mientras las algas ponen
un collar en mi cuello.
Duerme. Tus juguetes se durmieron ya.
Si la niña duerme, dormirá mamá.
Y, ¡pobre mamá! bien lo necesita!.
¡Se doblan los brazos de la mamaíta!
y aunque eres en mi alma un montón de luna,
te mezo, te mezo tierna y fatigada …
¡Duerme ,mientras llenas de luna mi almohada
y vuelves contigo de plata la cuna !.
Duerme, que después, ¿Dormirás tan quieta
como duermes entre mis brazos sujeta?.
¿Dormirás tan dulce, tan hondo dormida
como ahora duermes al seno prendida?
¡Duerme mientras puedas!. Más tarde, bien mío,
te dará el amor vivo calofrío,
te desvelará con sus inquietudes
y terrible guerra dará a tus virtudes.
El deseo en llamas quemará tu lengua
y la desazón te infringirá mengua
y del desengaño la desilusión
hará nido muelle de tu corazón.
¡Duerme mientras puedas!. Arrorró, mi vida!
¡Qué dicha mirarte, dormida , dormida!.
Más tarde, después,arruga primero darás desazón a ala mi hechicera.
La primera cana te dará tortura
y te oprimirá como soga dura
y el sueño, arrorró, no vendrá jamás …
Duerme, que después ya no dormirás.
Duerme, que más tarde tus bracitos breves,
serán cuna de otros fardos así leves,
y cuando tus ojos se cierren cansados
has de abrirlos luego, grandes y asustados
porque tu bebé te despertará
como tú despiertas ahora a mamá.
Duerme, que también yo quiero dormir.
¡Mis brazos son frágiles para resistir!.
y te dejaré caer, pobrecita,
en aquel rincón con la muñequita,
entre tus juguetes, gatos y corderos,
¡gloria la de tus amores primeros!
Y desde un rincón el toro vendrá
y en castigo, fuerte , fuerte, mugirá!
Comerá muñeca, comerá niñita,
llorará solita, ¡pobre mamaíta! ….
Se durmió. La acuesto. Su cuerpo en la cuna,
fulge leve, como si fuera luna.
Me estoy durmiendo poco a poco,
me estoy durmiendo sobre el mar.
Un hierro sólo me separa
de su viscosa inmensidad
y yo me duermo poco a poco
con blando y dulce cabecear.
¿vendrá el naufragio si me duermo?.
¿ Me tragará dormida el mar?.
¿Morderé perlas, algas, conchas
en un futuro despertar?.
¿Conversaré con las sirenas?.
¿Algún tritón me abrazará?.
¿Iré a las fiestas de Neptuno
en un carruaje de coral?….
En la litera pequeñita
mi corazón dormido está.
No más que un hierro me separa
de su viscosa inmensidad.
«En la distancia inabarcable
se funden los adioses»
Teodoro Lecman
En el adiós se moldeaba el desafecto
con blancura terrible…
No supimos naufragar en la distancia
con el vuelo apagado
y la noche cubierta de banderas
reclamando el paisaje de los cuerpos
la luz
por donde debió pasar el rostro alegre
tal vez una niña, un pez, un aguacero
pero nunca el negro contrafuerte de la espera
en que no hubo recuerdo.
El adiós tiene un sabor inconfundible
no hay lugar para canelas ni membrillos
no hay lugar para almíbares ni flores…
los pájaros, las frutas y los sueños
se hacen de sal y espuma
de un incierto aroma complicado
y no hay lugar
para atisbar las calles?
ni paisajes con ventanas encendidas.
Contacto con María Eugenia Caseiro: buhowriter@hotmail.com
Era el otoño y era la llovizna,
la inicial certidumbre del poniente.
Mis pasos desandaban su tristeza
mientras sobre la tierra conmovida
era el otoño y era la llovizna.
En el transcurso de las avenidas
todos los pájaros habían muerto,
y las hojas llovían cautamente
sobre la hierba, cerca de mi sangre,
en el transcurso de las avenidas.
¿Qué llanto conocí, qué desconsuelo
bajo los árboles deshabitados?
Cuando en la fuente se reconocía
un cielo de palomas lejanísimas
qué llanto conocí, qué desconsuelo.
Oh muros de mi sed, aquellos muros
que no sé si existieron a mi lado;
bebí en ellos soledad de siglos,
luz funeraria, fríos alusivos.
Oh muros de mi sed, aquellos muros.
Triste ejercicio el de invadir la niebla
por ámbitos inciertos, declinando.
Atravesé desconocidos puentes
en el amanecer de los faroles.
Triste ejercicio el de invadir la niebla.
Todos los pájaros habían muerto
en el transcurso de las avenidas.
Qué llanto conocí, qué desconsuelo:
era el otoño y era la llovizna,
todos los pájaros habían muerto.
«Yo dormía pero mi corazón velaba…»
Cantares
Como a sus vanas hojas
el tiempo me perdía.
Clavada a la madera de otro sueño
volaban sobre mí noches y días.
Poblándome de una
nostalgia distraída,
la tierra, el mar, me entraban en los ojos
y por ociosas lágrimas salían.
Cuántos papeles ciegos
en la tarde vacía.
Qué multitud de imágenes miradas
como a través de una mortal llovizna.
Entorpecidas sombras
en vez de manos mías,
de tanto enajenarse en los espejos,
todo lo que tocaba se moría.
Memorias y esperanzas
callaban su agonía:
un porfiado presente demoraba
siempre las mismas ramas amarillas.
Qué tiempo sin sentido
el que mi amor perdía.
Qué lamentable primavera inútil
haciendo en vano flores que se olvidan.
Pero mi corazón
velaba y no sabía.
Recuperada su pasión secreta
ahora enamorado resucita.
Y el tiempo que hoy me guarda
entre sus hojas vivas
es un tiempo feliz desde hace tantos
sueños que nacerán en la vigilia.
En otra madrugada,
por vientos de ceniza,
obedecí al latido de la alondra.
El cielo no era cielo todavía.
La zona del hornero,
el tiempo de la encina
se inquietaban en lento aprendizaje
y el cielo no era cielo todavía.
Hubo un encantamiento
de flor y hierba fina,
un cauteloso antaño de rocío,
y el cielo no era cielo todavía.
Septiembre constelado
de dos campanas frías
rodaba por lugares de silencio
y el cielo no era cielo todavía.
En clima de obediencia
mi pulso recorría
todo un advenimiento de corolas
y el cielo no era cielo todavía.
No regresó conmigo
la alondra persuasiva
porque me desterró de su latido
cuando el cielo fue luz de mediodía.
Estoy de este lado de la línea
un paso más
y la sherif del condado
me recibe a balazos.
¿Por qué tanta violencia?
Yo sólo tengo sed
un poco de agua de tus labios
no estaría nada mal:
prefiero morir envenenado
que con el cuerpo lleno de agujeros.
Maté la nube de mis pensamientos,
cedí terreno
a los pensamientos de la nube.
Predije con Apollinaire las nuevas artes,
advertí en un claro del bosque
otras manchas verdeclaras,
ardientes zonas en que pude establecer
una pausa encastillada,
labios que sonríen
en el espejo de la primavera.
Muchas cosas conspiré
con el domingo echado a msi pies,
con el tiempo sirviéndome de suelo
y el espacio, mi leal pareja,
aferrado a mis hombros para no caer.
Muchas veces mil veces
me hundí en sueños más sueños que los sueños,
al imaginarme cómo la golondrina corta,
con la tijera azul de la cola,
ciertas cosas ciertas:
pinos, sauces, tilos
contemplados al trasluz.
Confesé a medio mundo
que ésta es mi hora y no es mi hora,
que todo depende y no depende,
que mis pies han bailado
desde antes de saber andar.
No pude permanecer
ni seguir adelante
ni volverme atrás:
la sola solución fue despertar.
Morena por el sol de mediodía
que en llama de oro fúlgido la baña,
es la agreste beldad del alma mía,
la rosa tropical de la montaña.
Diole la selva su belleza ardiente;
diole la palma su gallardo talle;
en su pasión hay algo del torrente
que se despeña desbordado al valle.
Sus miradas son luz, noche sus ojos;
la pasión en su rostro centellea,
y late el beso entre sus labios rojos
cuando desmaya su pupila hebrea.
Me tiembla el corazón cuando la nombro;
cuando sueño con ella, me embeleso;
y en cada flor con que su senda alfombro
pusiera un alma como pongo un beso.
Allá en la soledad, entre las flores,
nos amamos sin fin a cielo abierto,
y tienen nuestros férvidos amores
la inmensidad soberbia del desierto.
Ella, regia, la beldad altiva,
soñadora de castos embelesos,
se doblega cual tierna sensitiva
al aura ardiente de mis locos besos.
Y tiene el bosque voluptuosa sombra,
profundos y selvosos laberintos,
y grutas perfumadas, con alfombra
de eneldos y tapices de jacintos.
Y palmas de soberbios abanicos
mecidos por los vientos sonoros,
aves salvajes de canoros picos
y lejanos torrentes caudalosos.
Los naranjos en flor que nos guarecen
perfuman el ambiente, y en su alfombra
un tálamo los musgos nos ofrecen
de las gallardas palmas a la sombra.
Por pabellón tenemos la techumbre
del azul de los cielos soberano,
y por antorcha de himeneo la lumbre
del espléndido sol americano.
Y se oyen tronadores los torrentes
y las aves salvajes en conciertos,
en tanto celebramos indolentes
nuestros libres amores del desierto.
Los labios de los dos, con fuego impresos,
se dicen en secreto de las almas;
después …. desmayan lánguidos los besos
y a la sombra quedamos de las palmas.