poemas vida obra antonio plaza

Poema ¡déjala! de Antonio Plaza



Toma niña, este búcaro de flores;
tiene azucenas de gentil blancura
lirios fragantes y claveles rojos,
tiene también camelias, amaranto
y rosas sin abrojos,
rosas de raso, cuyo seno ofrecen
urnas de almíbar con esencia pura,
que en sus broches de oro se estremecen.

Admítelas, amor de mis amores,
admítelas, mi encanto;
las cristalinas gotas de mi llanto,
tibio llanto que brota
del alma de una madre que en ti piensa,
y por eso hallarás en cada gota
emblema santo de ternura inmensa.

Una tarde de abril, así decía,
sollozante, mi esposa infortunada,
a mi hija indiferente que dormía
en su lecho de tablas reclinada;
y como Herminia, ¡nada!;
nada en su egoísmo respondía
a esa voz que me estaba asesinando.
La madre entonces se alejó llorando,
y ella en la tumba continuó durmiendo.
«Déjala dije, -tu dolor comprendo…»



Poema Cantares de Antonio Plaza



Te adoré como a una virgen
cuando conocí tu cara;
pero dejé de adorarte
cuando conocí tu alma.

Cuestión de vida o muerte
son las pasiones,
si alguien lo duda, deja
que se apasione.

Las heridas del alma
las cura el tiempo,
y por eso incurables
son en los viejos.

Los astros serán, mi vida,
más que tus ojos hermosos;
pero a mi más que los astros
me gustan, linda, tus ojos.



Poema Amor de Antonio Plaza



¿Por qué si tus ojos miro
me miras tú con enojos,
cuando por ellos deliro,
y a la luz del cielo admiro
en el éter de tus ojos?

Cansado de padecer
y cansado de cansarte,
y queriendo sin querer,
finjo amor a otra mujer
con la ilusión de olvidarte.

No es mi estrella tan odiosa:
que en fugaces amoríos,
como ave de rosa en rosa
yo voy de hermosa en hermosa
y no lamento desvíos;

Pero el favor de las bellas
irrita más la pasión
que ardiente busca tus huellas,
y al ir mis ojos tras ellas
vuela a ti mi corazón.

Así un proscrito tenía
goces en extraño suelo
y volvió a su patria un día
por mirar en su agonía
la linda luz de su cielo.

De ti proscrito y dejando
las rosas por tus abrojos,
vuelvo a tus pies suspirando,
por mirar agonizando
la linda luz de tus ojos.



Poema A Una Ramera de Antonio Plaza



Vitium in corde est idolum in altare
San Jerónimo

I
Mujer preciosa para el bien nacida,
mujer preciosa por mi mal hallada,
perla del solio del Señor caída
y en albañal inmundo sepultada;
cándida rosa en el Edén crecida
y por manos infames deshojada;
cisne de cuello alabastrino y blando
en indecente bacanal cantando.

II
Objeto vil de mi pasión sublime,
ramera infame a quien el alma adora.
¿Por qué ese Dios ha colocado, dime
el candor en tu faz engañadora?
¿Por qué el reflejo de su gloria imprime
en tu dulce mirar? ¿Por qué atesora
hechizos mil en tu redondo seno,
si hay en tu corazón lodo y veneno?

III
Copa de bendición de llanto llena,
do el crimen su ponzoña ha derramado;
ángel que el cielo abandonó sin pena,
y en brazos del demonio ha entregado;
mujer más pura que la luz serena,
más negra que la sombra del pecado,
oye y perdona si al cantarte lloro;
porque, ángel o demonio, yo te adoro.

IV
Por la senda del mundo yo vagaba
indiferente en medio de los seres;
de la virtud y el vicio me burlaba,
me reí del amor, de las mujeres,
que amar a una mujer nunca pensaba;
y hastiado de pesares y placeres
siempre vivió con el amor en guerra
mi ya gastado corazón de tierra.

V
Pero te ví… te ví… ¡Maldita hora
en que te ví, mujer! Dejaste herida
a mi alma que te adora, como adora
el alma que de llanto está nutrida;
horrible sufrimiento me devora,
que hiciste la desgracia de mi vida.
Mas dolor tan inmenso, tan profundo,
no lo cambio, mujer, por todo el mundo.

VI
¿Eres demonio que arrojó el infierno
para abrirme una herida mal cerrada?
¿Eres un ángel que mandó el Eterno
a velar mi existencia infortunada?
¿Este amor tan ardiente, tan interno,
me enaltece, mujer, o me degrada?
No lo sé… no lo sé… yo pierdo el juicio.
¿Eres el vicio tú? … ¡adoro el vicio!

VII
¡Ámame tú también! Seré tu esclavo,
tu pobre perro que doquier te siga;
seré feliz si con mi sangre lavo
tu huella, aunque al seguirte me persiga
ridículo y deshonra; al cabo… al cabo,
nada me importa lo que el mundo diga.
Nada me importa tu manchada historia
si a través de tus ojos veo la gloria.

VIII
Yo mendigo, mujer, y tú ramera,
descalzos por el mundo marcharemos;
que el mundo nos desprecie cuando quiera,
en nuestro amor un mundo encontraremos.
Y si, horrible miseria nos espera,
ni de un rey por el otro la daremos;
que cubiertos de andrajos asquerosos,
dos corazones latirán dichosos.

IX
Un calvario maldito hallé en la vida
en el que mis creencias expiraron,
y al abrirme los hombres una herida,
de odio profundo el alma me llenaron.
Por eso el alma de rencor henchida
odia lo que ellos aman, lo que amaron,
y a ti sola, mujer, a ti yo entrego
todo ese amor que a los mortales niego.

X
Porque nací, mujer, para adorarte
y la vida sin ti me es fastidiosa,
que mi único placer es contemplarte,
aunque tú halles mi pasión odiosa,
yo, nunca, nunca, dejaré de amarte.
Ojalá que tuviera alguna cosa
más que la vida y el honor, más cara
y por ti sin violencia la inmolara.

XI
Sólo tengo una madre. ¡me ama tanto!
sus pechos mi niñez alimentaron,
y mi sed apagó su tierno llanto,
y sus vigilias hombre me formaron.
A ese ángel para mí tan santo,
última fe de creencias que pasaron,
a ese ángel de bondad, ¡quién lo creyera!,
olvido por tu amor… ¡loca ramera!

XII
Sé que tu amor no me dará placeres,
sé que burlas mis grandes sacrificios.
Eres tú la más vil de las mujeres;
conozco tu maldad, tus artificios.
Pero te amo, mujer, te amo como eres;
amo tu perversión, amo tus vicios,
y aunque maldigo el fuego en que me inflamo,
mientras más vil te encuentro, más te amo.

XIII
Quiero besar tu planta a cada instante,
morir contigo de placer beodo;
porque es tuya mi mente delirante,
y tuyo es ¡ay! mi corazón de lodo.
Yo que soy en amores inconstante,
hoy me siento por ti capaz de todo.
Por ti será mi corazón do imperas,
virtuoso, criminal, lo que tú quieras.

XIV
Yo me siento con fuerza muy sobrada,
y hasta un niño me vence sin empeño.
¿Soy águila que duerme encadenada,
o vil gusano que titán me sueño?
Yo no sé si soy mucho, o si soy nada;
si soy átomo grande o dios pequeño;
pero gusano o dios, débil o fuerte,
sólo sé que soy tuyo hasta la muerte.

XV
No me importa lo que eres, lo que has sido,
porque en vez de razón para juzgarte,
yo sólo tengo de ternura henchido
gigante corazón para adorarte.
Seré tu redención, seré tu olvido,
y de ese fango vil vendré a sacarte;
que si los vicios en tu ser se imprimen
mi pasión es más grande que tu crimen.

XVI
Es tu amor nada más lo que ambiciono,
con tu imagen soñando me desvelo;
de tu voz con el eco me emociono,
y por darte la dicha que yo anhelo
si fuera rey, te regalara un trono;
si fuera Dios, te regalara un cielo.
Y si Dios de ese Dios tan grande fuera,
me arrojara a tus plantas, vil ramera.



Poema A Una Niña de Antonio Plaza



Niña gentil que a la vida
despertaste alegre ayer,
como en Oriente despierta
la luz al amanecer.

Niña, que del oro cielo
viniste al mundo a caer,
como aljofarada gota
del nítido rosicler.

Y en inmaculada cuna
te remeciste después,
como ilusión que se mece
del sueño al dulce vaivén.

Niña de cabellos de oro
y de labios de clavel
Son de rosa tus mejillas
es de raso tu alba tez.

Es tu sonrisa inconsciente,
de ángel tu mirada es,
y como brilla una estrella
brilla el candor en tu sien.

Dichosa tú que del mundo
pasando vas el dintel,
sin sospechar que las flores
espinas tienen también.

En mi canto, bella niña,
le ruego al Dios de Israel,
que la virtud de tus años
tierno, en otros te dé.

Para que ese mundo, nunca,
con su lodo y fetidez,
ensucie de tu pureza
el blanquísimo glasé;

Qué siempre tú, mariposa
en primoroso vergel
hueles y en las flores halles
ánforas ricas de miel;

Que dé calor a tus alas
el santo sol de la fe,
y que jamás una espina
tus alas llegue a romper.



Poema A Una Ex Bella de Antonio Plaza



¿Eres tú?… ¿Eres tú la hada hermosa
a quien rendí mi corazón ingente?
¿Eres aquella peregrina diosa
que despreció mi culto reverente?

¡Vade retro!, ¡infeliz!… vieja asquerosa,
negro cadáver de ilusión ardiente,
poema de un amor santo, divino,
forrado en indecente pergamino.

¡Oh, cuánto, cuánto padecer me hiciste.
De mi llanto de fuego te reíste,
de mi fe candorosa te burlaste.
Todo al fin acabó… tú lo quisiste,
que en la senda del vicio te arrojaste,
y has encontrado en esa cloaca impura
una vejez infame y prematura.

Tu boca, ayer fragante como rosa,
se ha convertido en cueva tenebrosa
depósito de perlas incesantes,
donde bailan un par de flojos dientes;
y tu crencha tan fina, tan sedosa,
es ya mechón de canas indecentes;
¿y así te amaba yo?… ¡terrible chasco!
si lo que inspiras tú es solo… asco.

Pobre mujer, en tu vejez temida,
en la horrible vejez, que da coraje,
eres muerta ilusión, fruta podrida,
árbol seco, cenizo, sin ramaje;
mariposa en gusano convertida;
pavo real desnudo de plumaje:
y qué ¿tu porvenir no te acobarda? ..
vete ¡por Dios!… el hospital te aguarda.

Como el viento, fugaz es la hermosura;
es el lujo fantástica quimera:
las flores se convierten en basura,
los trajes van a dar a la hilachera,
y la epidermis de sin par blancura
es el forro de horrible calavera,
y los ojos brillantes, primorosos,
se vuelven agujeros asquerosos.



Poema A Una Actriz de Antonio Plaza



Intérprete feliz del pensamiento.
ángel que brillas en la gloria humana,
ciñéndole a tu frente soberana
la espléndida corona del talento.

Heroína del noble sentimiento,
no me admira el laurel que te engalana;
porque sé que en la tierra mexicana
el genio tiene su mejor asiento.

Sigue de gloria con tu sueño santo
y conquista renombre sin segundo
en la futura edad, que yo entretanto,

al aplaudirte con afán profundo,
diré orgulloso en atrevido canto:
nada envidias, ¡oh patria!, al Viejo Mundo.



Poema A Loreto de Antonio Plaza



(En su día)

Feliz el que recuerda al llegar a su cumpleaños,
las horas que vinieron preñadas de placer;
feliz quien no ha sufrido terribles desengaños;
feliz el que no bebe la copa de la hiel.

Feliz el que recoge sin pena en su camino
las flores de la vida que el cielo perfumó;
feliz el que no lucha con bárbaro destino,
feliz el que no pierde, luchando, el corazón.

Feliz el que acaricia la faz de la esperanza;
feliz el que se duerme soñándose feliz:
feliz el que despierto contempla en lontananza
bordados de placeres, brillante porvenir.

Feliz el que transita su ruta de ilusiones,
llevando ante los ojos la venda de la fe;
feliz el que no sabe qué negras decepciones
arrancan esa venda. Feliz el que cree.

¿Eres feliz, Loreto? ¿Iguales y tranquilas
tus horas se desprenden, trayéndote quizá,
ventura tras ventura? ¿O acaso en tus pupilas,
del infortunio sientes lás lágrimas temblar?

Yo miro en tu semblante un algo que entristece,
señora, yo adivino que no eres tú feliz:
tal vez una esperanza en tu alma desfallece;
tal vez, una creencia ha muerto para ti.

¿Por qué si Dios te hizo tan buena como hermosa,
tus ojos impregnando con luces del Edén:
por qué permite, dime, que pena silenciosa
tu corazón trucida, simpática mujer?

¿Por qué misterio triste tu seno deposita?
¿Por qué te enluta el alma la noche de pesar?
¿Y por qué todos sufren, Loreto, en la maldita
tierra, en la que se vierte de lágrimas raudal?

Nunca hablas de tu pena; pero sé que padeces,
aunque quieras tu alma de mártir esconder.
A mí con tu tristeza, señora, me entristeces,
que yo también padezco al verte padecer.

Feliz si yo pudiera, hermosa infortunada,
derramar en tu herida un bálsamo feliz,
y tus pesares todos leer en tu mirada
y al quitártelos todos, tomarlos para mí.

Feliz fuera, Loreto, si acaso conocieras
cuánto mi pecho apena tu negro padecer,
y como te comprendo también me comprendieras,
que dos infortunados compréndense muy bien.

Perdona si me atrevo tu pena a recordarte
en la bendita fecha que marca tu natal;
ojalá que pudiera de gloria coronarte,
y a tus pequeñas plantas el goce encadenar.

Coplero sin fortuna, sólo tengo mi lira,
que bárbaro destino de luto la cubrió;
por eso es triste el canto, señora, que me inspira
el afecto que siente por ti mi corazón.

Dios quiera que tranquila resbale tu existencia;
Dios te dé más placeres que goces me dio a mí;
Dios haga que te halaguen con su divina esencia
las flores purpurinas, encanto del abril.

Dios quiera que recuerdes, en cada cumpleaños,
las horas que pasaron preñadas de placer;
Dios quiera que no sufras terribles desengaños;
Dios quiera que no apures… la copa de la hiel.



Poema A Inés Nataly de Antonio Plaza



Quiso mostrarte la clemencia santa
y te infundió su soberano aliento,
puso en tus ojos luz de firmamento
y del ángel el trino en tu garganta.

Y admirándose al ver belleza tanta,
Baja -te dijo- al valle del tormento,
y cuando el hombre en negro desaliento
clame: ¡NO EXISTE DIOS! mírale y ¡canta!

Y tú, cisne del cielo, la armonía
nos revelas del cielo al escucharte;
yo, que olvidando al cielo ya tenía,

enviada del Señor, quiero cantarte,
que aunque la fe del alma apagó el llanto,
donde Dios se revela, allí le canto.



« Página anterior


Políticas de Privacidad