«Esto es el hoy todavía, y es el mañana aún, pasar de casa en casa
del teatro de los siglos, a lo largo de la humanidad toda.»
(Juan Ramón Jiménez)
La conciencia del fuego es toda la tristeza,
        frontera arrebatada
                                      de los altivos tránsitos que fueron
        una causa perdida,
        una ambición de edades
        que en derrota poblaron las claras primaveras,
        un eco de los días
                                 prisioneros de luz
        más allá de las calles apresadas,
        un coraje de sangre enarbolada hasta el cielo más alto,
        un ser de juventud,
        frontera arrebatada caída contra el tiempo,
        contra las tardes mudas
        de una historia cobarde
                                          que en esferas de lodo
        nos arrancó la luna de las miradas dulces,
        el extravío cándido del círculo perfecto,
        la flor de una belleza
        que en corazones puros ardía fieramente,
        voces en la avenida,
        carreras en la arena contra un cerco
        que aleteaba en temblor de adolescencia,
        golpes sordos de nieve
                                        y el brutal desafío
        de aquéllos que contemplan desde el muro
        la sed de una vergüenza arrinconada,
        un ser de juventud,
                                            humillaciones
        advertidas e inútiles de pronto entre los brazos muertos,
        los dedos derramados al costado de un paso
        atrás, un eco de los días
        más allá de las calles,
        un coraje de sangre arrebatada
                                                     caída contra el tiempo,
        contra el amor que armaba las canciones
        de alas de enredadera,
        de silenciosa y mágica caricia,
        de encuentro aventurado
                                            que venturoso
        reunía fauces contra el dolor del mundo,
        y convocaba abrigos y refugios
                                                     tan dentro
        de nosotros como un alba resuelta, una mañana
        limpia de recelos, un mediodía estricto
        de ilusiones, la flor de una belleza
        que en corazones puros ardía fieramente,
        abrazos en portales oscuros
                                                 donde los gestos
        torpes se confunden,
        entresuelos de cine americano
        en tardes somnolientas de lunes otoñales,
        senderos de los parques contra el frío
                                                               y la soledad azul de los inviernos,
        espigones de muelles absolutos para la fiel memoria,
        un eco de los días
                                  prisioneros de sombras
        sin espejo más allá de estas calles,
        más allá de las mismas palabras
        que la vida elegía
        para hacerse brutal
        en los domingos quietos de verano,
        en la morada absurda de los bares que fueron
        nuestra aula feliz,
                                  nuestra montaña
        mágica de ademanes ansiosos,
        la mano en el cigarro, los labios en la copa
                                                                     vertida
        hacia el deseo de una imagen
        más clara
        y casi ya sabernos, sin engaños,
        condenados al viento de otro norte
        más allá de estas calles,
                                          más allá
        de estas sombras que la vida elegía
        para ocultarnos
        los restos del camino,
        los caídos al límite de todas las banderas,
        los hambrientos sin sueño, los feroces
        contra la siembra turbia de una historia
        maldita de antemano,
        un ser de juventud, frontera
        arrebatada caída contra el tiempo,
        detenida en sí misma
                                      para no contemplar
        las imposturas de un engaño baldío,
        las coincidencias lúcidas que aclaman
        tantas verdades muertas
        por el cielo, tantas verdades muertas
        por llorarnos
        entre la lluvia gris y sin decoro,
        entre los ríos lívidos del fiero desamparo,
        las estrellas caídas,
        los ángeles remotos
        aleteando en temblor de buena nueva,
        encuentro aventurado
                                       que venturoso
        reunía fauces sobre el dolor del mundo,
        sobre la soledad
                                de esta historia
        que en círculos
        regresa como un engaño más,
        mientras transcurren días, horas, calles
        más allá de estas calles,
                                            y nada se transforma
        al ritmo cansino de esta nostalgia nuestra
        que desemboca en gestos
        al fin reconocibles,
                                    en códigos rituales
        de una noria imprevista, en alusiones torpes
        a los cuerpos remotos perdidos para siempre,
        como un amargo despertar del ansia
        que nadie perpetúa,
        edificios velados del humo y la ceniza:
        la conciencia del fuego es toda la tristeza,
        un ser de juventud,
        frontera arrebatada caída contra el tiempo,
        una generación perdida entre dos mundos,
        viento y azar que al aire convocado
        nos desnudó de esencia para vernos
        correr en desconsuelo tras la estela
        del último vagón,
                                aquél prohibido
        de los últimos ecos de una guerra ignorada,
        de una palabra que en unión crecía
        para hacerse
                                pasajera de un mundo
        contra el mundo del odio y las palabras grandes,
        cuando nosotros éramos los últimos esbozos,
        aluviones inútiles
        llegados a una tierra sin salida,
                                                      corazones sobrantes
        de una crisis por nadie imaginada,
        adulteradas bocas
        gimiendo en estaciones durísimas sin trenes,
        sin ambición ni estelas,
                                         sin máquinas
        de sangre por los raíles tensos
        de una bandera ajena a nuestro mundo,
        con la esperanza rota en flor de juventud,
        labrado desencanto
        que peleó nostalgias de otras voces
        que fueron la mentira,
                                         amado desencanto
        que recorrió las calles transitadas
        de una generación desprevenida, una generación
        perdida entre dos mundos,
        odiado desencanto tras la sombra
        del último vagón,
        aquél llegado para nunca
        a otra frontera vieja y sin retorno,
        frontera arrebatada y sin retorno,
        frontera sin retorno:
        la conciencia del fuego es toda la tristeza
        pero nosotros somos la tristeza
        final del pensamiento,
                                        nosotros somos
        el pensamiento muerto que nunca retuvimos
        en los ojos mansísimos que amaban,
        en este otoño,
        pasiones de un invierno revivido ya en nadie,
        nosotros somos la tristeza final,
        tristeza muerta,
        las masas rebeladas sin retorno
        hacia un mundo que esclavo es de codicia
                                                                   final del pensamiento
        de occidente, babélica
        codicia sin retorno, acumulada
        esfera de despojos inútiles, baldíos
        ademanes que no vienen ni van
                                                   sino transcurren,
        hoy ciegos para ayer, por una tierra
        incierta y demudada, infiel
        de soledad,
        acumulada tierra de despojos inútiles,
        agria de soledad,
        desesperada tierra que las almas asola,
        fría de soledad,
        de soledad que en vértigo
                                            acelera
        los caminos sin margen de estos cuerpos
        opacos, de estos ardidos cuerpos, su arrebato
        de historias tan pequeñas que nadie creería,
        sin ninguna importancia,
        sin tiempo para ideas enormes e inmortales,
        nosotros somos la tristeza
        final del pensamiento muerto,
                                                  una generación perdida
        entre dos mundos vacíos,
        entre los hombres huecos de ayer
        y de mañana,
        un ser de desamor
        a lo largo de la humanidad toda,
        un ser en desconsuelo
        tras la estela del último vagón,
        un ser herido más allá de estas calles,
        de otro norte,
        los caídos al límite de todas las banderas,
        los feroces
        contra la tierra turbia maldita de más sangre,
        una generación perdida y sin retorno:
        la conciencia del fuego es toda la tristeza,
        una ambición de edades
        que en derrota poblaron los silencios,
        acallaron latidos,
        no dijeron del mar tanta nostalgia
        como se acumulaba por sus venas,
        tanta palabra rota
        que en corazones puros ardía fieramente,
        tanta pasión perdida en un rincón de nadie,
        pasión perdida y sin retorno,
        nostalgia y sin retorno,
        palabra sin retorno:
        la conciencia del fuego es toda la tristeza
        pero nosotros somos la tristeza,
        ahora que nos queda tan sólo
        reunirnos de amor
        contra la soledad de un mal invierno,
        permanecer sin más
        contra la orilla de los supervivientes,
        añorar los naufragios
        y recordar unidos las derrotas del tiempo,
        aquellos laberintos en los que la memoria
                                                                   derramada
        llovía cuerpo a cuerpo
        entre el umbral del sueño y la noticia
        de un ámbito feliz,
        ahora que nos queda tan sólo
        permanecer sin más
        contra la orilla de los afortunados,
        los seguros,
        los fuertes,
        contra los hombres huecos de ayer y de mañana,
        contra la soledad de un mal comienzo,
        aquellos laberintos sin destino
        en los que la memoria arrebatada
                                                         caía
        contra el tiempo más allá de estas sombras,
                                                                    más allá de las causas perdidas
        que poblaron las claras primaveras,
        los refugios del alma
        que vencía condenación y tedio, nube
        amarga de un bosque desolado,
        de una certeza insólita,
        de una canción de luna y abandono
        por los altos senderos de todas las conciencias,
        nosotros somos la tristeza final
        ahora que nos queda tan sólo reunirnos
        arrebatadamente,
                                convocarnos
        a la voz de los principios, la voz
        estricta del origen,
        y entonar un canto de derrota insalvable,
        el vértigo en lamento
        de una generación perdida entre los mundos,
        sobre las avenidas,
                                   bajo el arco atronador
        del ruido y las palabras,
        más allá de la tierra y de los edificios,
        contra la siembra turbia de una historia cobarde
        que desemboca
        en gestos al fin reconocibles,
        amargo desencanto de una generación desprevenida,
        ahora que nos queda tan sólo
        permanecer sin más
        contra la orilla de los supervivientes,
        la costa que no oculta los despojos culpables
        de alguna esperanzada maniobra,
        los símbolos
                          de algún otro destino,
        los poderosos cauces de otras lágrimas
        que en puro amor llenaran
        de este sueño su más fugaz quietud
        sin desamparo:
        el horror es el límite,
        concisa soledad, huella que en huella advierte
        el cortejo del hambre y ya no gime,
        silencio de miseria
                                que en pantallas de tedio
        se finge gratitud, socorro apresurado,
        falsa imagen del horror,
        soledad que no gime:
       la conciencia del fuego es toda la tristeza
        pero nosotros somos la conciencia,
        el remedio de un mal despertar,
        la tregua simulada
                                  en la que nadie
        confía, esa bandera
        blanca por el puente del odio
        como un viento frío sobre el agua quieta,
        un viento helado sobre el agua quieta,
        flores de pergamino entre las uñas,
        como un volcán cansado de llorarse del mar
        tanto abandono,
        tanta furtiva súplica,
        el otoño celoso de los tiempos duros,
        aquellos tiempos de fatiga inerme
        por los que aún volvemos a las cosas,
        al sentido,
                      a las preces,
        esta misma inconstante luz del canto,
        este dolor de hombre por la muerte:
        la verdad es el límite, profecía
        de un engaño cruel que repta cautamente
        por las sombras ya alerta
        de una esperanza
        tenue, la torre de las formas intangibles,
        las calles abatidas por amor
        de silencio, falsa
        imagen de la verdad, sombra sin límite:
        la conciencia del fuego es toda la tristeza
        pero nosotros somos la conciencia de toda la tristeza,
        la profunda conciencia
                                            de los labios heridos
        sin fortuna, los que caminan calles
        por un tiempo sin suerte, cansancio
        del cansancio, con las manos dispuestas
        a negar la evidencia de un día
                                                   sin fatiga,
        los que caminan calles
        sin sorpresas
        porque un aire de hielo ha traspasado
        los billetes de banco contra un mundo
        sin cartas hoy propicias,
                                           mientras bailan
        millones sobre el alma y el cetro de los que todo saben,
        de los que reconocen la voz,
        la fiel moneda de los años que vienen
        cuando se tuerce el gesto y nadie es nadie,
        ni los vencidos nadie,
        ni nadie es derrotado,
        desventura de azar inconmovible mientras transcurren
        días, años, calles más allá de estas calles
        y nada se transforma,
        tantas verdades muertas por el cielo:
        el horror a la verdad es el límite,
        prodigioso, consternado
        por ecos sin deseo de luz, transparencia
        que abate la rebelión de un mágico
        retorno, boca pequeña y dulce
        que no nos sobrevive
                                      ni en la dócil
        caricia de estas manos, condena y arrebato
        por los que aún volvemos a las cosas,
        el horror es el límite,
        verdad sin límite:
        la conciencia del fuego es toda la tristeza,
        un ser de juventud, frontera arrebatada
        caída contra el tiempo,
        una generación perdida entre dos mundos
        condenados al viento de otro norte,
        las mareas que fluyen
                                            sobre un haz de tiniebla
        que estremece la costa, las arenas tendidas
        de todos los recuerdos
        que no hemos conservado,
                                            tal vez también
        de los que permanecen en nosotros
        fieles a la palabra sin promesa,
        sin voz,
        sin juramento,
        amargo desencanto que recorrió las calles
        transitadas de una generación desprevenida,
        tras la estela del último vagón,
        tras la tierra baldía de esta nostalgia
        eterna, el desarraigo
        feroz de nuestra sombra,
                                            mundo
        feliz, residual coordenada de unos astros
        que huyen del terror, callada
        geometría que cuartea el acero
        y es imagen del cosmos,
        absoluta falacia que nos brinda
        porvenires edénicos en sistema binario,
        muerte y horror del hambre,
        los jinetes de la última batalla,
        la química del fuego contra el fuego:
        la conciencia del fuego es toda la tristeza
        pero nosotros somos el silencio,
                                                     la palabra
        que oculta un insomnio de mares
        más allá de esta vida,
                                       un bosque
        sin retorno más allá de este sueño,
        un rumbo
        hacia la luna de las miradas dulces
        como alguna canción
        que nos dará tristeza,
        ahora que nos queda tan sólo
        reunirnos de amor,
                                ahora que nos queda
        tan sólo reunirnos
        arrebatadamente,
        convocarnos a la voz de los principios
        y entonar un canto como entonces,
        sobre las avenidas,
        más allá de la tierra y de los edificios,
        una música viva
                                como la pura luz,
        sin ceremonias, tomando de la mano
        a los instantes
        que en la historia volvieron,
        mientras el mar
        recoge las redes de este andar:
        la conciencia del fuego es toda la tristeza
        pero nosotros somos
                                     la conciencia del fuego
        y toda la tristeza.