poemas vida obra marosa di giorgio

Poema Este Melón Es Una Rosa… de Marosa Di Giorgio



Este melón es una rosa,
este perfuma como una rosa,
adentro debe tener un ángel
con el corazón y la cintura siempre en llamas.
Este es un santo,
vuelve de oro y de perfume
todo lo que toca;
posee todas las virtudes, ningún defecto,
Yo le rezo,
después lo voy a festejar en un poema.
ahora, sólo digo lo que él es:
un relámpago,
un perfume,
el hijo varón de las rosas.



Poema Todas La Muerte Y La Vida Se Colmaron De Tul… de Marosa Di Giorgio



Todas la muerte y la vida se colmaron de tul.
Y en el altar de los huertos, los cirios humean. Pasan los animales del crepúsculo, con las astas llenas de cirios encendidos y están el abuelo y la abuela, ésta con su vestido de rafia, su corona de pequeñas piñas. La novia está todo cargada de tul, tiene los huesos de tul.
Por los senderos del huerto, andan carruajes extraños, nunca vistos, llenos de niños y de viejos. Están sembrando arroz y confites y huevos de paloma. Mañana habrá palomas y arroz y magnolias por todos lados.
Tienden la mesa; dan preferencia al druida; parten el pastel lleno de dulces, de pajarillos, de perlitas.
Se oye el cuchicheo de los niños, de los viejos.
Los cirios humean.
Los novios abren sus grandes alas blancas; se van volando por el cielo.



Poema Siempre Salgo de Marosa Di Giorgio



Nos encontramos en el manzano. Era una noche cerrada, oscura. Me dijo: ¿Paseas?
Contesté: Siempre salgo.
El dijo: Yo, también, siempre salgo.
Pero, en ese momento, irrumpió la luna. Con todos sus tules. Y una llaga, como si hubiese sido violada dentro del traje de novia.
? ¿Qué tiene la luna?
? No sé.
A la enorme luz, se vio que yo estaba absolutamente desnuda; sólo con las trenzas múltiples, larguísimas.
El traje de él era augusto y deslumbrante.
Como el de un guerrero.
Como el de un clavel.

Publicado en la Revista Insomnia, 19/5/2000



Poema Nuestros Padres Dijeron Que Iban A Salir… de Marosa Di Giorgio



Nuestros padres dijeron que iban a salir, y que fuéramos nosotras a pasar el día a casa de la abuela; iba a pedir que no, pero, no pude. Tomamos el jardín que partía el plantío. Eran las nueve de la mañana; el sol centelleaba; las flores eran todas rosas y lirios; los lirios eran todos blancos; pero, algunos tenían una marca rosada en el medio, y las rosas eran rojas, blancas, amarillas, de todos los colores, color dalia, color leche; había tantas que parecía que no había ninguna. Mi hermana corría y jugaba, siempre detrás de mí. Pero, cuando llegamos a la línea divisoria, me detuve; la antigua fiebre reapareció de nuevo, el escalofrío; vi los días futuros en que otra vez, tendría que beber cremas, soñar cosas monstruosas, e iba a avanzar la maestra diciendo que, así, yo nunca asistiría a clase, que… Nada dije; seguí envuelta en llamas. Cuando apareció la otra casa, vi la cocina negra donde se trasformaban tantas cosas, los cuadros plateados, entré dura y oscura como una vara, besé, de lejos, a los familiares; la abuela vino con un platito de maíz y una paloma y siguió tras de mi hermana.

Me decidí lentamente, velozmente recordé a aquellas plantas que conservaban rostros y alas como si fueran santos o pájaros. Avancé con los ojos cerrados, bien abiertos; corrí, no por retroceder.

Me agarré a la primera hoja que se me tendió; los pies empezaron a hundirse; entonces todo fue más veloz, se me cayó la túnica, las hojas crecían con rapidez.

Yo ya era una rama, una retama; vi que casi, era, ya, una rosa. El viento me mecía suavemente. Pero, a la vez estaba bien fijada a la tierra.

Así fue que morí de niña en aquel misterioso lugar de la huerta.



Poema No Sé De Dónde… de Marosa Di Giorgio



No sé de dónde lo había sacado mi padre ?él no salía nunca?; tal vez, desde el linde mismo del campo; allí estaba, el nuevo cuidador de las papas. Le miré la cara color tierra, llena de brotes, de pimpollos, la casaca color tierra, las manos extrañamente blancas y húmedas, que tentaban a cortarlas en rodajas y a freírlas. Pero, el abuelo no dijo nada y mi madre, tampoco. Sólo los perros adivinos empezaron a dar saltos y a gruñir y hubo que echarlos al jardín y ponerles cerrojo. Él se marchó, escopeta al hombro, hacia el gran cantero; allí quedaría bajo la luna, apuntando a los posibles ladrones, a las zorras que bajaran del bosque, y, sobre todo, a las liebrecitas roedoras.

Pero, cuando cayó toda la sombra, mi raro corazón ya caminaba a saltos, manejando una sangre ya confusa, fui a ver a mi madre; ella estaba apoyada en la ventana, su recto perfil mirando hacia las sombras; no me atrevía a decirle nada. Volví a mi alcoba, cerré las puertas; los astros, con su plumaje de colores empezaron a volar de este a oeste, de un mundo a otro; me levanté, crucé el jardín, los perros gruñeron, no tenía miedo, había tal resplandor, además, conocía todos los escondites, los subterfugios, hubiera podido desaparecer bajo la tierra. Lo terrible fue que él me estuvo apuntando desde el principio. Cuando mordí la primera ramita, disparó, caí, me dio por muerta. Durante toda la noche, aunque soñé cosas increíbles, mis ojos permanecieron abiertos y mis largas orejas se mantenían atentas; sólo mis cuatro patitas entrechocaban temblando.

Al alba él me tomó, me alzó, la sangre rodó por mis flancos. Caminaba hacia la casa; ya, allá, había un rumor confuso, alguien estaría levantado, ya en la cocina; tal vez, los abuelos. El entró ?mis ojos se nublaron terriblemente?, me arrojó allí; dijo: ?Noche tranquila. Una sola liebre.



Poema Murciélago De Fantasía de Marosa Di Giorgio



Esta noche un solitario habitante de las paredes
se decidió a andar,
oh, murciélago de oro y azul,
bicheja
todo de luz y telaraña,
te vi de cerca,
vimos gotear tus orejitas
adornadas con brillantes.
Antiguo sacerdote,
tienes la iglesia
en el cerrado ropero,
pero, esta vez
te vi volar,
vimos tu sombrilla,
tu mantoncito infame
prenderse de la nada,
se oye tu murmullo.
Y espero muchas cosas
de esta noche
en que te decidiste a reinar frente a nosotros
mientras, afuera, el viento,
destruye los malvones.



Poema Las Flores De Zapallo Corren Por El Aire… de Marosa Di Giorgio



Las flores de zapallo corren por el aire y por la tierra como una enredadera de bengalas; mi madre las siega, las pone en el cesto; de pronto, se estremece, queda inmóvil; pero, huye hacia la casa; y pronto, un aroma a óleo y a almuerzo recorre la casa. Estoy sentada en el comedor, trazo mis deberes,?tendré que cruzar el campo, que ir a la escuela? los platitos y las tacitas, en línea, como calaveras de nenas recién nacidas.
Surge un diablo; se para a mi lado. Mi madre ?desde allá? nota que hay algo extraño entre las paredes; acude; él se oculta; ella va hacia el jardín, dice algo por disimular; luego arriesga: ?? Creo que aquellos están otra vez; hoy vi uno en el zapallar?.
Yo nada digo; ella vuelve a su fuego y a sus flores. Él surge de nuevo, se para a mi lado ?es oscuro, hermoso, alto casi como un hombre?; me mira, me dice que me quiere, que va a ir conmigo por el campo.



Poema La Arboleda Luctuosa Giraba Como El Mar… de Marosa Di Giorgio



La arboleda luctuosa giraba como el mar. Cayó lluvia.
Sobre la calle quedaron unas piedras, chicas, y otras más grandes; eran
muchísimas; parecían pedazos de estrellas.
Brillaban con furia, con desesperación. Creía que se iban a ir como
liebres; y no se iban.
Entré corriendo; pero, todo era distinto. Los roperos abiertos. Los santos
¡sin marco y de pie!
Un pajarillo totalmente azul volaba, siempre, en el mismo lugar, al alcance
de mi mano: no lo pude espantar ni cazar.
Se me cayó la trenza, se me cayó el vestido, cayeron las azucenas y la taza.
Quedé prendida a no sé qué,
y a nada.



Poema Estoy Sentada En Medio De La Soledad Del Bosque… de Marosa Di Giorgio



Estoy sentada en medio de la soledad del bosque. Los nogales ?con qué precisión? acomodan sus frutos exquisitos dentro de las bolsitas de madera. Se oye el breve alarido de las martas que buscan amores. En la casa todos descansan y parece que no hay nadie. Sólo yo, como siempre, no puedo dormir; ando con la pequeña lámpara de librium; pero, igual no puedo dormir.
De pronto, se retrae el trabajo de los robles y el amor de las martas.
Es que cruza un navío de otros mundos con su luz conmovedora.
No sé por qué, me da miedo, e intento huír.
Pero, la nave astral ha hecho crecer nuevas cosas.
Y un duro cantero de azucenas me detiene.



Poema Está En Llamas El Jardín Natal (fragmentos) de Marosa Di Giorgio



1

Fui desde mi casa, a la casa de los abuelos, desde la chacra de mis padres a la chacra de los abuelos. Era una tarde gris, pero, suave, alegre. Como lo hacían las niñas de entonces, me disfracé para pasar desapercibida, me puse mi máscara de conejo, y así anduve entre los viejos peones y los nuevos peones, saltando crucé el prado y llegué a la antigua casa. Recorrí las habitaciones. Todos estaban felices. Era el cumpleaños de alguien. Por los cuatro lados habían puesto jarritas de almíbar y postales. En medio de la mesa, una exquisita ave, un muerto delicioso, rodeado de lucccillas. El abuelo que siempre estaba serio, esta vez se sonreía y se reía; y antes de que bajase la tarde, me dijo que fuera con él al jardín, y que iba a mostrarme algo. Ya allá arrojó al aire una moneda; yo la vi rebrillar, al caer se volvió un caramelo, del que, enseguida, salió una vara larga y florida como un gladiolo, a cuya sombra yo me erguí, y que creció aún más, después, y duró por varias semanas.
Yo soy de aquel tiempo,
los años dulces de la Magia.

3

Una tarde en que llovía misteriosamente sobre las cosas, y andaban por el jardín los cangrejos con su piel patética, y los hongos venenosos echaban un humo gris, y habían venido las vecinas, al través de las plantas todo mojadas, de los tártagos de ásperos perfumes, a visitar a mi madre, y estaban, de pie, riéndose, cada una con una langosta en el hombro, verde, brillante, recién caída del cielo, un caracol de azúcar; pero, sin darse cuenta de nada, se reían, y mi madre les contestaba riendo. Las vecinas con sus altas coronas de piedras de agua, parecían unas reinas salidas de la laguna, de lo hondo del pastizal.
Y yo, sin rumbo, allí, avanzaba, retrocedía, iba hasta la casa, salía, mirando pasar la lluvia, las nubes, la historia del jardín.

9

Una noche desperté sentada en el lecho, helada, en esa casa donde me habían abandonado hacía tanto tiempo. Y él, ya estaba entrando, por tres ventanas, a la vez, su triple presencia; le vi el mantón como una cauda, un ala, un rostro desierto. Mi pequeña faz se congeló. Pensé en conjurarlo de algún modo, exorcisarlo; tal vez, algún efluvio de la infancia le detuviese, un grito, pensé en recuerdos, platos blancos, sábanas blancas, oréganos, violetas. Tal vez, pudiese fingir que era más grande y desafiarlo. Pero, él estaba allí, erguido, como tres caballos. Inmóvil, e impaciente; en sus tres lugares.

10

A veces, cuando el verano se volvía demasiado intenso ?era todavía una niña, en la edad del huerto?, armábamos los lechos, fuera; entonces, todo parecía tan extraño. Mis familiares volaban un poco; pero, luego, se adormecían; yo quedaba escudriñando el cielo; por entre las estrellas, las antiguas naves seguían su lid. O me sobresaltaba el galope de un caballo a lo lejos, muy a lo lejos, el ladrido de los perros, en un lugar sin nombre, su eterno canto. Y estaban la hierba salvaje, el orégano, la violeta, la gallina blanca que pone un huevo negro, tal vez, desde allí ?quizá? saldría un perrito, una criatura humana; un viejo pariente podría resucitar de allí.
Pero, más allá del hechizo familiar, todo se cumplía otra vez, la noche era infinita y azul y las naves partían. A la guerra de Troya.

11

El zapallo estaba allá, pesado, quieto. Parecía una luna antigua y perfumada. El mismo de cien años antes y el nacido ayer. Las luciérnagas, rompían a cada segundo el aire inmortal.
Salía humo de las dos casas. De la de él, con picos rojos; de la mía, con torres negras. Era la hora de los panes y de la lámpara. A veces, nos huíamos de nuestros padres ?él y yo? y tomados de las manos íbamos al través del aire oscuro hacia el pie del huerto, a besarnos levemente, arriba de los labios.
El zapallo estaba allí, dormido a todo; pero, al vernos, daba un salto.



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