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Poema Llegué Cuando Una Luz Muriente de María Victoria Atencia



Llegué cuando una luz muriente declinaba.
Emprendieron el vuelo los flamencos dejando
el lugar en su roja belleza insostenible.
Luego expuse mi cuerpo al aire. Descendía
hasta la orilla un suelo de dragones dormidos
entre plantas que crecen por mi recuerdo sólo.

Levanté con los dedos el cristal de las aguas,
contemplé su silencio y me adentré en mí misma.



Poema Laguna De Fuentepiedra de María Victoria Atencia



Llegué cuando una luz muriente declinaba.
Emprendieron el vuelo los flamencos dejando
el lugar en su roja belleza insostenible.
Luego expuse mi cuerpo al aire. Descendía
hasta la orilla un suelo de dragones dormidos
entre plantas que crecen por mi recuerdo sólo.

Levanté con los dedos el cristal de las aguas,
contemplé su silencio y me adentré en mí misma.



Poema Victoria de María Victoria Atencia



Estaba abierto el cielo y mi hijo en mis brazos,
tan indefenso y tibio y aterido y fragante
que lo sentí una obra sólo mía, victoria
de un cuerpo paso a paso ofrecido a su cuerpo.
Lo envolví con mi aliento y él tuvo el soplo tibio
en el que una paloma se sostenía en vuelo.



Poema Venda de María Victoria Atencia



De un espeso tejido me rodea tu mundo
por todos los contornos.
Me abarcas como un pecho abierto a la ternura,
como una gran maroma que en surcos se me clava.

Has llegado a cubrirme, definitivo pájaro,
a decirme la vida a tu propia manera,
al modo más hermoso de vuelo sin tropiezo
abrazando la nube.

Podrías no contarme por uno de los tuyos,
y sin embargo sueles apretarme la sangre
llenándome los ojos de un agua sin salida
descolgada en sus fuentes.

En sombra de tus pliegues se encarna la ternura,
tal a una mano abierta que lo abarcara todo,
y olvida nomeolvides en lugares ocultos
de preciosos recuerdos.

Callada te delatas, Echada por mi frente
dejas correr el tiempo, como si fueras niña
que inaugurara sueños en la siesta más tenue
de un setiembre cualquiera.

A tientas yo te canto, erguida compañera
de la noche en lo oscuro, sintiéndome por labios,
por ojos y por dedos tu inundación callada
que de arriba descienden.



Poema Una Brisa de María Victoria Atencia



Con no previsto acuerdo a mitad del verano,
en el torpe sofoco del hueco de la siesta
me recorre una brisa, nuca abajo, la espalda.
Me doblego al quehacer de su oficio envolvente,
y al sueño al que me entrego, mientras arde la tarde
en la impasible llama que no consiente tregua.



Poema Testigo de María Victoria Atencia



Apenas alentaba.
Pero atendí su canto
queriendo darle vida. Proseguía
el mirlo en aquel árbol de flores de papel
pasándome el relevo
cuando vino su hedor, como un hocico frío
a decirme la hora.



Poema Ternura de María Victoria Atencia



Quizás no sea ternura la palabra precisa
para este cierto modo compartido
de quedar en silencio ante lo bello exacto,
o de hablar yo muy poco y ser tú la belleza
misma, su emblema, aunque tan próxima y latiendo.
Y es también un destino unánime que vuelvan
a idéntico silencio -cuando llegue la hora
de la tregua indecible- mi palabra y tu zarpa.



Poema Reproche A Holan de María Victoria Atencia



Para Clara Janés

Si ves Moldava abajo, río abajo
-frente a la Isla de Kampa y el Molino del Búho-
un cubo de basura tiernamente mecido,
dulcemente mecido hasta el agotamiento,
no pienses en el cuerpo de Ofelia que las ratas horadan
entre sus muslos blancos, cubo adentro, hasta el fondo;
preserva
su maternal secreto río abajo.

De «El puente» 1992



Poema Orilla de María Victoria Atencia



Para Manuel Alvar

Los postigos abiertos, ni siquiera yo misma
tras el sueño baldío, desalentada aguardo
su cumplida palabra en el mar del encuentro.
Cuando luego me llegue hasta su abrazo húmedo
proseguiré mi sueño en su lecho insondable;
en su pasión cobalto, índigo azul, recíproca.



Poema Noviembre de María Victoria Atencia



A Juan Bernier

Oigo crujir tus hojas y vuelvo a estremecerme,
memoria de noviembre con la fruta en los labios,
pervertido jardín que hollé una vez, descalza,
y en el que, de rodillas, llevé mi frente al suelo.
Tengo el leve recuerdo de un sollozo y mi nombre,
y fielmente el del hueso, áspero, cautivo.



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