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Poema Una Sirena Eterna (v) de Isolda Dosamantes



Los ojos de la presa están sellados por una tela de almidón, de su nariz el agua surge, los estornudos se han hecho tan frecuentes, que el hombre ha cambiado la flecha por el pañuelo azul que pasa por sus labios.



Poema Una Sirena Eterna (vii) de Isolda Dosamantes



El cazador deja libre a la presa: la ventana, la puerta, la reja de par en par, reciben el aire fresco y la luz cegadora del invierno.



Poema Una Sirena Eterna (iv) de Isolda Dosamantes



El arquero agita la cuerda y se enternece al ver la piel en espiral, el arquero mira los párpados de la gacela inconsciente, apuntala la flecha: su piel es cuerda de la que surge la vibración certera que desgarra el silencio con tonos agudísimos. Sus pestañas, al deslizarse por el rostro, revelan una luz brotar entre los dos. El arquero detiene la flecha y acaricia el pelambre de su presa.



Poema Una Sirena Eterna (iii) de Isolda Dosamantes



El arquero prepara su flecha hacia la presa: gacela agazapada en el rincón de unas cobijas.



Poema Una Sirena Eterna (ii) de Isolda Dosamantes



Las estrellas se apagan en el grito de la asfixia, el aroma a felino emana de su piel, se tambalea la noche entre las nubes que han tiznado la luna hasta esconderla. Empiezan a inundarse lentamente del aroma del hielo derretido de sus cuerpos.



Poema Una Sirena Eterna (i) de Isolda Dosamantes



Abre sus fauces en la noche que despliega una luz trémula, olor a gato invade las paredes, enrojecen sus ojos por la presencia del humo de cannãbis, que asalta ya su sangre.

Nada ha cambiado.
El mismo pantalón de hace diez años,
el agua de colonia,
la barba que desliza por mis muslos.
Sólo en el rincón más escondido de sus ojos,
hay una lágrima en silencio.

Abre sus fauces, sus uñas son garras que arañan un costado, su boca se concentra en desgajar los senos de la muchacha que mira las estrellas entrar por la rendija de una cortina que cubre la ventana.





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