poemas vida obra antonio carvajal

Poema No Mires Hacia Atrás… de Antonio Carvajal



No mires hacia atrás: Ya nada queda:
la casa, el sitio, la ciudad, el soto,
escombro, hueco, ripio, humo remoto
o acaso turbia y leve polvareda.

Mira adelante, aunque te retroceda
el ánimo: El futuro no está roto:
si oscuro, intacto; fértil, porque ignoto.
Quiera tu voluntad, tu ánimo pueda.

Pero si te has vendido a las pasadas
sombras; si esclavitud tasó tu prcio
en dos o tres monedas sin sonido,

teme a la libertad, pues no eres recio;
teme a tus fuerzas, pues están gastadas;
teme al futuro, pues será tu olvido.



Poema Como Carne Apretada A Nuestros Huesos de Antonio Carvajal



Como carne apretada a nuestros huesos
nos envuelve el amor más solo y puro,
que, apartados del mundo y su conjuro,
vivimos un festín de fiebre y besos.

Este recinto prieto, donde presos
unánimes nos damos un seguro.
este campo solar y nido oscuro
abona en gracia vida y embelesos.

Contagiados de mundo, sin embargo,
lucha es la vida con caudal de grito,
y a veces un sollozo y un letargo.

Y es que el dolor destroza nuestro mito
y el dulce amor nos sabe tan amargo
como la sed de un páramo infinito.



Poema La Somnolencia de Antonio Carvajal



A determinada edad
pero imprecisa fecha,
he descubierto en mí
-como, un día, al mirarnos en el espejo, percibimos
una peca, muy diminuta, muy subrepticia
pero constante- una extraña
compasión. No se trata de un ángel
vestido de penumbras, de una palabra apasionada
y ruborosa, de un acuciante clarinete
que se abre paso entre la cuerda como un gato entre petunias:
no es una congoja
ni la esponjosa sensación del pecho cuando encontramos a
un amigo;
pero algo más cotidiano, quizá más displicente,
un comunicativo interés por los hombres, que no es curiosidad,
tal vez no es simpatía, no, desde luego, adhesión,
sí una sorpresa, al comprobar que un grupo
de hombres es tan sedante como alameda rumorosa,
tan excitante como los truenos, tan sencillo como el río.

Entro en los bares y ya no es sed lo que allí me conduce,
ni un dejarme arrastrar, ni una imaginación novelesca
lo que me distrae.
Ya no espectador, sino una somnolienta prolongación
de los murmullos,
uno más entre todos, porque no diferente.
Viejas palabras gastadas,
atropellados lugares comunes,
cordialidad, cifra de céfiros,
adquieren irisaciones atractivas, y la pana
de las chaquetas es tan acariciadora como el musgo,
fértiles las corbatas como las rosas, novísima
una dentadura intacta, como el amanecer.
Y como arrullado y como sumergido
en imprecisa blandura tibia,
y como somnoliento, bebo y charlo
con éste o con aquél, sin elección, sin otro
compromiso
que el pasar este rato que llenará mi vida
con no sé qué soñada página de mi historia
social; no con intimidad, pero con cierta
familiaridad risueña que me indica
que se vivir y tengo compañeros.

De «Siesta en el mirador»



Poema La Música En Viana de Antonio Carvajal



A Guillermo González

Evocar la palabra con que formé mis labios,
las palabras, la música de un surtidor tendido:
Pérfidos, jaspes, mármoles, columnas derribadas,
capiteles y sueños, jazmines y celindos.
¿Y el azahar? ¿Y el aire que duele como un agua
equivocada y tensa por las veras del río?
y el pez de la memoria deslizándose, yéndose
por palabras perdidas, con su rumor de niño.

La más humilde de todas,
la más silente,
no es el grosero alelí,
no es la violeta campestre,
sino el geranio, tan duro,
sino el geranio que mueve
sus ofrecidas umbelas
entre el viento y las paredes.
Tanto color en la flor,
y las hojas cómo huelen.

Amenos valles, ríos
de salud, sonrosados
cielos de tarde -el ángel
protector, más hermoso
que la salud, sonríe-.
La súbita ceguera
se puebla de recuerdos.
Es un dolor: Dejadme
con la música a solas,
que me vuelva la tierra
del sol: que me despierte
con la miel en los labios
y la salud del alma.

¡Oh flor de España!, ¿qué
no es flor en ti, si piedra,
si estuco, si rocío,
si muralla, si hiedra?
toda interior, tú, patio
de la vida serena.
(Fantasía) No es canción ni lamento ni murmullo:
trino que el corazón hiciera suyo.
Trino sin voz, pero con alma y vuelo,
las densas manos de un amor sin duelo.
Las densas manos que desgranan ecos
de espesos sueños y de pechos secos.

Guadalquivir abajo la agonía
de un sol todo memoria y melodía.

Guadalquivir arriba suena un árbol
gota de llanto que resbala en mármol.

No es blanco ni verde
ni amarillo ni anaranjado; vence
en blancura al jazmín,
en tiempo a la magnolia,
en fuego al querubín.
Azahar, azahara,
azahares sin fin.

Esta música, el ansia de más vida,
¿qué viola del cielo la ha vibrado?
¿Qué pensamiento entre la carne herida
abrió su triste pétalo morado?

Qué corcel de rumor sin voz ni brida
para su pétreo paso desbocado
galopa por un cielo equivocado,
neutra la estrella turbia o escondida?

Esta música llena de añoranza
que no alcanza a colmar una esperanza,
que tiene nombres pero está vacía

de presente, de amor, ¿qué melodía
íntima la sostiene, qué sosiego
quiere alcanzar, entre el dolor y el fuego?

El rumor de los pozos,
negro en lo blanco,
el rumor de los pozos,
fresco en los labios,

el rumor de los pozos,
Córdoba madre,
el rumor de los pozos,
negro en el aire.

Guillermo, estas palabras se alimentan
de un recuerdo de música y jardines.
Tú pusiste la música, que estaban
los jardines soñándote, esperándote.

Gracias por tanta luz, por la belleza
que tu pasión, que tu conocimiento,
elevan como triunfo -doble arcángel:
Albéniz, Falla-, en Córdoba, en mi vida.



Poema Idilio de Antonio Carvajal



Dicen todos: Ellos son,
ellos cantan, ellos miran
la aurora de las acequias,
el ruiseñor que origina
tristezas de amor, extrañas
y suaves melancolías.
¡Cuánta flor han deshojado,
cuánta mirada cautiva,
cuánto encaje de hilo limpio,
cuánto beso sobre el día
que como un pozo de brasas
se enciende y los aniquila!

…no son ellos; ya no son
más que tórtola en la encina,
más que el agua del venero,
más que la flor de alegría,
más que una vara de nardos
llameante a maravilla,
el torso bello y desnudo,
la boca que les destila
ámbares, rosas, jazmines
y una palabra no dicha,
palabra sola que son,
amor, amor… Y la brisa
los lleva, blancos y puros,
los lleva a las altas cimas,
los lleva a las luces ebrias,
hacia las estrellas fijas…



Poema Hacia Las Cumbres Iba de Antonio Carvajal



Primer acorde. Alhambra

Hacia las cumbres iba,
hacia las verdes cumbres, su deseo.
Allí aprendió que la melancolía,
cuerpo lento del tiempo,
cuerpo del agua frágil detenida
en los vasos secretos,
a conformar empieza la memoria.

Lleno de suaves algas y de pétalos
sumergidos, de platas indecisas
y de leves luceros,
allí esperó que la frescura nítida
y los blandos oreos
condujesen su sed, su amor, su dicha
sin nombre hasta los cielos,
las visiones perfectas, la precisa
iniciación del vuelo
y supo allí que la belleza efímera
es de toda verdad fuente y espejo.



Poema El Deseo Es Un Agua de Antonio Carvajal



I
Siempre vive, pervive, sobrevive y asciende,
como un astro y sus luces, el deseo a los cielos,
sin confundirse nunca con el cuerpo logrado,
sin renunciar jamás al clamor de la sangre,

a las yemas feroces donde mana
una mano las nieves sin estrépito,
boca que sigue el trazo de las aves
más allá de la noche y su sospecha.
Abierta noche insomne cuyos dientes
tiñen la sangre de un rumor perplejo,
tacto de mineral, cristal y lágrima
que el mar bebiera y en la luz se cumple
abrasadoramente, ardidamente
por donde el tiempo yergue sus promesas.

Siempre en silencio perseguido y dúctil,
resbalando por montes de corales tranquilos,
superviviente frágil que sobrenada el canto
último en que los barcos naufragaron sin día,
recubierto de arenas marchitas y de pétalos
para perder los labios donde la luna insiste,
resiste. Donde el hierro, carmín rozado, frente
de otro pesar sin nubes se desliza convulso
como serpiente muda que las sombras escruta
abrasadoramente,
nunca saciada, nunca
consumada en el tacto,
musgos frescos, saladas
márgenes, sonorosas
pulpas hendidas, siempre
perseguidora inmune
al sudor del estío,
al frescor de unos ojos
palpitantes de lábiles
corpúsculos de aurora,
nunca dormida, nunca
cubierta por las alas mullidas
del olvido.

II
La sangre, hierro convexo, pegajosa brasa
sin renuncias, mana y no cubre, fluye
y reclama vasos, céspedes hondos, cuellos
por donde el aire resuena
con cansancios de oboe
henchido con el cuerpo que le negó la aurora,
buscando el lecho estéril y la sombra baldía,
fingiendo la planicie,
la suave piel sin fechas,
forma de fruto y pecho
desnudo de latidos,
y el pedernal lo gime.

¡Oh cosechas vencidas, oh simientes
siempre más generosas que los ojos,
más ofrecidas a las chispas súbitas
que la lengua convulsa de mentiras,
volved, volved al suelo, y la amapola
cante en las primaveras de otros sueños,
otro rumor de latidos acordes,
un desvanecimiento de los labios ardidos,
mordidos, mientras gime
la serpiente en la pulpa
borrascosa, sumida
en su propio deseo,
abrasadoramente,
nunca saciada, nunca
consumada en el tacto,
perseguidora inmune
al sudor del estío,
mientras la sangre consta,
mientras vuelve, revuélvese, se disuelve y desciende
como liquen sin luces el sopor a los cuerpos,
manteniéndolos siempre sobre el duro equilibrio
de una luz prometida que nunca, nunca alcanzan,
y una sombra perenne que los ata y los ciega!

III
No es el azul ni distante-ni irónico,
ni en las puertas perplejas que entreabren
una posible llama donde el jazmín crepite
cuelgan los ramos tristes,
las pupilas, la fría
mueca por la que pierden su sollozo
quienes nunca lograron confundirse en la noche,
quienes nunca lograron que la niebla
tiñera los jardines del deseo
con otra luz que su rencor no hubiere,
mientras en las orillas, por la nube
primera, como frutos destronados
por la estrella rival y melancólica,
surten los barcos de enramadas velas,
la proa hacia los reinos de la llama,
inocente e inmune
al cierzo muerto, al austro
perseguidor de yeguas y leones,
de corzos con la lengua estremecida
por las hierbas recientes de rocío
junto a la nieve y el azul que ríen.

Porque se supo siempre
que nos habita el hálito
de un alma nunca nuestra,
víctimas de los límites
que las sombras imponen
al cuerpo y al deseo.

Porque siempre nos queda
una duda en racimos
de sed, una serpiente
de lava que si aflora
castigamos con dura
resolución de niebla,
siempre fingidos, nunca
con resplandor de carne
abrasadoramente
entregada a los vientos
que la muevan, fecunden
de pájaros y abejas,
la miel, el vuelo, el canto
por el azul extenso,

y nos llama la sombra,
no la llama, no el río
con su rumor frondoso,
su luz y su clemencia,

y el vano giro y la inventada roca
que rueda y vuelve a su lugar nativo
no los miramos como ser podrían,
concreciones de piel, sed y silencio
que como pulpa blanda entre los rígidos
y amenazantes dedos de la noche
promete siempre abrasadoramente
la nueva floración, la sangre virgen
negada por los ángeles
hipócritas que cubren
su torso con las capas
del rencor y la envidia,

nunca para dar paz, nunca para que el gozo
de la piel amanezca sobre aquellas mejillas
donde una vez pusimos la mirada y los labios,
tan ardorosamente, tan gozosos, tan ebrios
de un primer resplandor, de un desplegado
astro en sus luces sobre el mar dormido.

IV
¿De qué pútridas huellas
se yergue este perplejo
sinsabor de unos muros
para la luz cansancio,
para la sed derrota,
calumnia del rocío?

Desplegaba la tarde sus desdenes
en el ocre frenético, en el cisma
de un sol de labios húmedos,
de un hondo respirar que el sueño oprime,

y el invicto deseo
golpeaba los vidrios
de aquella luna, cima
de la desolación,
hierro concreto y linde
donde el pájaro abate
todo el candor de sus plumas hendidas,
el despliegue inconstante de la rica, la grácil
persecución de un pecho
donde anidan espejos,
simulacros de un vino
que hace vivir las algas,
las espumas rocosas
donde el beso se extingue
casi con claridad de esperanza o de culmen.

Pero el muro no basta
para torcer el curso
de las alas, los labios, las yemas, los cansancios
que fustiga la sangre y recorre el silencio
como una desplegada resplandeciente copa.

Beber y hundir los ojos, con las sienes
golpeadas por núbiles enloquecidos potros,
puentes hacia el extremo poniente sin rencores,
allí donde nos consta,
donde canta el deseo.

V
El deseo es un agua
retenida en los ojos,
resbalada en los labios
que en la sombra sugieren
lentas lunas amargas,
fulguración y súplica y suplicio,
dura omisión de resplandor silvestre,
terrestre, con escamas como días,
como fechas impuestas a los súbitos
relámpagos insomnes, a la carne
que sabe cierto el límite y el trémulo
deshacerse en la luz que así la nutre,
incorporarse a un borde sin semillas.

El deseo es un agua que persigue
álamos blancos, valles y riberas,
un horizonte despejado y quieto,

alma región luciente donde fluye
una canción con labios que la dicen,
nutritiva plegaria, cuerpo solo
en que arder y vivir fueran la dicha,
el gozo, el vuelo, el silbo, el aire, el sol.



Poema El Amor Busca Plumas Clandestinas de Antonio Carvajal



Nació bajo la luz de una tarde de estío.
Súbitamente herido,
por calles, por tranvías, por geranios, por trajes,
liquen de labios, desplegó sus alas.

Rodó por archipiélagos de madreselva húmeda,
por vinos aromados y miradas furtivas,
pero temió las cárdenas navajas
que al inocente acechan.

Por la tronera trémula del pino
podían dispararse cerbatanas,
flechas extintas como espejos sucios.
…Súbitamente herido.

El amor busca plumas clandestinas,
rodando por los nombres de los meses,
errando las ambiguas direcciones,
bares de moho, pensativas lunas,
súbitamente herido.

Tenía grandes alas, como fuentes,
como cedros, crepúsculos, alondras;
iba por avenidas y jardines
encorvado de piedras y deseo…
Súbitamente herido.
Oh los deseos que en el tiempo anidan,
que incuban sus estrellas, sus acíbares,
y sobre el campo hostil dejan cristales,
nácar de empuñadura de navaja,
caparazones de marfil, diademas
de sangre sexual. Buscaba plumas
clandestinas, covachas, paraísos
terrenales, ocultos, donde el hombre
no acosa como hiena, como hombre,
como sonrisa cómplice, ni escándalo.
¡Qué escándalo de plumas! Centinelas
de la certera soledad prendían
hachones en la noche
por barrancos, colinas,
por cactos polvorientos, por yacijas
donde el amor inventa su mínima aventura,
súbitamente herido.

El amor se resiste a los acosos,
súbitamente herido,
tiene oídos nocturnos, grandes ojos.
súbitamente herido,
las alas cubren con temor su torso,
súbitamente herido,
y es feliz con sus plumas de abandono,
súbitamente herido.

Acacias, gritos, campanadas, sombras,
buzones, fechas, compasión, sollozos:
para que su rumor no desvele a los bosques,
pasa el amor con la noche en los hombros.



Poema Deshojar Un Recuerdo de Antonio Carvajal



Deshojar un recuerdo se convierte
en un trabajo lleno de rocío,
como un campo de lirios y cerezos
donde me vieras sin estar conmigo.

Dócilmente te tiendes a mi lado,
extiendes tu cabello, abres al lino
interiores de concha y amaranto:
el alba fija tus contornos tibios.

Yo repaso el silencio suavemente,
fluyen las horas, y en su claro signo
ponemos un común astro de besos,
y damos los recuerdos al olvido.

Todo lo que anhelé, tú me lo has dado;
todo lo que viví, por ti está vivo;
lo que no fuiste tú, sombra es de un sueño
y no esta flor quemándose en tu brillo.

Tus alas puras lo tocaron todo
Y aún vuelas en mi gesto pensativo.
Oh, no levantes más recuerdos yertos.
Déjame en ti gozosamente hundido.



Poema Dame, Dame La Noche Al Desnudo de Antonio Carvajal



Dame, dame la noche del desnudo
para hundir mi mejilla en ese valle,
para que el corazón no salte, y calle:
hazme entregado, reposado y mudo.

Dame, dame la aurora, rompe el nudo
con que ligué mis rosas a tu talle,
para que el corazón salte y estalle:
hazme violento, bullidor y rudo.

Dame, dame la siesta de tu boca,
dame la tarde de tu piel, tu pelo:
sé lecho, sé volcán, sé desvarío.

Que toda plenitud me sepa a poca,
como a la estrella es poco todo el cielo,
como la mar es poca para el río.



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