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Poema Teléfono de William Ospina



A medianoche, en Nueva York,
ella, emergiendo de los mares del sueño,
escucha esa palabra cargada de agua azul
como otro sueño: Adriático,
y sobre un ajedrez de hierro y luna
acaso ve las naves.



Poema Oración De Albert Einstein de William Ospina



Advierto con profunda perplejidad
que el hermoso guijarro que abandono en el aire
se precipita recto hacia la tierra.
Tal vez para una hormiga que fuera en el guijarro
seria más bien la tierra lo que cae,
verde planeta que se precipita.
Para el soldado inmóvil
antes de halar la cuerda de su paracaídas
vertiginosamente asciende el mundo.
Y si al pasar el tren ante su cobertizo
el mendigo no viera los vagones
sino al niño que en ellos deja caer la manzana,
vería que la manzana toca el suelo
lejos del sitio donde el niño la suelta,
que la manzana cae oblicuamente.

Advierto que la firme realidad de este mundo
cambia de ser a ser, de conciencia a conciencia.
El gato observa las felinas estrellas.
Nunca verá el astrónomo
que mira el arco de la medialuna
el sobrehumano rostro que esa luna diadema
o esos pies de una virgen que la huellan.
Es tan sincero el mundo
que ni una piedra olvida tener sombra.
La memoria del prado
recuerda el rojo de las amapolas
y al primer soplo tibio lo despliega.

¿Cómo agradeceré que el agua no se incendie
aunque asile en su rostro sereno las hogueras?
¿Cómo agradeceré que las alondras canten
aunque Julieta las maldiga a todas?
Sé que esta luz de estrellas es más vieja que el mundo.
Que estas constelaciones son como un plano fósil
de lo que fue hace siglos el firmamento.
Sé que la masa enorme de los cuerpos celestes

altera el curso de la luz de la estrella
y que ese punto inmóvil que brilla en las alturas
innumerables veces se retorció en su curso,
trazó letras de luz en la piel de los siglos.
Todo rayo de luz porta antiguas imágenes,
y la energía es la terrible victoria
de la materia sobre el tiempo.
Las caprichosas nubes einstenianas
fulminan con sus rayos einstenianos los árboles
y rota la ecuación del vapor leve y del líquido peso
dulcemente se perlan las llanuras.
Me gusta el mundo dócil donde atrapo mis peces
con el anzuelo de un interrogante,
y pregunto en mi alma
cómo agrava la música la substancia del mundo,
qué es lo que escapa del violín y nos hiere.
Se marchita la música
en las elipses de la sinagoga
y Castor envejece más que Pólux.

Gracias, Señor, porque no tienes rostro,
porque eres rosa y dédalos de azufre
y muerte tras la herida y tras la muerte larvas
y previsibles astros tras los discos de eclipses.
Permíteme atrever mis inútiles fórmulas,
líricos mecanismos, serventesios de cuarzo,
trinos brotando de un vértigo de átomos.
¿Qué puedo hacer contra el ángel que altera?
¿Contra el que cambia todo azul en cianuro,
toda belleza en daño?

Algo mayor que el mal rige estos mundos.

Cada mañana pido a mi silencio
que el corazón gobierne al pensamiento,
y cada noche pido perdón a las estrellas.
Pero después olvido
y sé, mientras la luna danza en el pozo,
que Dios será sutil, pero no es malicioso.



Poema Nietzsche de William Ospina



Está muriendo un Dios en el centro de un ópalo del color del
crepúsculo.
Está muriendo una hoja de hierba en el pecho de Cristo.
Está muriendo una rosa en el aire estancado de la catedral de
Maguncia,
traspasada en el aire por una quemante aguja del sol.

Está muriendo una llanura donde retozan embriagados leopardos.
Está muriendo un ángel sobre un glaciar blanquísimo.
Está muriendo un barco lleno de ancianos en una colina del
cielo, en un aire cargado de delfines livianos y azules.

Está muriendo una cúpula bajo el asedio de las mariposas.
Está muriendo un lupanar lujoso y sonoro de besos enfermos.
Está muriendo mi corazón bajo los crueles halcones del olvido
de Lou.
Me estoy borrando en sus pupilas bellas y esperanzadas
como lienzos.

Está muriendo un pájaro en un bosque de nubes.
Está muriendo una lucha glacial bajo mis sábanas de seda.
Algo muy bello está borrándose por las bahías de mi infancia.
Algo muy triste calla en sus violines.



Poema Franz Kafka de William Ospina



Padre, le digo, dame tres granos de cebada para despertar al
durmiente.
Pero mi padre no responde:
es un enorme jinete de bronce, alto sobre colinas y sinagogas.
Madre, le digo, aparta tanta niebla,
muéstrame un rostro dulce, del que broten palabras ingenuas.
Pero ella se ha perdido por los callejones de piedra
y sólo encuentro en el espejo sus ojos inmensos.
Abuelo, digo entonces, ya no luches más con el ángel,
ven a contarme historias junto al niego, mientras se hiela el Elba.
Pero el viejo me mira con ojos ausentes, y comprendo
que no es éste mi abuelo sino un viejo gitano que quiere venderme
un recuerdo.
Hermana, bella hermana, le digo,
toma mi mano que está oscuro en esta casa inmensa.
Pero a mi lado pasa una condesa polaca monumental y arrogante
y se escucha un violín, y se cierra una puerta.
Hermano, digo, qué bello cabalgas sobre el potro de madera y
de laca,
¿hacia dónde nos llevan estas tardes inciertas?
Pero él es sólo una imagen, una gris fotografía en mis nimios,
y a lo lejos, atroces, los cañones resuenan.
Goethe, le digo, cántame una canción romana,
haz que yo sienta en mi corazón esta antigua tristeza.
Pero la tumba calla y sobre ella vuelan grises palomas
y no puedo abrir este libro porque sus páginas son de ceniza.
Milena, digo luego, tal vez tú puedas finalmente salvarme,
dime que soy de carne y de sangre, que esto que me atenaza es un deseo
Pero ella se afantasma entre miles de seres escuálidos
y apenas si percibo dos llamas que se apagan muy lejos.

¿Entonces es delirio todo esto? ¿A quién puedo llamar que me
salve?
Su reino es de este mundo. Todos están aceptados y absueltos.
Son demasiado humanos, son demasiado justos,
y yo no logro hablarles con mi estruendo de élitros.
y no aprendí a cruzar las puertas,
y no sé defenderme.

Si ves dos grises ojos de gato en la gótica noche de Praga
comprenderás que temo morir si me duermo.
Si oyes una canción en la gótica noche de Praga
comprenderás que intento saber dónde me encuentro.
Si oyes un corazón en la gótica noche de Praga
comprenderás quién sostiene todo este sueño.



Poema El Geólogo de William Ospina



Aquí hubo un mar hace un millón de años.
El hombre no lo sabe, más la piedra se acuerda.
Pártela: hay un cangrejo en sus entrañas,
Todo de piedra ya, forma magnífica
Que se negó a ser polvo.
Ante el peñasco y el guijarro, piensa
Que acaso fueron seres dolorosos,
Sangre y pulmones palpitantes.
Entre la ciega roca
Y el trémolo extasiado de la salamandra
Tan sólo hay tiempo.



Poema El Espejo de William Ospina



Una región del muro está hechizada.
Sólo el ojo lo sabe.
Un cristal incansable paso a paso repite
las rectas sombras que la tarde desplaza.

Terriblemente dócil, no desdeña
la vertical sinuosa de una hormiga extraviada
y al fondo de sus cámaras
también crecen las plantas.

A veces miro ese país extraño
cuyos hombres no tienen más lenguaje que el gesto,
ese país sin música.

Sé que no puedo ser ese hombre que me mira,
sé que a él no lo alcanzan el temor ni la idea.

Cuando la noche apaga las letras y los ángulos,
en su país de eclipses él no te ama.



Poema El Amor De Los Hijos Del Águila de William Ospina



En la punta de la flecha ya está, invisible, el corazón del pájaro.
En la hoja del remo ya está, invisible, el agua.
En torno del hocico del venado ya tiemblan, invisibles, las ondas del
estanque.
En mis labios ya están, invisibles, tus labios.



Poema Con Quién Habla Virginia Caminando Hacia El Agua de William Ospina



¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?

Si tú me vieras caminando a esta hora hacia el río
me dirías: mujer ¿en dónde está tu hogar? ¿dónde tus hijos?
¿Dónde los sacos de lana, el tambor de bordar, la sartén en el fuego,
el té del atardecer, las cortinas de flores, las lámparas con su limitado crepúsculo?
¿Dónde las tardes sepia de las fotografías?
¿Dónde la soledad que el fonógrafo arrulla?
¿Y el cofre con las cartas y las blusas de seda
y el gato que se ovilla sobre el piano como un pacto secreto con una
selva antigua?

¿Y qué podría responderte yo, hermoso viajero invisible?
Hombre o Dios que imagino para que me interrogues en esta
hora extrema.

Sí sueño tus labios latinos, no habrá besos en ellos sino terribles
preguntas
Si sueño tus ojos de hogueras distantes no encontraré ternura
en su mirada.
Si sueño desnudo tu pecho, y enorme en el cielo, sobre las dudas
de la guerra y del Támesis,
oiré palpitar en el fondo un corazón valeroso y ausente.

Tú tienes el deber de ser valiente; la guerra cierra sus alas sobre
Inglaterra.
Tú tienes el deber de vigilar las bandadas de hierro, la basura
del cielo, los pájaros del Führer.
Tú tienes el deber de salvar a Inglaterra, de salvar de la peste
del odio piedras y almas.
Para mí se han cerrado los caminos, se han cerrado los días, las
flores;
en el jardín los picos de los últimos pájaros ya por última vez
dialogaron en griego,
y entendí que algo más triste que la guerra, más triste que la
codicia y el odio
se está cerrando lentamente sobre los mudos cielos de mi alma.

Tal vez todo está bien, tal vez así fue el mundo siempre.
Monstruosas cabalgatas con sus lunas de cráneos aplastando las
pequeñas ciudades
que intentaron un poco de fe y un poco de belleza y un poco de
orgullo
frente al sollozo interminable del mar.
Reyes y santos y pontífices que no sienten que hielan sus rostros
los vientos inicuos.
Y un desamparo de jardines sin sol, cuya humedad recorren con
sus corazas rotas los ciegos caracoles.

¿A quién le estarán explicando estas cosas mis labios?
¿Quién estará llenando con su forma ilusoria mis últimos instantes?

Oh piadoso testigo, resto tal vez de un sueño.

Último moro de labios triunfales, ofrecedor del último violín
de la noche.
Tú que no has existido jamás, y sin embargo,
llenas con tu presencia mi camino hacia el río,
la pesada labor de recoger estas cómplices piedras
Que he puesto en mis bolsillos, las muchas, negras, firmes,
antiguas, prodigiosas, inexplicables piedras,
cuyo peso tasado por Dioses ya imposibles,
me retendrá en el fondo de las aguas.

Tú que incesantemente, sensual hijo de mi alma,
reiteras tus preguntas, tus gritos, tus reproches,
tratas de arrebatarme mi secreto que ignoro,
demorarme en la tierra
que se están disputando los verdes rojos ácidos venenos,
los sonoros cuchillos, los ángeles horrendos.
Tratas de retenerme pero ya nada soy
que pueda herir el mundo.
Fui el alma de mi patria una mañana;
hice sonar de estrella a estrella, hice sonar de espuma a espuma,
hice sonar de sueño a sueño la sensitiva lengua inglesa;
dije a las hondas madres sumergidas
tan hermosos secretos,
que una a una se alzaron del mar con sus flores de púrpura,
tremolaron hilarantes y hermosas entre las nubes de oro,
y perfumaron de hierbas salvajes las cavernas de agosto.
Pero ya nada soy, hombre o duende que enredas mis pasos
para que nunca encuentren la orilla del río que debe arrastrarme.
Las ninfas de las aguas morderán estas manos,
masticarán mis cabellos como una hierba misteriosa y nocturna.

Como el gato que escapa hacia la selva
escapó de la lámpara el crepúsculo;
el piano enloquecido cantó una tonada brutal al fulgor de las
bombas
y va por las cortinas el incendio marchitando las rosas de Morris.

Ya sólo soy el peso de estas piedras,
las piedras que arrojaban las hondas de los padres antiguos,
restos despedazados de una ciudad de los tiempos de Alfredo,
piedras que hicieron tropezar a los potros romanos,
piedras de indescifrables inscripciones
que puso en estos bosques un Dios inaccesible,
que sembró en estos bosques, antes que hubiera humanos,
un poderoso ser
para
ayudarme.





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