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Poema Tolerancia de Gerardo Deniz



Que ocupes una mesa frente a sillones obesos,
escribiendo con diez dedos más despacio que yo con cinco,
no es cosa que te perjudique, a decir verdad; tan
estragados estamos
Simplemente, consuma la transustaniación en los ene
pisos del ascensor
para que al llegar a la calle
hayas dilapidado ese tufo penetrante a eufíteusis,
fideicomisos, derechohabientes, cónyuges supérstites
y el número de hoy del Diario Oficial-
-vamos pues; no era para tanto. Al fin y al cabo mi
poesía no aborda grandes asuntos.
Viéndolo bien, en una hora hay tiempo apenas
para seis botones, ul zíper, una hebilla, mientras
maúllas (como si fuese un imperativo del Código de
Procedimientos; v., por si acaso, Fargard 16 y 18
in fine) que anoche alunizaste en el Mare Crisium
y andas tigresa como tú dices.



Poema Prólogo Mientras De Acaba De Entrar El Público de Gerardo Deniz



Como un alto vuelo blanco de garzas temprano se convierte
en inferior cometa a ras de lomo
sin grabar las vísceras que aflige la balanza,
así los pensamientos de un día con su noche
(a qué hora comenzará la carne a oír),
flores de dos esmaltes, son religiones hondas donde
dormita el riesgo
al murmurar: amoneda tu rostro y has de amanecer tirano.

¿Caerán estrellas pronto (bastantemente, demasiadamente)
o tan sólo el domingo, soplado de cacao, jugar que defeca
una vez por semana?
Pues ya en las sobremesas entre Abel y Caín
-donde tantas figuras fueron desplumadas-
se habló de cuatro cocoteros heridos de centella y en medio,
necesario, el primer patíbulo.
Junto a los manantiales descubrían ambos hermanos a
doncellas y más doncellas con lágrimas tatuadas
y coronas de cartón caídas al cauce fresco y reciente. ¿Los
embaucaron? Poco interesa.
Hoy, un beso entre las clavículas -palillos de tambor bajo
epidermis-, y a otro tóraz.

(Se ruega no contrar el útero por tan poco, damiselas,
que no estará en letra de médico todo lo que ha de seguir,
palabra de hombre.)
El meridiano, cualquiera lo soba. Y si el paralelo avienta
arena a los ojos,
es por horizontal y cabe defenderse.
Desde la sima de esta cárcel de cuarzo, sé bien lo que
divulgo y lo que abrevio.
He visto a hartas hadas de feria cortando en sectores
-mientras proferían un largo alarido celestino-
su esfera horaria, más petulante que magnolia por la
noche.

Lo he visto y me he indignado.

La luna tras las cumbres, redonda boina tibia
para el cráneo: cómo dudar que le saltarán íncubos por
arriba y súcubos
por puro amor (sin pretender que volverían; más bien
nada prometieron). Lo certificará la madre al contar las
manchas en la sabana
porque se asume inflible, como en el folklore. Y se
equivoca:
la piel es y será un estuche de duendes, parézcanos o no.

Rumbo al polo, aquí empezaríamos a devorar los perros de
nuestros trineos.



Poema Comienza El Día Y Su Cuidado. Riesgos Y Premoniciones. de Gerardo Deniz



Hundir la mano y extraer del alibabá cálido dátil;
quebrar al escupir su hueso el cascarón de escarcha:
nieto de musgo, opta por el fuego, huye del agua fría,
lanza desde la calle, por una ventana del palacio Pardiez, el
talismán redondo de tu suerte horrible
y echa a correr antes de que lo recojan.
Repite sin premura, nieto del musgo, tenemos verbo,
nombre,
las lindas conjunciones de ónix, miserables quién vive
como el del que escucha por teléfono un rítimico cepillar
la dentadura
y deduce (sin saber de qué se trata)
algo por fuerza sumamente inmoral. Oh buscador de
motivos,
oímos tu tijera envenenada podando hiedra cobriza,
y las adolescentes que caminan por esas cuerdas flojas no
contienen, empero,
corazón sino un órgano rojo, del tamaño del puño
(del suyo, se comprende), con cuatro cavidades y otras
exactitudes
inquietantes (pues asco a una muchacha
no vamos a tenerle). Ya clarea, estimables zánganos;
debiéramos cambiar de asunto. Aunque si el sol nos ha
de aborrecer,
que sea por algo. Nuestro mundo indigesto
es puñado de galletas duras (en montón
cual ruinas de una pequeña basílica)
puesto a la venta en una panadería de barrio popular,
perteneciente a cualquier colega negro
proclive al ron, el malhumor, el vaticinio,
y a pasar con guitarra la noche entera abajo el foco biliar
punteado por los moscos.
(Tal vez compre el montón de galletas una anciana perdida
para premiar a quienes le abran la puerta finalmente.)

En la distancia surgen edificios muy elevados que
nadie reconoce.
Al parecer sólo existen a estas horas.
Los centinelas pueden estar satisfechos por hoy.
Han cumplido.





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