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Poema Petición Y Ofrenda de Francisco Andrés Escobar



I

La media noche
Detuvo sus andares
Junto a un leve murmullo de pupilas.
Después?
Un buceo lentísimo,
Un sondeo profundo en aguas verdes,
En verde clorofila
Poseedora de una luz magnífica.
Un viaje lento, de canoa suave,
Hacia las luminosas oquedades del espíritu.

II

Es cierto que he llegado un poco tarde.
Es cierto
Que no estuve ante tus lágrimas
Y que arribo con años de retraso
Para entender el cauce de tu llanto
Que se enrolla en potentes espirales
Y se adentra en el vértigo,
En sí mismo.
Es cierto que tus manos fueron solas
Por el camino de las adivinanzas,
Que hay historias de gnomos que no oíste,
Que llevas mil preguntas escondidas
Y canciones de sueños mutiladas.
También es cierto que,
De alguna manera,
Has visto el rostro de la desesperanza.
Palpaste muy temprano
El calor de las piedras del camino
? y fuiste sin sandalias.

En la edad de la aurora
Tormentas pequeñísimas generaron violentos huracanes
Y vives la ambivalencia de la hoja:
Marcharse con el viento
O agarrarse con desesperación a la rama
En espera de un tiempo más dorado.

III

¡Si tan sólo yo hubiera llegado antes!
Si tan sólo en el verde de mi entraña
Hubieras blasonado tu linaje,
Esta oscura marea en que me agoto
Sería rumor de ángeles
Y el temblor vacilante de mis manos
Poesía terminada.
Si tan sólo yo hubiera llagado antes
Al encuentro genuino de tus pasos
Hubiéramos unido soledades
Para hacerle un altar a la esperanza.

IV

Una de las cosas más claras que aprendí
En la escuela de los caminos que anduve
Es que siempre se puede
Poner fuera de lugar a la desesperación.
Aprendí también que el llanto y la sonrisa
Hay que llevarlos sobre pleno rostro,
Sin ocultar con máscaras ambiguas
El tropismo natural de la raíz íntima.
Aprendí que es posible volver sobre los pasos
Para encontrar el medallón perdido
Y hacerlo refulgir en la garganta.
Aprendí que en el espacio entre dos soles
Hay un remanso de hondo pensamiento;
Que cada noche es ?este día? una vez,
Que cada día es ?este día?, también sólo una vez,
Y que es posible alcanzar
La luz agotada del ocaso
Y renacer con ella la mañana siguiente.
Aprendí que no es el tiempo que encierra la pupila
Lo que la hace sabia y cercana:
Es más bien la posibilidad de mirar cara a cara
En otros ojos
Lo que le da la fuerza para salvar
Y salvarse,
Para reconstruir,
Para crecer,
Para vivir en la exacta dimensión
De lo que piden las fuerzas humanas.
Aprendí, finalmente,
Que entre las cosas que nos hieren
Flota una Presencia Suave
Que conoce el volumen del grito desgarrado.



Poema Agnus Dei de Francisco Andrés Escobar



I

Hermoso lobo blanco,
Ángel viejo,
Mi padre:

Ahora que los días están idos
Y que un rubio verano me acompaña,
Es tiempo de una carta.
¡Hay tantas cosas que no quedan dichas!
¡Hay tanto amor que siempre nos negamos
por humanos y débiles,
por hombres confundidos!
Y esa oquedad hay que salvarla, padre,
No sea que después los precipicios
Nos dejen sin palabra,
O con palabra extraña que no podemos ni siquiera oírla.

II

Se puede retornar sobre la vida.
No sobre el tiempo, porque él es fijo, exacto
Y no admite reveses de los hombres;
Pero quedan caminos, padre mío,
Que nunca conocimos.
Hay rutas misteriosas que bordean
Las entrañas del alma
Y que por laberintos de extrañeza
Conducen a uno mismo.

III

Al recordar mi aurora
El perfil de tu ausencia se agiganta.
Sólo tengo noticias de aquel ángel
Que vino de lo austral,
Dejó mi nombre,
Me dio en herencia una voz que se apagaba
Y se volvió a su dominio extraño.
Después? la oscuridad,
Múltiples manos,
Desconocida entraña haciendo florecer
Los musgos de mi sangre,
Y tu ausencia?
Tu ausencia
Signando la caricia restituida
Y el beso que no llena
Porque no viene con aliento de alma.
La intuición de mi mundo despertaba
Añorando tu mano
Y el ido corazón del que mis venas
Eran prolongación de mi nostalgia.
Así, de muy pequeño,
Aprendí a quererte en el silencio
Que imponen las ausencias
Y a reconstruir tu rostro
Con la cara feliz de mis estampas.
Te imaginaba como un santo grande,
Con excelsos poderes;
Y a veces te veía tan pequeño
Como cualquiera de todos mis juguetes.
Fuiste oso, papá,
Soldadito de plomo,
Indio de trapo
Y San Miguel Arcángel.
¿Qué les quedaba a mis días solos
si no era imaginarte entre las cosas
que a diario me rodeaban?
¿Qué más podía hacer, si yo te amaba,
y tú sabes muy bien que aquel que ama
busca el rostro querido o lo imagina,
o lo construye con recuerdos tenues?
Fue porque tú no estabas, viejo mío,
Que muy temprano supe la nostalgia
De las largas esperas,
De aquellas que viven aún en contra
De la desesperanza,
Aun tu ausencia era una enseñanza;
Pero qué dolorosa,
Y triste,
Y solitaria.

IV

Al fin vino tu rostro
A dar respuesta a mi pregunta interna.
Mi universo interior estuvo florecido
? porque te conocía.
Las voces que me hablaron de tu nombre,
Los santos,
Los juguetes,
Mis imaginaciones:
Resultaron pequeños.
¡Eras más grande de lo imaginado,
más poderoso que mis construcciones!
Te amé entonces, aún más,
Y entonces ya mi amor tenía rostro.





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