Poema El Nombre Del Grito de Gonzalo Márquez Cristo



Crees tanto en la sed: en la vida… En lo invisible. Duermes de cara al oriente. Te purificas en el peligro. En los libros delatas al tiempo como a un pájaro disecado.

En el bosque una encina te sigue. La luz te nombra. Cuando eliges el rumbo del dolor alguien te da un sorbo de agua.

Deseas: esperas siempre equivocarte. Asumes la tiranía del ojo llamada viaje y a veces con un rostro logras curar tu frío.

Sabes de un paraíso que nunca será memoria.

Asistes a la mascarada de la sobrevivencia aunque un ecuador lejano y voraz atraiga tu vuelo. Así logras persistir.

Tus palabras caen como puñados de tierra sobre un cuerpo desnudo.

Aquí comienza el instante. ¿Quién clama? ¿Quién responde entre la sangre? ¿Quién descubre su sombra incandescente?

¡Que el grito siempre pueda detener la herida..!

¡Que el lenguaje alcance para no morir!



Poema El Silencio de Julia Uceda



Hay un vacío en el que no se oyen las zapatillas.
Y otro más profundo: el que disuelve nuestras manos.
Y nuestro cuerpo. Y sólo flotan unos ojos
que no lo parecen. Aunque daría lo mismo
porque ya no pensamos con palabras
que todo lo confunden.
Además
¿para qué edificar un templo de un grito?
Un grito que no suena en la expansión de las constelaciones.
Un grito que no oye el pastor de planetas.
Un grito que se llena, como un cubo, de huecos.
Un templo que visitan arenas y huracanes.
La boca ha gritado,
¿de qué huerto ha venido? ¿En qué lejana flor
se hará otra vez silencio,
historia no aprendida
y vida sin pregunta?
¿En qué agua de otro tiempo
se pulió la mandíbula y su origen?
¿En qué apagado sol
se removió su cero antes del cero?
Gritar: tan sólo un accidente, una arruga en el aire.
Y un destrozo,
un harapo de algo; un desgarrón superfluo
desde el violento, desde el distraído
que empuja, pisa y habla alto. No grita.
Alto, sólo, habla.
Se oye su voz pavorreal.
Y el grito se desenrosca desde su sima profunda:
un poquito de aire que, primero,
tropieza con la esquina del pulmón,
garganta arriba. Luego ulula, asalta
la pared que contiene su infinitud,
su triste desmesura,
arañando su cárcel, resuelto en templo,
ecos en frío crisopacio que se aleja,
en el tiempo, de la boca: su nido.
Y nada alrededor. La boca mueve
sus alas sin sonido, sin sentido,
entre el agua y el huerto,
entre hueso temprano y légamo futuro,
entre el cero y el cero.
Entre el cero y su carga.



Poema 1964 de Jorge Luis Borges



I
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,
cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.
II
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.



Poema Más Allá De Los Árboles de Andres Sanchez Robayna



I
Aquellas hojas,
enormes, ¿qué decían? Un lenguaje
parecían formar con su rumor, una lengua
que debía aprender, hecha de grumos.

Eran las espesuras removidas
por el viento, allá lejos.

Yo acudía al ramaje, a las hojas que hablaban.

II
Cuántas veces las vi agitarse, solo,
en escapadas, para estar con ellas,
para oír, otra vez, los golpes silenciosos,
el viento de la tarde
en los nudos, las yemas de los árboles.
Pero quién escapaba o creía escapar,
si los árboles eran solamente otro espacio
de lo inasible, de cuanto queda como suspendido
por sobre la materia del mundo,
lo no visible y, sin embargo,
acaso más real que la piedra que existe. Allí,
bajo el ramaje, me sentaba, entre piedras
dispersas, por la hierba,
sobre la tierra, cifra de los mundos.

III
Aquella era la lengua de las hojas, la lengua
del irrequieto fondo de la luz.
¿Lengua, lenguaje,
digo? ¿Una palabra
más allá del lenguaje, eso buscaba?

Solamente más tarde iba a saberlo,
cuando el lenguaje habló, y tan sólo
llegó el lenguaje a ser la destrucción
de cuanto conocía. Y era, al mismo tiempo,
la construcción de todo. Yo volvía
otra vez a los árboles, aún
no sabía del lenguaje sino sólo su enigma.

IV
El ramaje extendido,
la hierba, como un afloramiento
del interior del mundo, las raíces
de lo visible, los arbustos, el aire,
eran una llamada del lenguaje. Y eran
una llamada de más allá de él, como si aquella luz
hablara de otro mundo, siendo el mundo mismo.
Cruzaba el aire, removía
la espesura, la sombra, vibración,
allí, de cuanto existe, en los instantes
que dicen lo visible y lo invisible.

V
En las hojas sagradas cae la luz del tiempo,
las recorren los cauces diminutos del agua,
el aire las envuelve con manos que atesoran,
es el fin y el origen, es el fuego del tiempo.

VI
La tierra, sí, se entrega,
parece levantarse hacia las hojas
que hasta ella regresan, desde el aire,
y con ella se funden, como el hálito
se funde con la tierra y los ramajes.

VII
Vamos hasta los árboles, te dije.

Sé que te gusta
extraviarte, y a veces me lo pides
tirando de la mano, apresada,
como apresada por la luz toda mano requiere
ir hasta su deseo, llegar a conocer,
aun si el conocimiento no es sino el umbral
de otra ignorancia, acaso, vacía de sí misma.

VIII
Acércate a los árboles, verás
y podrás escuchar que no existe un silencio
más poblado de voces, que parecen
alzarse desde el suelo hasta otro espacio. Allí,
el aire claro dice el mundo y cuanto
se extiende sobre él y, sin embargo,
es él mismo, la lengua de la tierra,
la promesa de que bajo el ramaje
podrás oír el rumor, tomar la mano
pura de lo visible, cuando los mundos te parezca
que se disipan, cuando la propia luz
se acerque hasta los bordes del tormento
de la luz, y sea sólo oscuridad.

IX
Acércate a las hojas, llégate hasta el rumor.

Niño,
ese cuerpo inasible que contemplas
late sobre esta hierba, en estas piedras,
fin y origen. Que el aire
que traspasa las hojas vuelva hasta aquí de nuevo,
y que esa lengua sea la del cuerpo del mundo.

Escucha de esa boca cuanto hay
más allá de los árboles.

De «Sobre una piedra extrema» 1995



Poema Giralda de Gerardo Diego



Giralda en prisma puro de Sevilla,
nivelada del plomo y de la estrella,
molde en engaste azul, torre sin mella,
palma de arquitectura sin semilla.

Si su espejo la brisa enfrente brilla,
no te contemples ?ay, Narcisa?, en ella,
que no se mude esa tu piel doncella,
toda naranja al sol que se te humilla.

Al contraluz de luna limonera,
tu arista es el bisel, hoja barbera
que su más bella vertical depura.

Resbala el tacto su caricia vana.
Yo mudéjar te quiero y no cristiana.
Volumen nada más: base y altura.



Poema El Último Caso Del Inspector de Luis Rogelio Nogueras



El lugar del crimen
no es aún el lugar del crimen:
es sólo un cuarto en penumbras
donde dos sombras desnudas se besan.

El asesino
no es aún el asesino:
es sólo un hombre cansado
que va llegando a su casa un día antes de lo previsto,
después de un largo viaje.

La víctima
no es aún la víctima:
es sólo una mujer ardiendo
en otros brazos.

El testigo de excepción
no es aún el testigo de excepción:
es sólo un inspector osado
que goza de la mujer del prójimo
sobre el lecho del prójimo.

El arma del crimen
no es aún el arma del crimen:
es sólo una lámpara de bronce apagada,
tranquila, inocente
sobre una mesa de caoba.



Poema El Retorno Maléfico de Ramon Lopez Velarde



A D. Ignacio I. Gastélum

Mejor será no regresar al pueblo,
al edén subvertido que se calla
en la mutilación de la metralla.

Hasta los fresnos mancos,
los dignatarios de cúpula oronda,
han de rodar las quejas de la torre
acribillada en los vientos de fronda.

Y la fusilería grabó en la cal
de todas las paredes
de la aldea espectral,
negros y aciagos mapas,
porque en ellos leyese el hijo pródigo
al volver a su umbral
en un anochecer de maleficio,
a la luz de petróleo de una mecha
su esperanza deshecha.

Cuando la tosca llave enmohecida
tuerza la chirriante cerradura,
en la añeja clausura
del zaguán, los dos púdicos
medallones de yeso,
entornando los párpados narcóticos,
se mirarán y se dirán: «¿Qué es eso?»

Y yo entraré con pies advenedizos
hasta el patio agorero
en que hay un brocal ensimismado,
con un cubo de cuero
goteando su gota categórica
como un estribillo plañidero.

Si el sol inexorable, alegre y tónico,
hace hervir a las fuentes catecúmenas
en que bañábase mi sueño crónico;
si se afana la hormiga;
si en los techos resuena y se fatiga
de los buches de tórtola el reclamo
que entre las telarañas zumba y zumba;
mi sed de amar será como una argolla
empotrada en la losa de una tumba.

Las golondrinas nuevas, renovando
con sus noveles picos alfareros
los nidos tempraneros;
bajo el ópalo insigne
de los atardeceres monacales,
el lloro de recientes recentales
por la ubérrima ubre prohibida
de la vaca, rumiante y faraónica,
que al párvulo intimida;
campanario de timbre novedoso;
remozados altares;
el amor amoroso
de las parejas pares;
noviazgos de muchachas
frescas y humildes, como humildes coles,
y que la mano dan por el postigo
a la luz de dramáticos faroles;
alguna señorita
que canta en algún piano
alguna vieja aria;
el gendarme que pita…
…Y una íntima tristeza reaccionaria.



Poema Abril En Velda Dairy de Margarito Cuéllar



Al norte de Tallahassee está Velda Dairy.
En Velda Dairy se extinguieron las vacas.
En Velda Dairy, cuando la noche asombra el rostro de los pinos, suceden
cosas extrañas.
Habitan pacíficamente cocodrilos y ardillas, alebrijes y patos, ranas y
pescados.
No es temporada de mariposas en Velda Dairy
mas las hojas de los árboles que abandonan a sus padres se mantienen en el
aire como pequeños planeadores de aluminio.
Animación de voces:
aviones en busca de una pista de aterrizaje, grillos y pájaros, el piano de una
iglesia.
Una ardilla se acerca, toma un poco de queso, pregunta si conozco a Francis
Ponge.
Las plantas de Velda Dairy, cansadas de florecer, dan peces de colores;
brillan, aletean, huelen a tulipán y no tienen espinas.
No se requiere caña de pescar, ni siquiera un lago;
sólo cántales o ponles música de Chuck Barry
y regala a tu amante un luminoso ramo de peces.

Para Rebeca, Juan Calos y Noemì,
árboles de Velda Dairy



Poema Los Enredados de María Eugenia Caseiro



?Estoy perdido en el bosque de las comunicaciones? Miguel S. Aparicio

Todos se pierden
los felices, los que tienen esperanza
los que engullen el pan de la pobreza
los que niegan, los que aciertan
los que se aprestan a destapar sus partículas
los que no escuchan
los que no hablan
los que hablan y los que escuchan
¿y eso qué?
todos se pierden, nos perdemos en las comunicaciones
no hay regreso a las aristas
Ciegos de cables, sordos de bocinas
no hay tiempo en la buscada soledad del día
en la encontrada copa de la noche
para beber la silueta olvidada del otro, de la otra
tragar su luz oxidada ya de lejos
ignorado fantasma inaccesible
en esta selva de tecnología
sin tronco y sin raíz que la entrañe a un orificio de la tierra
Nunca recuperada huella corrompida
la franja por donde caminar desvía, retuerce, lleva
siempre a nuevas distancias
para encontrar la puerta, la llave que abra la puerta
alguien detrás de la puerta,
algo que alumbre el dónde hasta perderse?

Contacto con María Eugenia Caseiro: buhowriter@hotmail.com



Poema Un Clima de Juan Ramon Jimenez



Está el cielo tan bello,
que parece la tierra.
(Dan ganas de volver
los pies y la cabeza.)



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