Poema Del Viejo, El Consejo de Jose Maria Gabriel Y Galan



Deja la charla, Consuelo,
que una moza casadera
no debe estar en la era
si no está el Sol en el cielo.

Tu hogar tendrás apagado,
y al mozo que habla contigo
le está devorando el trigo
la yunta que ha abandonado.

Mira que está oscureciendo,
que en las riberas lejanas
ya están cantando las ranas,
ya están las aves durmiendo.

Que tocan a la oración,
y hay gentes murmuradoras
cuyos ojos a estas horas
cristales de aumento son.

Y es que los oscureceres
son unas horas menguadas
que han hecho ya desgraciadas
a muchas pobres mujeres.

Mira, muchacha, que ha sido
la tarde muy bochornosa
y va a ser fresca y hermosa
la noche que ha producido.

Mira que son muy contadas
las fuerzas de la memoria;
mira que huelen a gloria
las mieses amontonadas.

Y está tu galán delante,
y está tu hermanillo ausente,
y está el amor en creciente
y está la Luna en menguante.

Y a luz tan débil yo creo
que sola a salir no atinas
del laberinto de hacinas
donde metida te veo.

Tal vez si el mozo me oyera
pensara que esto es perfidia,
creyera que tengo envidia,
que tengo celos dijera.

Pues con la venda de amor
no viera que soy un viejo
que solo con un consejo
puedo acercarme a tu honor.

Vete, muchacha, y no quieras
llorar prematuros gozos,
que sé lo que son los mozos
y sé lo que son las eras.

Y en tales oscureceres
pláticas tales de amores
dicen los murmuradores
que son de tales mujeres…

Y tienen razón, Consuelo,
que una moza casadera
no debe estar en la era
si no está el Sol en el cielo.



Poema Oración Fúnebre de Pär Lagerkvist



Estás muerta.

Puedo mirarte en paz con toda facilidad. Tu frente es
pequeña y redonda. Antes no la había visto. Eres torpe.
Ahora veo que eres torpe.

Tienes pequeños ojos guiñadores. Ahora los veo. Todo
es pequeño y mezquino en tu casa. Tus cabellos son
rebeldes, gruesos, groseros. Ahora lo veo. Tu labio pende
como el de una muchacha de cocina.
Ahora todo lo veo.
Estás muerta. Tú no eres nada.

Tú sólo eras una muchacha de cocina, una sucia. Una
que debía morir.
Pero yo te amaba. Eso era.

Ahora esto ha concluido. Ahora tú has muerto.
Me agradaba acariciar tus cabellos tanto, cuando ellos
eran vivos. Yo amaba todo lo que había de feo en tu
casa, tanto cuando esa fealdad era viviente.

Ahora esto ha concluido. Ahora tú has muerto.
Yo acariciaba tu cabellera, aunque ella fuese gruesa,
grosera. Yo amaba tus pequeños ojos, cuando ellos
miraban delante de ellos en el mundo, la mañana.

Entonces yo amaba todo en tu casa.
Ahora esto ha concluido. Ahora tú has muerto.
Yo amaba tus grandes pies. Y tus manos agrietadas
las amaba también.
Ahora ellas están muertas. Ahora ya no existe nada.
Es preciso que continúe mi camino, que marche, que marche.
Tú, tú has muerto.
Ahora nada existe.
Ahora, tú, tú has muerto.
Ahora ya no existe nada en el mundo entero.

Versión de Ángel Cruchaga



Poema A Déltima de Salvador Diaz Miron



Vuelve a mí la odorífera corola
y acoge la oblación de mis gorjeos,
¡oh tú, la rosa mística, la sola
flor viva del jardín de mis deseos!

Tu esencia, en que mi anhelo se sacia,
es tu cáliz nítido, que adoro,
gota de miel en ánfora de gracia,
grano de mirra en incensario de oro.

A ti van los suspiros y las quejas
del nostálgico mal que me consume.
Las ansias de mi afán son las abejas
y tú eres la dulzura y el perfume.

Mas estas notas que mi angustia exhala
son las últimas ¡ay! que habré de darte…
Son los batidos lúgubres del ala
de la ilusión que se despide y parte.

¡Mujer, entre mi afecto y tu cariño
hay un abismo que mi orgullo ensancha,
y sé que tu virtud es un armiño
que no consiente ni soporta mancha!

¡Altivez infernal! ¡Deber penoso!
¡Escollos de dolor en nuestra vía…!
¡Yo no puedo sin mengua ser tu esposo
y tú no puedes con honor ser mía!

¡Oh memoria… gloriosa infortunada,
llévame hacia el edén que mi alma quiso!
¡Oh mi pobre pasión… Eva enlutada,
toma con el recuerdo al paraíso!

¡Anda! ¡Riega y evoca con tu llanto
tus agostadas primaveras puras,
ángel apocalíptico en el santo
valle de Josafat de las venturas!

¡Después… oh triste mártir que palpitas
de nuevo bajo el paño de la muerte!
¡Noble Cristo interior que resucitas,
huye del cautiverio de la suerte!

¡Rocío abrasador, quema mis ojos!
¡Lluvia de tempestad, inunda el suelo!
¡Plegaria funeral, ponte de hinojos!
¡Volcán, arroja tu erupción al cielo!

¡Oh, mi amor…! ¡Sal del féretro en que yaces!
¡Brota del corazón que has hecho trizas!
¡Sube a Dios, fénix ígneo que renaces
cantando de tus mágicas cenizas!



Poema Invocaciones de Alejandra Pizarnik



Insiste en tu abrazo,
redobla tu furia ,
crea un espacio de injurias
entre yo y el espejo,
crea un canto de leprosa
entre yo y la que me creo.



Poema Madrid de Rafael Alberti



Por amiga, por amiga.
Sólo por amiga.

Por amante, por querida.
Sólo por querida.

Por esposa, no.
Sólo por amiga.



Poema Saber Sin Estudiar de Nicolas Fernandez De Moratin



Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho».



Poema Bellísima de Eduardo Lizalde



Y si uno de esos ángeles
me estrechara de pronto sobre su corazón,
yo sucumbiría ahogado por su existencia
más poderosa
.

Rilke, de nuevo

Óigame usted, bellísima,
no soporto su amor.
Míreme, observe de qué modo
su amor daña y destruye.
Si fuera usted un poco menos bella,
si tuviera un defecto en algún sitio,
un dedo mutilado y evidente,
alguna cosa ríspida en la voz,
una pequeña cicatriz junto a esos labios
de fruta en movimiento,
una peca en el alma,
una mala pincelada imperceptible
en la sonrisa…
yo podría tolerarla.

Pero su cruel belleza es implacable,
bellísima;
no hay una fronda de reposo
para su hiriente luz
de estrella en permanente fuga
y desespera comprender
que aun la mutilación la haría más bella,
como a ciertas estatuas.



Poema Ejecuciones (iii) de José Carlos Becerra



Alguien dice algo que sólo puede escuchar a través de sí mismo.
Alguien apaga la luz de esa habitación vacía pero antes de cerrar la puerta vuelve a encenderla al alejarse por el pasillo,
mirando en el umbral de los días que vienen cama revuelta, papeles y libros sobre la mesa.

Alguien camina a tu lado,
como cuando el actor se vuelve al público, el actor que tiene que hacer la pregunta se vuelve para el entrelazamiento de lo oscuro avanzando paso a paso,
de un modo común sin dar importancia, mientras el ruido del viento en las ramas y el zumbido de los autos pasando y el peso de la sobra entre las manos de la luz crean y reviven
las antiguas señales, las máscaras para caminar por el escenario,
porque los actores tienden a manifestarse en aquello que no existe fuera de ellos, agujeros de lo monstruoso
donde el viento mueve la cola,
agujeros donde lo invisible y el ruido del follaje intercambiando presencia o redes para cazar mariposas o discursos
dirigidos a nadie, sumergidos en un nadie infinito o forma
en que el ruido expresa al silencio, o sea en la pregunta mientras vas caminando a mi lado y lo oscuro se anticipa
a formularnos el vacío como ramas moviéndose.

Habitación silenciosa y oscura siguiéndole la corriente a esa voz que el aire de la noche mueve como una rueda o rama, mientras
vas caminando a mi lado hablando
y hablando para conquistar tu derecho a roerte las uñas a la deriva de objetos que son el haz de tu cuerpo cuando la luz de neón de los arbotantes apetece lo inmóvil de su propio fantasma, al borde
de las hojas traslúcidas, mientras
alguno de los dos
llega a la cima
de la última frase
se detiene. ¿Tardaron
entonces en comprender lo que ya no se dirían?, ¿hablaron
asuntos tediosos, detalles triviales?
¿Qué gesto, astilla
nocturna, qué cama revuelta, oh sí,
no mencionaron?

En la cima, última frase, alguno
de os dos, nosotros dos, probó su escudo.
El otro, lanzo el golpe a ciegas.



Poema El Grajo de Alberto Blanco



Un grajo entre las nubes salta
como una mancha de tinta en un cuaderno,
como un pozo sin fondo y sin cubeta
donde el agua se queja mientras grazna.

Sus plumas son carbón para aquel horno
que de las pesadillas se alimenta
y sus ojos un círculo de lumbre
que deja las promesas sin cumplir.

Las alas tenebrosamente abiertas son
la oscuridad del día en la cabeza
y las garras de hierro al rojo vivo
ardientes relámpagos de media noche.

Es la cola del grajo en la tormenta
el triste timón de los desastres
y sus patas invictas escaleras
por donde sube el humo de los siglos.

El pico -por último- es un usurero
clavado en las necesidades de la sombra
con la cresta como una bravata
coronando el negrísimo atavío.

Como un sufrimiento sin alivio
donde la noche inclina la balanza
el grajo es en la oscuridad
un espejo con alas de obsidiana.



Poema Parque Central de María Eugenia Brito



Abandonada de ti
te llevo en mí
como la antigua Venus
su belleza en los brazos rotos
sabiendo que al final de mí
me esperas tú
para cortármelos.



Página siguiente »


Políticas de Privacidad