Poema Gnosis de Beatriz Zuluaga



¿Conoces el olvido?
Es blanco, dolorosamente blanco.
Acaso en un instante
se descorra un horizonte rojo,
y corramos tras él,
para sumir el blanco que nos pesa

y nuevamente es níveo el camino;
en las manos se prende la agonía
y dobla en las arterias la campana.
Quizá nos arrastramos…
porque es lento el camino y es tan blanco,
que se pierde el contacto con la vida.

¿Conoces el olvido?
Mira mis manos blancas, mi cabello,
la sangre que no tiñe,
el pulso que repite horas vacías,
y este grito callado en la garganta.



Poema Esta Piel de Beatriz Zuluaga



Esta piel que yo estrecho
como mi propio nombre
tiene el sabor lejano
de las cosas sabidas.
Por eso me pregunto:
¿Dónde el cristal que siga
repitiendo el abrazo
hasta doblarme en dos, multiplicada?
Amar ya no es batalla
al filo de la noche.
Es juntar rosas
para que crezcan rosas
y después inventar un silencio
callando los relojes,
tapándole la voz a los murmullos,
una aurora desnuda
como la carne próxima al abrazo.
Dame tu piel como un vestido
para un viaje de amor.
Yo extenderé mi cuerpo
camino-piel para tu paso.
Toda soy
mi cintura y mi seno
un redondo equipaje de deseo.
El mundo puede ser
un pequeño lugar para los sueños
o un universo abierto para multiplicar
la vida.
No lo olvide,
lo recuerde mi sangre,
que oyó en un junio de manzanas:
¡esta es la luz!



Poema Eres Eros de Beatriz Zuluaga



Estoy tan liviana sin ti
que necesito el peso de tu cuerpo
como la rama del puñado de plumas
para poder cantar.
Por eso frágil ahora, inicio el vuelo
del arrullo hacia el encuentro.
Necesito el peso de tu cuerpo
para la danza genital que hace crujir
la quilla de mis huesos y me desarticulo
porque sólo perdiéndome en ti
logro encontrarme.
Sí, eres el eco de mis nuevos deseos.
El más antiguo calendario del amor
se repite en nosotros
y por eso sabemos que esta muerte
es una resurrección ya padecida.
Sálvame de la fragilidad de mi cuerpo
con el huracanado acento de tus músculos.
Entre tanto tapo la boca a los relojes
y me ovillo a la orilla de tus sueños.



Poema Cuando Llegues de Beatriz Zuluaga



Cuando llegues…
habrá un florecimiento de amapolas.
Un himno nuevo entonará la sangre;
y al sentir el milagro de tus manos,
brotarán de mi canto lirios blancos.

Me vestiré los tules nupciales de la aurora.
Bañaré mis cabellos con reflejos de sol;
habré puesto a mi boca el dulzor de las mieles,
y a mis senos, arrullos con preludios de amor.

Cantarán los minutos mis arterias cansadas.
Ya mi espera se tiende con caminos de luz;
pon a tus pies sandalias tejidas de ilusiones,
que hallarán primavera cantando plenitud:

Cuando llegues…
habrá germinación en los vergeles
al abrirse mi carne en floración;
y en el dulce cansancio de la entrega,
se mecerá una cuna y una flor.



Poema Cómo Quiero La Grandeza de Beatriz Zuluaga



Cómo quiero la grandeza
de las cosas simples.
Por eso vuelvo hoy
al principio
en busca de ese génesis
con aroma de leche y estiércol.
Suavidad de la guama
esbeltez de espartillo
humedecidos pies de bosque
complejidad amorosa de la noche
al calor de la leña
paredes dibujadas con humo
paseo de cocuyos
tibio lecho con olor
de arrayanes.
Principio del amor
alfabeto de sexo
aprendido
en el arrullo fresco de palomas
en el relincho recio
de un caballo
en el temblor de ancas
soberbia de la sangre
en crines desbocadas.

Milagro de los cuentos
en la voz ancestral de los abuelos,
castillos y palacios,
duendes y hadas,
puente de los fantasmas,
musgo para los sueños,
armonía de un tiple
junto al pilón
tierno maíz
dorada redondez de los buñuelos.
Implacable reloj
que me lanzó de pronto
a ser grande,
así sin previo aviso,
sin tiempo de ordenar
la valija
para ese itinerario de la vida



Poema A Una Desposada de Luis Zalamea Borda



«Tú serás del que te ame, del que corte
en tu huerto lo que he sembrado yo».
Pablo Neruda

Blancas. Blancas serán tus bodas.
Las nuestras ya lo fueron de musgo, sangre, tierra,
inexhausto ritual, surgido desde el templo del mar.
La tribu. Concurrirá la tribu en filisteo corrillo.
Nuestros testigos fueron el bosque y el silencio,
la savia del estío, los duendes, el rocío.
Azahares. Disimularán tu compra los azahares.
No llevarás entonces la dulce soledad del jaramago,
ni trepará a las ramas el grito de tu dicha.
Sábanas. Desesperadamente blancas serán tus
sábanas nupciales.
Verde y coral, se hundió la hierba bajo tu peso ansioso.
Manos. Cuando la torpe mano lime, hosca, tu piel,
buscarás la ternura de los días ya fundidos.
Muerta. Muerta estará en ti la ternura que mi semilla dio.
Y tú. Tú también habrás muerto en el día de tu boda.



Poema Viajera de Luis Zalamea Borda



Duendecilla encantada, surgida de los bosques y el ayer:
me invitas a la fuga. Tenemos que viajar. No importa a dónde sea.
En el vagar hay ansiedad, a veces miel… y siempre espera.
Tuya la miel y la ansiedad. Y yo la espera y el temblor.

Déjame que sueñe, duendecilla: llegarías de incógnita viajera
como surgida de algún rincón de ala transparente
con tu pasaporte sellado de carmín, huellas de soledad… y ojeras.
Y tu equipaje de pesadumbre y caricias inéditas.

Si pudieras viajar hasta mí de polizón entre los vientos,
te esperaría, siempre te esperaría con las venas alzadas,
al final de algún banco prohibido de ostras celestiales
como huérfano huracán en busca de su vértice y su aya.
Llegarías vestida con el salobre raso de tus poros,
a proa el agresivo andamio de tus senos (¡Ah suave territoriol)
mientras que del andar de tus caderas somnolientas
desearan los querubes imitar sones, hélices y piruetas.

Viajera eterna. Inconforme quelonia. Luciérnaga andariega.
Te esperaré, siempre te esperaré con el ancla levada.
Allí, en la bahía escondida de nuestro firmamento.
No me dejes tan solo ni tardes en tu viaje. Ven a nuestra nube parcelada.



Poema Testamento Del Hombre de Luis Zalamea Borda



A Osías Plotnicoff

Oh Dios: me colmaste de tu árbol derribado,
llevaste hasta mi barro la fruta de la risa,
y me soltaste, raudo y feliz, por tu campiña
con la lanza del canto y mi locura plena.
Y hoy vengo a darte cuenta con mi voz encendida,
cabizbajo quizás, pero alegre, ¡oh alegre!
Sin que nada postrer brote de mis palabras
porque en la poesía no hay tránsito ni límite.

Desde la sed al tedio he recorrido:
oh sed de la niñez, inaplazable y ronca
que calmaban las aguas con sabores a helecho,
venidas de los páramos poblados de leyenda.
Y la pulpa del tedio que a veces acarician
las yemas de los dedos indecisos
al son de las hamacas y las cavilaciones
bajo el signo brumoso del Trópico de Cáncer.
El hambre y la mujer también me adjudicaste.
Ecuaciones exactas, mas la clave ignoré.
Mapas de hueso y carne, con fronteras de sangre,
exploré sus meandros en ansiosa piragua,
levantadas muy altas las velas del deseo.

Evoco la mujer y conozco tu mano.
He allí tu comarca inigualada,
oh suave sortilegio del que quise
embriagarme hasta agotar mi piel y mis estíos.
De ellas, un día olvidado presentí
el doble secreto de la vida:
cuando ya de pasión estaba exhausto,
me legaron con su entrega la ternura y el alba.
Pero más que las caricias conocidas,
amé sobre ellas todas y hoy recuerdo,
cualquier desconocida que al cruzarse conmigo,
pareciera llevar el peso milenario de su sexo en las ojeras.

Oh Dios, creador de la mujer y de todas las cosas:
esta mañana me miré en el espacio capturado –
el viejo espejo traído de las islas –
y nada en mi rostro era lo mismo.
Estaba liberado, suelto, rota la reja de los párpados.
Invadida mi piel por elegías,
el rosa de los soles difuso entre la barba.
Y sentí una premonición ya conocida:
preludio del más grande y azul de los crepúsculos.
No era mi propio ser,
sino el rey de las corrientes y los vientos,
gran visir de los médanos y arenas,
aquí en mi soberana soledad,
el único legado material de mi existencia:
un pedazo de playa sempiterna,
la sombra amiga de cuatro cocoteros
y un almendro sembrado por los pájaros.
Oh reino mío, acuosa línea vaga
con sus ejércitos de olas
y su frontera de delfines.
Allí cabe la gloria entera en un puño cerrado.
Estoy listo para partir cuando tú quieras.
He legado mis ansias y mi sed.
También mi hambre y mi piel.
He hecho testamento de recuerdos,
archivo de caricias,
registro de miradas,
inventario de celos y de olvido,
y en cada página invisible
está dormida una mujer
y reina el sueño.
Hecha mi paz con ellas y con todos,
al acudir en la tarde a tu llamada quedo,
me pregunto si el único pecado
que no perdona Dios es la ternura.



Poema Regreso de Luis Zalamea Borda



Acabas de llegar.
Cruzaste, en solitaria caravana, un desierto de sábanas,
las venas en sus múltiples ramas abrazando.
Atrás están quedando los montes calcinados;
la saeta que rompe la ventana del yodo;
la larga enredadera de los nervios;
el muelle negro donde los sueños de la noche zarpan.
y ya no escuchas las voces del mundo de fantasmas.

Estás radiante, nueva, completa, y hasta un poco celeste,
al emerger del reino prohibido de las sombras.
Estás triunfante, diáfana, infantil y hasta un poco felina.
Lo fosco de la noche en ti fue derritiéndose,
olvidada la pena aguda de tu entraña.

Surge la única voz, con la esperanza;
la cortina incitante que descorre el mañana,
el fruto nuevo del dolor, tan bienamado,
y la centella poderosa de tu grito,

no ya de soledad ni de pavor ni hielo:
de entera dicha sin baldón ni frío.

Hasta encontrarte incólume,
espérame, triunfante, a la otra orilla del dolor.



Poema Partida De La Mujer Rosada de Luis Zalamea Borda



A Guillermo Payán Archer

¿Te acuerdas, acaso, de los barcos cargueros,
que arrimaban sus lomos andrajosos al muelle,
para escuchar más cerca el quejido terrestre,
en noches en que hervían estrellas sobre la soledad?

¿De esos barcos cansados, híspidos de mástiles,
sus cuadernas plagadas de lapas sempiternas,
su fondo un sol de óxido, alarido del hierro,
y en el puente un corazón hastiado para marcar el rumbo?

¿Recuerdas, también acaso, cómo en noches de juerga,
huíamos de la cálida órbita, a una hora imprecisa,
soñando zarpar en esos fondos de alma calafateada,
para dejarlo todo en la indecisa estela de las quebradas hélices?

Nunca huimos de veras.
Mientras veíamos la estela de nuestro barco naufragar,
cómo odiamos las cadenas que a tierra nos ataban,
e invocamos una vez más la libertad del mar.

Mas hoy zarpé. Sí, Guillermo. Zarpé.
No me fui con el loco capitán de un barco matrícula de Dublín
Ni me contrató el tuerto contramaestre del tanquero Amarú
Ni quise viajar de polizón, rumbo a nuestro amado Dar-el-Salaam

La mitad mía se desprendió de golpe,
y zarpó, muy ceñida, a una mujer rosada
de ojos claros de isleña sobre su rosa piel.
Y ambos vimos desde la popa la estela en su tremenda desnudez

Toda rosada ella, vikinga de tez color bermejo,
de olor a nuezmoscada, cabellos en cascada,
de senos amaranto con cráteres de aloque.
Su carne tornábase granate y su temblor reinaba.

Esta fue, pues Guillermo, la partida de mi mitad marina.
Se fue anidando, suave, en su rosado fondo y su rosada miel.
Atrás ya no había nada: quizás mi ser terrestre.
Adelante, el mar era rosado y mi canto también.



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