Poema El Bucoliasta de Pierre Louys



Entre los dedos ágiles la flauta estremecida
como femíneo talle, dócil a la ternura,
un enjambre de arpegios cautivos apresura
a hermanar del rebaño con la voz dolorida.

Al tañedor infante que a la canción convida
responde sólo el eco de la yerma llanura;
los dioses nunca amaron la pastoril ventura
que arrullan las cigarras en la noche transida.

Y el efebo así canta: ¡Oh Febo! Sé clemente;
soy bucoliasta y puro, de los dioses ferviente:
dáme el laurel ansiado que tu poder recata.

Y cuando me concedas tu indulgente sonrisa,
consagraré en el ara que la grama tapiza
mi rústica siringa a tu lira de plata.

Versión de Carlos López Narváez



Poema El Árbol de Pierre Louys



A un árbol, desnuda, subí cierta vez:
la lisa corteza mis muslos asían,
en húmedo musgo fincaba los pies.
Tan alto que, apenas, las hojas mojadas
del sol me cubrían
con sombra discreta,
me puse a horcajadas
en cómoda horqueta
y balanceaba feliz, al desgaire,
los pies en el aire.
De lluvia temprana, besando mi piel
las gotas rodaban del fresco dosel;
de zumo de flores bermejas tenía
las plantas, y el musgo mis brazos cubría.
Y al soplo impetuoso
del viento -al empuje de fuerzas internas-
el árbol hermoso
tremaba de vida…
Lo sentí de pronto, toda estremecida,
y apreté las piernas
y posé, entreabiertos, los labios en llama
sobre la vellosa nuca de la rama.

De «Las canciones de Bilitis»

Versión de Enrique Uribe White



Poema El Apogeo de Pierre Louys



Psiqué, hermana mía, escucha inmóvil, y tiembla.
La dicha llega, nos toca y nos habla de rodillas.
Estrechémonos las manos. Sé grave. Escucha aún… Nadie
es más feliz esta noche, más divino que nosotros.

Una ternura inmensa atrae entre las sombras
nuestros ojos semi-cerrados. ¿Qué queda todavía
del beso que se calma, del suspiro que se pierde?
La vida ha dado la vuelta a nuestro áureo reloj de arena.

Esta es nuestra hora eterna; eternamente grande.
La hora que sobrevivirá al efímero amor
como un velo impregnado de rosa y lavanda
conserva, cien años después, la juventud de un día.

Más tarde, hermosa mía, cuando noches ajenas
hayan pasado sobre ti, que ya no me esperarás,
cuando otros, acaso, amiga de las suaves manos,
celosos de mi nombre, rozarán tus pies desnudos.

Acuérdate de que un día vivimos los dos juntos
la única hora en que los dioses conceden, un instante,
a la cabeza inclinada, a la espalda temblorosa,
el puro espíritu vital que huye con el tiempo.

Acuérdate de que una noche, en nuestro lecho,
acariciándonos con deseos ansiosos de unirse,
cambiamos de boca a boca
la perla imperecedera en la que duerme el recuerdo.

Versión de L.S.



Poema Canción de Pierre Louys



Cuando lo vi, al regreso,
el rostro entre las manos oculté.
Él me dijo: «No temas, nuestro beso
¿quién, quién lo pudo ver?»

«Nos vio la noche» -díjele- «y la luna;
nos vio el alba, de fijo;
las estrellas, también.
Se miraba en el lago la importuna
y al agua bajo los sauces se lo dijo».

«Lo contó el agua al remo
y el remo, a la barquilla;
y al pescador, la quilla.
Ahí no quedó todo, bien lo temo,
pues, ¡ay! el pescador lo contó a su mujer».

«Si la mujer lo dijo a una comadre,
ya lo sabrá mi madre,
hasta mi hermana,
y la Hélade entera, esta mañana.
Todos, hasta mi padre, ya lo habrán de saber».

De «Las canciones de Bilitis»

Versión de Enrique Uribe White



Poemas de José Coronel Urtecho




Poema A Una Muchacha Que Se Matriculó En de Luis López Anglada



LA ESCUELA DE ARTES Y OFICIOS

Yo vi al amor comprar papel sellado
para matricularse por novicio
allí donde ni el arte ni el oficio
vieron jamás papel enamorado.

Raro aprendiz, alumno aventajado,
llenó con su esperanza el edificio
humilde y escolar, pero propicio
a jugar con lo vivo y lo pintado.

Cuando le vio llegar, el viejo Apeles,
tras de cambiar las flechas por pinceles
de los ojos de Amor desató el velo.

¿Quién pudo sospechar lo que vería?
Mandi, que estaba allí, sí lo sabía:
mi corazón sirviendo de modelo.



Poemas de José Carlos Cataño




Poemas de José Carlos Becerra




Poemas de Jose Cadalso




Poema Soneto Para El Final de Luis López Anglada



Tal vez, cuando después de haber vivido
llegue un amanecer a despertarme
les diga a los que puedan escucharme:
¡Qué sueño tan extraño el que he tenido!.

Porque, efectivamente, si no ha sido
mas que un sueño la vida, al acordarme
de todo lo que vino a enamorarme
tendré que darlo todo por perdido.

Tanto peregrinar, tantos sucesos,
tanto cambiar las penas por los besos,
tanto opinar y tanto desengaño,

cuando, de pronto, acabe con la muerte,
con el que al otro lado me despierte
comentaré: ¡Que sueño tan extraño!



Página siguiente »


Políticas de Privacidad