Poema Milenario de Alberto Rubio



Me vuelvo esa persona demorosa,
confusa, cuya prisa más la atrasa
cuando sale; no sabe qué le pasa.

¿Las redes o tejidos? ¡Buena cosa!
Los huertos y jardines, tanta rosa,
fruta, alfalfar, viñedo, bestias, casa;

riegos, siembras, cosechas
-labores a sus horas y en sus fechas-,
libres actos rituales suyos, míos,

constante campesino milenario
que se encarna en mis propios albedríos,
ni hosco ni demasiado solitario,

algo sociable, alguna vez parlero;
hombre que vive a gusto,
sobresaltado por el solo susto

de perder, rey feliz, el reino entero,
donde al fin otra fruta ágil madura:
sangre propia enraíza en su escritura.

…..

Se enreda en los olvidos y en las llaves.
Quizá no haya cerrado bien la puerta.
Vuelve. ¿Dio de comer a perros y aves?

Les brinda presa y grano. ¿Listo? -¡Alerta!
-llaman cuclillos de relojes viejos-.
Ni caballos ni tren, coches o naves,

obran milagros hacia los festejos
antípodas, llameantes de entusiasmo
glorioso, que se apaga a estas alturas:

ni a los postres llegaras. Como en pasmo
de amor contemplas siembras, frondas: juras
que no saldrás debido a la tardanza,

sin confesarte nunca esas ternuras,
ni el temor a perder frutas maduras:
quizá la Muerte, súbita su lanza,

allá en la misma fiesta al fin te alcanza.



Poema Mesa Del Alba de Alberto Rubio



La mesa en la mañana me espera con su silla,
mas se sienta la ausencia familiar a la mesa.
La mesa en la mañana hasta mis ojos brilla,
cuando estoy frente a ella con mi sola cabeza.

Es una gota parda que brilla su rocío,
entre sillas que esperan todo el día pacientes.
Como un rayo de sol a calentar el frío,
un hombre al desayuno se lanza con sus dientes.

Sobre el pardo rocío que desayuno alienta,
es pájaro la lengua de este hombre sentado.
Y conversa con otro que a su lado se sienta,
y también como un rayo de sol sentado al lado.

Y así nace el gorjeo matinal de la casa.
¡A donde brilla un sol que es comedor brillante,
de la cocina vino la vaporosa taza,
desde el mismo horizonte con su día fragante!



Poema La Abuela de Alberto Rubio



Se puso tan mañosa al alba fría,
la cerrada de puertas, la absoluta de espaldas,
cosiéndose un pañuelo que nadie conocía.

Se bajó bien los párpados. Con infinita llave
los cerró para siempre. Unos negros marinos
vinieron a embarcarla en una negra nave.

Y la nave, de mástiles de espermas y de velas
de coronas moradas de flores, era el barco
que lleva a extraños puertos a las hondas abuelas.

No hizo caso a nadie: ni a la hija mayor,
ni a su eterno rosario: tan mañosa se puso,
tan abuela recóndita metióse en su labor.

Ni el oleaje de rostros, ni la llántea resaca
pueden ahora atraer su nave hasta esta costa:
¡ni nadie de su extraño pañuelo ahora la saca!



Poema Bailemos En Baronnies de René Char



Vestida con falda de olivo

la Enamorada

había dicho:

Cree en mi muy infantil fidelidad.

Y desde entonces,

un valle abierto

una cuesta que brilla

un sendero de alianza

han invadido la ciudad

donde el libre dolor se halla bajo las aguas vivas

Versión de Jorge Riechmann



Poema Inmóvil de Alberto Rubio



Fatiga despuntar un par de pasos:
basta el impulso como heroico avance.
Deslumbra agotador el solar trance
de perseguir las albas, los ocasos.

¿Correré siendo sol por campos rasos,
rayos mis piernas de frugal alcance,
si sangro sombra en vesperal percance,
rotos sanguíneos y solares vasos?

Dios mismo se cansó cuando encendía
su universo, del mundo, que no cesa
de cansarme como a Él lo cansaria

con su fulgor de chispa en cielo presa,
viva en el tiempo enorme todavía,
pronta en el infinito a ser pavesa.



Poema Hasta Bosque de Alberto Rubio



Un bosque de eucaliptos me recuerda,
un olor de eucaliptos me hace aire;
me recuerdo y me olvido hacia mi infancia.

Soy un niño y también soy el estero
que corre por el fondo.
Yo también me hago estero cuando niño.

Rumoreo entre piedras.
De claro que me vuelvo,
en mí guardo los sauces,
y los sauces me llevan en corriente.

Y luego bajo el bosque
me tiendo hacia los sueños.
Voy durmiendo en raíces de los árboles,
voy subiendo soñando por los troncos,
con abiertas pupilas,
me hago fronda en la fronda de los árboles,
me briso entre las ramas,
me hago hojas, rumoreo,
y azuleo de cielo.

Un olor de eucaliptos me denuncia.
De pronto me hago el bosque entero.



Poema Galán de Alberto Rubio



Tanto tiempo que esperan esas flores
vagas, alertas desde los rosales,
ser envío de amores

secretos, potenciales
en culpas atrasadas
que no han nacido y viven desahuciadas.

Así no sé de males
míos, pero me importarán los daños
a las probables víctimas de engaños:

las rosas en esperas
de ser las verdaderas
rosas que envíe yo, ¡por tantos años!

¿Mi vida existe verdaderamente
fundada en esa imagen del envío
tan irreal a fuerza de pendiente

como cosa inventada a mi albedrío?
Para mí el mundo vive si lo siento,
nutrido por mi propio sentimiento.



Poema El Camino de Alberto Rubio



Es el mismo camino que condujo mi infancia.
Aquí está el mismo cerco, allí las zarzamoras
llenándose de polvo, allí la piedra agreste,
y un niño fantasmal que eternamente sigue.

Y el cabello camino verdea con el sauce,
cayendo en hondonada sobre el pecho.

Es el mismo camino. Allí está el horizonte
viviendo de crepúsculo, siguiendo al mismo niño.
Allí la zarzamora cubriéndose de polvo,
mientras miran los álamos testigos en el cerco.

Es el mismo crepúsculo adonde marcha el niño.
Y más allá, la historia que comienza ahora…



Poema El Cactus de Alberto Rubio



Apretada la tierra en la greda vasija
ha tiempo que parió al esbelto cactus.

Cada día lo veo de mañana,
le llamo: -Fiel amigo, esbelto infatigable.

Entonces me obedece el cactus verde,
se adelgaza, se esbelta infatigable,
y yo le digo: -Amigo, amigo verde.

En las tardes parece que envejece.
Pero en cada mañana me lo dice:
-Yo soy verde y esbelto, esbelto infatigable,
leal amigo, reciente, madrugador, delgado.

Le vuelvo a llamar fiel, y él permanece
en la huída de los días.
-¡Anudador de días!- digo entonces.

Y él me junta los días, los engarza
en su esencia delgada.

Así yo tengo el tiempo vuelto cactus:
delgado, fiel amigo, esbelto infatigable,
madrugador, reciente, el joven siempre verde.



Poema Comensal de Alberto Rubio



Arrimado a la esquina de la mesa,
fiel, infinito el son de mi cubierto,
quisiera seguir siendo siempre el mismo Alberto
Rubio resucitado con su presa.

¡Qué olorosa la carne me embelesa
dorada, tan real, y tan despierto
de mis sentidos yo, por fin tan cierto
que la separación de amigos cesa!

Brindis ahuyentan hoy mutuos agravios,
pero injurias del Tiempo corporales
ni dependen jamás de humanos labios

ni de la ingratitud de los mortales,
tampoco del perdón nuestro de sabios
cristianos y felices comensales.



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