poemas vida obra porfirio barba jacob

Poema La Gracia Incógnita de Porfirio Barba Jacob



I
Nube sombría, grávida de noche,
que enluta los oleajes del invierno,
así su frente; cejas enemigas
roban la escasa lumbre a sus ojuelos.
Y es su sonrisa como un alba fúnebre.
Y es su ademán como un blandir de hierros.
La boca innoble y ávida destila,
-fruto de Satanás- hondos venenos.

Mas en la sombra y el callado instante
del suspirar, del anhelar sereno,
cuando tiemblan los astros en las aguas
y está en los pozos el caudal del cielo,
el hombre aquel inclina la cabeza,
oye un tumulto lírico en su pecho,
y sus ásperas formas armonizan
del mundo con el plácido concierto.

¿En dónde está la gracia
de un rostro que yo he visto?

II
Muertos lagos nocturnos, en sus ojos
la claridad del valle se destiñe,
y la encendida, innumerable tierra
en borrosos espectros se deslíe.

Las mieles del amor entre sus labios
congela un viento soporoso y triste;
opresa de los músculos su alma
tan sólo amargos pensamientos rige.

Pero después, en las purpúreas horas
en que la tarde, conmovida, rinde
sus violetas al mar, y en los pinares
ardiente soplo de inquietud imprime,
ella, la joven lóbrega, se incendia
en albas de suavísimos matices,
mientras -cautivo de visión gozosa-
más allá de la tarde un niño ríe…

¿En dónde está la gracia
de un rostro que yo he visto?

III
Tétrica faz, indómitos mechones,
mano inhábil y lúgubre sonrisa…
Como arroyo que fluye entre los légamos,
su sangre es tarda, perezosa, fría.
La ancha cabeza intonsa mal sostienen
los desmedrados hombros; pensaríais
que se engendró del sueño con que tornan
las viejas de las fúnebres vigilias.

Pero decidle una palabra dulce,
de humano amor con óleos prevenida,
un ritmo que sus nébulas evoque
la visión de una Cólquide divina,
y él arderá como el incienso rubio
puesto a expirar entre las brasas vivas,
mientras su faz anémica se enciende
con la hermosura de mil rosas íntimas..

¿En dónde está la gracia
de un rostro que yo he visto?



Poema La Carne Ardiente de Porfirio Barba Jacob



En un jardín de aquel país horrendo
hallé a Fantina, de ojos maternales
y desnudeces mórbidas, tejiendo
guirnaldas con las rosas vesperales.

Y cual las agujas túrbidas de un río
que rompe un viento en procelosa huella,
gimió de amor mi corazón sombrío
y suspiró mi mocedad por Ella.

«Fantina -dije con ahogadas voces
que al brotar abrasábanme la lengua-,
quiero hundir mis mejillas en la falda
de tu traje, que apenas roza el viento,
entreverar un lirio en tu guirnalda
y ungir tus trenzas con precioso ungüento».

La vi volverse, rígida y sañuda,
por esquivarme el juvenil encanto:
¡quizá en mis voces se sintió desnuda
y la vergüenza desató su llanto!

En la tórrida noche cenicienta
de ondas pesadas, que al jardín caía,
miré mi carne ansiosa y opulenta,
¡y en un rojizo resplandor ardía!



Poema La Canción De La Vida Profunda de Porfirio Barba Jacob



«El hombre es cosa vana, variable y ondeante…..».
Montaigne

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar…
Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonría…
La vida es clara, undívaga y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en Abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña oscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos…
-¡niñez en el crepúsculo! ¡laguna de zafir!-
que un verso, un trino, un monte, un pájaro
que cruza,
¡y hasta las propias penas!, nos hacen sonreír…

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡oh Tierra! un día… un día… un día…
en que levamos anclas para jamás volver;
un día en que discurren vientos ineluctables…
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!



Poema En Las Noches Oceánicas de Porfirio Barba Jacob



En las noches oceánicas
de los campos de Cuba,
muchachuela rural ha llamado a mi hombría;
tiene las carnes fúlgidas,
tiene los ojos bellos,
desnuda muestra corales vivos
ardiendo en sus mamelias…



Poema Elegía Platónica de Porfirio Barba Jacob



Amo a un joven de insólita pureza,
todo de lumbre cándida investido:
la vida en él un nuevo dios empieza,
y ella en él cobra número y sentido.

Él, en su cotidiano movimiento
por ámbitos de bruma y gnomo y hada,
circunscribe las flámulas del viento
y el oro ufano en la espiga enarcada.

Ora fulgen los lagos por la estría…
Él es paz en el alba nemorosa.
Es canción en lo cóncavo del día.
Es lucero en el agua tenebrosa…



Poema Elegía Del Marino Ilusorio de Porfirio Barba Jacob



Pensando estoy… Mi pensamiento tiene
ya el ritmo, ya el color, ya el ardimiento
de un mar que alumbran fuegos ponentinos.
A la borda del buque van danzando,
ebrios del mar, los jóvenes marinos.

Pensando estoy… Yo, cómo ceñiría
la cabeza encrespada y voluptuosa
de un joven, en la playa deleitosa,
cual besa el mar con sus lenguas el día.
Y cómo de él cautivo, temblando, suspirando,
contra la Muerte
su juventud indómita, tierno, protegería.
Contra la Muerte,
su silueta ilusoria vaga en mi poesía.

Morir… ¿Conque esta carne cerúlea, macerada
en los jugos del mar, suave y ardiente,
será por el dolor acongojada?
Y el ser bello en la tierra encantada,
y el soñar en la noche iluminada,
y la ilusión, de soles diademada,
y el vigor… y el amor… ¿fue nada, nada?

¡Dame tu miel, oh niño de boca perfumada!



Poema El Rastro En La Arena de Porfirio Barba Jacob



¿Querellas en el viento? ¿Clamor contra la nube
que sube y sube y la deshace un viento?
¿Congojas cuando el lirio del día se extenuó?
¡Si aún vivo yo! Si aún gozo mi lírico momento,
la luz, el aura, el amoroso aliento…

Dos fértiles mancebos de Jonia divagaron
¡remoto día!
¡fulgente día!
por las sensuales playas de Lesbos fervorosa,
sobre el cristal undívago que al sol reverberaba,
bajo el turquí lumíneo que el ámbito envolvía…

¡ríanse las olas y un gran rumor las llena…

Si fue con los mancebos el goce y la ufanía,
¿qué importa que no duren sus rastros en la arena?



Poema El Poema De Las Dádivas de Porfirio Barba Jacob



Era dulce, pequeña, intranquila,
con los bucles de un bronce de gloria,
con la voz infantil e insinuante
y las manos leves, cándidas e inquietas.

Fingían sus ojos rendidos
al mirar, dos profundas violetas;
su menuda presencia exhalaba
un bíblico aroma de mirra y de ungüento,
y toda su carne temblaba
como tiembla un rosal bajo el viento.

A su amor arribé muy temprano,
al cantar de la alondra primera,
y me vieron rondar sus jardines
las noches de luna de la primavera.

Mas pasó cual la sombra de un ave
sobre un lírico estanque dormido,
y quedaron vibrando, vibrando,
sus palabras de miel en mi oído.

Y ésta fue toda entera su dádiva:
la visión de unos ojos azules
donde un lampo indeciso se esconde,
¡y una voz de frescuras edénicas
que a través de mis males responde!

La otra tenía un encanto terrible
y el amor de las Reinas de Oriente,
y no sé qué avidez tan profunda
ni qué dejos de gracia indolente.

Gota a gota me daba sus néctares;
sorbo a sorbo bebía mi sangre
como en un sacrificio crüento,
y su brava pasión era un vórtice
y una llama y un aire violento…

Y ésta fue, toda justa, su dádiva:
el temprano saber de la ciencia
que destruye enemigos cuidados,
y el recuerdo de aquella frecuencia
en los brazos duros, firmes e insaciados.

La tercera, de manos filiales,
olorosa a reliquias antiguas,
destilaba venenos letales
en dulces palabras exiguas.

Evocaba las noches profundas,
subyugantes, de mórbido imperio,
en la tórrida selva cargada
de aromas sutiles, de vago misterio.

Parecía en los ojos absortos
de un incógnito anhelo cautiva,
y en su adusta esquivez era fácil
y en su vasta indolencia era altiva.

Y ésta fue, simplemente, su dádiva:
la experiencia de amores extraños,
de un trémulo busto, de un alma inasible…
la pena inconforme del goce perdido…
y, después de todo,
¡la inquieta avaricia de un nuevo sentido!

La otra, que ardía en mil llamas ocultas,
era fértil, reidora, violenta,
ya trueque de un beso, de un mimo, de un canto,
con secreto orgullo gustaba su afrenta.

Era mía, era mía, era mía
en el huerto, en la luz, en la sombra…
(¡Embriaguez matinal, quién te llama
por mi voz! ¡Juventud, quién te nombra!)

Y ésta fue, fatalmente, su dádiva:
el temblor femenil de la carne
que en mi propio temblor se extenúa;
la gota de acíbar que un genio maléfico
en el vaso colmado insinúa;
y en las horas de examen doliente,
la obsesión de la rabia postrera
que al mando del tedio inclemente
arrojó un corazón en la hoguera.

Y después, y después… cuántas manos
al haz de mis nervios asidas…
cuántas trémulas sierpes de fuego…
cuántas torres de orgullo, rendidas…

La una, que fue largamente suspensa
de mi voz, de mi gesto más leve;
la otra, que mira, que calla y que piensa
un trágico impulso, mas nunca se atreve.

Las unas, volubles, pérfidas y locas;
las otras, ardidas en llamas constantes;
discretas acaso, de un dulce misterio,
o acaso extenuadas y siempre anhelantes.

…Una, simple, dejóme el gustoso
sabor de las horas inútiles
en vano y amable sosiego;
otra, rica en olor de sus campos,
aromó mis noches de albahaca y espliego.

La dama fortuita, de tenues perfiles,
melancólica, unciosa y extraña,
se asoma en la honda cisterna del tiempo
envuelta en un halo de luz de la tarde;

la postrera, de impulsos diabólicos,
me dejó coronado de espinas:
mi corazón entregué a sus antojos
y le estrujaron sus manos dañinas.

¡Mujeres de un tiempo florido y lejano!
¡Mujeres de un tiempo duro, tempestuoso!
Las que ofrendan cándidas, el beso temprano,
las que dan, malignas, vino peligroso…
las que piden bellos madrigales
y dardos ocultos en las breves glosas
que van a adularlas…
¡Mujeres que ponen su soplo en las rosas
para deshojarlas!

¡Por ellas, cargado de mieles y acíbares,
el corazón, rebosante. se entrega;
por ellas diluye su propia virtud en un cántico,
como la esencia que el bosque nocturno
diluye en las alas de un aire romántico!



Poema El Espejo de Porfirio Barba Jacob



¿Mi nombre? Tengo muchos: canción, locura, anhelo.
¿Mi acción? Vi un ave hender la tarde, hender el cielo…
Busqué su huella y sonreí llorando,
y el tiempo fue mis ímpetus domiando.

¿La síntesis? No se supo: un día fecundaré la era
donde me sembrarán. Don Nadie. Un hombre. Un loco. Nada.

Una sombra inquietante y pasajera.
Un odio. Un grito. Nada. Nada.

¡Oh desprecio, oh rencor, oh furia, oh rabia!
La vida está de soles diademada…



Poema El Hijo De Mi Amor de Porfirio Barba Jacob



El hijo de mi amor, mi único hijo,
lo engendré sin mujer y es hijo mío;
me escribe a la distancia: estoy tan triste;
me faltas tú. Te miro en el esfuerzo
por mí, por ti, por el retorno
del polluelo a su sombra familiar,
no tengo un pan ni un techo que me cubra;
hoy habito en los muros de la mar…



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