poemas vida obra manuel gutierrez najera

Poema Mis Enlutadas de Manuel Gutierrez Najera



Descienden taciturnas las tristezas
al fondo de mi alma,
y entumecidas, haraposas, brujas,
con uñas negras
mi vida escarban.

De sangre es el color de sus pupilas,
de nieve son sus lágrimas,
hondo pavor infunden… Yo las amo
por ser las solas
que me acompañan.

Aguárdolas ansioso, si el trabajo
de ellas me separa,
y búscolas en medio del bullicio,
y son constantes,
y nunca tardan.

En las fiestas, a ratos se me pierden
o se ponen la máscara,
pero luego las hallo, y así dicen:
-¡Ven con nosotras!
vamos a casa.

Suelen dejarme cuando sonriendo
mis pobres esperanzas
como enfermitas, ya convalecientes,
salen alegres
a la ventana.

Corridas huyen, pero vuelven luego
y por la puerta falsa
entran trayendo como nuevo huésped
alguna triste,
lívida hermana.

Ábrese a recibirlas la infinita
tiniebla de mi alma,
y van prendiendo en ella mis recuerdos
cual tristes cirios
de cera pálida.

Entre esas luces, rígido, tendido,
mi espíritu descansa;
y las tristezas, revolando en torno,
lentas salmodias
rezan y cantan.

Escudriñan del húmedo aposento
rincones y covachas,
el escondrijo do guardé cuidado
todas mis culpas,
todas mis faltas.

Y hurgando mudas, como hambrientas lobas,
las encuentran, las sacan,
y volviendo a mi lecho mortuorio
me las enseñan
y dicen: habla.

En lo profundo de mi ser bucean,
pescadoras de lágrimas,
y vuelven mudas con las negras conchas
en donde brillan
gotas heladas.

A veces me revuelvo contra ellas
y las muerdo con rabia,
como la niña desvalida y mártir
muerde a la arpía
que la maltrata.

Pero enseguida, viéndose impotente,
mi cólera se aplaca.
¿Qué culpa tienen, pobres hijas mías,
si yo las hice
con sangre y alma?

Venid, tristezas de pupila turbia,
venid, mis enlutadas,
las que viajáis por la infinita sombra,
donde está todo
lo que se ama.

Vosotras no engañáis: venid, tristezas,
oh mis criaturas blancas,
abandonadas por la madre impía,
tan embustera
por la esperanza!

Venid y habladme de las cosas idas
de las tumbas que callan,
de muertos buenos y de ingratos vivos…
Voy con vosotras,
vamos a casa.



Poema Madre Naturaleza de Manuel Gutierrez Najera



Madre, madre, cansado y soñoliento
quiero pronto volver a tu regazo;
besar tu seno, respirar tu aliento
y sentir la indolencia de tu abrazo.

Tú no cambias, ni mudas, ni envejeces;
en ti se encuentra la virtud perdida,
y tentadora y joven apareces
en las grandes tristezas de la vida.

Con ansia inmensa que mi ser consume
quiero apoyar las sienes en tu pecho,
tal como el niño que la nieve entume
busca el calor de su mullido lecho.

!Aire! ¡más luz, una planicie verde
y un horizonte azul que la limite,
sombra para llorar cuando recuerde,
cielo para creer cuando medite!

Abre, por fin, hospedadora muda,
tus vastas y tranquilas soledades,
y deja que mi espíritu sacuda
el tedio abrumador de las ciudades.

No más continuo batallar: ya brota
sangre humeante de mi abierta herida,
y quedo inerme, con la espada rota,
en la terrible lucha por la vida.

¡Acude madre, y antes que perezca
y bajo el peso, del dolor sucumba;
o abre tus senos, y que el musgo crezca
sobre la humilde tierra de mi tumba!



Poema Las Novias Pasadas Son Copas Vacías de Manuel Gutierrez Najera



Las novias pasadas son copas vacías;
en ella pusimos un poco de amor;
el néctar tomamos…huyeron los días…
¡Traed otras copas con nuevo licor!

Champán son las rubias de cutis de azalia;
borgoña los labios de vivo carmín;
los ojos oscuros son vino de Italia,
los verdes y claros son vino del Rhin.

Las bocas de grana son húmedas fresas;
las negras pupilas escancian café;
son ojos azules las llamas traviesas
que trémulas corren como almas del té.

La copa se apura, la dicha se agota;
de un sorbo tomamos mujer y licor…
Dejemos las copas…Sí queda una gota,
¡Que beba el lacato las heces del amor!



Poema Las Mariposas de Manuel Gutierrez Najera



Ora blancas cual copos de nieve,
ora negras, azules o rojas,
en miríadas esmaltan el aire
y en los pétalos frescos retozan.
Leves saltan del cáliz abierto,
como prófugas almas de rosas
y con gracia gentil se columpian
en sus verdes hamacas de hojas.
Una chispa de luz les da vida
y una gota al caer las ahoga;
aparecen al claro del día,
y ya muertas las halla la sombra.

¿Quién conoce sus nidos ocultos?
¿En qué sitio de noche reposan?
¡Las coquetas no tienen morada!…
¡Las volubles no tienen alcoba!…
Nacen, aman, y brillan y mueren,
en el aire, al morir se transforman,
y se van sin dejarnos su huella,
cual de tenue llovizna las gotas.

Tal vez unas en flores se truecan,
y llamadas al cielo las otras,
con millones de alitas compactas
el arco iris espléndido forman.
Vagabundas, ¿en dónde está el nido?
Sulamita, ¿qué harén te aprisiona?
¿A qué amante prefieres, coqueta?
¿En qué tumbas dormís, mariposas?

¡Así vuelan y pasan y expiran
las quimeras de amor y de gloria,
esas alas brillantes del alma,
ora blancas, azules o rojas!
¿Quién conoce en qué sitio os perdisteis,
ilusiones que sois mariposas?
¡Cuán ligero voló vuestro enjambre
al caer en el alma la sombra!

Tú, la blanca, ¿por qué ya no vienes?
¿No eres fresco azahar de mi novia?
Te formé con un grumo del cirio
que de niño llevé a la parroquia;
eres casta, creyente, sencilla,
y al posarte temblando en mi boca
murmurabas, heraldo de goces,
«¡Ya está cerca tu noche de bodas!»

¡Ya no viene la blanca la buena!
¡Ya no viene tampoco la roja,
la que en sangre teñí, beso vivo,
al morder unos labios de rosa!
Ni la azul que me dijo: ¡poeta!
¡Ni la de oro, promesa de gloria!
¡Es de noche… ya no hay mariposas!

¡Ha caído la tarde en el alma!
Encended ese cirio amarillo…
¡Las que tienen las alas muy negras
ya vendrán en tumulto las otras,
y se acercan en fúnebre ronda!
¡Compañeras, la pieza está sola!
Si por mi alma os habéis enlutado,
¡Venid pronto, venid mariposas!



Poema La Serenata De Shubert de Manuel Gutierrez Najera



¡Oh, qué dulce canción! Límpida brota
esparciendo sus blandas armonías,
y parece que lleva en cada nota
¡muchas tristezas y ternuras mías!
¡Así hablara mi alma… si pudiera!
¡Así dentro del seno,
se quejan, nunca oídos, mis dolores!
Así, en mis luchas, de congoja lleno,
digo a la vida: «¡Déjame ser bueno!»
Así sollozan todos mis amores!
¿De quién es esa voz? Parece alzarse
junto del lago azul, en noche quieta,
subir por el espacio, y desgranarse
al tocar el cristal de la ventana
que entreabre la novia del poeta…
¿No la oís como dice: «Hasta mañana»?
¡Hasta mañana, amor! El bosque espeso
cruza, cantando, el venturoso amante,
y el eco vago de su voz distante
decir parece: «¡Hasta mañana, beso!»
¿Por qué es preciso que la dicha acabe?
¿Por qué la novia queda en la ventana
y a la nota que dice: «¡Hasta mañana!»
el corazón responde: «¿Quién lo sabe?»
¡Cuántos cisnes jugando en la laguna!
¡Qué azules brincan las traviesas olas!
En el secreto ambiente ¡cuánta luna!
mas las almas ¡qué tristes y qué solas!
En las ondas de plata
de la atmósfera tibia y transparente,
como una Ofelia náufraga y doliente
¡va flotando la tierna serenata!…
Hay ternura y dolor en ese canto,
y tiene esa amorosa despedida
la transparencia nítida del llanto…
¡y la inmensa tristeza de la vida!
¿Qué tienen esas notas? ¿Por qué lloran?
Parecen ilusiones que se alejan…
sueños amantes que piedad imploran,
y, como niños huérfanos, ¡se quejan!
Bien sabe el trovador cuán inhumana
para todos los buenos es la suerte…,
que la dicha es «ayer»… y que mañana
es el dolor, la oscuridad, ¡la muerte!
El alma se compunge y estremece
al oír esas notas sollozadas…
¡Sentimos, recordamos, y parece
que surgen muchas cosas olvidadas!
¡Un peinador muy blanco y un piano!
Noche de luna y de silencio afuera…,
un volumen de versos en mi mano,
y en el aire y en todo, ¡primavera!
¡Qué olor de rosas frescas! En la alfombra,
¡qué claridad de luna! ¡Qué reflejos!
¡Cuántos besos dormidos en la sombra,
y la Muerte, la pálida, qué lejos!
En torno al velador, niños jugando…,
la anciana, que en silencio nos veía,
Schubert en su piano sollozando,
y en mi libro, Musset con su «Lucía».
¡Cuántos sueños en mi alma y en tu alma!
¡Cuántos hermosos versos, cuántas flores!
En tu hogar apacible, ¡cuánta calma!,
y en mi pecho, ¡qué inmensa sed de amores!
¡Y todo ya muy lejos, todo ido!
¿En dónde está la rubia soñadora?
¡Hay muchas aves muertas en el nido,
y vierte muchas lágrimas la aurora!…
Todo lo vuelvo a ver… ¡pero no existe!
Todo ha pasado ahora…, ¡y no lo creo!
Todo está silencioso, todo triste…
¡Y todo alegre, como entonces, veo!
Esta es la casa…, ¡su ventana aquélla!
ése el sillón en que bordar solía…,
la reja verde… y la apacible estrella
que mis nocturnas pláticas oía…
Bajo el cedro robusto y arrogante,
que allí domina la calleja oscura,
por la primera vez y palpitante
estreché con mis brazos su cintura.
¡Todo presente en mi memoria queda!
La casa blanca, y el follaje espeso…,
el lago azul…, el huerto, la arboleda
donde nos dimos, sin pensarlo, un beso!
Y te busco, cual antes te buscaba,
y me parece oírte entre las flores,
cuando la arena del jardín rozaba
el ruedo de tus blancos peinadores.
¡Y nada existe ya! Calló el piano…
Abriste, virgencita, la ventana…,
y oprimiendo mi mano con tu mano,
me dijiste también: «Hasta mañana»
¡Hasta mañana!… Y el amor risueño
no pudo en tu camino detenerte…
Y lo que tú pensaste que era un sueño,
fue sueño, sí, ¡pero inmenso!, ¡el de la muerte!
¡Ya nunca volveréis, noches de plata,
ni unirán en mi alma su armonía,
Schubert con su doliente serenata
y el pálido Musset con su «Lucía»!



Poema La Misa De Las Flores de Manuel Gutierrez Najera



Boileau se queda en el aula
y Voltaire en la ciudad.
¡Musa, al campo! ¡Abre la jaula!
¡Señores versos, entrad!

Alce la oda en el bosque
su deslwnbrante oriflama;
que la sátira se enrosque
y que brinque el epigrama.

Beba el madrigal coqueto
en los lirios vino blanco,
y pensativo el soneto
descanse en rústico banco.

Tenue, frígido remusgo
entre los alcores sopla.
¡Cuántas perlas en el musgo
hay para tu cuello, copla!

Despierta, perezosilla:
despierta, que viene el alba…
Para hacerte una sombrilla
cortó Robín esta malva.

Deja tu alcoba: el jazmín
no en blanco reposo olvides,
que te aguarda tu escarpín,
tu pequeño no me olvides.

La persiana de cristal
que anoche tejió la escarcha
en tu cámara nupcial
rompe de un soplo, ¡y en marcha!

Ya no triste soliloquia
el nocturno ruiseñor,
y el gorrión madrugador
llama a misa en la parroquia.

Vamos al templo. Hoy es fiesta.
Tulipán dirá el sermón;
en la misa, gran orquesta;
y en la tarde, procesión.

Palomas y codornices
con hojitas de azahares,
remiendan sobrepellices
y componen los altares.

Un pobre topo, el más mandria
y apocado, barre el coro.
¡Hoy va a cantar la calandria,
la calandria de voz de oro!

Será el zentzontle, tenor;
jilguero, primer violín;
y maestro director
el arrogante clarín.

La pila de agua bendita
que está en el rincón umbrío,
es silvestre margarita
llena de fresco rocío.

El candelabro mayor
es una hermosa araucaria,
y aquel altar, siempre en flor,
es de santa pasionaria.

Mil cazoletas de almendro
perfuman el tabernáculo;
ya viene con mitra y báculo
monseñor el rododendro.

Van los breves aretillos
repicando cascabeles,
y detrás, rojos claveles
vestidos de monaguillos.

Doble sarta de corales
parecen: mira al monago
que marcha entre dos ciriales
y alza la cruz de Santiago.

Otro, guapo y petimetre,
va con acetre e hisopo,
y el hisopo de su acetre
es un pompón de heliotropo.

Del coro, bajo en las rejas,
absortas en sus plegarias,
se agrupan las trinitarias,
que tienen caras de viejas.

¿No miras los blancos cirios
de plateadas escamas?
Son encarrujados lirios,
y de mirto son las llamas.

A la camelia patricia
ya la azalea pizpireta
ve azucena la novicia
con sus ojos de violeta.

En bello sitial la dalia
como priora se esponja,
mientras la tórtola monja
entra de sayo y sandalia.

Abajo, frescas sirídeas
cubren la arena del piso;
y forman árido friso
en los muros, las orquídeas.

¿No oíste parar un coche?
Es del alcalde. ¡Qué gruesa
va la señora alcaldesa
con su dondiego de noche!

En cambio, ¡qué jubilosas,
qué frescas y qué elegantes
están las jóvenes rosas!
¡Qué indevotos sus amantes!

Aquél que de negro viste,
el de las grandes ojeras,
es un pensamiento triste. ..
¡Sufre mucho! ¡Si supieras…!

Mas ¡silencio! ¡De rodillas!
Ya el monago, de roquete,
girar hace el rehilete
de azulinas campanillas.

Parece el altar brillante
ascua de plata inflamada:
¡ya levanta el oficiante
la gardenia inmaculada!

Luego, una ráfaga fría
súbita baja del coro
y apaga la luz que ardía
en el gran trébol de oro.

Los rojos mirtos prendidos
en los cirios, azulean,
se retuercen, parpadean
y quédanse, al fin, dormidos.

Sus pábilos en hilera
simulan negro rosario;
por la torcida escalera
baja el cuervo al santuario.

Frente al sagrario se hinca,
el agudo pico tiende;
y, lámpara azul, se enciende,
tremulante, la pervinca.

Salgamos: la muda selva
derrama dulce beleño
y esparce la madreselva
su apacible olor de sueño.

Cierran las flores sus broches;
calla la breve campana:
flores nuevas, buenas noches;
Musa azul, hasta mañana.



Poema Hojas Secas de Manuel Gutierrez Najera



¡En vano fue buscar otros amores!
¡En vano fue correr tras los placeres,
que es el placer un áspid entre flores,
y son copos de nieve las mujeres!

Entre mi alma y las sombras del olvido
existe el valladar de su memoria:
que nunca olvida el pájaro su nido
ni los esclavos del amor su historia.

Con otras ilusiones engañarme
quise, y entre perfumes adormirme.
¡Y vino el desengaño a despertarme,
y vino su memoria para herirme!

¡Ay, mi pobre alma, cuál te destrozaron
y con cuánta inclemencia te vendieron!
Tú quisiste amar ¡y te mataron!
Tú quisiste ser buena ¡y te perdieron!

¡Tanto amor, y después olvido tanto!
¡Tanta esperanza convertida en humo!
Con razón en el fuego de mi llanto
como nieve a la lumbre me consumo.

¡Cómo olvidarla, si es la vida mía!
¡Cómo olvidarla, si por ella muero!
¡Si es mi existencia lúgubre agonía,
y con todo mi espíritu la quiero!

En holocausto dila mi existencia,
la di un amor purísimo y eterno,
y ella en cambio, manchando mi conciencia,
en pago del edén, diome el infierno.

¡Y mientras más me olvida, más la adoro!
¡Y mientras más me hiere, más la miro!
¡Y allá dentro del alma siempre lloro,
y allá dentro del alma siempre expiro!

El eterno llorar: tal es mi suerte;
nací para sufrir y para amarla.
¡Sólo el hacha cortante de la muerte
podrá de mis recuerdos arrancarla!



Poema Frente A Frente de Manuel Gutierrez Najera



FRENTE

Oigo el crujir de tu traje,
turba tu paso el silencio,
pasas mis hombros rozando
y yo a tu lado me siento.
Eres la misma: tu talle,
como las palmas, esbelto,
negros y ardientes los ojos,
blondo y rizado el cabello;
blando acaricia mi rostro
como un suspiro tu aliento;
me hablas como antes me hablabas,
yo te respondo muy quedo,
y algunas veces tus manos
entre mis manos estrecho.

¡Nada ha cambiado: tus ojos
siempre me miran serenos,
como a un hermano me buscas,
como a una hermana te encuentro!
¡Nada ha cambiado: la luna
deslizando su reflejo
a través de las cortinas
de los balcones abiertos;
allí el piano en que tocas,
allí el velador chinesco
y allí tu sombra, mi vida,
en el cristal del espejo.

Todo lo mismo: me miro,
pero al mirarte no tiemblo,
cuando me miras no sueño.
Todo lo mismo, peor algo
dentro de mi alma se ha muerto.
¿Por qué no sufro como antes?
¿Por qué, mi bien, no te quiero?

Estoy muy triste; si vieras,
desde que ya no te quiero
siempre que escucho campanas
digo que tocan a muerto.
Tú no me amabas pero algo
daba esperanza a mi pecho,
y cuando yo me dormía
tú me besabas durmiendo.

Ya no te miro como antes,
ya por las noches no sueño,
ni te esconden vaporosas
las cortinas de mi lecho.
Antes de noche venías
destrenzando tu cabello,
blanca tu bata flotante,
tiernos tus ojos de cielo;
lámpara opaca en la mano,
negro collar en el cuello,
dulce sonrisa en los labios
y un azahar en el pecho.

Hoy no me agito si te hablo
ni te contemplo si duermo,
ya no se esconde tu imagen
en las cortinas del techo.

Ayer vi a un niño en la cuna;
estaba el niño durmiendo,
sus manecitas muy blancas,
muy rizado su cabello.
No sé por qué, pero al verle
vino otra vez tu recuerdo,
y al pensar que no me amaste,
sollozando le di un beso.

Luego, por no despertarle,
me alejé quedo, muy quedo.
¡Qué triste que estaba el alma!
¡Qué triste que estaba el cielo!
Volví a mi casa llorando,
me arrojé luego en el lecho.
Todo estaba solitario,
todo muy negro, muy negro,
como una tumba mi alcoba,
la tarde tenue muriendo
mi corazón con el frío.

Busqué la flor que me diste
una mañana en tu huerto
y con mis manos convulsas
la apreté contra mi pecho;
miré luego en torno mío
y la sombra me dio miedo…
Perdóname, si, perdona,
¡no te quiero, no te quiero!



Poema En Un Abanico de Manuel Gutierrez Najera



Pobre verso condenado
a mirar tus labios rojos
y en la lumbre de tus ojos
quererse siempre abrasar.

Colibrí del que se aleja
el mirto que lo provoca
y ve de cerca tu boca
y no la puede besar.



Poema De Blanco de Manuel Gutierrez Najera



¿Qué cosa más blanca que cándido lirio?
¿Qué cosa más pura que místico cirio?
¿Qué cosa más casta que tierno azahar?
¿Qué cosa mas virgen que leve neblina?
¿Qué cosa más santa que el ara divina
de gótico altar?

¡De blancas palomas el aire se puebla;
con túnica blanca, tejida de niebla,
se envuelve a lo lejos del feudal torreón;
erguida en el huerto la trémula acacia
al soplo del viento sacude con gracia
su níveo pompón!

¿No ves en el monte la nieve que albea?
La torre muy blanca domina la aldea,
las tiernas ovejas triscando se van,
de cisnes intactos el lago se llena,
columpia su copa la enhiesta azucena,
y su ánfora inmensa levanta el volcán.

Entremos al templo: la hostia fulgura;
de nieve parecen las canas del cura,
vestido con alba de lino sutil;
cien niñas hermosas ocupan las bancas,
y todas vestidas con túnicas blancas
en ramos ofrecen las flores de abril.

Subamos al coro: la virgen propicia
escucha los rezos de casta novicia,
y el cristo de mármol expira en la cruz;
sin mancha se yerguen las velas de cera;
de encaje es la tenue cortina ligera
que ya transparente del alba la luz.

Bajemos al campo: tumulto de plumas
parece el arroyo de blancas espumas
que quieren, cantando, correr y saltar;
la airosa mantilla de fresca neblina
terció la montaña: la vela latina
de barca ligera se pierde en el mar.

Ya salta del lecho la joven hermosa,
y el agua refresca sus hombros de diosa,
sus brazos ebúrneos, su cuello gentil;
cantando y risueña se ciñe la enagua
y trémulas brillan las gotas de agua
en su árabe peine de blanco marfil.

¡Oh mármol! ¡Oh nieve! ¡Oh inmensa blancura
que esparces doquiera tu casta hermosura!
¡Oh tímida virgen! ¡Oh casta vestal!
Tú estás en la estatua de eterna belleza,
de hábito blanco nació la pureza,
¡al ángel das alas, sudario al mortal!

Tú cubres al niño que llega a la vida,
coronas las sienes de fiel prometida,
al paje revistes de rico tisú.
¡Qué blancos son, reinas, los mantos de armiño!
¡Qué blanca es, oh madres, la cuna del niño!
¡Qué blanca, mi amada, qué blanca eres tú!



« Página anterior | Página siguiente »


Políticas de Privacidad