poemas vida obra hector rosales

Poema La Pausa de Héctor Rosales



en la segunda puerta de casa
de brazos cruzados y de pie esperando
la muerte

le telefoneo y aviso
que llegaré tarde
que no se preocupe que duerma

me contesta:
?no me moveré de aquí?

mi pausa
temblorosa y prolongada
no sabe qué
dec(…)i



Poema La Grieta de Héctor Rosales



hacia dentro de ti, hacia dentro de ti
canto la grieta del mástil de los huesos

Paul Celan

Parte la punta el lápiz en el pulcro papel.
La llanura blanca, de oscuro relámpago
atravesada, calla doblemente. A tientas
la montaña oyente se mueve hacia el huerto.
Cabañas distantes sepultan al corazón
de invierno. En el zoo metropolitano
la única y roja pupila del rarísimo ser
calcula la nuca en el último descuido del
vigilante. Tú
has dado vuelta la cara y he visto la herida
del grafo, las marcas
cuando el frío liberó a la criatura.
Te busca su quebrado mensaje, un bisturí
de madera sin letras hacia dentro,
hacia el mástil. ¿Escuchas la grieta?
¿Asumes la nieve, tus huesos, tu inminente
ausencia en el papel?

4.2003



Poema La Demora de Héctor Rosales



La demora, enhiesta en su altivez torturante,
cuidadosa perfora,
una a una,
las hojas del instante.

Es como si niños con un control remoto
estuviesen jugándome al desgaste.

Arrollarse en el frío ademán del aire;
comprimirse en la esencia de la angustia
y ver desde muy lejos
?mustia?
la ilusión nacida de feliz pasado.

Buscar ansioso un orificio en la noche
donde se pueda ver el sol del mañana.
Aquietar el estertor en esa mirada
que no está aquí, pero me ve
escapando de recuerdos indelebles
que se apoderaron de mi habitación.

Rara es la lucha de los núbiles deseos
que resbalan la prisa y caen,
golpeándose en la demora desesperante
que perfora desde siempre,
una a una,
las hojas del instante.

11.1978



Poema La Cita Y El Filo de Héctor Rosales



Sonríe la doncella del palacio de mosaicos
de nácar. La belleza asomada al infinito.

A la espalda, mal dormida, porta mi deseo
una daga que no acepta orden ni espejo, que
amenázame también, como si yo fuese
otro, un muelle ciego donde atracar su sino.

La sonrisa dice sí, comencemos
tras la patria de zaguanes desfondados,
sobre los mullidos, versátiles copos
del jardín desterrado del continuonó.
Acudo a la cita, la dulce, corta travesía
aislada de cualquier costa corriente.

La belleza fundida en mi fugacidad;
y la daga en ambas heridas, siglos después,
afirmando su filo, intacta en el grabado
del único, perforado mosaico del palacio.



Poema Insecticida de Héctor Rosales



Ocurrimos cuando vencía el dilema,
el acoso del desorden, las malas noticias.

Nos bautizaron
con un signo de interrogación
en la frente baldía.

En algunos casos
amor encendió los signos
por unos u otros extremos
y el humo que se formó en el espiral
ahuyentó por un tiempo
a los insectos.



Poema Gaviotas de Héctor Rosales



Esa larga bufanda de arena
que calienta mi andar, estirada
junto a los líquidos umbrales,
tiene alas.

Ellas se llevan los pesares
somnolientos que verano ha reunido
en su casa. Anónima
entonces el alma, libre,
más liviana. ¿Qué quedó
de mí en esta franja?

Cuando las olas comenzaron
a vestir de luto las llegadas
-quietos el cielo, sus cristales
primerizos, faroles, focos, faros-
un dolor recién nacido
(el pequeño plumaje
yerto entre algas)
me hizo volver
al que fui antes.



Poema Este Balbuceo De Las Hojas… de Héctor Rosales



este balbuceo de las hojas
puede ser excusa de lo que hay
tras la nuca del monte y no se deja mirar

puede ser boceto del epitafio
de algo que no se podrá evitar
este balbuceo de las hojas

8.198



Poema Ese Señor El De Allí Diseña Lápidas… de Héctor Rosales



?¿Y qué verdad es posible si existe la muerte??
André Bretón

ese señor el de allí diseña lápidas
también esculpe mármoles hasta darles
durables ornamentos donde otros seres colocarán
memorias trituradas y ramos y rocíos

qué piedras venerables promulgan sus manos
cómo admiran su quehacer de arte intercalado

y sin embargo entre nosotros por las calles
ese señor disimula su cometido no habla ni
exhibe atenciones o entusiasmos

nadie diría que vive

su pecho es un sauce de aves mutilado
en su boca se inmolan los jugos de la complacencia

ese señor equivalente a un dietario del suplicio
ha grabado su nombre en una losa precavida
y soterrada

ese hombre de allí
es el sastre de la verdad
y no quiere admitirlo



Poema El Paraguas En El Piso… de Héctor Rosales



El paraguas en el piso,
desmayado en su estatura negra,
me había dicho: ?lo siento?.

Advierte el cristal
un ave que con ademanes blancos
vuela persignando el cielo.

Por demolidas parcelas del alma
llueven plumas tiznadas de quejas.

El paraguas en el piso,
de luto aplastada su impotencia.



Poema El Fervor de Héctor Rosales



Puede ser la humilde vibración de las hojas del parral de un patio al sur, las hojas de un otoño que también amarillea la negada sonrisa de un cantor colgado de su sombra. Puede ser el humo de los viejos barcos escribiendo adioses en los cielos de plomo, en los muelles eternos, en aquellos labios redentores. El humo que mira hacia atrás y se estanca voluntario en los ojos que han perdido todo el norte. Los ojos que sin embargo cantan en las cinturas de la noche y ponen una queja con forma de cuchillo en los músculos impíos del destino.
Una neblina tensada a tabaco y a turno prostibulario, una neblina confidente de tristes faroles adormecidos, un aire con ojeras migratorias y con todo lo perdido agujereando las míseras maletas, ese aliento, digo, conoce bien esta música para adultos, el fervor indomable que guitarras y bandoneones, voces, piernas, violines, contrabajos y demonios, latas, asfalto, adoquines, catres y paredes, carmines, sótanos y mesas, le imprimen a los pasaportes del abandono y la distancia.
Fervor enraizado en la más sincera vivencia del ser, el tiempo y el final.
Transmisión vehemente y tantas veces sutil de todo aquello que fue y es transitorio.
Música para acorralar a la soledad, apretarla contra el pecho y girarle el rostro para que mire a quien está escuchando con un corazón-espejo. Voz que le haga decir a ella, a la monárquica soledad, el milagro de la palabra nosotros.
Dolor y rebeldía, sátira de serias intenciones, caricatura fiel del disparate cotidiano, resorte de la rabia, acompasada respiración de todos los jardines, cofre sin llaves para la ternura.
Quien ha saltado sobre los portones del miedo sin escaparse de él, quien ha perdido el imán de la esperanza y no le importa y sigue batallando, los que entienden que cualquier patria o universo posible sólo ocurren en las calles familiares del barrio natal, los que nunca salieron de esas calles, los que cosen las heridas de la traición con un hilo de silencio y porvenires, las personas embestidas por desprecios y halagos que ignoraron o que pagaron de más, todos tienen domicilio fijo en la memoria del bandoneón.
He caminado por ciudades muy remotas y en ocasiones, desenredándose de las sillas vacías de los cafés, parpadeando en plazas somnolientas, o resaltando el gris de las piedras de los puentes, apareció el tango para abrazarme por sorpresa.
Él ha vivido en otros pueblos y ha dejado, sigue dejando sus semillas. Cada vez que lo encuentro, superada la emoción, le pregunto por aquel almacenero de la esquina rioplatense, el que tenía una radio antiquísima y una nostalgia invencible, que fue quien nos presentó. Conversamos entonces sobre el vecindario, las familias, los amigos que se fueron, las madres tejiendo las horas o en nosotros su propio recuerdo; charlamos sobre la dictadura de la belleza que las muchachas ejercen sin compasión, sobre los partidos de fútbol en el campito del verano y del agua de las playas que tarareaba nuestras canciones.
Y nos quedamos suspendidos de los mapas, y acudimos al primer puerto donde habite un desgastado bar centinela. Estamos seguros que allí renacerá ese fervor subterráneo que alimenta la música que jamás ha mentido, la que no ha tenido complejos al declarar la pena irremediable de vivir y el goce de morir viviendo.
Allí, en ese bar de cualquier puerto de cualquier ciudad del mundo, donde las idas y venidas son una costumbre lenta que asumir, volverá a latir el tango, habrá letras que certificarán nuestras almas indocumentadas para siempre, la fugacidad del tránsito ciego en esta tierra, el anhelo de aferrarse a ese fervor incandescente y solidario donde cada sílaba, cada acorde, nos enfrentará a la verdad y nos salvará de ella.



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