poemas vida obra b

Poema Balada Fría de Rossana Estrada Búcaro



Interrogantes que no existen
transitan por la madrugada
tu rostro se cuela entre mis sueños
despierta intensidades
y la soledad delinea geométricamente
la figura del frío
en la garganta de mi vigilia.



Poema Busca Y Anhela El Sosiego de Rosalia De Castro



Busca y anhela el sosiego…
mas… ¿quién le sosegará?
Con lo que sueña despierto,
dormido vuelve a soñar.
Que hoy como ayer, y mañana
cual hoy, en su eterno afán,
de hallar el bien que ambiciona
-cuando sólo encuentra el mal-,
siempre a soñar condenado,
nunca puede sosegar.



Poema Ballet de Roque Dalton Garcia



Para B. H.

El último vagón ha matado al cisne?

Su mayor enemigo fue la mancha de barro
y he aquí que hoy sus estertores anegan
de suciedad los trajes de los traseúntes.

Los niños ríen y traen varitas agudas
para rematarlo a estocadas.



Poema Basta Un Guiño De Pezón Para Que El Ansia… de Román Luján



BASTA UN GUIÑO de pezón para que el ansia
me traicione un devaneo cachondo en el perfume
el asomo furtivo de algún hilo dental
asfixiado entre hemisferios donde el sol
no se ponga
para lanzarme a pique
ciego de mí fortuito apenas sin conciencia
en franca expedición hacia el capullo
palpitante en las ingles de cualquiera aguardándome
el ombligo carnívoro la almohada sin grilletes
puro néctar y voces confundidas
en un mismo escabeche
es decir el jolgorio
sudor recién horneado fluyendo por la espalda
sin bolero sin rosa ni pliego de quejumbres
sin pedir el teléfono
es decir la tempestad alada y sin rencores
producto de una fiesta sin corbata ni holanes
brindemos con saliva
y si te veo mañana
?de antemano te ruego me disculpes?
juro pasar de largo



Poema Balada Del Seno Desnudo de Rogelio Sinán



¡Mangos!… ¡Mira!… ¡Tantos!…
¡Oh!… ¡Uno maduro!…
(¡Dio un salto… y salióse
su seno, desnudo!)

¡Yo salté del árbol!
¡Upa!… ¡Tan!… (¡Qué rudo!)
¡Por mirar de cerca
su seno desnudo!

¡Me miró asustada!
¡Cubrió… lo que pudo
y… huyó…! ¿Qué robaba?
¡Su seno desnudo!

Lejana…, lejana…
me envío su saludo.
(¡Yo seguía mirando
su seno desnudo!)

¡Perfume silvestre
de mangos maduros!,
¿por qué me recuerdas
su seno desnudo?…



Poema Berlín Infuturos de Rogelio Saunders



(Berlín) infuturos

Las grandes ruedas se detuvieron
pero el odio continúa.
En el poema más perfecto
es falsa una línea.
Berlín: ciudad abierta.
En la oscura madeja avanzan
lentos-rápidos trenes.
No somos (nunca seremos)
como ellos.
La rubia de labios morados
saluda desvergonzada al general
disfrazado de cameraman.
En el arco invisible donde hubo la mano
aún vendrán los ataúdes.
Los borrachos con grandes vasos de cerveza
en equilibrio sobre el amasijo de cerámica.
Ellos no son (nunca serán)
como nosotros.
Salvo
que no hay ningún ello
o un nosotros.
Sólo el no-ello
y el no-nosotros.
Los rieles con las cabezas cortadas
y los edificios de hielo.
En la niebla negra de los campos
grandes ratas retozan
con un hilo de sol en los dientes
afilados
allende el rosáceo levitón
que restalla en la cuenca de lija del ojo.
El ayer es ese humo
que despiden los canalizos.
Los patios ensobrasados de historia
donde lo histórico
es la desaparición.
Íbamos por estas calles cenizosas
como fantasmas pisoteados
por lo imposible.
Las antenas ahora se levantan como uñas
en la carne sin forma de los edificios.
El cielo es el gran vacío-ojo de hebras rojas
que de golpe puede
tragarlo todo.
Continúa el comic,
las figuras a punto de cruzar una avenida
y las grandes vigas balanceándose
perpetuamente entre el azul
horriblemente falso de los cristales.
Continúa la gran risa
como una gran rueda
que nada puede detener.
Los gigantescos obreros que Marx edulcoró
son la materia prima del fascismo.
El gran cielo de Berlín
es como la boca insaciada
del futuro.
Los pequeños hombres mueven sus antenas
de hormigas
contra el fondo aguachiento
de la ausencia del mar.
Es pues imposible volver
y todo espera
como en ninguna otra parte
el golpe promisorio de la ruina.
El viento arrastra los rostros como hojas.
El carnaval en blanco y negro
no cesa
y puede oírse el galope de caballos
a través de las mudas puertas
no destinadas a cerrarse.
El gran viento perpetuo
arranca los calendarios de la pared.
El viento-tiempo es un continuo
de dos dimensiones
idéntico al paso amarillo
de un tranvía.
Ese que saluda allí
colgado en 1930
no ha muerto todavía.
Me mira y sé
que me conoce, apretujados
ambos,
ojo con ojo
en este andén de 1880.
Es imposible volver
pues no hay historia
a la que volver.
Ella es (falla o clinamen)
irremisible.
El discurso es el sobrante
que baja por los canalizos.
Los ojos y manos
también
vencidos
por el golpe de insomnio
de la ruina
y por el cielo
que no tiene fin.
Es ese fin sin fin
hacia el que todo
fuga
lo que mantiene
la risa perpetua
y el incesante martilleo,
los habladores parapetos
del carnaval,
el arlequín de ceño despejado
con la cabeza partida en dos
como una marioneta
del kabuki.
Sabido es así que subir al tren
no significa dirigirse
a ninguna parte.
Bajo el cielo no redondo
no hay partes.
Sólo la anárquica partición
del mediodía,
la catastrófica desmesura
de lo histórico.
Aquí, donde todo es medida,
reina la alucinación perpetua
del homo.
La historia coincide
con el gran vacío
del cielo
que se repite en el embudo dejado
por cada edificio.
Todo fuga, continuo.
Todo se descamina sin regreso.
La falla o corte
no destruyó nada
sino que lo mostró todo,
ni falso
ni verdadero.
Abierto a lo abierto, fugacidad continua
de lo sólido.
Los ojos golpeados por la luz
son como los cuerpos grandes ruedas.
El cielo rueda y fuga.
Los campos ruedan y fugan.
Los pasajeros apresurados
ruedan y fugan
centrifugados
por la velocidad,
alzados y diseminados
por los infuturos.
La sombra de la gran máquina
desciende con los desesperados
despojada de sí misma
a donde todo es despojo.
Todo continúa
enlistado por la falla
ni cerrada ni abierta.
Lo fabuloso es esta
prostituta que espera
en pleno día
ni cerrada ni abierta.
Oh homo, grita el humo
tan lejano del homo.
El cielo abierto grita
y no hay tragedia,
no hay historia ni rostro.
Sólo la pequeña música que susurran
las ruedas dentadas.
El cuchicheo-mordisqueo
al fondo de los teatros.
Los vastos paisajes
desmenuzados por el viento.
El golpe de semen de la gota
contra la ventana.

Los rieles, los rieles, los rieles.



Poema Bordando Recuerdos de Rodrigo Carrillo



Busco
la hebra exacta
para comenzar
a desenredar
el ovillo de recuerdos
y olvidos
que dejan
maniatado el corazón

Busco
una aguja
para seguir
pinchándole
el pulgar
a la nostalgia



Poema Bogotá de Rodolfo Häsler



Maresmer ver
desmeral dar
dar
ver
verd
verd smerald

Visio smaragdina. Juan Eduardo Cirlot

Un manto de materia verde cubre la montaña.
Verde, verde y verde. La alternancia con el rojo
y la rosa que abre entre hojas verdes, el verde helecho arborescente
y la verde piel del lagarto puntiagudo. Un viaje al centro del color verde
con un cuerpo nuevo, relámpago de la tierra que muestra su tesoro,
una savia resbaladiza que todo lo inunda, bella,
pero no hay forma de poderla tocar aunque los dedos
corren hacia el grueso fuego verde de la esmeralda.
La complementariedad entre hombre y mujer,
el hombre rojo y verde, la mujer roja y verde, todo es impulso
en el equilibrio entre vida y naturaleza virginal.
La divina providencia tiene su color en el extremo del mundo
donde decae la flora, el cielo y la tierra
a igual distancia de la superficie
donde lo invisible se vuelve la causa más buscada,
el color de la revelación más esperada.
La luz del espíritu de los alquimistas, luz oculta
en lucha contra las tinieblas.
El camino intenso hacia el peso de la cosecha
de hojas verdes, tallos verdes, bosques verdes,
dominio inescrutable donde lavar la sangre de la herida.

(a mis amigos colombianos, el poeta Juan Manuel Roca y a Nubia Estela Cubillos, tan queridos, con quienes desandé las calles bogotanas, y también, por el color verde, para Victoria Cirlot.)



Poema Berna de Rodolfo Häsler



Desde arriba contemplo a la bestia dentada
y recuerdo que en la infancia jugaba con una réplica
en peluche, mucho menos imponente,
presente en la formación sentimental de todo niño alpino.
El foso es la salida del laberinto medieval,
un camino sinuoso de piedra arenisca ocre
en la que han sido labradas las agujas más sorprendentes
y las ventanas de las viviendas.
En una de ellas, mi padre, que ahora es mi hijo,
tocaba la viola con método insistente
mientras yo aprendía el dialecto gótico de mis antepasados.
Los almacenes subterráneos de patatas y manzanas,
los barriles de mosto campesino, las sedes de los gremios
y sus emblemas, la cigüeña azul, el devorador de niños,
la carpa dorada, el ojo de la aguja,
acaban en la rueda de la muerte que acucia a los berneses
junto al símbolo del oso, el animal.
Desde la altura de la nieve desciendo a la casa de las bestias,
y apoyado en el borde, me asomo a ver sus fauces.



Poema Bebiera Un Día de Ricardo Yáñez



Bebiera un día
la estrella de mi sueño
el que seguía
Bebiera un día
el venado del agua
voz herida
Bebiera un día
el tiempo de lo eterno
que ya perdía
Bebiera un día
las palabras del agua
a mediodía



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